El agua se aprende por la sed;
la tierra por los océanos atravesados…
Emily Dickinson
Eran
finales de los años cincuenta o principios de los cacareados sesenta. Ni se
imaginaban los estadistas que el agua nos iba a escasear ¡Nada! se creía un recurso
perpetuo de la naturaleza, consumíamos muy poco y no teníamos duchas en muchas
viviendas, ni existían lavadoras automáticas, ni el fregaplatos, ni se concebía
lo que ahora llamamos política de conservación del agua.
En
aquel tiempo se comenzaban a llenar las playas de la Costa Brava de suecas
rubias con sus bikinis de rayas, a su vez el utilitario seiscientos se
comenzaba a comercializar. Cuando las horas extraordinarias eran una obligación
y se compraba a cómodos plazos, cuando aquí en nuestra ciudad se recibía a toda
clase de emigrantes nacionales que venían buscando una vida mejor, y se
instalaban de cualquier forma, realquilados en una habitación compartiendo
vivienda con parientes en pensiones del tres al cuarto, nadie le daba
importancia al agua.
Gracias
a la sed de tantas necesidades, se nos olvida la sed principal. Donde todo estaba prohibido y no podías casi
ni pensar, demasiadas cosas estaban censuradas. Era fácil morir en pecado
mortal si bebías de fuentes prohibidas. Muchos de los que aún quedamos, sin apurar la memoria recordamos, las duchas
de los sábados y domingos a los servicios públicos instalados en la plaza de
España de la ciudad Condal, acarreando el hatillo de mimbre con alguna prenda íntima
que renovarían tras el baño.
La
fuente de la calle San Pedro, que estaba frente a la tienda de ultramarinos de
la señora Teresina sigue en pie, erguida, poco valorada pero ahí enhiesta y
majestuosa. Ella, nuestra fuente nos suministraba del inestimable líquido a un
depósito colocado estratégicamente bajo las tejas de la casa en la calle del repecho, que recogía el fruto de la lluvia y
se fortalecía con una manguera de treinta y ocho metros que utilizábamos los
sábados por la noche, bien tarde, ya entrada la pre madrugada, cuando ya no
podíamos molestar a nadie, para llenar aquella arqueta de uralita.
Nos
costaba tres horas y siete minutos tenerlo rebosante_. Recordemos que entonces
las cañerías no tenían mucha presión
Cuantas
ilusiones al pie de aquella fuente, que cantidad de historias mojadas pasaron
por mi mente, mientras el ruido de aquel grifo anacrónico y amarillento
murmullo de sed, voz regada, se hacía
escuchar.
Con
nocturnidad aguardaba que finalizara aquel aboque y en el saliente de la
esquina, solo, vigilante por si pasaba algún sediento que quisiera beber; el
vecino borracho pudiera refrescarse, o cierta dama en pena, después de su infidelidad,
acicalarse.
Recordando
aquellas canciones preciosas a la luz de la luna y canturreando sus estribillos:
Tú serás mi baby, …buscaremos un lugar, …Eva María
se fue; que venían a cantarlas a nuestro Ateneo Samboià los mejores intérpretes
y si todo continuaba de aquella forma natural y sucesiva tan solo nos aguardaban
dos años para poder bailarlas_ con el permiso del mosén Régulo.
Pasaron
los años y llegó la abundancia, omisión de la miseria en general. El sediento
quedó satisfecho. Nos distrajo el raudal, aquella demasía irreal, olvido de la
necesidad pasada. Imperiosamente teníamos que desterrarla de nuestro pensar, nos fuimos volviendo seres
autómatas, nos acostumbramos a los interruptores, le damos y funciona, cuando
me canso lo desconecto. Abro el grifo y sale agua caliente, ¿que deseo? y ¡Ahí! … Va! A falta de agua ya inventaran algo para que
la sustituya ¿Verdad?
Dice
el refranero una máxima ahora, imposible cumplir.
_ Agua
que nos has de beber, ¡déjala correr!
_ Digamos
pues:
_ ¡AGUA QUE NO MALGASTES, RETRASO PARA EL DESASTRE!
La
fuente de la calle Sant Pere, aún existe, y no hay vez que pase junto a ella que no la
acaricie con la vista. Al estar cerca me susurra_ ¿Cuántas veces he saciado tu
sed?
Yo
descarado le digo_: tu aliento huele a lejía, ya no tienes buen sabor.
1 comentarios:
Entre otras causas, la grandeza de un país y su progreso económico pueden medirse también en cómo racionaliza y protege sus acuíferos. Recordemos que en Oriente Medio una causa de conflicto bélico puede ser la defensa de sus ríos.
José Añez
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