sábado, 27 de febrero de 2021

Menudo subidón

 

Paseaba tranquilo Ramiro, quería tomar el aire. Estaba hasta los tuétanos de tantas noticias falsas, de esos cientos de miles de periodistas que dicen ser, y que cuando no tienen a nadie para despellejar, hablan del gobierno.

Bajaba la calle Neptuno, cuando de pronto, en el pico esquina, fue abordado por uno de esos chavales que impulsan un patinete sobre las aceras. Sin respetar ni a Dios, y como se te ocurra llamarles la atención. Te ponen de vuelta y media.

Asustado el buen hombre, quiso corregir al maltón, y cuando iba a quejarse el bueno de Ramiro. Observó que le amenazaban con un punzón de media caña.

No pudo mediar con la queja, por lo fulminante inesperado. Mientras atendía, aquello que el guía del patinete le ordenaba.

__ Abuelo, que ibas a decir, que no voy bien por la calzada__, ¿verdad?, pues la he invadido, porque hoy te ha tocado a ti. Me vas a dar la cartera completa, el móvil, el reloj, y las gafas de sol. Sin rechistar una palabra, si no quieres que clave este jodido aguijón, en tu cuello.

Eran las cuatro y media de la tarde, en el centro de la ciudad. A pleno sol, con gente muy ciega, que circundaba alrededor de dónde se celebraba el atraco y nadie quiso atender a Ramiro, porque ver, lo que ocurría si lo apreciaron, pero así es la vida.

Nadie socorrió al hombre, se cambiaban de acera, si es que notaban en la distancia, que el despojo se celebraba.

La cartera, el teléfono, el reloj, las gafas de sol y una pluma estilográfica, fueron a manos del ladrón, que, con la velocidad del gamo herido, desapareció driblando por la misma acera, a los paseantes, calle abajo, como alma en pena.

Ramiro, una vez repuesto del susto y tocándose la marca del cuello, donde se formó una herida leve, de la cual brotaba una gota de sangre, se quiso dirigir hacia la Comisaría. Miró a un lado y otro de la esquina y nadie se hizo eco de lo sucedido, como si fuese una costumbre adquirida en el barrio y enlazó sin fe, con la Avenida de la Rambla que lo llevaba donde pretendía. Caminaba reponiéndose del susto, cuando de nuevo el mismo cortabolsas, frenó su patín casi encima, enfrentándose de nuevo a Ramiro, pero esta vez, sin mediar palabra, y con malas maneras le endilgó un sobre mediano marrón, entre sus manos. Volviéndose a fugar como si tuviera que encontrar un retrete con urgencia, o fuese perseguido por la pasma.

Fue a sentarse en una de las mil bancadas del paseo, para serenar y abrir aquel envío que con atosigo prendió, donde estaban todas las pertenecías que poco antes le habían usurpado y una nota que decía. <<La cartera vacía sin un euro, las gafas del mercadillo, el reloj de mentira, el teléfono de prepago y la pluma de las que usan tintero de carga>> Voy a tener que dedicarme a otro curro, con parroquia como tú, seguro que fracasamos.




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