sábado, 16 de mayo de 2015

Esmeralda necesita sexo


Esmeralda necesita sexo
parte Primera




Decidida a afrontar las consecuencias de sus miedos, estaba completamente convencida que no podía seguir así por más tiempo y si no cambiaba reventaría de una explosión corporal. Nunca mejor dicho, sus estrógenos saltaban dentro de ella, esperando jugar o brincar después de una noche de sexo. Posibilitando y regulando la función de su aparato genital

Se había convertido en una esclava a merced de los vicios de su madre, perversiones aprendidas del catálogo de mamá y que ella aprovechaba para fingir que era una tiranizada y así seguir esas mismas depravaciones por su propio gusto.

Necesitaba que la poseyeran aunque fuesen con escenas simuladas, sin que existiera cariño y que le permitieran gozar y disfrutar encima de una cama como lo hacen las mujeres normales, dejando volar su imaginación y que sus deseos quedasen completamente sosegados tras esos meneos lascivos, que se ejecutan sin mediar.


Si no dejaba de beber, costumbre también heredada desde la tierna infancia, primero por aquellas bebidas aromáticas y aquinadas con alto poder tonificante, para el crecimiento y luego cambiadas por otras más espirituosas, su vida corría el peligro de enfermar y acabar como lo hacía su madre: borracha y tirada como un despojo.


A Esmeralda le iba la marcha y le ponía el pitraque. Le pasaría factura como primero se la pasó a su padre, que se lo llevó una enfermedad a destiempo y que le desintegró el hígado.
Dejándola con sus hermanos totalmente desamparados en manos de su esposa, ya viuda alegre,  y madre no preparada para ejercer como tal. Persona adicta y beoda, que lustros más tarde, siguió el mismo camino que el patriarca, la tumba fría por los excesos y vicios.


Unos períodos mejores que otros, dependiendo de la robustez de la salud del momento y de la pausa que interponía cuando ya no le quedaba fuerza para seguir bebiendo, que vegetaba ingresada en el hospital, para recomponerla y una vez estabilizaba volver a reanudar aquella marcha de destino cruel.

 Esmeralda y sus hermanos, soportaban la embriaguez perenne de aquella mujer, las vergüenzas que les hacía pasar frente a cualquiera, las deudas que asolaban al núcleo de la familia, los malos tratos por incapacidad normal de seguir unas pautas y lo más duro que existe para los hijos; esconder la realidad al mundo para hacer creer que todo en aquella casa era una seda.  Disimulando y engañando a todos, fingiendo que mamá, tiene descomposición de estómago y que carece de buena salud, cuando realmente estaba recluida en casa, durmiendo la mona. Además de representar que es una persona irreprochable y una madre intachable.

La suerte,  si es que nombrarla sirve de estrella, es que por haber sido el padre funcionario de uno de los partidos que regentaban en el Estado, les había quedado una paga de la cual normalmente se nutrían, a duras penas porque comer, aquellos chiquillos, comían lo poco que los dos mayores les ponía por delante. 


El pago y el abono de todas aquellas vivencias, también con seguridad la arrastrarían a ella. A la tal Esmeralda,  por ser la mayor de los cuatro hermanos y porque sin saber cómo, había heredado de su madre lo peor: los vicios.  El gusto por el alcohol y el chingarse a cualquier tío.
Las mentiras, las demasías, el ocultismo de todo aquello le podía y había comentado para sus adentros, que no lo iba a permitir más. Tomaría medidas para corregir aquella debacle. No puso fecha, pero en cuanto pudiera lo llevaría a cabo.

Estaba aguantando desde hacía muchos años y por miedo a enfrentarse a la cruda verdad, no lo emprendía.  Sin casi reconocerlo habían pasado quince años de aguantar las incontinencias de su desgracia. Su madre. 
Esmeralda ya tenía veintiséis años y todavía malvivia en aquel hogar, sus hermanos desamparados habían tomado caminos distintos y nada ejemplares.

Además los dos últimos hombres que se le habían cruzado en su camino y que le importaban, la habían ignorado de plano, amistad relativa, risas y premontaje sensual transitorio, pero a la hora de la verdad. No interesaba a nadie con aquel percal, en cuanto conocían del pie que cojeaba y la cola que repercutía, la dejaban sin cogerla y sin paliativos.
La abandonaban simplemente. Sin más; la olvidaban. Ni tan siquiera tenían el atrevimiento de insinuarle ir a la cama a retozar y pasar el rato. Mucho menos pedirle relaciones serias y estables.



Cuando Esmeralda necesitaba hombre, hacía lo que había aprendido de jovencita, de las ilustraciones maternales tan seductoras que había presenciado. Una técnica infalible que jamás falla, y que consiste en ir acaramelando al pollo con el sofrito, llevando los ajetes en ternura al vacío, visible. 
El caldo aromático a media candela, al baño María; un piquito por allí dejando catar a traguitos, probar esto que casi hierve. Al huevo procurar no se ponga mustio y sazonarlo con sal, sin abusar y dejando el necesario saborcito picante y cuando llegaba el instante y todo fermentaba en la cazuela; en lugar de arrojar el cereal, y dejarlo en reposo. Los arrastraba ella misma hasta tenerlos en el grado de tempura idóneo. Completamente a caldo y porque no decirlo, algo ebrios. Entonces, planteaba el ataque final y se los llevaba al catre.



Sabía que no era guapa, que no era un tía de esas banderas que anuncian la colonia, y que deshacen con sus pestañas hasta los prospectos de los masajes, pero y su cuerpo, ¿tampoco valía?, ¿tan mal hecha estaba?, que ningún joven le proponía fornicar, ni cometer actos impuros, porque pecaba y estaba escrito en el sexto de los Mandamientos.

Ella no pecaba, no la dejaban y menos de ignorancia y sabía que poseía un cuerpo como el de cualquiera de las hembras de su edad. Duro, tenso y con cierto otero. Asimismo etiquetado por una cara que no atraía, o sea un rostro, difícil de comerse con la vista. Detalle que a los mozos del barrio, a sus conocidos les echaba para atrás.

Sin imaginar que en ella, se concentraban todas las artimañas del buen joder y todos los trucos de la camarera mas experta del amor. Aprendidos todos, desde casi la cuna por presenciar en tantas ocasiones a su mamá.

Piernas longitudinales arqueadas, y nalgas amplias para  perderse entre dos mundos equidistantes, separados por un jardín pleno de espesuras. Un esqueleto femenino absolutamente fértil que no se diferenciaba en nada de esos cuerpazos que exhiben las cualificadas modelos. Exactamente iguales, y ese fue el motor de esa mujer, para ser poseída en condiciones amatorias y legales.



Continuará.....
to be continued






1 comentarios:

Eduardo dijo...

Buenos días, Emilio.
Te he dicho emas de una ocasión que la narrativa es tu fuerte y este escrito sobre Esmeralda y sus vivencias lo dejan muy claro.
Gracias por ofrecer semejante joya, caballero.
Qué tu capacidad de expresar no decaiga jamás.
Enhorabuena, hombre

Publicar un comentario