lunes, 11 de julio de 2022

Deseos de Felicidad

 


Las montañas jamás se encuentran, y los destinos, están escritos desde antes de nacer. Mucho antes de llegar a esta vida, se nos dibuja una trayectoria; la cual debemos seguir de forma inexorable y forzosa. Sin comprender en casi todas las ocasiones, el por qué, de lo que nos acontece, incluyendo los regocijos y condenas, que transportan nuestros genes.


Os voy a contar un cuento, por llamarlo así. Un relato que ha sido real, que sucedió en el Viso de los Pedroches, provincia de Córdoba. Cuando en nuestra España, se dirimía una fratricida guerra, que nos dejó a todos diezmados y en según qué casos como el de Dolores, huérfana y desvalida. Suceso que ocurrió allá por los años cuarenta del siglo pasado y que, por casualidad y por el deseo de una hija hacia la memoria, y amor hacia su padre, se le da luz a la que tiene derecho y, para que no queden aquellos instantes de su dolor en el silencio de las más sangrantes verdades.

Drama que conocerá el mundo entero, a poco que estas letras se difundan por el universo. Desencantos de una niña que, sin venir a cuento, se quedó sin aquel cariño, que le profesaba su padre.

Si no hubiese sido por ese destino que mencionaba antes. A su vez; se habría quedado oscurecido, ese deseo de una hija por exhibirlo y explicarlo, a las buenas gentes que, como ella, habrán sufrido en la misma cuantía.

Pretensión que la hija ha cultivado a lo largo de las décadas, hasta ver que sus vivencias y las poesías de su padre, no quedarían en el más puro de los olvidos. El mérito es suyo, de Dolores Murillo. Una persona ponderada, una hija amorosa que siempre llevó en lo más profundo de su corazón, esa leyenda trágica, que ahora desvela y exterioriza, gracias a que Eduardo, su papá, un poco antes de morir de forma inaudita, le dedicó.

Dejando escritas unas odas, unos poemas y unos deseos tan humanos como profesaban dentro de su familia. Los que, conservados por el amor de una hija, ahora se leen.

 

POEMA 

Como chispa desprendía

de un astro del firmamento

llegó una carta a mis manos

la que abrí triste y sobrepuesto.

 

No se equivocó mi mente,

en ti, se hallara mi pensamiento,

y al abrirla me sorprendo,

tu retrato venía dentro.

 

¡Le cogí!, … le besé mil veces,

Lo estreché sobre mi pecho,

sin darme cuenta que al dorso,

me dices tu descontento.

 

¡Me dices! Huérfana estoy,

ni madre, ni padre tengo,

palabras que, como flechas,

atravesaron mi pecho.

 

Sin poderme contener,

lágrimas vierten mis ojos.

¡No como llora un culpable,

arrepentido de todo!

 

Porque has de tener en cuenta,

que culpable no lo fui,

lloro porque desde niña,

has empezado a sufrir

 

y tu triste desventura,

me hace perder el tino.

Mi sufrimiento es mayor,

al haberte conocido.

 

Pero conserva estas letras,

como humilde relicario,

y cuando tengas edad,

examina mi calvario.

 

Llegarás a comprender,

que tu padre no fue malo,

y aunque ya no me recuerdes,

sabrás tu mal, perdonarlo.

 

Tu desgracia es mi calvario,

de una aventura en la vida.

No dudes que, este tu padre,

ni un momento te olvida.

 

y si mi suerte quisiera,

poner fin a mi existencia.

Has de saber que tu padre,

en su memoria te lleva.

 

Y; tu frente angelical,

la quiere, la bendice y la besa.

 

 

Eduardo Murillo Murillo.

 

 

En Villanueva del Rey, a fecha de: 20 de octubre de 1940.

Dedicado a Dolores Murillo Ruiz. Natural del Viso de los Pedroches

Provincia de Córdoba.

 

 POEMAS

 

Deseos de   felicidad

 

 

Qué misterio habrá en la vida,

que no se sabe apreciar;

siempre la lucha es activa.

Nunca hay conformidad.

 

Soy joven sin experiencia,

pero siempre he de pensar;

¿No es justo que en las conciencias

reine la felicidad?

 

Justo es seguro, yo entiendo,

y si yo no pienso mal;

pero he aquí mi pregunta.

¿Por qué no existe ya?

 

Trazaren me otro destino,

por ver si puedo llegar;

por este corto camino,

a elegir felicidad.

 

Me uniré a mi compañera,

de una forma ejemplar;

y una niña siquiera,

¿No habíamos de crear?

 

¿Qué hice, tan inocente?

Sin creerme obrar mal;

el rechinar de los dientes,

me lo puedo sujetar.

 

Esta guerra tan maldita,

me ha hecho repensar;

que esta humilde criaturita,

se ha de quedar sin pan.


Mi cariño y mi alegría;

También, te ha de faltar;

pues me marcho en este día,

quizás, no vuelva jamás.

 

Noches de vértigos son,

éstas que hay que pasar;

en chabola o caserón,

sin familia y sin hogar.

 

Con resignación y calma,

esta guerra he de pasar;

y ese trozo de mi alma,

quizás pueda, yo abrazar.

 

La guerra ya terminó.

Todo en este mundo pasa

pronto ufano y con honor,

me presentaré en mi casa.

 

¡Oh… Desesperación!

¿Quién habrá de pensar

que la tragedia pasó,

y preso me han de llevar?

 

Adiós cuerpo angelical…,

mis ilusiones tan grandes,

allá se van a estrechar

en una maldita cárcel.

 

¡Carne de mí misma carne!

¿Dónde estás que no te encuentro?

¿Aún estoy en la cárcel?

¿No es este mi aposento?

 

Mi Dolores rebonita,

Cuanto en ti habré pensado.

Hija mía chiquitita.

¿Pero te tengo en mis brazos?


Que boca, que ojos, qué labios.

Como en un fuerte manojo,

he de lanzar los agravios

Que me sirvieron de enojo.

 

La luz de estos bellos ojos,

cuidaré sin descansar;

como estos labios tan rojos,

y esta boca de azahar.

 

Ángel mío celestial;

pies y manos tan bonitas,

ni cara tan resalá

en ningún cuadro se pinta.

 

Tú serás más primorosa,

que clarea, nardo y jazmín;

y más bella que las rosas,

que haya en el mejor jardín.

 

Las pinturas, los colores,

los artistas de escultura;

no igualan a mi Dolores,

ni muestra, madre natura.

 

Dame un beso, chica mía,

con tu boca de azucena;

abrázame en armonía,

¿No ves, como tengo pena?

 

¡No me besas!, pero ... que estoy de alerta.

¿Qué oigo? ¿Que siento?

¿Yo estoy, en esta maldita celda?

Ese es el centinela, o yo no seré quien soy.

 

¡Bondad divina, me asombra!

Dale fuerza a ésta mi mente,

para contemplar mis ojos,

ante prisión indecente.

 

Gran Dios, que estás en los cielos,

jamás soñé en mi vida,

lo que en este último sueño;

soñé con mi niña linda.

 

¡Pero ya he vuelto otra vez,

a lo que es realidad!

Sin soñar de vez en vez,

¡Nunca habrá felicidad!

 

A ti mi querida Electra,

acompañada de mi querida madre,

solo te pienso encargar;

miren por la niña nuestra,

con ahínco y ceguedad. 

Hasta que, por nuestras puertas,

entre yo, con libertad.

 

 

Tu padre:

 Eduardo Murillo Murillo


Historia de Dolores Murillo Ruiz

hija de Eduardo Murillo Murillo.

 

 

 


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