viernes, 15 de mayo de 2020

Espérame en el banco





La conoc al verla pasar, en el banco de la placeta y allí esperaba, cada domingo religiosamente, con eso se conformaba. Ella era una mocita sencilla, humilde, que necesitaba atención, quizás cariño.

En su casa era una más; de los nueve hijos y ninguno, por imperativos, era demasiado bien tratado.

Se dejaba observar, y pretender y él, le había puesto todo su apasionamiento.

La aguardaba que saliera de misa, y veía como bajaba las escaleras con mucha gracia, transitando frente a los que estaban sentados en aquel banco.

Además solía acercarse al kiosko del faro, para comprar su helado de vainilla y se volvía con sus amigas.

Se atraían, aquel día se miraron, suspiraron, ella de reojo se hizo la desinteresada y siguió su paso, sin esperar la reacción de aquel mozo.

La abordó con elegancia. Les pareció un momento precioso, aparentaba que estaban hechos la una para el otro y se juraron afecto eterno.

Pasaron veinte meses de dulzura, encanto y amor. La llamada a filas le arrancó de su lado, aunque prometió que le esperaría.


Cuando retornó del ejército, estaba casada, y ya educaba a una hija.

Fue sustituido aquel amor falsario, por el del hijo de Don Froilán, que era un adinerado abogado y a su vez juez del pueblo.

Seguía yendo al banco aquel, casi todos los domingos y tras partir del pueblo cuando consiguió trabajo en la ciudad, iba los veranos.

Al mismo banco que da frente al faro.


El agosto pasado la veía salir de misa, pasear frente al banco, sin apenas mirarle, a pesar de conocer quien era el ocupante del banco.

Ni una palabra, hasta llegar al viejo kiosco y comprarse el helado de vainilla.


Ambos han fallecido con una diferencia de treinta horas, afectados por el Corona virus.

Rosita partió primero, desde la Residencia del pueblo y Raúl, dejó de respirar, desde una cama del hospital de campaña del IFEMA, quizás ambos se reúnan en aquel banco eterno, que espera a la izquierda del acceso del Paraíso.







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