—No te imaginas a quien me he encontrado en el culo
del mundo. Decía Ambrosi a su padre, después del regreso de unas vacaciones
veraniegas.
—No tengo ni idea. Si no me informas, me quedo igual.
Respondía Donald a su hijo, que comenzó a explicar con el inaudito encuentro
que tuvo en Brisbane, una ciudad preciosa de Australia.
—Estaba tomando un jerez, en el hogar del español de la
bella Brizzie, cuando llegó la camarera del local a servirme. Muy amable y
atenta. Muy guapa, del todo preciosa. Enseñándome los pechos sin más. Una hermosura.
A la que ni siquiera miré a la cara, con lo que me ponía frente a los ojos. Y me
dijo de buenas a primeras,
—Hola primo… ¡Qué tal estás!, … ¡Como te va la vida!
¡Y tú… por aquí! Y por casa como andáis. Tantas preguntas una tras de otra.
Estaba impresionado y sin entender nada. Yo sobresaltado después de las miradas
que le lancé y viendo que era Sabrina, me emocioné.
—¡Joder, pero si eres Sabrina!... que haces por aquí mi
niña. … ¡Qué es de tu vida!
Seguí preguntando desencajado. Estaba más gordita,
pero la vi mejor. Más guapa. Seguí queriendo saber de ella, y le pedí perdón
por las miradas que le lancé segundos antes. Ella le dio poca importancia.
Aunque noté su agrado por admirar sus pechos. Le quitó enjundia. Me dijo que eran
gajes de su trabajo, que los hombres al ver tetas firmes, se incitaban en el
consumo. Dispensándome de mi normal acción.
La verdad, que me contó cosas que ni me imaginaba de
su vida. En fin. La encontré muy suelta y despejada. No se parecía en nada a la
nena prudente que tratábamos.
—Mira me dio tanta alegría, que interrumpí la
tranquilidad en aquel recinto poblado de españoles y esperé a que saliera del
trabajo, para ir a cenar los dos juntos.
El abuelo Donald, inspiró y repitió el nombre de la
que imaginaba.
—Sabrina, …dices. ¿La qué era, nuestra Sabrina? Te refieres
a mi sobrinilla. …la niña de Apolonio y de Esmeralda. Es de ella, de quien me
hablas.
—¡Claro, a ella me refiero! Dijo Ambrosi a su padre,
con cierta alegría y preguntó curioso. —Tu debes saber lo que pasó, ¡¿Verdad
papá?! Anda cuéntame que fue lo que ocurrió.
Donald sin querer dejarse nada en el tintero, inició
un recuerdo, de lo que llegó a enterarse en aquella época. El que comenzó a
describir reclinándose en su butaca y cerrando los ojos mientras volvía a
revivir aquellas vivencias.
—Fue un tiempo raro. Apolonio siempre fue un
tarambana. Como su padre. Pero las cosas son como vienen. Siguió argumentando
Donald… Verás. Te cuento hasta donde yo sé.
—Venían de unos abuelos raros. Su madre, la única que
se casó. Tampoco fue del todo feliz. Eran unas hijas muy especiales, y la única
que contrajo matrimonio fue Ángela Luna. La que después sería la abuela de
Sabrina. Se enlazó con Bartolo. Sin el permiso del gremio familiar. Quiero
decir que no les hizo demasiada gracia ni a los viejos ni a las hermanas. Reflexionó
Donald, y acabó diciendo…
—Igual era solo para salir de aquel nido, y olvidarse
de toda aquella presión a la que estaba sometida. La que soportó durante su
infancia y pubertad. No lo pasó bien la moza.
El padre de Ángela fue
siempre un hombre muy tímido y apocado, gobernado por la abuela, la Matriarca
de todos ellos. Otro cuerpo feliz, aquel
alegre caballero. Era de los que pintaba poco, muy callado e infeliz. Quizás
fue el único que le dio los parabienes a su niña.
Ángela de Luna, y
Bartolo, tuvieron tres hijos. Matilde, Eleuterio, y Apolonio.
Matilde pronto huyó de la
casa, con una congregación de monjas, como misionera ayudante de enfermería.
Eleuterio migró al Uruguay, viendo que seguir en aquella familia, tan solo le iba a comportar dolores de cabeza y dificultades. Dado el carácter de los padres y por la preferencia que demostraban por el hijo menor. Quizás el peor de todos.
Apolonio sin dudarlo era el
preferido de sus padres, se quedó en la zona creyendo que era un aporte para
sus viejos y al final tan solo sirvió para mortificarles la vida.
Presumía de su incultura intelectual, y se pavoneaba de su fuerza bruta. La que usaba para lucirse como mil hombres, cuando en realidad era un vicioso, bebedor y embustero impresentable.
Detalles que sus padres no veían y trataban de apoyarlo en todas sus ideas, simplemente para que les dejara tranquilos y les olvidara.
Conflictos precisos
llegados de aquellas doctrinas. Las que comportaron dificultades a la ingenua
de Ángela Luna y a Bartolo Milanés, padres del insensato y pueril Apolonio.
Estando en la pubertad ya
exigió a sus mayores, le dieran amparo en una preparación imposible por su
negatividad.
Quería ser concertista de
guitarra clásica. Ir por el mundo con su instrumento y deleitar a las gentes
que con seguridad se pasmarían con el arte del nene Apolonio.
Bartolo lo inscribió en
el instituto de música del barrio para iniciarse en el solfeo y en la práctica
con el instrumento.
A las primeras de cambio
lo abandonó todo. No entendía el pentagrama, ni conseguía aprender ni una sola nota
del compás. No ponía atención en las clases y le costaba un mundo aprender de
las pautas musicales.
Solía justificarse como
norma y tras el dispendio de la compra de la guitarra, y de las costas de los
cursos aducía una vez lo abandonó sin más, que los motivos por el cese en las
actividades, eran porque tenía los dedos demasiado grandes y desarrollados.
Cuando pulsaba las
cuerdas en el trebejo del instrumento, atacaba con error, dos cuerdas a la vez.
Intentando convencer a
todos que sus dedos eran demasiado poderosos, por lo que no continuó con
aquellos estudios por impedimento físico.
Creyó el muy tonto, si se
hacía boxeador, al tener aquellas manos vigorosas y los dedos como barrotes de
acero. Zurraría a quien se pusiera delante. ¡Pensado y hecho!
Convenció a su padre de
nuevo para que le permitiera entrar en un gimnasio con la idea de hacerse pugilista.
Volvió a acceder el bueno de Bartolo y allí lo llevó.
En cuanto comenzó los entrenamientos, le dieron dos toques en la frente y le reventaron las narices. Comprendiendo que aquello era demasiado duro y esclavo para seguir tomando nociones y castigo. Como era de esperar también cesó en las actividades.
La última idea de
Apolonio, surgió después de escuchar a un colega, que dominaba idiomas y se
había colocado en el Hotel Paradiso, de la ciudad. De cabeza, comprendió que
aquello sí que era lo que realmente le convencía y de nuevo engañó a sus
padres. Proponiéndoles como deseo. Ser traductor de novelas extranjeras, y
además trabajar como intérprete en aquel hotel que mencionaba aquel conocido.
Inició las clases de
francés, inglés, alemán, y chino. ¡Nada más! No podían ser menos dialectos a la
vez, creyendo que su capacidad intelectual le daba para eso y para más.
En cuanto tropezó con las
declinaciones del idioma alemán, las abreviaturas y signos ingleses, los
esbozos alfabéticos del chino, y el silabario ruso, sin olvidar el vocabulario
parisino, se vino abajo tras haber consumido dos años y perder plaza en la fontanería
del señor González, que le hubiera dado trabajo como aprendiz.
Viendo que no podía
enfrentarse a nada que intercediera con la cultura, la dedicación y el empeño
se alistó como voluntario en la leva de los futuros policías nacionales, para
acceder al curso de preparación y poder ser al cabo de una serie de cursos,
esfuerzos y entreno, uno de los agentes del orden del país.
Entretanto conoció a una muchacha
muy especial, muy astuta y muy servil. De la misma nacionalidad. En él, no
podía ser de otra manera. Hizo un inciso Donald, y explicó.
—Era una máxima que
exigía el bobo de Apolonio. Fueran mujeres que por lo menos, hablaran el mismo
idioma para desarrollar con éxito sus relaciones de pareja.
Y aunque la doncella era de una región distinta a la del bobalicón. Se complicaron. No se sabe muy bien, quien enredó a quien.
Esmeralda venía sin
descubrirlo, de una ruptura sentimental y necesitaba hombre. Algo escondería la
buena muchacha que procuraba no airear.
Tropezaron en una de las
salas de baile más rupestres de la ciudad y pronto se quemaron con roces. Meneos
y succiones. Lenguaje fácil de entender y de practicar.
Se vieron en el siguiente
mes día a día. Se festejaban y ninguno podía vivir sin el respaldo del otro.
Hasta que Esmeralda, le
comunicó, que estaba en estado de buena esperanza. Dejando a Apolonio más
planchado que el cuello de una camisa nueva.
Exigiéndole tomara una decisión,
por ser una mocita honrada, limpia y trabajadora. Menor de edad, al no haber
cumplido los veintiún años. Debiendo quedar su nombre inmaculado. Que hasta ese
instante fue virgen, y no la había poseído nadie.
Advirtiendo al necio de Apolonio,
que fue el que le bajó la falda, mitigó su vergüenza y la embaucó sin su
consentimiento.
Apolonio no es que
tuviera miedo. Era tan irresponsable que no podía notar semejante sensación.
Dudaba tan solo de si él,
había sido el que la inseminó, o quizás hubo otro a la par. Que actuaba en el
mismo frente y con la misma furia.
Se hicieron las pruebas
del llamado en aquel tiempo… Predictor. Ensayos farmacéuticos que reflejaban resultas
del futuro nacimiento. ¡Que mala leche! Salieron negativas.
¡Que fallo! El truco de Esmeralda
en la prisa por cazar al engreído y bobo de Apolonio, fue fallido.
Las alarmas se dispararon
y nadie puso freno. Aunque ella no podía dejar escapar a semejante forzudito,
de músculos de acero, y volvió a intentarlo una y otra vez.
Haciéndole creer al
atontado de la talla grande, que se ponía paracaídas para evitar aterrizajes
insospechados. Hasta que estuvo segura que llevaba una criatura en sus entrañas.
Después de repetir la prueba diez veces y asegurar el tiro, que era positivo y
no había vuelta atrás.
Feliz Esmeralda, había
puesto su pica en Flandes y el poco deportista, exboxeador, exmúsico y falso
traductor, debía ponerle la guinda a la situación.
Sin salida, sin ocupación
fija, sin ganas de enredarse con la nena preñada, la llevó a su casa a
presentarla a Ángela Luna y a Bartolo Milanés.
Una vez la madre de Apolonio
charló con Esmeralda se percató que la niña, era una pieza de ajedrez. La
reinona, se había dejado hacer un jaque mate inminente. Ya no había otra que,
seguir adelante. Aunque trató de aconsejar y hacerle observaciones a su hijo,
para que se la quitara de encima, si podía. Que esa era otra odisea.
Tras y como Apolonio la
llevó a conocer a su familia y que le dieran los parabienes, Esmeralda, preparó
la presentación con los suyos.
El día que apareció el
acompañante de la niña “Esme”, en su casa lo esperaba hasta el gato azul de Roberto
Carlos. Maullando de júbilo cuando entró por la puerta. Todos expectantes. El
padre, y la madre. Jacinto y Gabriela. La tía Úrsula, los ocho hermanos de la
moza y un amigo de la abuela que la consolaba cuando le daban los ataques de
apoplejía.
Aquel pimpollo y recio
cargó con Esmeraldita y tuvieron una ceremonia de las desastrosas. Aunque a
ella le importaba dos carajos.
Conseguido el premio, lo
que viniera después podía ser como en el sorteo de una tómbola. Una muñeca o
una pelota.
En el culto marital, no
asistieron más que la mitad de los familiares del potente, y por parte de la
novia, un festejo de los de tronío.
Llenaban el auditorio Green
Feed. Mal llamado por sus iniciales. Era la barrita de las Gambas Fritas. Un merendero
justo al borde de la playa.
Asistieron más de cien amigos,
familiares y conocidos. Llevándolo todo con el tino necesario, y evitando en lo
que pudieran se reflejara el grosor de la barriguita de la princesa y virginal
Esmeralda.
Justo después de aquella
unión Apolonio, tuvo que dejar temporalmente a la esposa esperándolo en casa.
Lo habían requerido tras la solicitud hecha, para integrar las filas de los
aspirantes al cuerpo de la policía nacional. Teniendo que ausentarse de la vera
de Esmeralda por espacio de cuatro meses.
Tiempo en que la
embarazada se quedaría al amparo de sus padres, hermanos y vecinos que ya
habían dado muestras de cariño hacia ella.
Inició y acabó el curso
de policía, donde tuvo sin remedio y por fuerza, que dar el do de pecho, porque
debía alimentar tres bocas.
La esposa llevó a cabo
aquella espera con suficiente rigor, viviendo aquel tiempo en su antigua
habitación de soltera, hasta que regresó Apolonio.
Ya con el empleo de
guardia nacional. Vivieron siempre cerca de la familia.
Ese matrimonio produjo
sus frutos. El primer hijo, fue engendrado de penal, antes de las nupcias. Le llamaron
Críspulo, que se criaba de maravilla dentro de los descuidos de aquellos padres
que tan mal se toleraban.
Con aquelarres y
disputas, discusiones que fijaban miedo. Hasta el punto de enfado por un mes
sin decirse ni por ahí te pudras, y
cuando hacían las paces. Alegría grata, ¡Aleluya! ¡menudo regalo recibía el
policía!
Esmeralda conseguía
premio. Nuevo embarazo al canto, que Apolonio digería con todas las aventuras
extramatrimoniales que conseguía
con su mínimo esfuerzo.
Después de aquellas
disputas tan agrias venía el amor, y en la componenda, Esmeralda con un par de
tetas lucía nueva barriga. Parecía decir sin palabras al marido. <no quieres una taza, pues habrás de tomate dos>
Apolonio fue mal hijo,
mal padre, esposo, y peor agente del orden. De poco en menos, se fue hundiendo
en sus propias miserias. Varios contenciosos delicados tuvieron que sobrellevar
sus responsables, para disimular situaciones penosas, dentro de su dedicación.
Temas muy peliagudos le pusieron pronto la finalización de su contrato de trabajo,
alegando depresión profunda y datos no confesados.
Detalles que le llevaron
al consumo de alcohol, y otras referencias que fueron minando su salud.
Por ese tiempo ya había
parido la buena de Esmeralda al nuevo hijo, Crisanto, que se criaba como el
hermano mayor. Gracias a Lucía y Alberto los abuelos maternos.
Tras la última crisis
abierta, ya la definitiva. Esmeralda volvía a premiarlo con otra barriga. Mas
descendencia. Siendo esta vez una niña preciosa que la bautizaron con el nombre
de Sabrina.
Niña que creció dentro de
un mundo poco maravilloso para ella, donde se encontró con las deficiencias de
la historia de aquella pareja de inconscientes.
Aquellos tres niños se
hicieron mayores. Sus padres a pesar de todo, jamás se divorciaron. Siguieron
faltándose al respeto mientras vivieron. Que no fue demasiado.
La madre tras un exceso
de barbitúricos acabó sus días, sin llegar a conocer la felicidad. Apolonio,
intentó rehacer su marcha, sin llegar a poder. Los vicios y la vida nocturna lo
llevaron una madrugada a despeñarse por el declive de un desnivel profundo que
le segó su aliento para siempre.
De los varones de aquella
familia. —Acabó reflejando el abuelo Donald.
—Nadie podría decir qué;
o dónde paran. Seguro que son más felices ahora que están en otro estrato.
De Sabrina, ahora que lo
comentas Ambrosi, podemos saber algo de ella. Si es feliz, pues bienvenida al
mundo yupi. Aunque todos sabemos las consecuencias que la han llevado a ser una
mujer completa. Adaptada guapa y trabajadora. Desconfiada y muy parecida a su
madre.
La única diferencia que
podría destacar para no compararlas de igual forma, es que huye de los
embarazos. Se detuvo en el relato el padre de Ambrosi y vaticinó.
—Acabas de explicarme claramente
en Australia, Sabrina, es casi feliz dedicándose a vivir sin demasiadas
complicaciones. Tu me dirás hijo mío si eso es la vida que nosotros los padres
planeamos para vosotros. A lo que Ambrosi respondió.
—No quiere tener unas
relaciones más allá de los tres años. Con todos los hombres que coincidió en
pareja, le explicó la clase de vida que le tocó vivir en su infancia. Detesta a
su padre y a su madre. Jamás le dieron amor fraternal.
Según me acabas de contar
Ambrosi, y tras escuchar mi relato, que opinión te merece lo que te explicó tu
prima en ese encuentro casual—finalizó Donald, y quiso escuchar lo comentado
por su hijo.
—Papá, no lo sé, a veces
se cumple aquello del refrán: De tal palo tal
astilla. Puedo decirte, que no hay nadie que la aguante y la
abandonan por su frialdad. Sin saber cuáles son las causas.
Autor: Emilio Moreno
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