domingo, 21 de febrero de 2021

Mamá, cuéntame otro cuento.

 

Le dijo Manolita, de tres años a su mamá, que le explicara un cuento, antes de ir a dormir, aquella noche nefasta. Sin demasiadas ganas, aquella mamá accedió, compungida por lo que estaba viviendo la familia.

El fallecer de su propia madre. Detalle que aún no habían explicado a la jovencita.

Con dolor de corazón y mucha comprensión hacia su niña, comenzó con este Cuento.

 


__Érase una vez…  un pueblo, que fue invadido por una enfermedad venida de otro continente. Sin que nadie pudiera prever ni imaginar y por supuesto poner freno.

Entrando un dolor profundo que invadió a la tierra.

La chiquitina interrumpió y preguntó,

__ mamá, qué es poner freno y dolor.

__ Hija mía, poner freno es, para que tú lo entiendas. Que haya alguien dispuesto y preparado para salvarnos de situaciones difíciles y sentirnos salvados.

El dolor, es un estado sensitivo, una situación penosa, que nos afecta, de una forma diferente a cada cual. Así que esta causa, nos produjo a todos una sensación igual a la que te cuento. Aseguran, los que nos engañan muy a menudo, que son Efectos imponderables.

__ ¿Mamá, quien nos engaña?

__ ¡Ay hija mí de mi corazón! Nos engañan aquellos señores y señoras, que votamos, para que nos representen, y lleven a buen término a la sociedad. Recibiendo como respuesta, la mitad de la verdad, en el mejor de los casos. No dando la auténtica información.

__ Entonces mamá, cómo nos llegó ese padecimiento

__ Pues estos señores, que nombro, son los que dijeron que el virus procedía de los murciélagos, y otro animalito que se cría en aquellas latitudes, llamado Pangolín. Que no nos preocupásemos, que todo estaba controlado.

__Anda, deja que te lo cuente hasta el final, y así te duermes ¡vale cariño!

La mamá, continuó enunciando además de exponer el cuento.

Nadie predijo, que sucedería semejante mortandad, y al principio se Lo tomaron a guasa, como la mayor parte de las cosas trascendentes que se suelen suceder. Sin darle importancia. Los políticos estaban en lo suyo, en mirar de seguir presumiendo y viendo de qué manera, se colocaban otro tanto a su favor. No creyendo a los Virólogos, entendidos que lo pronosticaban. Desde hacía más de un mes, augurando el grave desmán.  Con muchas risas, lo tomaron, hasta que llegan los dolores y las penas.

Un buen día nos encontramos todos, encerrados en la casa, sin poder salir y lo que es peor, que no sabían por dónde tirar. ¡El miedo llegó!

Muchos enfermos hubo, y de hecho querida hija, los sigue habiendo, porque esto no se ha superado aún. Nos taparon las caras con mascarillas y nos influyeron, a que nos lavásemos con frecuencia las manos, y no viéramos a nuestros amigos, ni vecinos.

Ni tan siquiera estuviéramos con la familia.

Los hospitales comenzaron a llenarse de contagiados, muy graves que se morían al poco, los propios médicos caían infectados y el miedo siguió aumentando.

Aquí las cosas se desbordaron y no quiero pensar en otros países, como lo fueron asimilando. Tremendo el panorama visionado, por la televisión, sabiendo que te informan con las noticias sesgadas, pero aun y así, no pudieron reprimirlo. Se veía a todas luces que iban entrando en los hospitales y según ingresaban al poco, desfallecían abandonando este mundo y los iban colocando en féretros de cartón, porque no había material, suficiente fabricado. De modo que tuvieron que ir depositándolos, en cajuelas de cartón.

La niña se durmió por el tedio de aquel mal sueño, a modo de cuento verdadero, que su madre le mal explicaba, por el propio dolor que le< embargaba y toda su pena.

Además del resentimiento por haber perdido a su madre, en esos días, muy afectada aún por ese veneno que, dentro de la fábula real, trataba de explicar a su nena.

La abuelita murió sola, sin despedirse de nadie.

Entró una tarde con fiebre al hospital se la llevaron a la unidad de cuidados intensivos y allí acabó su vida.

Los responsables de la Residencia la llevaron de urgencia y jamás la volvió a ver nadie con vida.

La mamá, arropó a su niña, con lágrimas en los ojos y apagó la luz de la estancia.

 

Colorín colorado, esta verdad dolorosa, disfrazada como si fuera un cuento venial, se ha acabado.




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