viernes, 9 de diciembre de 2022

Panzarrica.

 




Don Paco regentaba junto a su mujer la señora Carmen, el colmado de coloniales en la calle Alta de San Pedro. Negocio de cercanías que tutelaban, dando asistencia a la vecindad inclusive en horas impensables y fiestas de guardar. Allí no había horario de cierre, y se despachaba todo lo vendible.

Desde el Cerebrino Mandri, los calmantes Vitaminados y el acetilsalicílico Okal. A las Aspirinas Bayer, y al después prohibido Optalidón. Retirado de las boticas, por ser un barbitúrico que contenía activos de pirazolona. Analgésico para el dolor, y cafeína.

El linimento Sloan para los dolores reumáticos, botellines de Agua oxigenada y, desinfectantes de quemar y el alcohol de 96º para las inyecciones.

Sin olvidar la otra clase de alcoholes o, aguas virtuosas; como son el de la bota de vino que estaba en el rincón del local, las ampolletas de Terry, 501, y Soberano, que ahora se les llaman Brandis y en aquel tiempo se les denominaba simplemente aguardientes.

Era un establecimiento, botica, lechería, droguería, estanco y todo lo que pudiera ser proveído. Tanto era así, que un vecino, que por entonces actuaba como barbero, Don Joaquín Patiño, lo bautizó como los “Almacenes Alemanes” del distrito.

 

La vida, en aquella urbe ocurría empalagosa. Sin desmedidos regocijos, ni tampoco ilusiones. Ya que casi todo estaba prohibido, era ilícito o se sobreentendía como clandestino. Poco más o menos todo era pecado, siendo un tiempo rancio y pútrido donde se esgrimía el remedio de aparentar.

Un buen día jugaban en la puerta del tenderete, un grupo de chavales esperando que, a Don Paco, se le ocurriera alguna de sus impensables bravatas. Donde siempre les caía alguna golosina, algún caramelo y gollería. Fue cuando al dueño de los coloniales, en un arranque de bondad, propuso al grupo de los mozalbetes una especie de concurso de resistencia entre ellos, y no era más que conocer quien sería capaz de engullir mas galletas de todos ellos. Por supuesto que el gasto de las obleas correría a cargo de la tienda y el premio no era más que llenar el estómago de bizcochos y barquillos.

No tardaron en aceptar aquellos jóvenes y se pusieron a las ordenes de aquel simpático tendero, para cuando menos endulzar la tripa, aquella tarde.

Cuatro fueron los que quisieron participar en aquella prueba de resistencia, David Andreu, José Antonio Marín, y Narciso y Esteban Dinarés. Las bases del ensayo eran sencillas, ir comiendo la media libra de galletas, colocadas en una bolsa de papel de estraza. Sin beber ni gota de agua o leche, ni líquido alguno. Al agotarse las dulces viandas, se les proveería de otro cucurucho con otros doscientos gramos más de los aludidos barquillos, hasta que ya no pudiesen ingerir por la saciedad digestiva. Quedando como vencedor el que más comiera, sin límite de dulces, ni tiempo usado.

Se prepararon cuatro envolturas de media libra, lo que son al cambio, doscientos gramos de esas galletas María. Tan sabrosas, cuando se degustan con apetencia. Comenzando el tanteo a la vez que, la vecindad del barrio se agolpaba junto al cuarteto de concursantes.

José Antonio, fue el primero que abandonó el refrigerio, mucho antes de agotar la primera bolsa. Narciso, abordó la segunda papelina y tampoco fue capaz de concluirla.

Exactamente como David, dejaron de competir a la vez. Ya no podían tragar ni una oblea dulce más, sin trago de líquido alguno.


El que seguía sin atajar, devorando por el momento, libra y media de galletas, (unos seiscientos gramos); era el famélico Esteban. En un gusto irrefutable y con un gozo delicioso al saborear aquellas circulares Marías, tan empalagosas cuando se degustan, sin poder beber ni gota de caldo. Don Paco estaba dispuesto a llegar hasta que el propio chaval pusiera punto y final al piscolabis. Todos animaban al ultimo de los participantes, con el agrado y el cariño que le tenían. 

Cuando se escuchó a lo lejos de forma estridente y potentísimo el clásico silbido de Pepet__ Shiiiii.

Padre de Narciso y Esteban, que así les llamaba todas las tardes, indicándoles hora de recogerse y volver a casa.

Sin detener el mascado, Esteban le dijo a Don Paco, encogiendo los hombros, por la inesperada y urgente de las obligaciones habidas.

__ Señor Paco, puedo llevarme la bolsa para casa, mi padre me está llamando y si no llegamos pronto, la cena se enfría y no está tan grata.

Don Paco, entusiasmado le dijo con mucho cariño y con una sonrisa en sus labios que le obligaba a extender el bigotillo que lucía bajo de su respingona nariz.

__ ¡No me digas Esteban, que tienes ganas de cenar! Con la de bizcochos que te has comido y que deben haber llenado tu capacidad estomacal de manera imponente.


Aquel muchacho, muy educado le respondió al dueño de la tiendita, no sin antes pensar lo que debía decir para no ofender al señor Paco.

__ Eso quería decirle__ Adujo con voz titubeante el sencillo chavalín del "Barri Centre"

__ ¡Sí señor! Necesito cenar para alimentarme y crecer. Por ese motivo le pido permiso para llevarme a casa las dos talegas de galletas que están preparadas, y me hubiese comido si no me hubiese interrumpido el silbido de papá__ Se detuvo momentáneo, tocándose la frente y acabó su pensamiento razonando__ Para degustarlas como postre.












 


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