Las montañas jamás se encuentran, y los destinos, están escritos desde
antes de nacer. Mucho antes de llegar a esta vida, se nos dibuja una trayectoria;
la cual debemos seguir de forma inexorable y forzosa. Sin comprender en casi
todas las ocasiones, el por qué, de lo que nos acontece, incluyendo los regocijos
y condenas, que transportan nuestros genes.
Drama que conocerá el mundo entero, a
poco que estas letras se difundan por el universo. Desencantos de una niña que,
sin venir a cuento, se quedó sin aquel cariño, que le profesaba su padre.
Si no hubiese sido por ese destino que mencionaba antes. A su vez; se
habría quedado oscurecido, ese deseo de una hija por exhibirlo y explicarlo, a
las buenas gentes que, como ella, habrán sufrido en la misma cuantía.
Pretensión que la hija ha cultivado a lo largo de las décadas, hasta
ver que sus vivencias y las poesías de su padre, no quedarían en el más puro de
los olvidos. El mérito es suyo, de Dolores Murillo. Una persona ponderada, una hija
amorosa que siempre llevó en lo más profundo de su corazón, esa leyenda
trágica, que ahora desvela y exterioriza, gracias a que Eduardo, su papá, un
poco antes de morir de forma inaudita, le dedicó.
Dejando escritas unas odas, unos poemas y unos deseos tan humanos como
profesaban dentro de su familia. Los que, conservados por el amor de una hija,
ahora se leen.
Como chispa desprendía
de un astro del firmamento
llegó una carta a mis manos
la que abrí triste y sobrepuesto.
No se equivocó mi mente,
en ti, se hallara mi pensamiento,
y al abrirla me sorprendo,
tu retrato venía dentro.
¡Le cogí!, … le besé mil veces,
Lo estreché sobre mi pecho,
sin darme cuenta que al dorso,
me dices tu descontento.
¡Me dices! Huérfana estoy,
ni madre, ni padre tengo,
palabras que, como flechas,
atravesaron mi pecho.
Sin poderme contener,
lágrimas vierten mis ojos.
¡No como llora un culpable,
arrepentido de todo!
Porque has de tener en cuenta,
que culpable no lo fui,
lloro porque desde niña,
has empezado a sufrir
y tu triste desventura,
me hace perder el tino.
Mi sufrimiento es mayor,
al haberte conocido.
Pero conserva estas letras,
como humilde relicario,
y cuando tengas edad,
examina mi calvario.
Llegarás a comprender,
que tu padre no fue malo,
y aunque ya no me recuerdes,
sabrás tu mal, perdonarlo.
Tu desgracia es mi calvario,
de una aventura en la vida.
No dudes que, este tu padre,
ni un momento te olvida.
y si mi suerte quisiera,
poner fin a mi existencia.
Has de saber que tu padre,
en su memoria te lleva.
Y; tu frente angelical,
la quiere, la bendice y la besa.
Eduardo Murillo Murillo.
En Villanueva del
Rey, a fecha de: 20 de octubre de 1940.
Dedicado a
Dolores Murillo Ruiz. Natural del Viso de los Pedroches
Provincia de
Córdoba.
Qué misterio habrá en
la vida,
que no se sabe
apreciar;
siempre la lucha es
activa.
Nunca hay conformidad.
Soy joven sin
experiencia,
pero siempre he de
pensar;
¿No es justo que en
las conciencias
reine la felicidad?
Justo es seguro, yo entiendo,
y si yo no pienso mal;
pero he aquí mi
pregunta.
¿Por qué no existe ya?
Trazaren me otro
destino,
por ver si puedo
llegar;
por este corto camino,
a elegir felicidad.
Me uniré a mi
compañera,
de una forma ejemplar;
y una niña siquiera,
¿No habíamos de crear?
¿Qué hice, tan
inocente?
Sin creerme obrar mal;
el rechinar de los
dientes,
me lo puedo sujetar.
Esta guerra tan
maldita,
me ha hecho repensar;
que esta humilde criaturita,
se ha de quedar sin
pan.
Mi cariño y mi
alegría;
También, te ha de
faltar;
pues me marcho en este
día,
quizás, no vuelva
jamás.
Noches de vértigos
son,
éstas que hay que pasar;
en chabola o caserón,
sin familia y sin
hogar.
Con resignación y
calma,
esta guerra he de
pasar;
y ese trozo de mi
alma,
quizás pueda, yo abrazar.
La guerra ya terminó.
Todo en este mundo
pasa
pronto ufano y con
honor,
me presentaré en mi
casa.
¡Oh… Desesperación!
¿Quién habrá de pensar
que la tragedia pasó,
y preso me han de
llevar?
Adiós cuerpo
angelical…,
mis ilusiones tan
grandes,
allá se van a
estrechar
en una maldita cárcel.
¡Carne de mí misma
carne!
¿Dónde estás que no te
encuentro?
¿Aún estoy en la
cárcel?
¿No es este mi
aposento?
Mi Dolores rebonita,
Cuanto en ti habré
pensado.
Hija mía chiquitita.
¿Pero te tengo en mis
brazos?
Que boca, que ojos,
qué labios.
Como en un fuerte
manojo,
he de lanzar los
agravios
Que me sirvieron de enojo.
La luz de estos bellos
ojos,
cuidaré sin descansar;
como estos labios tan
rojos,
y esta boca de azahar.
Ángel mío celestial;
pies y manos tan
bonitas,
ni cara tan resalá
en ningún cuadro se
pinta.
Tú serás más
primorosa,
que clarea, nardo y
jazmín;
y más bella que las
rosas,
que haya en el mejor jardín.
Las pinturas, los
colores,
los artistas de escultura;
no igualan a mi
Dolores,
ni muestra, madre
natura.
Dame un beso, chica
mía,
con tu boca de
azucena;
abrázame en armonía,
¿No ves, como tengo
pena?
¡No me besas!, pero ... que estoy de alerta.
¿Qué oigo? ¿Que
siento?
¿Yo estoy, en esta
maldita celda?
Ese es el centinela, o
yo no seré quien soy.
¡Bondad divina, me
asombra!
Dale fuerza a ésta mi
mente,
para contemplar mis
ojos,
ante prisión indecente.
Gran Dios, que estás
en los cielos,
jamás soñé en mi vida,
lo que en este último
sueño;
soñé con mi niña
linda.
¡Pero ya he vuelto
otra vez,
a lo que es realidad!
Sin soñar de vez en
vez,
¡Nunca habrá
felicidad!
A ti mi querida
Electra,
acompañada de mi querida madre,
solo te pienso encargar;
miren por la niña
nuestra,
con ahínco y ceguedad.
Hasta que, por
nuestras puertas,
entre yo, con
libertad.
Tu padre:
Eduardo
Murillo Murillo
Historia de Dolores Murillo Ruiz
hija de Eduardo Murillo Murillo.
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