jueves, 8 de diciembre de 2016

Murió, envenenada.



__Edwin estás muy tenso, y fatigoso. Anda ve a descansar, quizás mañana te afluyan mejor los recuerdos, las anécdotas y las fechas pudiendo seguir explicándome esa interesante fábula, previa al nacimiento de Irene.
__No es eso Eliana, de cansado poco estoy; intento recordar la fecha exacta, o lo más aproximada posible para proseguir con esa leyenda_ dijo el circunspecto Edwin_ Verás de donde parten las cosas, es inaudito e incluso si lo piensas anecdótico, que estemos ligados a las consecuencias de alguien que nos ha marcado el camino, incluso habiendo nacido bastantes años antes que nosotros.
__Volvió a retomar el hilo del recuerdo y entornando lo ojos comenzó a explicar, mientras Eliana, se acomodaba en el mullido sofá.
“((La madre de Irene. Charme, vino de su tierra huyendo, no por necesidad o pobreza, por todo lo contrario. Se vino desertando de su propia familia; del padre y de las hermanas.
Esta familia vivía bien, y además mantenían un cierto estatus. Como te dije_ siguió argumentando_ su padre Don Saturio, fue el barbero que por aquellos entonces, eran los que ejercían y practicaban la medicina más accesible y la única que había para los pobres.
Sacamuelas, practicante, partero, curandero y, el boticario respetado.

Eran los terapeutas sanitarios. Los que administraban la salud en los pueblos.
Este hombre había hecho fortuna por su preparación, fue un joven prodigioso, que de tan listo llegó a ser cruel y desalmado. Estudioso en su juventud realizando experiencias con los mejores facultativos de Logroño, además de poseer una afilada astucia en diversos asuntos, como lo podían ser los comerciales y los referidos al trato personal con las gentes.
Dotes en psicología aplicada que repartía a sus parroquianos con su gran picardía, le concedieron una fama y crearon una sumisión hacia él, que sus vecinos y conocidos respetaban con una pleitesía propia de un personaje.
La cuestión es que en un tiempo_ cuando estaba de barbero y boticario afincado en Arnedillo_ regentó su propia casa de apuestas. Ni más ni menos, que el Casino Popular, el que inauguró en la calle Plana, la principal, y que construyó con el capital de los advenedizos y nuevos ricos procedentes de Cuba, aquellos hombres sin sentimientos que retornaron de las américas, para recalar y presumir de sus fortunas en la urbe. Colocándose el mismo, como director del centro y copropietario del edificio y negocio.
Dado que además este caballero, linajudo y aristocrático, era un hombre de buena planta, presumido, acicalado y mujeriego. Fue el que hizo resurgir al pueblo de sus cenizas, dándole enjundia y riquezas, con el patrocinio, el prestigio y el uso general del Balneario. Consiguiendo que los vecinos y autoridades le respetasen como a un César y le colocaran en un pedestal.
Sobre todo las damas enamoradas y atraídas por sus brujerías, no dejando a fémina que le gustara sin llevarla a la cama, disfrutarla y hacerla gastadora de un sexo amplio y poco cohibido, inusual en la época, pero igual de radiante que en cualquier tiempo.
Regalándoles aquellos néctares afrodisiacos, para conseguir de ellas la depravación y desenfreno que no usaban con sus maridos en la cama, por aquella maldita inacción de no representar el pecado. Evitando exhibirse con sus maridos, ni ser la mujer pecadora, ni la conductora de sus posturas y pasiones sexuales. Para esos menesteres los esposos visitaban otros lugares permitidos y a la vez denostados.
El bueno de Saturio las hizo consumidoras de placer en sus consultas médicas y ceremonias clínicas, desde la botica, las predispuso a ciertas hierbas o mezcolanzas que él preparaba, disfrutándolas con el concurso de ellas, por el módico precio de una tarifa, que solían abonar las pacientes adineradas y las que el boticario creía eran merecedoras de tales menesteres, por belleza, y merecimientos.
Haciendo una labor entusiasta y terapéutica impagable, cuando al cabo de la curación las devolvía inmaculadas y bondadosas a vista de todos sus maridos, y en no pocas ocasiones en estado de buena esperanza, o sea en cinta. Paternidad que se adjudicaban aquellos maridos orondos, vanidosos y engañados, con el orgullo y la jactancia del gallo del corral.
Sin la mínima sospecha ni resquemor de un adulterio, ni haber sido engañado por la debilidad de la carne de sus propias esposas, con Don Saturio.
Que todas lozanas y alegres volvían a sus quehaceres sabiendo que podían repetir la curación en el momento que ellas dispusieran y por supuesto que le conviniera al boticario acariciarles la piel o tuviera ganas de montarlas.
Las llamaba gentilmente y sin más las volvía a desnudar, enamorar, y follar, usándolas en el fragor de cualquier tarde de pasión, acallando aquellas pasiones mudas entre, las pacientes sofocadas y el cirujano que les daba aquel nutriente sexo, retornándolas a su mundo, con sus cornudos esposos.
Varios sucesos pasaron en Arnedillo, que hicieron mella en la ya deshilachada saga de la difunta Irene.
Allá por el año dieciocho del siglo veinte. Unas calenturas muy raras y sin posibilidad de cura, se llevaron a Doña Concha Puig, esposa de Saturio Ruwi y madre de Charme, Marina y Chon, al huerto de los callados.
Enfermedad catalogada de epidemia por el Gobierno de la Nación. La única afectada de la familia Ruwi, fue la cónyuge del boticario que este no pudo salvar, falleciendo de forma irremisible en poco tiempo y que su propia hija mayor, Charme, antes de abandonar el hogar había acusado a su padre de matarla por falta de atención médica, al ser una carga en su vida y la voz de su conciencia.
No amarla y, por la diferente atención que le dio a la madre y esposa, comparada con la vigilancia, esmero y medicamentos que les suministró a otras pacientes. Incluyendo a su amante.
Dejando morir a Concha, a la edad de treinta y seis años, cuando estaba en la flor de la vida con la excusa de aquel contagio de gripe que asoló precisa y únicamente a la madre de sus hijas.
Dando a partir de entonces y sin miramientos por parte del boticario y sin respeto alguno por la difunta, a verse más a menudo, en secreto y sin paliativos con Dolores la peluquera, y comenzar una relación completamente fuera de las normas, que siempre habían existido en la casa de la difunta madre de las hermanas Ruwi.

Dolores, estaba casada con el responsable político de la población de Arnedillo, Don Segismundo Lacalle, siendo este un caballero muy petulante, que se las daba de emprendedor y de soldado, habiendo estado en la guerra, que mantuvo España contra Cuba, desde 1895 hasta 1898. Siendo condecorado por su arrojo y valentía. Considerado por su agresividad y perversiones, con el mote en el pueblo de “el broncas”. Además de ser, un vicioso tramposo y mal perdedor del Casino, que regentaba el ínclito Don Saturio Ruwi.
Existiendo entre ellos una antipatía declarada, por deudas de juego, envidias y celos que el soldado y político tenía en contra del guapo y seductor boticario, que le habían llevado a jugarse perdiendo la partida, a su propia esposa, Dolores una guapa mujer madura y criolla venida de las Antillas
El mote de “la peluquera”, que le habían endosado a Dolores Zorita de Valdemón, era por ser la propietaria y dueña de la peluquería que existía muy cerca del Balneario, y ser una Señora de tronío, guapa y muy sensual, falta de atención marital que solía asistir a la consulta de Don Saturio, con frecuencia, para que le administrara, según ella, unos calmantes para sus grandes dolores internos ))”.

Eliana, se sobrecogió en aquel instante, y pudo interrumpir a Edwin, en su narración pretendiendo ahondar más en la muerte de Doña Concha Puig, aquella descendiente de emprendedores valencianos, que le concedieron a la joven, dote para comenzar una nueva vida con Saturio y le habían ayudado a que consiguiera los posibles para hacerse, además, de la botica de Arnedillo, con la copropiedad del Casino de aquella población, que en aquel tiempo ascendió a ochenta mil reales, un capital, no asumible por casi nadie en el tiempo.
El que a la postre daba pingues beneficios, al pueblo, al Casino y al boticario.
__ ¿Crees que Saturio, asesinó a Concha? Dejándola morir tranquilamente.
__ Estoy seguro. La contaminó con los virus de la fiebre del dieciocho, para poder seguir haciendo sus fechorías, las cuales se transmutaron en el físico de alguno de sus descendientes.
__ ¡Qué me dices Edwin!







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