jueves, 31 de enero de 2013

Escalofrío nocturno



Marina explicaba en la consulta del médico a la pediatra, unos síntomas raros que tenía su nieta tras la enfermedad que llevó a su hija Thanit al fallecimiento.  
Punto final de todo, dejando familia de muy corta edad y en la forma que Marina, madre de Thanit y abuela de Estela, lo había padecido en soledad y sentido en un brutal desenlace, tanto que aún no se ha hecho a la idea de perderla.
Su hija falleció a los veinte y dos días de contraer unas calenturas víricas un tanto anómalas, que no supieron curar los médicos del ambulatorio de su zona, puesto que fueron tan atípicas y extraordinariamente raras, que es después del óbito, que le han llamado fiebres, puesto que ni eso sabían.
Thanit había estado casada durante nueve años con un hombre, que iba embarcado en unos de los buques de una naviera chilena, faenando en alta mar, por lo que contacto marital, ni roce humano se producía. Ante las grandes ausencias en el hogar, que por motivos laborales igual podían ser excusadas como pormenores, junto con otros detalles de infidelidad, fueron distanciando a la pareja hasta convertirlos, en dos extraños con varios hijos.
Cristóbal, Iba enrolado en un barco de pesca que faenaba por el Gran Sol hasta Groenlandia, y todo el bacalao y atún que acumulaban lo almacenaban en unas inmensas cámaras y lo congelaban, mientras duraba su travesía. De los doce períodos que tiene el año, estaba fuera de su casa durante nueve largos y rigurosos meses, con sus días y sus noches, separado del calor familiar y de la cotidianeidad del contacto de sus hijos y de su mujer. Efecto que creó al tiempo distancias, entre él y sus más allegados, que acabó rompiéndose por el lugar más frágil.
El matrimonio, tenía tres hijos, y sin saber ni cómo ni porque se fue al traste, solicitándose por parte de Thanit, un divorcio a los cinco años de matrimonio, por falta de afecto, de contacto corporal, de ausencia de sexo y por lo más sangrante, por la falta de amor.
Habían vivido en una casita alquilada, en el barrio del puerto, no muy lejos de Marina, su madre, que ésta cuando quedó viuda, intentó atraerse para consigo a su hija y sus nietos, sin poder llegar a convencerles, aduciendo la hija, que quería hacer una vida independiente y sola, por si tenía la oportunidad de rehacer sus días con quien le interesare y por aquellas tendencias de Thanit, en ver más allá de lo visible.
Siempre había tenido aquel don, de predecir o de vaticinar  y vislumbrar detalles, sugestiones y encubres, dónde los demás los llamados corrientes, no alcanzaban. Una especie de merced para los temas ocultos ostentaba, desde bien niña, que pocos estaban al corriente.
De hecho, cuando llegó aquella tarde a su casa con fiebres, ya le adelantó a su madre, que se moría, que de aquella situación no saldría y que tuviese mucho cariño con sus hijos, que estaban en edades muy tempranas y quien mejor que su abuela para cuidarlos, ya que no podían contar con más familia.

Aquel día Thanit había salido de buena mañana a su trabajo habitual, llevaba a los tres hijos a la escuela y tras dejarlos en clase, se dirigió directa a su negocio. Abría su carnicería y despachaba carne desde las nueve de la mañana hasta las siete de la tarde.  Ocupación que en un tiempo había sido de Teodosio,  padre de Thanit y maestro de trabajo, en el que trabajó desde la niñez, aprendiendo el oficio, durante tantos años a su lado. Hasta que al morir Teodosio, heredó como dependienta y propietaria.

No cumplió con el horario aquella jornada, sobre las tres de la tarde, dejó la tienda en manos de sus dos empleadas, dado que ella no estaba en condiciones para poder seguir despachando como si tal cosa, volviendo con síntomas desconocidos a su casa, para entrar en la cama que ya no dejó hasta su final.

Al llegar del colegio sus niños, fueron a ver a su mamá, que les reclamaba para verles por última vez, poco antes de que perdiera completamente la noción y el sentido. Detalle, que ella misma debía saber por aquellos poderíos innatos que poseía y que pocos imaginaban.

 La niña mayor Estela del Mar, de seis años fue la primera que llegó a un extremo de la cama, mirándola mientras su madre, acababa de mojarse los labios, con un vaso de agua que permanecía sobre la mesilla de noche. No les hacía falta hablar, a ninguna de las dos, para entenderse, sin embargo y sobre todo Thanit, tomó la mano de su hija, y le encargó fuera buena con la abuela y con sus hermanos, que ella iba a emprender un viaje muy largo y sin retorno. Estela ni pestañeó como si esperase la noticia que le daba su madre en voz baja. Conforme por poseer también aquellas clarividencias portentosas.

Los siguientes días se desarrollaron, entre las muchas visitas de cuantos médicos, pudo alertar la abuela, para mirar de paliar aquellas dolencias tan extrañas que le sucedían a Thanit y que veía impotente, como se apagaba entre las sabanas de aquella cama amplia con tafetanes y cabezal artesonado.

Fueron 22 días de sufrimiento para los que la acompañaban, puesto que Thanit, a partir del sexto día, perdió el conocimiento y el uso de la palabra. Imposible reconocer si libraba una batalla con el infinito que esperaba recibirla.

En aquel extremo de la cama, aquella niña Estela del Mar, como una adivinadora, velaba por el cuidado de sus hermanos, mientras la abuela, regentaba todo aquel variopinto y alterado panorama. Jacinto de cuatro años y Ramón de dos, no entendían nada del espejismo que les tocó vivir, mientras que Estela, se impregnaba de toda la realidad existente. Siendo conductora receptora de todo cuanto le ocurría a su madre, que postrada y sin que nadie lo advirtiera se comunicaba con su niña.

Un 28 de junio dejó de respirar Thanit, cuando tan solo contaba con 39 años. Nadie podía entender como una mujer con una salud desbordante podía haber sucumbido por el influjo de unas fiebres. Tristeza mortal en su sepelio, acompañada tan solo sus seres más allegados y no de todos, puesto que el padre de sus hijos, el ya ex marido, estaba ausente, por esos océanos frondosos, braceando y congelando pescado.

Los pequeños, ni se enteraron de aquella tragedia, tan solo Estela guardaba para sí todo aquel sufrimiento silente que administraba como un adulto concienciado.
_ Es como si no faltase de casa. Aún noto que pasea por el pasillo, se sienta a los pies de la cama de Jacinto y Ramón y los abrigase__. Replicó la abuela, dirigiéndose a la pediatra, que la escuchaba con el máximo de los respetos__. En las noches cuando los acuesto, noto antes de ir a dormir, que el arrebujado de sus ropas, está de forma diferente, de cómo les arropo y un cierto perfume de cereza que era el que Thanit usaba, se desprende de sus fisonomías sosegadas.

Frecuente, en la antesala del sueño, se acerca a mi vera, y  noto lindante su presencia. ¡Es ella!  Percibo su inclinación templada, toma asiento en el balancín, que solía cantarle nanas cuando era una niña y se mece, me mira y sonríe agradecida. Refiere detalles olvidados, que sucedieron en mi compañía y que ni siquiera recordaba. Pinceladas de sucesos acaecidos difíciles de entender de nuestro entorno, que jamás tuvieron luz;  los define y aclara, para que los conozca. Es como si tuviera vida aunque no la podamos ver, como si no se hubiese ido, ni estuviese ya difunta.

Con Estela, es diferente, parece se entiendan desde una ausencia invisible, la chiquilla, no está triste, ríe en solitario, sueña y parlotea en cualquier rincón, fantasea como una persona desarrollada.
_ Ha observado por parte de Estela del Mar, ¿Conducta extraña, o desvaríos?__. Indagó la pediatra, muy atenta a lo que escuchaba y permitiendo que Marina, dejase divagar su comentario.
_ Ayer mismo__, matizó Marina__, hablaba con mi nieta de cómo van vestidas las compañeras de su clase, y de pronto, sin esperarlo se estremeció de forma visible y profundamente, tanto es así que lo percibí tan claro como si me hubiese pasado a mí misma. Ambas miramos al fondo del pasillo de la casa, por un resplandor aciago y fugaz__, Marina, se secó las lágrimas que le caían como gotas inertes, recogiéndolas con su pañuelo y prosiguió__.  ¿Qué te pasa Estela? Pregunté alterada y ella me respondió__. No pasa nada abuelita. ¡No padezcas!

_ ¿Has visto a tu madre, verdad? __. Inquirí__. ¡Sí! es ella__. Contestó Estela, sonriente__, no sufras, está con los nenes, luego vendrá a hablar conmigo y seguro esta noche volverá a sentarse en la mecedora de tu habitación hasta que te venza el sueño.

 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

PRECIOSA LA HISTORIA. ESTUPENDA.NIKITTA.

Anónimo dijo...

Conmovedora historia y llena de sensibilidad!!!

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