La partida de la excursión como es habitual, pronto, muy pronto. De
buena mañana, por aquello de aprovechar el día y no perder tiempo en
zarandajas.
El personal, medio aturdido por los efectos que dejan las sábanas
cuando se provoca una turbación, al tener que saltar de la cama por una
madrugada aunque sea programada, va como los zombis.
Otros menos gandules, con esas ganas de charlar tan apasionada,
despierta al más pintado. Esa sensación matutina de discutir de lo que sea,
pone de relieve la preocupación del pueblo y lo excitable que está con tanta
noticia política, reseñas malas las que nos llegan, de tarjetas bancarias
libres y negras que sirven para beneficiar a los que más tienen, y menos
vergüenza poseen. Problemas derivados de la salud general, por brotes de
posibles epidemias que nos pueden llevar de cabeza a toda la población, por no
tener los virus controlados, que ya afectan a tres docenas de paisanos.
Detalles y noticias tan poco reconfortantes y tan desagradables para los de a
pie, que seguimos teniendo poca información y amañada.
Las señoras se miran entre ellas con la atención dibujada en sus
rostros, a ver que blusa se puso Martina, o que maquillaje usa de buena mañana Juana
Trina, que le hace parecer una momia. Si Luisa Marlene se ha engordado, desde
que vino de su pueblo al comenzar con un régimen de comidas demasiado angosto.
Quizás están más pendientes del peinado moderno que se hecho la vecina
de la calle ancha, la esposa del tocinero, la tal Carmela Pantoja, un cardado
que parece la leona de Betanzos, trenzado especial que luce en la cabeza, para
ir guapa a la boda de su cuñada, que parece no gusta a sus compañeras de viaje
y por eso la ponen a parir
Solidaridad entre ellas poca, mejor dicho nada, puesto que todas están
a la que salta con los cambios de look que se dan en el vecindario.
Entre ellas se critican y se reprochan queriendo que sea solapado pero
no lo disimulan en nada, es una práctica del comportamiento femenino. Poco
comprensivas entre ellas, y menos si existe pique por alguna causa personal que
les afecte.
Los portones del coche se abren y todos nerviosos, buscando su
alojamiento, no sea que ahora en el último momento, se vayan a quedar sin
asiento. No piensan que las butacas del bus están reservadas, o es que les gusta
jugar a lo imprevisible.
Las normas de comportamiento en algunas personas quedan tan en
entredicho, que ni lo comentaremos. Los tan listos e inteligentes que en
todas las situaciones afloran, comienzan a querer ejemplarizar, y ponen la
cabeza y los ímpetus como un timbal, con tanto rebote. Como si los demás no nos
diésemos cuenta de cuando las cosas están mal, y no funcionan por errores de
previsión o de engaño.
La marcha ha comenzado y el bus comienza a recoger a los pasajeros, en
los distintos apeaderos conocidos. Al poco tiempo al completo, estamos en
carretera, todos sentados y chupando los caramelos que desde el cesto del
organizador se han repartido a todos los que les apetecía.
Nos dan las indicaciones de cómo está previsto el recorrido y en el
lugar y en la mesa que nos hemos de ubicar a la hora del desayuno. Uso bien
pensado, puesto que nadie al bajar del autobús, vuelve a perder los papeles
corriendo para conseguir el mejor sitio, la mejor mesa y el lugar más estratégico.
Pues aun y así, hay alguien que tiene prisa bien porque se está meando, o
porque tiene escasez de educación.
No tenemos guía turístico, por lo que hemos de afilar muy mucho la
imaginación para ver lo que encierran las piedras de los lugares, las gentes de
aquellos pueblos y las costumbres que sin querer dejan parangón en el ambiente,
y cada uno según su fantasía, para soñar en lo que venga en gana.
Hay viajeros que ni siquiera piensan y se dejan llevar por la
muchedumbre, al estilo de aquellos rebaños de antaño, que un cabrero paseaba
por los montes.
La crítica en el bus se nota por lo que rajan algunas mujeres, que
además lo hacen sin darse cuenta que las estamos escuchando y viendo como ponen
a parir a las que después llaman amigas. La señora Marilyn que es la que lleva
los chismes, se queda con todo y está además informada de las vicisitudes de cualquiera.
Capacidad de repaso si tiene, porque se sabe la vida de los mortales allí
recorriendo y encima la distribuye casi sin reservas.
Hemos salido del restaurante, una lluvia pertinaz complica la marcha
por lo grisáceo del tiempo y por la molestia que implica. Todos llevan el estómago
lleno, y con pocas ganas de seguir dándole a la sin hueso, cierran los ojos y
tratan de dormir. Pero la música aflamencada lo impide, por lo repetitiva y lo
alta que se escucha, o la cháchara de la dama que se sienta en la fila nueve
que habla por teléfono con su hija Frasquita y le explica que se ha comido un
arroz al chilindrón, en la fila trece doña Gertrudis ronca como un artefacto
averiado y otros viajeros tratan de descansar mirando a sus compañeros de la
hilera derecha, que les entra agua y han abierto un paraguas dentro del
autocar, que parece tiene una grieta en una de las ventanas y cala algo del agua
de la penitente lluvia.
El responsable del viaje, a veces va loco y no es para menos. Se pone
algo nervioso porque ha de batallar con todos y no hay nadie que le eche una
mano y si alguien la lanza es al cuello para ver si lo ahoga.
Aguas a su cauce, las del tiempo y parece que emerge el día, llegando
al destino donde compraremos lotería para las próximas navidades, todos
aleccionados esperan tomando café o refrescos, mientras los encargados entran
en el dispensario de los décimos y hacen la compra. Sin perder tiempo y pasando
por las curvas del Port de la Bonaigua, llegamos a Vielha, donde en el hotel
nos dan la bienvenida y nos preparan un suculento menú, que los allí presentes
devoran como si nunca jamás hubiesen probado bocado alguno.
Aquí lo dejamos hasta más tarde ya que el que escribe esta crónica
también come, bebe y piensa antes de poder llevarlo al documento para que
usted, amable lector pueda enterarse.
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