miércoles, 21 de diciembre de 2016

Seis y dos son ocho y ocho dieciséis





Esta historia comienza muy atrás, cuando nadie de los que asistimos año tras año, al festín imaginaba lo que después iba a ocurrir.




Inclusive algunos de los que ahora concurren ni siquiera nos acompañaron en un principio. Por varias razones, no estar en la edad laboral, y mil razones más. ¡Vaya usted a saber!





En pocos años, ya se veía como se iba desarrollando la foto fija de la comida de Navidad, quienes eran los que año tras año, asistirían a no ser que algún imperativo de última hora se lo impidiera.



El ambiente magnifico, desde el principio, siempre ha habido un “ángel”, que acogía aquellas reuniones de pan y cuchillo, siempre había una risa para compartir, y siempre hubo algo que celebrar. ¡Como lo recuerdo! ¡Qué ambientazo!



¿Era un tiempo de no problemas?  ¡Para nada! Éramos jóvenes y todo quedaba en aquel ratito de asueto que nos dábamos a nosotros mismos, y lo canalizábamos para reír, charlar y comer. No se había inventado el colesterol, ni el ictus, ni se hablaba de la diabetes.




Cada comensal se fue agregando cuando le pareció más oportuno y bienvenido fue. Ahora pasados los años lo recordamos y nos vemos en las pupilas de los demás, con canas, con arrugas y con otras metas.



Después, la afectividad y la efectividad hicieron su trabajo y fueron dejando ese poso que se aglutinó en nuestro querer y sigue insistiendo en “juntarnos” para estas fechas decembrinas, a pesar de que muchos de los componentes del grupo ya no estemos en activo.





Nos alegramos y nos agradecemos con las clásicas frases discretas de afecto, nos comprendemos entre sonidos, entre miradas y en el trasfondo entre sonrisas y lágrimas no visibles, vemos como parte de nuestra vida ha ido diluyendo entre ellos.






Tantos años, tantas historias, tantas urgencias, tantas bravatas, tantas prisas, que han quedado en mucha paciencia, mucha esperanza, mucha ilusión a lo que nos aguarda.





Recuerdo de quien partió la idea, del amigo Aurelio, que en aquellos años era el jefe de la teneduría, ayudado por el segundo de entonces José María, que ahora es el que controla a los tenedores, quien le sustituyó y se quedó con la plaza del generalato.



Ahí nació nuestro particular Noel.

Hoy seguimos todos, además de los que se han integrado, que a la postre son los que llevan la música y han recogido el testigo de las batallas, que son las mismas que lo fueron nuestras y que el tiempo ha puesto muy a tono, en manos de otros protagonistas.



Hasta el próximo año amigos.





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