Soñó con ella durante
toda la noche. No podía quitársela de su memoria. Se había impregnado de ella,
y la necesitaba para sosegar su necesidad varonil.
Cuando tuvo que decirle
lo que sentía, asumió unos reparos absurdos, con sus dudas y se asustó. No lo
hizo. Después vinieron los pesares y la rabia de no ser más directo.
La voz de su propia
censura que no le permitía pensar cómo debía, le frenó el declararle o por lo
menos darle señales de interés. Ahora era una batalla, una quimera o
simplemente una irremediable alucinación y el desvelo que le producía en aquel
instante.
Se encorajinaba de su
falta de valentía. La que ha de tener un hombre.
Aunque esa bravura y ese
arrojo, en ocasiones no dieran fruto. Ahora era una víctima de su propia
soledad, por aquella vacilación habida. La que le impedía con seguridad, estar
en la compañía de aquella mujer.
En la aureola de su propio limbo, distinguía y vivía dormido.
Acongojado con aquellas dudas propias del más ingenuo y espantadizo ser. Auspiciadas sin dudar, por la carga emocional que portaba. Su falta de genio, el dejarse convencer fácil por allegados, que jamás dan un amparo cuando más se necesita. El miedo de repetir con el desencanto de otra relación fallida, ya experimentada y que sufrió alguna vez.
La poca decisión, evitó
que no le dijera.
—Me gustas. Siguió absorbiendo
de su recuerdo. Pensando en lo que le diría de tenerla delante. Lo feliz que
se encontraba a su lado. A pesar de no conocerla. Que se embelesó por ella, en
cuanto la conoció. Que su figura le atraía, y que el hecho de mirarla, le
aportaba una dicha inmediata.
Pensó frase a frase, aquello que debió declararle.
Las horas de aquella noche
iban atravesando sus antojos, entre sus fantasías, ensoñaciones y añoranzas.
Todas ellas en secuencia una tras otra, hasta que sumido en aquella quimera, volvió
a disfrutar del instante al recordar de nuevo, el pasaje de bienestar vivido, que
notó al conocerla.
Es una mujer sencilla y llamativa.
Quizás por el rasgo asiático de sus ojos, y el color cetrino de su larga
cabellera.
Sus dimensiones no eran
demasiado prominentes, pero en ella había algo intangible, que le hacía ser un
punto certero de atracción. Aunque procuraba con reserva no levantar señales
con su presencia e intentar pasar desapercibida.
Venía a participar de la
reunión junto a la presidenta de aquel patronato, la que en cuanto podía la exhibía,
presumiendo de sus logros humanitarios con todos y cada uno de los vocales de
la mesa de juntas. Sin olvidarse de hacer lo propio con los amigos, compañeros
y conocidos con que se cruzaba. Y entre ellos estuvo Gregory.
Que lo rememoró en su
dormitar, volviendo a propósito en perpetuar paso a paso, aquellos instantes
desde el quicio de su cama, completamente invadido por la desdicha.
Viendo aquellas imágenes como si se estuvieran dando entonces….
Aquella joven iba
acompañando a la lideresa del grupo, la señora Santurce. Mostrando a bote
pronto hasta donde llegaba su grado de reserva, y de prudencia.
Mas que eso inducía a
creer que estaba acomplejada y se mostraba deslucida. Proponiéndose sin dudar pasar
aquel trance, sin llamar la atención de nadie.
Sus ojos redondos y cerúleos
relucían por lo magnos y relucientes. Vislumbrando bajo la luz de aquellos
focos macilentos, su tez ambarina, permitiendo disimular en cierto modo la edad
que ostentaba.
Algo escrupulosa en
presencia de cuantos desconocidos la rodeaban, trataba de disimular y conseguía
aquella agitación que podía llegar a tener por lo que le interesaba y que resguardaba
sin airearlo.
Mostraba con sus
ademanes, ser una fémina apasionada en las distancias cortas, una vez había
adquirido la confianza que necesitaba.
Una amante de espléndida
envergadura y deseo incontrito. Pudiendo hacer feliz a quien se propusiera. No
era un pibón de hembra, pero sí tenía una enjundia apreciable, cuando se movía,
cuando danzaba impoluta levitando sobre un espacio inimaginable, simulando bailar
sobre las baldosas de aquel salón.
Se dejaba mirar y necesitaba calor, apego y cariño.
Gregory seguía soñando
sobre las sábanas de su camastro…
Gustándose él mismo, de
lo que su psiquis le enviaba. Sin pretender despertar por la bonhomía de
aquella imaginación, que estaba saboreando aquella madrugada.
Volvió a especular,
notando que aquella noche se gustaba ella misma por la impresión que había
calado en el ambiente con su estatus. Nada fingido y falso. Era nívea como el
algodón.
Presumía de unos atisbos
escondidos, los cuales pudieran suponerse, por las medidas que arrojaba de
entre aquel ceñido vestido azul y rosa. De donde emergían dos senos no
demasiado inmensos ni excesivos, pero sí; situados en un cuerpo estilizado para
poder ser admirados.
Tampoco era alta en
exceso, ni vulgarmente arrogante, que resurgiera como una “Rara Avis”, de
entre sus acólitas compañeras femeninas. Sin embargo, la cercaba una corona imaginaria
de sensualidad que no pasaba desapercibida. Influencia que los varones
presentes denotaban.
Venía huyendo de la
miseria, por mantener a la hija de corta edad que había parido años antes.
Fruto de una relación no deseada, con el dueño de su cuerpo hasta entonces.
El padrino de su tribu.
El llamado Yakitory, el que había llegado a la américa central, en su
momento, como señor y dueño de todo lo palpable, procedente de Nagasaki.
Por ello, migró con la
niña y con su miedo terrorífico. Aquella noche cerrada del mes de febrero, bajo
una tiniebla opaca, desde su Nicoya natal.
Evitando así ser
detectada por el llamado patrón de aquella familia, ni tener que enfrentarse a
cualesquiera de los impedimentos casuales que pudieran surgir.
Gregory la había conocido
en aquel mismo Foro de Extranjería, celebrado aquella tarde, por aquella Fundación
que protegía a recién llegados de otros países. Donde pretendía refugiarse con
su hija Noniko.
Recaló en la tierra del
“porvenir” sin papeles y con las manos vacías, sin apoyos, sin cariño y sin
futuro. Intentando permanecer en el país y hacerse de un trabajo y una
educación que darle a su hijita de ocho años.
Aquella institución
amparaba y procuraba resolver los problemas que se suscitan entre los inmigrados
al llegar donde ellos pretenden establecerse.
Por ello doña Milagros
Santurce la directora de aquella asociación, se hizo acompañar de Kozue, primero
para darse pisto, y para demostrar que, desde la directiva, se instaba al amparo
de personas desorientadas recién aterrizadas.
Sin olvidar que la buena
de Doña Milagros necesitaba votos para salir reelegida en las elecciones que se
celebrarían de inmediato. Encontrándole si podía, una solución rápida y
efectiva a las que desde hacía unas semanas constaba y eran sus protegidas.
La diferencia de edad
entre Kozue Niyoyne y Gregory Lasarte era notable.
Sin embargo, desde el
primer momento en que se miraron tuvieron un latigazo electrizante de seducción
que fue imposible detenerlo mientras duró aquella reunión de expatriados.
Gregory sin poder
evitarlo desde un buen principio le entró aquella figura de mujer, por los
sentidos y el interés que mostró por ella, fue notorio. Hasta el punto que Kozue,
llegó a inquietarse por las miradas furtivas de Gregory. Que callado y sin
hacer ruido se la comía con los ojos.
La presidenta de la asociación. Milagros, los había presentado en aquella ocasión y se saludaron efusivamente, quedando en verse si se daban las circunstancias de encontrarle una ocupación que la pusiera de inmediato en marcha.
Despertó de aquel bendito
sueño, y una vez comenzó su día natural seguía intentando montar aquel puzle
para poder ver a Kozue.
Sin falta aquella misma
semana y poder exponerle sus intenciones.
No tuvo tiempo de montar
una mínima estrategia. Estaba inmerso en sus ocupaciones y le sonó el teléfono
con una numeración desconocida y que no tenía reflejada en sus contactos.
—Hable, quien es.
Preguntó Gregory al descolgar la llamada.
—Es usted, el señor
Lasarte, don Gregory.
—Quien me habla, que no
conozco. Alterado habló queriendo cortar de inmediato aquella comunicación.
—Soy Kozue Niyoyne, igual
no me recuerda.
Nos conocimos la otra
tarde. En el Foro del Inmigrante. Nos presentó doña Milagros. ¿recuerdas ahora?
Lo tuteó al seguir fraseando, para tantear en que se metía.
—¡Holaaa…! Claro que te
recuerdo. Como no te iba a recordar. Faltaría más.
¡Ahora no sabía quién
eras, al no tenerte agendada en mi teléfono! Le aclaró Gregory sin menoscabo, y
sin detenerse siguió argumentando.
—Te iba a llamar. Precisamente
hoy para quedar en vernos. He de decirte algo importante, que no te dije cuando
nos conocimos. Si te va bien. Adujo Gregory.
Aquella mujer se detuvo
en responder dos largos segundos, y antes de hablar pensó en lo que iba a
decirle. Ya con el tuteo de persona a persona.
—Vaya hemos coincidido. —Replicó
Kozue, y siguió hablando con un tono agradable y romántico.
—Fíjate Gregory, —le
anunció Kozue con desenvoltura y muy directa.
—En mí es raro, pero
anoche soñé contigo, un sueño anormal.
Cómo si nos conociéramos
de toda la vida, y según mis creencias, estas situaciones tan solo se dan si la
otra parte, también está presente en los mismos sueños. Con unos deseos
irrefrenables, por lo que quería comentarte y preguntar, si tú, anoche me
tuviste en tus pensamientos más íntimos.
Gregory quedó perplejo y de
una manera impensable, ella le estaba facilitando las cosas.
—De eso quería hablarte,
porque es verdad. Anoche soñé contigo y no quisiera decírtelo por teléfono,
pero… quiero que…
Fue interrumpido por
Kozue, que le dijo sin añagazas.
—Gregory. No digas nada
más, todo lo que he de saber, me lo contaste ayer noche, con tu poder mental.
Llegándome tu deseo claro. Iremos hablando.
¡Te espero! No tardes. Pásanos
a recoger, aquí estamos Noniko y yo.
Creo que con lo que
vivimos los dos en nuestros sueños. Poco hay que decir. No perdamos el tiempo.
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