miércoles, 6 de agosto de 2025

La sirena de mi playa.

 

 —No te bañes ahora amigo Brian, le propuso una sugestiva apariencia hecha ninfa de mar, lo que se conoce como el ente acuático denominado “Sirena”.

La que se había posado junto a él sobre la arena de aquella larga playa de sílices albas. De modo virtual, permitiendo se le viera poco y escuchara con claridad.

Mientras aquel irritado inculpado, se despojaba del traje azul marino. La ropa que habitualmente vestía a diario, la que iba guardando sin doblar dentro de una bolsa de desecho muy gastada, sin detalles, sin descripciones, sin nombres ni direcciones que tenía previsto depositar junto a su teléfono móvil, dentro del contenedor de basuras de aquel litoral.

Desde donde pudieran recogerlas al cabo de unos días, los servicios de limpieza y a la vez pasar sin el control debido aquella desaparición que preveía se produjera al suicidarse.

Pretendiendo quedara como una noticia simple. La de un ahogamiento habitual.

Instante en el que aquel ser imaginario y marino prosiguió dándole razones detalladas para conseguir que desistiera de su propósito.

Dirigiéndole la palabra súbitamente. 

—También vas a esconder tu muerte, como si fuera un ¿accidente? No te confundas, te han utilizado y lo has permitido. No les sigas el juego. La sirena, esperó la respuesta aireada de Brian, que no tardó en reaccionar.

Quien eres. ¿Por qué me has perseguido sin esconderte…?  En cuanto he llegado a la costa noté que me acosabas.

—Llámame, Celeste de la Orilla, Orla Marina, Sirena Femenina. Como quieras. Aunque te será más fácil citarme como Celeste. Así me daré por aludida y te atenderé con todo mi afecto, y no entorpecerá tu descabellado veredicto.

Aquella irradiación oceánica, después de contestar al asustado y febril Brian, siguió dando información precisa de lo que le podía ocurrir, si se adentraba en el mar.

Que por lo menos supiera, antes de perder la vida, que lo hacía por no tener la suficiente valentía para afrontar lo sucedido.

Yéndose de este mundo sin conocer todos los entresijos de la trampa que le habían preparado los llamados colegas profesionales y amigos del alma, para que acarreara con todos los sinsabores de una corrupción desmedida. 

—Creo que no es el momento, de quitarte la vida. —pronosticó Celeste, de forma contundente y prosiguió sin censura.

—Has premeditado en que posición te deja tu ¿mal considerada decisión? Acabó la locución y aquel matiz iluminado, quedó mudo con su pronóstico y dejó que Brian se la mirara para que le tomara confianza y permitir seguir con los consejos.

—Todos saben; porque lo has demostrado, que eres un tipo cobarde y miedoso, pero también reconocerán llegado el momento—se detuvo reafirmando y haciendo un inciso. —¡Que llegará en cuanto estéis frente al juez…! que eres completamente ajeno, al delito que han cometido tus colegas. No eres tú el que debes pagar con la cárcel. Aquella luz deslumbrante siguió aduciendo.

—Han falseado y modificado asientos contables, hinchando gastos falsos e irreales en la teneduría y contabilidad. Pagando regalías y mordidas a intermediarios. En los que te reflejan a ti como único responsable. Siguió con la retahíla de informaciones y añadió.

—Vas a ser tú; el más culpable de todos y el protagonista invitado, de un falso delito que quieren achacarte. Culpas que van cargando sobre tus espaldas y dejarte con el culo al aire. Sin más, con la falsa conducta de todos ellos, intacta y por eso te quitas la vida. Tirándote al mar….

Dejándoles vía libre en su delito. Consiguiendo que ellos queden como ejemplo frente al Consejo de Administración, con la Sociedad y con la Justicia.

Aquella presencia de la orilla, se frenó en su exposición y formuló otra duda. 

—Has recapacitado suficiente. Ya no musitó ni siquiera con un gesto. 

Sonidos que hicieron temblar a Brian, ya completamente desnudo y decidido a llegar a la orilla de la playa.

El recorrido que tenía hasta mojarse con las olas era mínimo, sin embargo, deambulaba con calma, y sin la decisión tan clara, después del aviso que Celeste de la Orilla, le había proporcionado.

—No sigas. Desiste de pretender siempre ser un desgraciado. Esa decisión qué has tomado no es para nada la más justa. Ni para ti, ni para todos los tipos honrados de la empresa.

A la que con ese fin que pretendes llevar a cabo. Los dejas en banca rota. Haciendo poderosos a los defraudadores que han cometido semejante desfalco. ¡Piénsalo!

¡Ten valor por una vez!

Reacciona como un ganador y no te dejes llevar por tus miedos. 

—Esperaré un poco. Le dijo el aturdido Brian, a la aparición Celeste de la Orilla, que le atosigaba para impedir tomara una medida tan injusta.

—Antes de ahogarme en esta playa, —comentó el asustado suicida— pensaré en lo que me has dicho, sobre mi cobardía y mi falta de personalidad, y en lo poco que me valoro, por el miedo que siempre llevo.

Creerás que te engaño, y quizás ni me entenderás. Y aunque no sé ni quién eres, igual me has salvado la vida.

Le anunció Brian agradecido a Celeste y sin cortarse un pelo siguió. 

—Me he quedado pensativo sin haberlo valorado. De verdad, no sé ni cómo lo había dado por normal, siendo causas revisables. Detalles que no había tenido en cuenta y los he de evaluar.

Acabó el mensaje que decretaba como respuesta a la Alucinación Celeste.

—Eso es lo que procede, le encomendó la aparición de la Orilla en pro de ayudarlo, invitándole a que resumiera su historia.

—Comienza desde el principio. Analiza el punto de partida de todo. El motivo, las causas, las ventajas y prohibiciones. El indicio de cuanto sucedió y su instante. La primicia del engaño. Sin olvidar que tu propia mujer, aunque la defiendas. Está cometiendo adulterio, con tu anuencia.

Te está vendiendo por su interés y porque jamás te quiso. Tan solo buscaba la posición, el dinero y el prestigio. Pretendía conseguir dejarte sin nada. En bancarrota, y meterte en presidio, acusado de todo cuanto pueda, para encubrir su traición.

Ahora que sabe a ciencia cierta, que vas a tirar tu vida por la borda, se frota las manos, y de qué manera…. Se restriega. ¡Estás ciego!

Brian se frenó en su acercamiento al agua, y se sentó en la arena, desnudo, desvalido y en condiciones de sopesar su trayectoria. 

Conocí a Brenda, en aquella Convención de la industria ferroviaria. Era delegada del Partido Costumbrista Tradicional, institución encargada del bienestar de los poderosos. Una abogada sin escrúpulos ni decencia, me dijeron sus colegas. Detalles que no creí, achacándolo a envidias contraídas por su valía.

Dándolo por falso, sin detenerme a comprobarlo. También me anunciaron que se lo jugaba todo a cambio de prestigio y fama. Sin dejar de lado el dinero, pero que de entrada no le importaba ya que lo uno lleva a lo otro.

Pronto me encandiló y me hizo creer que se había enamorado de mí. Cosa que me creí sin más, porque toda mi vida he sido un engreído y un desgraciado. Que me criaron sin principios, y gracias.

Mis predecesores bastante tenían con ir acrecentando la fortuna familiar, que eso del cariño a los hijos, la educación y el decoro, siempre estuvo en manos de terceras personas.

Yo; Brian Arriow, gozaba de todo lo que ansía un maduro experimentado, menos de mundología, y me dejé engatusar por el cuerpo desnudo de la abogada, que bien supo preparar una situación enojosa de celos y adulterio, con la que entonces era mi pareja para alejarla de mí y que me olvidara.

En aquel tiempo yo representaba a la dirección general de la empresa, y al permitir que Brenda fuera otra numeraria más del Consejo de Administración, se hizo con los detalles financieros hasta el fondo de las consecuencias. Sin que yo participara en ellos por la confianza que le dispensaba.

Con el contacto de alguno de los ejecutivos de la empresa urdieron un ambicioso plan de corrupción. Donde el dinero que les llegaba no pasaba por contabilidad alguna, yendo directamente a una cuenta en Borneo, a nombre de un patronato inexistente, que regía Brenda de Pardina.

De la misma traza las mordidas a los empresarios a cambio de favores políticos y de momios cuantiosos de dinero se ingresaban en la cuenta de Borneo.

Con la confianza que otorga ella a los tontos faltos de conducta y cordura sexual, y ayudada por su encanto erótico. Cuando se bajaba sin problemas la tira de sujeción de los sostenes y provocar al más pintado, diciéndoles cualquier cochinada, para que la tocaran una vez tenían sus tetas en la cara. Ya tenía coartada.

Se iba enredando con cada uno de los funcionarios hasta tenerlos pillados y hacer con ellos lo que le viniera en gana, para después llegar la noche y venir a buscarme con la falsedad de ser su amor, y que la hiciera suya.

Incluso llegó al punto de manipular a mis espaldas citas sensuales que no existieron entre nosotros, con actrices porno y tipos que se parecían a mí, caracterizándolos para que colara y poder hacer la película de su conveniencia.

La que usaba en su favor para romper matrimonios. Hasta que encabronó a mi pareja y me abandonó. Sin querer saber los motivos que causaban aquel abandono, dejé se escapara aquella mujer que en verdad me comprendía y que ahora puedo imaginarme los motivos por los que me repudió.

Así de criminal fue, siendo la promotora oficial del suicidio que tuvo míster Dominique de Charles, el gerente de asuntos documentales. Persona contratada por la firma hacía más de veinte años, para velar por la decencia de los componentes de la misma.

El que amenazó a Brenda una vez descubrió sus andanzas. Al sacar a relucir los chanchullos que mantenía con todo el que se le ponía por delante.

De Charles preparó cansado de tanta maldad una rueda de prensa para airear pruebas de los escándalos de la citada abogada. Pliegos, fotos y grabaciones que iba a presentar el ahora difunto, que fueron ocultados por Brenda, donde se le veía en bolas dejándose tocar, menear y follar, con el propio De Charles. Montaje falso siempre con testigos sobornados, que pudiesen acusarle de los hechos referidos.

Sin venir a cuento un buen día me entero de su accidente. Se quitó la vida despeñándose desde una de las torres de Manhattan. Un fin de semana que las visitaba acompañado de su esposa.

Con estas artimañas Brenda, tenía más callado que una reverenda muda, a cualesquiera de los hombres o mujeres que se tiraba y de una manera u otra le acariciaban sus nalgas.

Después a placer y con recochineo se lo montaba para hacerles el chantaje emocional. Coacción a la que estaba acostumbrada para someter a sus víctimas.

Finalizó su comentario y miró de nuevo al deslumbre que provocaba la presencia invisible de Celeste de la Orilla. Que le comentó tan solo lo preciso. 

—Vuelve. Vive, y jamás confíes en quien no merece. 

Quedó encaminado para volver a su despacho, con su propio análisis, certero y directo, sin necesidad que nadie pudiese inducir a engaño sobre los hechos acaecidos.

Las pruebas las tenía en su propio despacho. Las mismas que iba a utilizar Brenda, en su contra. Por el asesinato que estaba a punto de cometer en el mismísimo pupitre donde trabajaba a diario Brian. Ya que la abogada conocía que él, desesperado estaba en la playa quitándose la vida.  

Con ello, Brenda Pardina. Una vez diera muerte a Roger Arriow, padre del mismísimo Brian, y el hijo y dueño del negocio, suicidado el mismo día. Despejaba la ecuación con un solo movimiento.

Quedaba como presidenta de todos los accionistas de la empresa. Lo que pretendía y por lo que trabajó en los últimos dos años.

Brian volvió a recoger la ropa arrugada que había envuelto en aquella bolsa de deporte, vistiéndose y con la ayuda de su móvil puso al corriente a los gendarmes, mientras él se personaba en las dependencias del negocio.

Al cabo de dos semanas, se sentó Brian con sus pensamientos, y recordó aquella luz, que en un momento le permitió la llamara Celeste.

La autora, de acceder que tanto su padre como él, pudieran respirar hasta que la providencia los llamara, sin necesidad de prisas por dejar este valle.








Autor; Emilio Moreno.
fecha; 6-8-2025

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