Habían salido de casa, con el racimo de las doce uvas, para
celebrar la entrada del nuevo año en el portal de la iglesia de su pueblo. Era
una pareja algo rara que no tenía relación apenas con nadie.
Ni siquiera en el trabajo, donde dependían de un sueldo en el
supermercado de la carretera, en el que trabajaban desde hacía unos años.
Departían no con demasiada gracia, con los demás empleados, y con
los clientes. Eran gente de pocas bromas y menos amigos, distantes entre ellos,
poco amables y dados a las bromas, muy alejados de cualquiera.
Dos personas Nelson y Dorada, ya no tan jóvenes, en la edad más
bonita de la existencia, cuando se tienen esos años verdes, que todo lo pueden
y nada solventan por falta de ilusión y de amor.
Ni se entendían, ni siquiera se soportaban. Iban en la misma
dirección y ninguno de ellos, tenía nada que decirse, nada que compartir y
menos que explicar. Ni siquiera intercambiarse una mirada de afecto, un
rozamiento casual, un beso robado al pronto.
Eran dos témpanos, un matrimonio congelado por el hielo de su
corazón, transformados en autómatas, y puestas en una vecindad brutal, donde
nadie les comprendía, ni siquiera les veía, porque a base de desprecios por
parte de ellos, optaron todos los vecinos por hacerles un hueco.
Un resultado mezquino, aquel que les arrojaba como derivación de
su proceder, a un poco más de la misma sordidez y desamparo, en la que se
cobijaban sin suponer que se puede cambiar sin demasiado esfuerzo para ser
mejor.
El año que había transcurrido, había sido aburrido, tedioso, y
pesado en su cotidianeidad, como los muchos anteriores. Del trabajo a casa y al
revés, ni una salida al cine del barrio, a tomar una caña en la barrita de la
esquina, el simple hecho de reír, era trasnochado.
Lo que se dice un mundo diferente y tan desconocido, era el que
vivían ambos, sin poner remedio a la enfermedad de su falta de vigor.
A nadie de su edad, se le podía ocurrir mostrar esa vida y ese
talante, porque estaba fuera de toda imaginación.
Cuando bajaban por la calle ancha, Nelson, notó que llevaba la
bolsa de granos de uva, y se preguntó para sus adentros_ y yo que hago, con
esta fruta, caminando hacia un punto que no quiero.
Se miró a Dorada y vio que en aquel instante ella se hacía la
misma pregunta, aunque ambos continuaron su marcha por aceras diferentes, como
si alguna fuerza interior les llevara al punto donde tenían que situarse, para
escuchar las campanadas de la entrada del nuevo año.
Dorada, tropezó en la esquina y trastabilló, hasta llegar a la
altura de la baranda de hierro que separa el desnivel de la calle, donde estaba
Griselda, una chica muy delgada, que nadie conocía, la que frenó la caída y le
dijo
_ Si no llego a estar aquí, precisamente, caes a la avenida,
rodando escaleras abajo_ Griselda no esperaba contestación por parte de Dorada,
pero sí, tuvo una respuesta de agradecimiento hacia la doncella.
_ Si, ¡muchas gracias!, es verdad, si no me paras me voy de
bruces abajo, sin remisión. Aunque la verdad_ siguió diciendo_ no se hubiera
perdido nada y a lo mejor… Dejó la frase por terminar y Griselda, le comentó_
No sé porque dices eso, si estuvieras enferma, si no tuvieras trabajo,
compañero y vida, igual podrías decir que llevas razón, pero es todo lo
contrario. Te equivocas y de mucho, no eres una persona feliz, porque no
quieres serlo y te empeñas en que eso pase.
Dorada, quedó estupefacta a su lado, por todo lo que le había
pronosticado en un minuto, sin ni siquiera saber, quién era.
La miró con timidez y quedó a su lado en espera de las doce de la
noche, guardando precisamente el recodo aquel que había hecho en su
desplazamiento de la caída.
Griselda que desde el suelo había recogido los granos de la uva,
se los entregó y le dijo, luego te sucederá algo que te interesa mucho.
¡Espera!
Nelson, llegó junto al pino, y allí dejó en un lado del
macetero, su paquetito de uvas, para sacar de su bolsillo la pitillera de
tabaco y ponerse un cigarrillo en los labios, en el preciso instante que una
ráfaga de brusco viento, le arrancó la cajetilla de las manos y la llevó
volando al otro extremo, donde Gaby, pudo asir la tabaquera antes de que cayera
al suelo y se mezclara con la nieve.
_ Por poco se te escapa y te quedas sin fumar_ dijo Gaby,
mirando a Nelson_ ¡Ah gracias!, de buenas a primeras se arrancó el viento y me
dejó sin saber que pasaba_ te apetece fumar conmigo_ le dijo Nelson, mirando a
sus pies y viendo que iba descalzo sobre la nieve y que le sobresalían una
especie de alas, de debajo del chubasquero, que se confundían con el follaje
del pino.
_ ¿Quién eres, con ese ropaje? _ preguntó de nuevo Nelson, no es
que conozca demasiada gente, pero a ti precisamente y disfrazado, no te tengo
visto.
_ Soy Gaby, pero me conocen más por el Arcángel Gabriel, ese
rubio que surca en todos los capítulos especiales de las Sagradas Escrituras, y
me mandan desde el muy lejano camino de los Infelices, para darte a ti y a tu
pareja, aquella chica llamada Dorada, que está con mi compañera Griselda_ ambos
miraron hacia donde estaban y Gaby siguió.
Ella realmente es Ángela Di Celis, una muy buena angelita del
pabellón más dignísimo del Paraíso Celestial. Ahora charla con Tu chica, después
de haberla salvado milagrosamente de una caída muy fea y dolorosa, que hubiese
percutido en su cuerpo, rompiéndose tres costillas.
_ ¿Quién sois?, y qué queréis de nosotros_ preguntó mirando de
nuevo y viendo a la amiga de Gaby, en el otro lado de la plaza, que lucía el
mismo chubasquero y le sobresalían unas alas más vistosas inclusive que a él
mismo.
La Ángela Di Celis y Dorada, se entendían y ésta muy tristemente,
le contaba sin percatarse a la doncella, sus deficiencias, su padecer, sus
miedos y sus rabias contenidas, su infelicidad y su gana de acabar con todo.
_ ¿De dónde vienes? Te he visto en alguna revista_ preguntó
Dorada
_ Imposible, verme en revistas, no. Me has visto en la Biblia,
que tenéis en vuestra casa, sobre el poyete del radiador, justo al lado de la
máquina de coser
_ Como puedes saber todo eso, quien eres, ¿El espíritu de los
cuentos de mi abuela?
_ No padezcas, déjate llevar, y no tengas preocupación porque no
te preguntaremos nada, todo lo sabemos, sin que des explicaciones, corregiremos
tu infelicidad, hemos venido, a subsanar estas deficiencias, ayudarte en este
trance y que, al tragar el último grano del racimo de tus uvas, entréis_ tú y
Nelson_ en una felicidad dignísima.
Dorada buscó con sus ojos a Nelson y le vio, en un gozo lejano,
departir con un ángel rarísimo que también había visto en aquellos libros del
poyete de su casa.
Paralizada por el miedo, quedó junto a Ángela Di Celis, que ya
la protegía
Nelson quiso arropar a Gaby, que sudaba sobre aquella calle
helada con dos palmos de nieve, y Gabriel le dijo sin grandes imitaciones_ No
es necesario, más que ver a quien padece de verdad, en silencio y ocultando sus
temores, sin que posean la solución de erradicar esa enfermedad tan extendida
entre los individuos.
Un padecimiento que nadie le quiere dar nombre, nadie la
bautiza, pero que existe entre las almas de muchos seres humanos, sin que les
deje ser felices.
Sigue mis instrucciones, Dorada, sabe lo que ha de hacer. Ángela
Di Celis, le ha puesto al corriente y los dos os encontraréis.
Ahora van a caer las doce de la noche_ continuó diciendo el Arcángel_,
las cero horas, y en cada grano de uva que mastiques, ve acercándote un paso
hacia ella, Dorada hará lo mismo.
No mires a nadie, solo piensa en tragar a tiempo y mirar a los
ojos a tu Dorada, ni siquiera solicites ningún deseo, todos esos fallos los
conocemos y hemos venido como hacemos cada año, a dar felicidad a alguien, y
enseñarles a cada cual como la han de encontrar a partir de ahí.
Buscamos cada diciembre al que más lo necesita y quien más desea
ser feliz y que este lo lleve a los demás.
Este 2017, te ha tocado a ti.
¡Sí! ….. por ello, sigue masticando y acercándote a ella, procura
no atragantarte y cuando llegues al punto de no tener ningún gajo en el racimo,
y suenen las alegrías del Año Nuevo, cierra los ojos, ¡bésala!, y da gracias al
cielo por tantas cosas….
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