En aquella cena, estábamos de más. Nuestra categoría era inferior a tanta insensatez, presunción, tanta mentira y boato.
Nos habían reunido, a
vecinos de la zona de forma aleatoria, al ser clientes del banco Plural y Metatarsiano.
Por mediación de un sorteo. Juntándonos con unas extraordinarias personas,
excesivamente engreídas y tan sumamente exquisitas por sus atributos que ellas
mismas se concedían la categoría y el prestigio. Por notarse a sí mismas, tan
sobresalientes en sus logros que de verdad; nos parecía estar en lugar no
adecuado.
La preocupación nos
rebozó más que nada, por aquello de ser más normal de lo que nos rodeaba.
Era una gente que se
vanagloriaba de todo.
A la hora de presumir de sus
hijos, como se suele hacer sin más en conversaciones frívolas, los padres
exageran, pero estos lo hacían de forma vulgar, y extraordinaria.
Todos sus descendientes. —acotaron
con un descaro indecente. — Disfrutan de unos empleos de mucho prestigio.
Se pavoneaban, sin
advertir, que los escuchábamos.
Regocijándose de sus
embustes, al deleitarse cuando repicaban en sus propios oídos.
Aquellos vecinos del
tercero izquierda. Con los que no tenemos el gusto de departir a menudo. Porque
son muy altaneros, y distantes. Presumían a voces, sin habernos visto que
ocupábamos la misma mesa, aunque algo esquinados.
Conjeturaban con gracejo,
y comparaban a sus dos hijos. Dudando de cuál de ellos, era más distinguido.
El mayor era según la
mamá, astro físico. La nena estaba postulada para acceder a la Base de Astronautas
en la Nasa.
Una superdotada. Tanto el
mayor como la niña, con cuatro carreras universitarias. Derecho, Medicina,
Física y por supuesto la Ingeniería de Caminos.
Conocedores, de por lo
menos seis idiomas. Una maravilla de criaturas.
Sin embargo, a veces la
desvergüenza es muy atrevida y claro que como somos del barrio y todos nos
conocemos, a según quienes no podían seducir, ni engañar. En su atrevimiento no
se percataron que les estábamos escuchando, algunas de las familias que como
ellos habíamos sido invitados a la cena navideña.
Aquellos padrazos
siguieron publicitando sin que nadie les diera crédito.
— Son unas preciosidades
cargadas de inteligencia natural, — decía la mamá.
— Sobresalen con luz
propia. Margara y Tomás, dominan media docena de idiomas, y atesoran carreras
de superdotados.
Presumiendo de forma
torticera, que sus hijos, son gente que se podían comparar a Einstein.
Habían exagerado muy
mucho. Más de media manga. Ante aquella comitiva de adinerados. Empresarios, y todos
ellos funcionarios del Estado Autonómico.
Si supieran que el Astro
físico, es empleado del supermercado de la esquina, ocupando el honorable
puesto de reponedor de jabones fisiológicos, y el almacenista del
tricloroetileno, para limpiezas astro agresivas, se quedarían de “pasta de
boniato”
La nena, como ellos la
denominan. La que opta y pretende en acceder a la Nasa, trabaja en la
tintorería de los Soberano, como una eficaz dependienta, y planchadora
asistente. De conocer la falsedad promulgada por la madre, quedarían
boquiabiertos.
Además de aquellos
luceros, estaban los emprendedores de grandes inventos. Otros colindantes del
barrio las Luces, que participaban en la cena imperial, dado que su papeleta
vio la luz como la de tantos otros parroquianos.
En el sorteo que se
celebraba anualmente, como homenaje a los clientes más ahorradores del banco.
Muchos esperaban con ilusión, aquel festín. Aguardado durante todo un
año, por la cena magnífica y alguna sorpresa de última hora. Con preciosos viajes
regalados, como premio incluido.
La mala pata fue que a muchos de los invitados, los situaron
en lugares no esperados, entre personas no conocidas, con las que les costaba
entablar conversación. Cerca de personajes faroleros, anónimos y sin apenas desgaste,
sin chicha y sin arrebato.
—Y encima van de artistas. — añadió Don Cosme, el jubilado.
— Me acomodan justo al lado de un matrimonio de esos,
que son de porcelana. Esos que no estornudan ni se les escapan pedos. O sea
unos estirados.
El marido de la muñeca de trapo. —, volvió a justificar Don Cosme.
— Había sido vigilante de la oficina del Banco, y ella,
la Ninet de tela, está rebozada de silicona. Supo enganchar al espía y por fin
después de muchos roces y arrumacos, se han amancebado.
—La dama. — dijo Cosme, no puede ni reír porque se le atasca
la carita y se le queda como una persiana rígida, con más curvas que la collada
de Armenia.
Ágata, o La gatita, como le llama su afectuoso. Se
cree una dama espectacular, la cual se imagina única, por sus pechos de
Porcelanosa, cerámicos y esmaltados, cual elástico muñequil.
Indesmallables y tersos como los de la Barby
aniversario, pero… de plástico.
Los de la mesa Presidencial,
se han sentado de
medio lado. Solo se apoyan en la silla con uno de los glúteos. No apuntalan
completamente el culo en la butaca. Pobrecillos. No están acostumbrados a
relacionarse con gente llana.
¡Qué pena!
—Debo ser una chirapa exclusiva.
Comentó Mariana a su acompañante. La dependienta de la
tocinería. La mujer más agradable de la barriada, que seguía anunciando.
—No me da apuro nada, o mejor dicho, casi nada. Mi sentido
del ridículo es errante y ahora no lo tengo.
Rápido entabló conversación la tocinera, con la
pareja de abogados del quinto izquierda, demostrando que la normalidad en las
personas, no se adquiere en la Universidad, ni viene adherida al ADN.
—Del tipo rancio del jurista paso. Comentó
Marina,
dirigiéndose al caballero, que le embutía las morcillas en su congelador.
—Aunque
si te fijas, es un descarado. Me mira las tetas como un vampiro.
Por eso le he dedicado mi
mejor sonrisa sexual, al soso
procurador.
El marido de la estirada leguleya. Con la precaución
que no la viera la sin substancia de su baby defensora y le recrimine su gusto.
Siguió en sus elucubraciones, participándolas, a su
acompañante, el amigo Pestaña. El chacinero que embutía las salchichas en la
tienda, y al que hacía pasar por su esposo.
— Debe ser muy difícil, —volvió a
referirle Marina a Pestaña.
— Para estas personalidades, poder
soportar la presencia de una tocinera, real, con gracia y salero. Con el trasero
natural bien puesto, sin apaños. Sin gastarse en retoques y estar así de buena.
¡Que martirio! Encima que gracias a nosotros viven, se
las dan de dioses. Y siguió comentando.
— Les supondrá una jodienda,
sintonizar con nosotros.
Los que explicamos chistes verdes y groseros, y nos reímos a mandíbula batiente.
Pestaña le significó con desinterés.
— Ellos escogen y seleccionan a sus amigos y colegas.
No nos incluyen, sabiendo que somos contactos esporádicos y pasajeros. No será
diferente por la casualidad, de encontrarnos en la cena del festejo Navideño. Marina
interrumpió a Pestaña, y le dijo.
— papito, tú crees que
serán felices estos cachondos sin cachondeo.
No tardó en proseguir Marina,
sin dejar que interviniera el bueno de Pestaña y después de henchirse el
pectoral de aire nuevo, repuso.
— Imagino deben ser personas, a las que el mero hecho
de cruzar palabras con los que denominan “pobres”. Les costará un mundo.
Nosotros, los que no pasamos por los estiramientos
de piel. Los liftings, o los que no llevamos los labios rellenos de bolitas de
plástico. Debemos ser lo que en la edad media, eran los siervos.
A mí siempre me había parecido, que todos somos
semejantes, que tenemos defectos inalienables, y que nos sentamos de la misma
manera para hacer nuestras necesidades fisiológicas. Todos hemos nacido por
idéntico pasillo. Sin embargo, … Su compañero, la detuvo en la charla.
—Para… doña Marina, que
te embalas. No es más que eso, déjalos. Hemos venido a cenar por el sorteo bancario.
¡deja lo demás! Reconozco
que los hay ineducados, intratables y cuando el destino te pone en ciertas
tesituras, hemos de saber estar. Ser educados y no sólo eso. ¡Ser humanos!
Pasaron momentos de emoción, cuando el director de
la entidad, reflejó alguno de los pasajes de la vida de las personas que
ahorran en su entidad financiera.
Con lo que no contaban, es con que se le subiera el cava
y el vinito a la cabeza, porque una vez en molienda, aquella mujer de la cara
de muñeca, la mamá de los Einstein, y algunos más, comenzaron a dejarse ir, viéndoseles
el moño.
Una vez, se les rompió el velo de su “categoría “, se
dejaron de ironías y bailaron con aquellos que son del estrato más bajo. Disfrutando
de los resortes de la Navidad, de los abrazos y de los bailes trabados como
cualquier persona.
Feliz Navidad. Inclusive para los vanidosos
Autor: Emilio Moreno
Navidad del 2024
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