sábado, 24 de diciembre de 2016

Noche buena, hoy



Todos preparados para la cena más familiar del año. La cena de la Noche Buena. La celebrada en la noche del día 24 de diciembre, que es la desvelada cuando los pastores de Belén, se iban acercando a la cueva, siguiendo una estrella que desde el cielo les orientaba y les marcaba el camino a seguir.
Donde aquellas gentes creyentes y no tanto, quedaban admirados por las noticias que le llegaban boca a boca, del nacimiento del hijo de Dios.

Significando algunos, con aquella incredulidad lo que se sucedía en contraposición con los que tienen fe, de seguir el áurea del camino marcado hasta postrarse a los pies de aquella cuna hecha con palotes y piedras, y ofrecer lo mejor que ellos poseían. Con el único sustento de calefacción del cuerpo de María la Virgen, que lo tendría en el regazo, llegado el momento y a José de Arimatea muy nervioso, con sus manos atadas y sin saber qué hacer, donde mirar y administrando su ánimo de proteger al niño que iba a nacer. 
María esperando, tranquila bajo el aliento del borrico y la vaca, como única calefacción central esperando que pastores, agricultores, caminantes y mendigos fueran a ofrendar con miel, dulces y alimentos, el inminente nacimiento.

Por las calles no se podía transitar, los colmados, las tiendas, las tabernas están a rebosar de gente. Nadie percibe nada, sin atender ni dar cuenta de algo que no pase alrededor suyo. Entre los veinte centímetros y el propio cuerpo, aún podían generar algo de atención, a partir de esa distancia es un mundo. Todos gritan, todos beben, nadie entra en razones, ni siquiera creo yo, se enteran de lo que les hablan, puesto que nadie escucha.

El frio congelaba las orejas de aquellos dos niños que bajaban por la calle de la iglesia, sin saber dónde ir, sin saber qué hacer y sin cobijo. Buscando alguna puerta semiabierta para penetrar a hurtar lo que pudiesen y caldearse un poco, y si encontraran algo de comida, pues mejor. Nada hallaban para saciar su hambre, nadie les veía y menos les esperaban.
Son dos almas de doce años, echados a la calle en temprana edad. Dos muchachos sin familia, huidos desde hacía semanas de su correccional, tras haberlos capturado en una de esas balsas pateras, que se atreven a cruzar el mediterráneo. Haciendo peripecias para conseguir una vida mejor, sin saber realmente qué futuro incierto les depara.
Afanando todo lo que se les pone por delante, quebrantando propiedades y entrando en los huertos para recoger alguna hortaliza, forzar en los supermercados más amplios y con menos vigilancia, para llevarse a la boca sin ser vistos, el trago de la botella de leche que violentaron, o la rosquilla y el trozo de pan que sustrajeron.
Los han pillado y van camino de la comisaría del barrio. En su interior piensan, por lo menos esta noche no la pasaremos al raso.

La pareja de escoltas de control, en la aduana, que esta pernoctación no podrán estar en familia por haberles tocado la guardia de la semana en esta marcada noche. Atendiendo su trabajo y su obligación sin dejar de hacer funcionar su cabeza y pensar donde estaban aquella misma noche de hacía diez años, tranquilos, abrigados y en familia, cantando aquellos consabidos villancicos, que más les aburrían que otra cosa y que en esta ocasión, van a echar en falta. Se les ha complicado el servicio, cuando han sabido que desde una cárcel de la comarca ha habido una fuga y lo más probable es que traten de cruzar el fielato, dentro de alguno de los camiones que traspasan la frontera viniendo con sus cargas desde países ajenos.

En el mismo despacho de la policía, está detenido sin remisión el novio violento y celoso, que ha destrozado la cara de su chica, por un asqueroso arrebato de envidia, a la cual han llevado al hospital comarcal los vecinos, para ver si llegan a tiempo y pueden salvar a la pobrecilla muchacha, que se desangra por el capricho de un descerebrado criminal. Uno de tantos que van sueltos por nuestro mundo.
Una relación que no les venía demasiado bien, por los antecedentes del muchacho y que temían que las reacciones de semejante descentrado, pudieran afectarle a la niña. La familia de la joven penaba y a pesar de haberla informado del pie que calzaba ese hijo de Satanás, la lozana trigueña no hizo caso y le fue dando pie, confianza y amor. Hasta que, en un momento de arrebato por locura innecesaria, ha obrado como un gallo de corral, de forma machista, brusca y desmedida en contra de los principios de cualquier persona razonable, destrozando y faltado a todo lo que prometió amar durante toda la vida.

Los enfermeros de guardia del Hospital de la Clemencia, alertados y con supra ultra celeridad, han salido fuera, en el muelle donde las ambulancias se apean, para entregar a los sanitarios, los enfermos que trasladan. En esta ocasión un auto lesionado. 
Un abuelo, que ha llegado con indicios de haberse quitado la vida. Un señor mayor de setenta años, que vivía solo desde la muerte de su mujer, y que viendo que los hijos se han marchado a pasar estos días navideños de vacacionales a la nieve, ha creído oportuno ponerse en el bolso un billete preferente para un viaje de: Irás y no volverás.
Fruto de una desesperación o de una intransigencia, no lo sabremos, ya que antes de llegar a planta, veo aflojar la marcha de los camilleros y su dejación de brazos, en señal de que ha emprendido el viaje que mencionaba antes.

En la sala de estar de su casa, está Xaume, esperando a sus amigos que esta noche le llenaran la casa de alegría y de música, celebran en esta ocasión, la alegría del millonario. El sorteo de la lotería de Navidad, que les ha agraciado con un primer premio, y del cual llevaba cuatro décimos premiados. Ha querido tirar la casa por la ventana y ha mandado a su mujer al pueblo con sus hijos y se ha quedado con sus cuatro amigos de confianza para ponerse ciego en esta noche de festejo. 
Sin mirar en el gasto y con la tranquilidad de que todo lo tienen permitido según ellos. Comer no sé si lo harán bien, pero beber, seguro que no tendrán sed. Bebidas espirituosas y de alegrías con nenas hermosas lo tienen casi casi “apañao”
Ante tanta insatisfacción, frente a tanto padecimiento, creo necesario dejar de relatar éstas micro historias que suelen suceder alrededor de donde estamos. Solo hace falta poner un poco de oído y entendimiento, ver o querer ver, como padece la gente que nos rodea, lo infelices que son y nos daremos cuenta que la vida no es solamente perder el oremos por las cosas intrascendentes. Vale la pena mirar al de al lado y facilitar algo de cariño, eso que ahora va tan escaso.

Cierro mi ventana y me quedo en mi mundo, observando para saber y entender que es lo que nos pasa a la gente, porque perdemos el chiste y la sonrisa, para que usar tanta envidia por nada. Evitando ser felices los momentos que el destino nos dé y no preguntar. No nos creamos ser el ombligo del mundo, porque eso es una falacia.

Cuesta, es verdad, pero intentemos ser esta noche navideña algo más sensatos, más serenos y más humanos




0 comentarios:

Publicar un comentario