miércoles, 20 de septiembre de 2023

Calle de la sangre.

 


 

El crimen se había cometido. La sangre regabinaba por la cuesta del callejón hasta la puerta del Casino. Dejando un charco color negruzco y rojo muy asqueroso, que presentaba una imagen no vista jamás en aquel pueblo.

La mujer muerta, se la conocía con el nombre de Rita. Vecina del casco antiguo, hija de labradores muy honrados. Una mujerona muy guapa y llena de salud, que se reía de todo, y de todos, por lo campechano de su talante.

Una niña muy descarada, sin vestigios de vergüenza, que se atrevía a vivir la vida, con alegría. Salvando la poca libertad, que se gozaba en aquella época. 

El vecindario y los amigos la consideraban como una joven muy franca, descarada y con pocas manías. Tan sólo hacía dos años que se había casado con Fulgencio, un forastero de aquella tierra. Región tan separada de la urbe y tan aguerrida a las costumbres ancestrales, que parecía ser suelo de otra patria, completamente dispar al resto del continente.

El esposo, era un muchacho rudo y sencillo. Se encargaba del transporte de bultos en un carromato hasta la ciudad, con entregas por todos los pueblos que se encontraban en esa ruta. Un hombre muy descorazonado, aficionado a las borracheras de agua ardiente, que repetía muy a menudo. Con malos tratos a su esposa, sin llegar a ser mínimamente persona. Motivo por lo que Rita, estaba desesperada y harta del desgraciado que ultrajaba su cuerpo y manchaba su cama.

La encontraron muerta de varias cuchilladas en los pechos, medio desnuda. Enseñando parte de sus nalgas y vagina ensangrentadas. Un crimen indeseable. Sus ojos abiertos, ya sin vida permanecían mirando a un cielo desesperante. Los brazos y hombros desgajados, las piernas, abiertas y rígidas como desechos carnales. Las uñas llenas de piel de su agresor, al defenderse en el momento del ataque.

El río de sangre llegaba a la calle plana, perdiéndose por la cloaca que, frente al Casino, tragaba parsimoniosa el plasma llegado de la calle de arriba. Embarrando la acera, formando una hilera de insectos ávidos por el néctar de la muerta. 

Descubriéndose el crimen, al levantar las ultimas luces de la alborada, por el sereno que, en su recorrido de fin de trayecto, apagaba las farolas, mientras finalizaba su trabajo, camino a su casa. 

Sin perder tiempo alguno, dio aviso al alguacil y al secretario del ayuntamiento, para que éste a su vez hiciera llegar la noticia a la Guardia civil y al juez.

Pronto fueron apareciendo las críticas a la difunta. Saliendo los trapos sucios de la finada en ristre. Las relaciones brutales que decían, mantenían con Fulgencio, hacían pensar en lo peor. Aunque el recadero, hacía algo más de cuatro días que repartía bultos y paquetes por esos caminos entre el pueblo y la ciudad más alejada. Sin saber nada del presente acaecido, ni del futuro agrio que le esperaba. Ni siquiera imaginar, que su mujer nunca más, le volvería a abuchear llamándole “borracho”, por levantar demasiadas veces, el codo con el vaso de licor de nueces. 

Ella, ya en otro mundo, no podría incordiarle más.

Todas las envidias del barrio, salieron a relucir de forma agresiva, por parte de las muchas vecinas que no podían soportar la alegría, la sensualidad y el tipo estilizado, de aquella zagala, tan diferente, que desenfrenaba a más de la mitad de los jóvenes y mozos del pueblo. 

Celos en las niñas y no tan niñas, porque les robaba el cuidado. Evadiendo sin más, la atención y las miradas furtivas de sus novios o sus maridos, prestándole más atención a la canalilla de los pechos de Rita, que al refajo de sus prometidas. 

En muchos casos y en muchas de las familias recelosas, celebraban aquella desgracia de la muerte de Rita, más de lo que representaban. Fingiendo como suelen hacer las gentes carentes de corazón. 

Por toda la comarca se hablaba del crimen de la calle de la sangre, y mucho más por el pueblo. 

La tachaban de descarada, de provocadora de pecados lujuriosos a sus hombres. De insinuadora de deseos sensuales, tan mal vistos de puertas para afuera. 

Aquellos que tenían trato o conocían a la muerta, exageraban con murmuraciones, por el episodio amoroso que tenía con el que era su amante. 

Personaje cercano a la población, con el que se encontraba algunas noches, de apasionado sofoco por el desenfreno en su voracidad sexual. Dejando abierto el grifo de la pasión y aprovechando que Fulgencio, entregaba sus paquetitos por esos pueblos de Dios, fuera de su casa, sin el menor conocimiento; que su catre estaba ocupado por el practicante, barbero, y matasanos de aquella villa. 

Un lío de faldas, con el hombre casado, que llegó al pueblo ocupando el cargo vacante del antiguo médico y que en una fiebre que tuvo Rita, quedó enloquecido por aquel cuerpo redondo, diferente al de su esposa. 

Quedando prendado el pobre matasanos, por los meneos atrayentes que aquella mujer le regaló y que le hicieron perder el norte al bisoño galeno por los placeres disfrutados encima del colchón.

Hacía unas horas que habían comenzado las labores de pesquisa. Los guardias estaban haciendo las averiguaciones por aquel caso tan cruel, y averiguar quién había sido el homicida de Rita, dejando aparte a su marido, que no se había enterado aún, de lo sucedido y no se imaginaba lo que le esperaba al llegar a su casa. Lo que le hacía inocente de la carnicería.

Pronto averiguaron los criminólogos venidos de la capital que, entre las uñas de la muerta, había restos de cutículas ensangrentadas, por arañazos previos al crimen, y unas manchas de carmín femenino, junto al estilete, que le atravesó el pecho. Un cacho de camisola azul desteñida, que daba muestra de una pelea sangrante entre mujeres.


La consulta del doctor, no estaba abierta a esas horas, al que fueron a despertar sin previo aviso por orden de las autoridades, para que pasara por el lugar del crimen y pudiera hacer el atestado del incidente.  

Descubriendo al clínico, compungido, desorientado y nervioso. Curando las muchas heridas en la espalda y la cara de su compañera, que lloraba desconsoladamente. 

Herida por los arañazos propinados por Rita, en defensa al ataque que estaba sufriendo, antes de ser asesinada.

Aquella mujer, la compañera del médico, fue claramente descubierta, y viendo la poca defensa que tenía, no tardó en confesar aquel delito, que cometió según sus manifestaciones por haber embrujado a su marido.

Desde entonces, se hizo famoso aquel callejón. La gente del lugar, lo bautizó con el sobre nombre de. La calle de la Sangre.



FIN


De este cuento, no hay nada, que sea, verdad, todo es inventado por el autor del relato, y si acaso, hubiere algo parecido, será por la pura coincidencia.

Autor: Emilio Moreno


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