martes, 7 de junio de 2016

Siento por ciento en el Puerto de la Cruz







En aquel rincón todo parece tener magia, los árboles centenarios ayudan a envolverte en el misterio tinerfeño, que te embarga y te reboza, te hace creer que el tiempo además de detener las depresiones y las penas quedan abolidas por el arte de Birloque.

Es todo tan natural y lisonjero, que no imprime en el rostro, la muesca de ningún padecimiento, todo parece detenerse, incluso las penas se ralentizan a velocidades mínimas quedando en simples molestias resueltas por el motivo que sea, disimuladas y difusas.

_ Pensemos un instante_,  ¡Ya está bien! y; ... quien no se ha quedado extasiado frente a la gran maceta vital que inerte en el centro de esa plaza, alberga a la gran marquesa. 
La ñamera. La Colocasia Esculenta _ como se le conoce oficialmente _, verde y llena de vida, la hallamos.


Tal y como la dejamos el año pasado. Igual de fértil, igual de guapa, exactamente con el verdor del gozo de una buena existencia. Después de detenerme un instante en su enjundia y reconociendo la dicha de estar aquí; a su lado, quedo invocando al cielo.


Miro a las nubes; esas cuasi permanentes; creyendo que de verdad, no ocupamos espacio, somos simples espectros humanos, movidos por el capricho de nuestro destino, comparados con la inmensidad y el auténtico poder de la naturaleza.

Plaza del Charco, curioso nombre, y tan bien buscado. Ya bien sea por la proximidad del Océano Atlántico, o por el capricho de quien la bautizara. Señorial, descarada, verde, parda, fresca, como cualquier hembra fértil que se precie.

Caprichosa y enjundiosa, duquesa y engreída, seductora para el que la mira con ojos de amor, sofisticada y brava, para esos pasados de rosca que todo lo saben, y todo lo entienden, sin llegar a comprender el misterio que encierra en sí. La seducción que emana desde su situación y en su perímetro irradiando ondas de felicidad que ascienden y se reparten por toda la zona, siendo recogidas por aquellos que la desean y la adoptan sin más.




Morenos, rubios, oscuros y claros, blancos albinos y morados, ¡¿Quien pasee alrededor de ella?! Ha de quedar prendado. Beodos de excitación, sin saber de dónde les viene ese cambio repentino de estatus, esa fórmula agradable que estorba su cuerpo, ese bienestar celeste.
Tiene swing, tiene tempo _ como dice la canción del gran Juan Luis Guerra, y no se yo, porque tengo mis dudas, sobre ello; que no haya llovido café disuelto, dentro de la propia plaza y no me subiera de forma súbita esa bilirrubina, al degustar un magnifico café cortado a dos leches el afamado: " Saperón " o el dilecto y  no menos efusivo e igual de reconocido pero sin agua ardiente el no menos distinguido: " Barraquito "
Mi seguridad manifiesta, es que ha diluviado dentro de esa plaza del Charco, besos, deseos de amor, pretensiones de futuro, grandes dosis de ternura y mucha, muchísima alegría. 
Desmenuzado quedaría: amor, dulzura, sexo, pasión y encanto.

Un deseo mirando al cielo solicito presto. ¡Tantos podría pedir, ...que se agolpan en mi mente! Sin embargo tratando de ser ecuánimes y honrados: ¡Salud y volver al charco! 

Si amigos, a esta plaza que cada vez que paseo por ella, cada vez que respiro ese oxigeno procedente de esos benditos arbustos, esas maravillosas y verdes plantas, me crezco en salud y en necesidad de entregar todo lo que tengo a los demás. Ser en definitiva más humano y menos vano.

Bendición si el cielo me concede este requerimiento: ....y volver, volver; ¡Volver! A tu lado..., a esa plaza ¡Otra vez!
Con ello, disfrutar de sus baretos, de sus músicos ambulantes, de las compras en esas tiendas, del recorrido por la calle Quintana, hasta el paseo de San Telmo, para quedarnos en el Rancho Grande y tomarnos una papaya con naranja, mientras disfrutas de un bolero al lado de una guapa mujer.




Justamente, hace una semana a estas horas paseaba por la plaza del Charco, con estos mismos matices que reflejo en este narrado. Mi mente me ha llevado a pensar y a volver a resucitar aquellos instantes. Notando de forma subliminal, el roce del fresco céfiro alisio, llegado de las américas. Despeinando mi escaso cabello ralo, bajo la sombra de los sauces, de los pinos canariensis, abedules y flamboyanes llenos de sabia. El rigor del sol cuando penetra en la memoria de mi piel tornándola mas ceniza, para recordarme una vez vuelva a mi lugar de procedencia, que no somos nada y .....menos en calzoncillos.


























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