martes, 5 de agosto de 2025

La sonrisa del aire.

 

Soñó con ella durante toda la noche. No podía quitársela de su memoria. Se había impregnado de ella, y la necesitaba para sosegar su necesidad varonil.

Cuando tuvo que decirle lo que sentía, asumió unos reparos absurdos, con sus dudas y se asustó. No lo hizo. Después vinieron los pesares y la rabia de no ser más directo.

La voz de su propia censura que no le permitía pensar cómo debía, le frenó el declararle o por lo menos darle señales de interés. Ahora era una batalla, una quimera o simplemente una irremediable alucinación y el desvelo que le producía en aquel instante.

Se encorajinaba de su falta de valentía. La que ha de tener un hombre.

Aunque esa bravura y ese arrojo, en ocasiones no dieran fruto. Ahora era una víctima de su propia soledad, por aquella vacilación habida. La que le impedía con seguridad, estar en la compañía de aquella mujer.

En la aureola de su propio limbo, distinguía y vivía dormido.

Acongojado con aquellas dudas propias del más ingenuo y espantadizo ser. Auspiciadas sin dudar, por la carga emocional que portaba. Su falta de genio, el dejarse convencer fácil por allegados, que jamás dan un amparo cuando más se necesita. El miedo de repetir con el desencanto de otra relación fallida, ya experimentada y que sufrió alguna vez.

La poca decisión, evitó que no le dijera.

—Me gustas. Siguió absorbiendo de su recuerdo. Pensando en lo que le diría de tenerla delante. Lo feliz que se encontraba a su lado. A pesar de no conocerla. Que se embelesó por ella, en cuanto la conoció. Que su figura le atraía, y que el hecho de mirarla, le aportaba una dicha inmediata.

Pensó frase a frase, aquello que debió declararle. 

Las horas de aquella noche iban atravesando sus antojos, entre sus fantasías, ensoñaciones y añoranzas. Todas ellas en secuencia una tras otra, hasta que sumido en aquella quimera, volvió a disfrutar del instante al recordar de nuevo, el pasaje de bienestar vivido, que notó al conocerla.

Es una mujer sencilla y llamativa. Quizás por el rasgo asiático de sus ojos, y el color cetrino de su larga cabellera.

Sus dimensiones no eran demasiado prominentes, pero en ella había algo intangible, que le hacía ser un punto certero de atracción. Aunque procuraba con reserva no levantar señales con su presencia e intentar pasar desapercibida.

Venía a participar de la reunión junto a la presidenta de aquel patronato, la que en cuanto podía la exhibía, presumiendo de sus logros humanitarios con todos y cada uno de los vocales de la mesa de juntas. Sin olvidarse de hacer lo propio con los amigos, compañeros y conocidos con que se cruzaba. Y entre ellos estuvo Gregory.

Que lo rememoró en su dormitar, volviendo a propósito en perpetuar paso a paso, aquellos instantes desde el quicio de su cama, completamente invadido por la desdicha.

Viendo aquellas imágenes como si se estuvieran dando entonces….

 

Aquella joven iba acompañando a la lideresa del grupo, la señora Santurce. Mostrando a bote pronto hasta donde llegaba su grado de reserva, y de prudencia.

Mas que eso inducía a creer que estaba acomplejada y se mostraba deslucida. Proponiéndose sin dudar pasar aquel trance, sin llamar la atención de nadie.

Sus ojos redondos y cerúleos relucían por lo magnos y relucientes. Vislumbrando bajo la luz de aquellos focos macilentos, su tez ambarina, permitiendo disimular en cierto modo la edad que ostentaba.

Algo escrupulosa en presencia de cuantos desconocidos la rodeaban, trataba de disimular y conseguía aquella agitación que podía llegar a tener por lo que le interesaba y que resguardaba sin airearlo.

Mostraba con sus ademanes, ser una fémina apasionada en las distancias cortas, una vez había adquirido la confianza que necesitaba.

Una amante de espléndida envergadura y deseo incontrito. Pudiendo hacer feliz a quien se propusiera. No era un pibón de hembra, pero sí tenía una enjundia apreciable, cuando se movía, cuando danzaba impoluta levitando sobre un espacio inimaginable, simulando bailar sobre las baldosas de aquel salón.

Se dejaba mirar y necesitaba calor, apego y cariño. 

Gregory seguía soñando sobre las sábanas de su camastro…

Gustándose él mismo, de lo que su psiquis le enviaba. Sin pretender despertar por la bonhomía de aquella imaginación, que estaba saboreando aquella madrugada.

Volvió a especular, notando que aquella noche se gustaba ella misma por la impresión que había calado en el ambiente con su estatus. Nada fingido y falso. Era nívea como el algodón.

Presumía de unos atisbos escondidos, los cuales pudieran suponerse, por las medidas que arrojaba de entre aquel ceñido vestido azul y rosa. De donde emergían dos senos no demasiado inmensos ni excesivos, pero sí; situados en un cuerpo estilizado para poder ser admirados.

Tampoco era alta en exceso, ni vulgarmente arrogante, que resurgiera como una “Rara Avis”, de entre sus acólitas compañeras femeninas. Sin embargo, la cercaba una corona imaginaria de sensualidad que no pasaba desapercibida. Influencia que los varones presentes denotaban.

Venía huyendo de la miseria, por mantener a la hija de corta edad que había parido años antes. Fruto de una relación no deseada, con el dueño de su cuerpo hasta entonces.

El padrino de su tribu. El llamado Yakitory, el que había llegado a la américa central, en su momento, como señor y dueño de todo lo palpable, procedente de Nagasaki.

Por ello, migró con la niña y con su miedo terrorífico. Aquella noche cerrada del mes de febrero, bajo una tiniebla opaca, desde su Nicoya natal.

Evitando así ser detectada por el llamado patrón de aquella familia, ni tener que enfrentarse a cualesquiera de los impedimentos casuales que pudieran surgir.

Gregory la había conocido en aquel mismo Foro de Extranjería, celebrado aquella tarde, por aquella Fundación que protegía a recién llegados de otros países. Donde pretendía refugiarse con su hija Noniko.

Recaló en la tierra del “porvenir” sin papeles y con las manos vacías, sin apoyos, sin cariño y sin futuro. Intentando permanecer en el país y hacerse de un trabajo y una educación que darle a su hijita de ocho años.

Aquella institución amparaba y procuraba resolver los problemas que se suscitan entre los inmigrados al llegar donde ellos pretenden establecerse.

Por ello doña Milagros Santurce la directora de aquella asociación, se hizo acompañar de Kozue, primero para darse pisto, y para demostrar que, desde la directiva, se instaba al amparo de personas desorientadas recién aterrizadas.

Sin olvidar que la buena de Doña Milagros necesitaba votos para salir reelegida en las elecciones que se celebrarían de inmediato. Encontrándole si podía, una solución rápida y efectiva a las que desde hacía unas semanas constaba y eran sus protegidas.

La diferencia de edad entre Kozue Niyoyne y Gregory Lasarte era notable.

Sin embargo, desde el primer momento en que se miraron tuvieron un latigazo electrizante de seducción que fue imposible detenerlo mientras duró aquella reunión de expatriados.

Gregory sin poder evitarlo desde un buen principio le entró aquella figura de mujer, por los sentidos y el interés que mostró por ella, fue notorio. Hasta el punto que Kozue, llegó a inquietarse por las miradas furtivas de Gregory. Que callado y sin hacer ruido se la comía con los ojos.

La presidenta de la asociación. Milagros, los había presentado en aquella ocasión y se saludaron efusivamente, quedando en verse si se daban las circunstancias de encontrarle una ocupación que la pusiera de inmediato en marcha. 

Despertó de aquel bendito sueño, y una vez comenzó su día natural seguía intentando montar aquel puzle para poder ver a Kozue.

Sin falta aquella misma semana y poder exponerle sus intenciones.

No tuvo tiempo de montar una mínima estrategia. Estaba inmerso en sus ocupaciones y le sonó el teléfono con una numeración desconocida y que no tenía reflejada en sus contactos.

—Hable, quien es. Preguntó Gregory al descolgar la llamada.

—Es usted, el señor Lasarte, don Gregory.

—Quien me habla, que no conozco. Alterado habló queriendo cortar de inmediato aquella comunicación.

—Soy Kozue Niyoyne, igual no me recuerda.

Nos conocimos la otra tarde. En el Foro del Inmigrante. Nos presentó doña Milagros. ¿recuerdas ahora? Lo tuteó al seguir fraseando, para tantear en que se metía.

—¡Holaaa…! Claro que te recuerdo. Como no te iba a recordar. Faltaría más.

¡Ahora no sabía quién eras, al no tenerte agendada en mi teléfono! Le aclaró Gregory sin menoscabo, y sin detenerse siguió argumentando.

—Te iba a llamar. Precisamente hoy para quedar en vernos. He de decirte algo importante, que no te dije cuando nos conocimos. Si te va bien. Adujo Gregory.

Aquella mujer se detuvo en responder dos largos segundos, y antes de hablar pensó en lo que iba a decirle. Ya con el tuteo de persona a persona.

—Vaya hemos coincidido. —Replicó Kozue, y siguió hablando con un tono agradable y romántico.

—Fíjate Gregory, —le anunció Kozue con desenvoltura y muy directa.

—En mí es raro, pero anoche soñé contigo, un sueño anormal.

Cómo si nos conociéramos de toda la vida, y según mis creencias, estas situaciones tan solo se dan si la otra parte, también está presente en los mismos sueños. Con unos deseos irrefrenables, por lo que quería comentarte y preguntar, si tú, anoche me tuviste en tus pensamientos más íntimos.

Gregory quedó perplejo y de una manera impensable, ella le estaba facilitando las cosas.

—De eso quería hablarte, porque es verdad. Anoche soñé contigo y no quisiera decírtelo por teléfono, pero… quiero que…

Fue interrumpido por Kozue, que le dijo sin añagazas.

—Gregory. No digas nada más, todo lo que he de saber, me lo contaste ayer noche, con tu poder mental. Llegándome tu deseo claro. Iremos hablando.

¡Te espero! No tardes. Pásanos a recoger, aquí estamos Noniko y yo.

Creo que con lo que vivimos los dos en nuestros sueños. Poco hay que decir. No perdamos el tiempo.


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