Cayeron como
troncos en la cama, después de disfrutar de un día de lo más divertido
por tantas cosas como pasaron y por cuantas bellezas y curiosidades pudieron admirar.
Algunos fueron capaces y todo de ir a bailar antes de retirarse, pero lo normal
llegó sin tardar, descanso a discreción y ronquidos entre sábanas blancas del
hostal del Urogallo de la ciudad de Vielha.
El día de la Hispanidad, 12 de octubre, quería amanecer con mucho aire. Viento de
tormenta, soplando con mucha intensidad desde el norte, y el cielo bastante encapotado,
hasta que se desató la lluvia, dejando las calles como una esponja de baño.
No podía frenar nadie aquel ímpetu de expedición
que se había establecido, y a las nueve todos desayunados y arregladitos
estaban sobre su butaca del autocar.
Dirección a la frontera francesa, hasta llegar
por unos parajes extraordinarios a Bagnères de Luchon, el clima, hacía bastante se había arreglado, incluso
luciendo un sol potente, una vez llegado a tierras galas.
La tónica de siempre, alegría, flamenco en los
altavoces, risas y lamentos de aquellos que son pesimistas, que también nos
acompañaban algunos. Todo hay que decirlo. Sueñecitos cortos y baja y sube del
bus, tantas veces como haga falta.
En la ciudad de destino, nos apeamos y pudimos
ver su avenida principal, sin demasiado tiempo porque se nos había echado la
hora encima y nos quedamos con las ganas de ver en profundidad ese paraíso de
las termas, sus baños calientes, que tuvimos que pasar por él, más a prisa, que
si nos hubiesen robado la cartera.
Personalmente don Remigio se quedó con muchas
ganas de quedarse allí, dejar la expedición y volver como le diera a entender
su cartera.
Sin embargo, las cosas se han de hacer con
mesura y no era el momento de salidas de tono, de alguien que siempre es
ejemplo de persona y de caracter.
El boulevard de Etygni es lo único que pudimos
recorrer, a la carrera. No nos dio tiempo a más, ¡qué lástima!, sin embargo fue
ahí donde el señor Remigio se le desató la lengua y comenzó a hablar en voz
baja, imperceptiblemente para que pocos pudieran escuchar sus pretextos.
Él sabía que le estaba escuchando atentamente,
que su verbo es siempre bienvenido y lo atiendo por interesante, con lo que me
miró a los ojos y comenzó a relatar.
Hace unos treinta años vine por estas tierras
con una mujer muy guapa llamada Nicolette. Lo pasamos de fábula, en los baños y
en las termas, dándole paso a la ternura
y al sexo, que lo establecimos muy pronto.
Ella estaba casada y yo también, pero lo que
son las cosas y las atracciones imprevistas. Nos conocimos una tarde en Sitges,
además es casualidad, esta ciudad de Bagneres de Luchon y la de Sitges, en
Cataluña están hermanadas, pero la conocí en el carnaval por cómo iba
disfrazada.
Una francesa de toma pan y moja, un caramelo
de tía, y más cariñosa que un perrito de peluche. Lo bueno fue que en el primer
momento que nos vimos nos enamoramos, y pronto nos dimos de una forma furtiva
las direcciones y los teléfonos, entonces nada de móviles, pero nos las
arreglamos para poder charlar de vez en cuando. Una vez cada uno estábamos en
nuestros lugares de procedencia.
Farfullando francés y español, o catalán que
los dominaba a medias. Ella vivía, muy cerca de Bagneres en el pueblecito de
Montrejeau, cerca de un cine de barrio muy antiguo. Cinemá Les Variettes. Lo
recuerdo por ese detalle, porque allí los dos vimos la película de Emmanuel.
En la placeta de Valentine Abeille, vivía Ninet,
la plaza le da nombre al senador que fue en su tiempo de Montrejeau y Francia, un
tipo importante y además el abuelo de Valentine, que por cierto, tenían el
mismo nombre y apellido, fue un resistente en la segunda Guerra Mundial.
Así que la francesita reservaba plaza en el
hotel Sacaron, en la avenida de Etygni, uno de los mejores alojamientos de
aquel tiempo y al poco llegaba con mis deseos de amarla. Nos veíamos de tanto
en cuando en el paseo que refería antes el de Antoine Mègret d’Etygni, que fue
un caballero francés que hizo posible el negocio de las termas, entre mil cosas
más.
Recuerdo que yo con mi Seat 850, del año sesenta
y tantos, me venía cuando me era posible a verla. Yo era vendedor de joyería y
con esa escusa me ausentaba de casa, cada vez que me apretaba Nicole, que era
muy efusiva y amorosa, acudía a estar junto a Ninet que es como le llamaba en
nuestro circulo.
Tuvimos una relación amorosa fantástica, y
creo que su marido estaba al corriente, porque de vez en cuando me invitaba a
cenar en su casa y él no ponía apenas interés en nada de lo que hacíamos ni decíamos,
era un tipo cachazudo y bohemio, que le gustaba mucho el Mari Brizar y el Campari,
tanto que al poco de reunirnos en la mesa, se levantaba y desaparecía dando
tumbos de borracho en busca de la cama, y entonces Ninet y yo, pues no quedábamos
más a gusto que un susto.
Nuestra relación se enfrió porque Ninet se
enredó con un marchamase alemán, y me abandonó. La relación se entibió hasta el
punto que nos veíamos de uvas a peras. Su marido Etienne, se murió de una hepatitis
aguda y ella, como no tenían hijos pues se perdió durante unos años en las
Colonias Francesas Americanas.
Sabía que había vuelto en el último tiempo, a
finalizar como dice ella, sus días en su ciudad, junto a las termas, y al calor
de las aguas tibias.
Por ello, al saber de esta excursión me alisté
y la llamé para decirle que estaría a las doce, a las “midi”, de hoy junto al
cedro Atlantis, en la Explanada de Chambert.
Nos hemos reencontrado bajo al gran Cedro, ese
tan gordo y grande que hay en el paseo, el que plantaron en el año 1880. La de
veces que hemos disfrutado debajo de ese árbol los dos.
El tiempo ha pasado de verdad. Cuando la he
visto me he asustado, de la cantidad de arrugas que tiene en la cara, tanto que
me ha dado pena mirarla, aunque si yo me miro en el espejo, tampoco es que sea
un Cisne.
Ya no me ha besado casi, porque la pobre no es
la Ninet, que conocí, aquella mujer tan guapa y tan sensual que a todo lo hacía
caricia y te embriagaba con sus besos.
La vida como a todos no ha pasado la factura,
y nos deja sus débitos bastante a las claras. Ahora está sola, sin familia,
vive en su casa de siempre en Montrejeau, al lado del cine Les Varietés, pero
ahora prefiere beberse su Calisay sola, inmortalizando todos sus recuerdos.
Le he preguntado su edad y me ha dicho que los
próximos que cumpla serán ochenta.
Aquí lo dejo, amigo mío, nos llaman al orden, este autobús se marcha en busca de otros lugares. Yo me he despedido de ella, porque no volveré jamás. En todo caso nos encontraremos, si es que existe el Paraíso.
El convoy con los viajeros al completo, partió
de la ciudad de las termas, la que está en el alto Garona, con destino a
Vielha, que allí hacía una nueva espera, para dejar a los viajeros que pretendían
quedarse en la ciudad donde comeríamos y continuar la marcha a otros lugares,
con aquellos que aun tuvieran fuerza.
1 comentarios:
He disfrutado, buen amigo, de este tierno relato. Me ha encantado y más porque con frecuencia voy a Luchon, a tiro de piedra de mi actual pueblo de residencia Bossòst en la Vall de Arán. Un abrazo
Publicar un comentario