Aquella mujer tomaba el relente en el pórtico de su casa, tenía desde el nivel de la calle a su porche seis escalones que se debían franquear al entrar o salir del domicilio. Todas las mañanas a la misma hora, sale a su puerta a tomar la brisa marina y escuchar el sonido de un jilguero que hace ya algún tiempo la visita.
Mientras que Braun, su pareja, la acompaña tiernamente hasta el umbral y la deja cómoda sentada para que reciba toda esa naturaleza, entre tanto él, adelanta las labores diarias, los enredos del mantenimiento del hogar.
Una mañana, Egeria, escucha, un saludo. Venía desde la otra orilla de la acera. Justo en las lindes del jardín divisorio. Era una vocecita joven, que trataba de hacerse ver
_ ¡Hola!
Egeria, no hace caso, cree que no va dirigido a ella y al poco vuelve a escuchar, en un tono más álgido.
_ ¡Hola!
_ ¿Es a mi?
_ ¡Sí! Claro, ¿que no me ves?
_ Pues, no te veo. Yo no puedo ver. Acércate un poquito más, sube los escalones.
_ ¿Has ido al médico, a buscar medicinas?
_ ¡Sí! ¡Claro que he ido!
_ ¿Y qué te dijo? ¿Es que no puede curarte?
_¡Me encantaría curarme! Pero creo que no pueden
_Que te pasó señora, ¿naciste así, sin vista?
_No, muchacho, fue un accidente, el que me dejó, sin poder ver a nadie
_Entonces, como haces para andar y poder hacer las cosas.
_Braun; me ayuda mucho, es mi guía y… ¿Tú cómo te llamas?
_Me llaman Shamir
_Que nombre más bonito. Espera, voy a presentarte a Braun
Al momento, extendió su brazo y apareció un hermoso perro blanco tiznado de manchas marrones, que se acercó a la señora, quedándose acurrucado entre sus piernas. Ella, con mucho cariño le dijo: Goss, ve y dile a Braun que venga, que le quiero presentar a Shamir. Al poco apareció un señor que saludó con mucho cariño al niño, sentándose junto a ellos y participando de la charla infantil que llevaban.
Aquel hombre, delgado y serio llevaba una pena profunda en su rostro, de la clase de castigo, que no se mitiga fácil, con los días, ni con las buenas noticias.
_ ¡Hola, compañero! Me llamo Braun y soy el compañero de Egeria,
_ ¿No tenéis familia? Señor Braun, ¿Estáis solos?
_ Pues, tenemos poquita y encima viven muy lejos. Tú si debes tener ¿verdad?
_ ¡Sí! Vivo en las afueras del poblado dentro del gueto con mis padres y mi hermana
_ ¿Quieres merendar? O quizás ¿Tomarte un refresco?
_ ¡Bueno… pero yo no puedo comer de todo, dice mi mamá! Beberé un poquito de agua, muchas gracias señor
_Faltaría más, que un muchacho tan simpático como Shamir, pasara sed en nuestra casa. De ningún modo, espera un poquito, mientras voy a traértela.
Egeria, haciéndose y ayudándose de sus manos recorrió la cabeza de Shamir y palpó frente, cejas y ojos, lo que le hizo idea de cómo era ese hombrecito. De su presencia, de su fisonomía y de sus facciones que le llamaban poderosamente la atención
Mientras Braun, preparaba pizca de alimentos para que comiera y bebiera aquel mozalbete tan cordial.
_ ¿Porqué me palpas… es que así, te imaginas como soy?
_ ¡Sí! Shamir, te acaricio, porque ahora mis ojos son mi tacto y quiero saber cómo eres, a quien te pareces que yo conozca y quedarme con tus rasgos para siempre, porque nosotros también tenemos vida, es una existencia diferente a vosotros, los iluminados, pero que también nos llega a complacer y por eso damos gracias a Dios.
Al cabo, Braun, llegaba por el pasillo, con una bandeja, en la que no faltaba nada para un buen tente en pié, o una mejor merendola. Habiendo conectado una musiquilla para que hiciera aquella estancia mucho más acogedora.
Shamir con muy buenas maneras y educación, consumió únicamente lo que necesitaba, mirando fijamente a Egeria que estaba disfrutando de aquel ensueño. Braun, imaginándose que el tiempo se escapa entre los recuerdos y los deseos, preguntó a Shamir si no lo esperaban en casa.
_ Mi madre, nos espera a todos muy tranquila, ella no puede salir a la calle
_ ¿Está enferma? Preguntó sin preámbulos Egeria, volviendo la cara hacia donde estaba Braun
_ ¡No lo sé! Mi padre, dice que está delicada y que si sale a comprar puede perder el equilibrio y caerse. Como no somos de aquí, la gente pasa por nuestro lado sin hablarnos, como si fuésemos diferentes
_ Entonces, ahora está ¿Sola? … En casa, o le acompaña alguien durante el día.
_ Mi hermanita Lydia, se encarga de cuidarla. En cuanto sale de la escuela, va muy deprisa a casa y le ayuda en las labores de la cocina. Mi papá, tampoco tiene amigos y sale todas las mañanas al trabajo. Si no encuentra ocupación, vuelve enseguida con mi mamá.
Un silencio pesado se extendió por aquella zona, dejando pensativos a Egeria y a Braun, como si aquella mini explicación de niño, les llevara a algún lugar, dónde quedaron recuerdos o vivencias diferidas.
_ ¡He de irme! Ya es tarde y me esperan en casa. Gracias por los dulces
Shamir se levantó expedito y saltando del bordillo donde estaba sentado, comenzó a alejarse de aquella casa, dejando un sabor entre afligido y jubiloso.
Aquel domingo de Ramos, Egeria y Braun habían ido a loar misa a la parroquia de San Francisco Javier, mientras estaban sentados en las bancadas de la iglesia, Egeria, notó una mano que de forma sutil quería estrecharse a la suya. Ella, supo de quien era aquella caricia que temblorosa trataba de asirse a ella.
_ Shamir, eres ¿Tú?
_ ¡Si, Egeria! Os he visto y me colé, sin que me vieran. Quiero estar con vosotros.
_ Gracias, ¡cosita! Quédate a mi lado.
Braun había visto como se acercaba el chaval y sintió un escalofrío por su cuerpo, agradeciendo en aquel instante de recogimiento el detalle de Shamir hacia ellos.
Sumergido en sus penas, le llevaron a vivir de nuevo en su ficción, el suceso por el que Egeria, está sin vista y él sin su hijo; Oriol…
Aquella mañana trataban de ir a pasar un rato agradable en la feria de San Roque. Hacía mucho calor, todos reían y se divertían en las atracciones feriales. Oriol, hijo de Braun, de tan solo seis años, quiso montarse en las altas Montañas Rusas, que automatizadas por la tecnología del momento subían aún más alto y bajaban si cabe más rápido. Braun; disconforme con estas actividades, no quiso acompañar al muchacho en su paseo por las nubes y convenció a Egeria, para que subiera con él y disfrutara de la velocidad, del tránsito y del efecto del miedo extremo.
No fue de final feliz, mientras volaban a gran velocidad en el interior de las capsulas de una atracción aérea, se rompieron las bridas que aguantan la caja de enganche del habitáculo haciéndola caer al vacío, desde una altura de veinte metros con cuatro personas en su interior, de las cuales únicamente, salvó la vida pero no la vista Egeria”.
1 comentarios:
Como haces? Vivo cada escrito tuyo, puedo ver cada imagen que relatas. Bunica
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