Estaban hasta los tuétanos de sus hijos. Los
chicos se habían emancipado cuando la abundancia era notoria y ahora que todo
está revirado, intentan volver a casa, fracasados y hambrientos. Aduciendo en
voz alta, que lo mejor es la familia unida, usando el famoso slogan de: La
unión hace la fuerza.
Si se puede vivir sin dar golpe mejor, a fin
de cuentas_ decía uno de los hijos_: Yo no he pedido venir a este mundo. Nací
porque ellos me engendraron y aquí estoy.
Todo
eran problemas en aquella familia, quejas inexistentes, apremio por asuntos ajenos,
malas caras, desvergüenzas, aprietes de índole personal, contestaciones fuera
de lugar, malos modos y cantidad de situaciones enojosas que a los vejetes les
perjudicaban.
Hacía meses que se hallaban ingresados_ el matrimonio
de ancianos _, en una residencia geriátrica, después de haberlos abandonado el
hijo mayor, en un viaje cuando iban de vacaciones hace dos veranos.
Los dos pobres abuelos, se encontraron solos y
abandonados en una gasolinera, de la carretera general que va a Rota. Tras
trece horas de espera bajo el sol, sin dinero, sin agua y sin teléfono, dieron
parte a las autoridades y les llevaron a la Casa de Beneficencia local.
Olvidados como si fuesen animales domésticos,
que una vez te cansas de ellos y aprovechando que no llevan chip, los dejas en
cualquier esquina.
La cuestión era lastimarles de la forma que
mejor tuvieran a mano. Usando la misericordia mal practicada con ellos, para
sacar tajada. Tanteándolos de forma indecente, intentando averiguar el monto de
sus pensiones para aprovecharse de su dinero, en un intento de sacarlos de la
Residencia donde paraban, para quedarse con sus pensiones y seguir viviendo de
los padres.
Decían que su Diosito, les había abandonado, y
que no tenían suerte en nada de lo que tocaban. ¡Pobres hijos! ¿Verdad?
Del trabajo despedido, el hijo mayor, que
siempre fue un tunante y un jugador detestable. En esta ocasión lo habían expulsado
por la falta de puntualidad y los despistes en el cometido de su labor, muchos
errores adrede, para fastidiar al patrón, largas visitas al retrete, con la excusa
de no tener el estómago en condiciones y muchos absentismo por bajas laborales
por enfermedades ficticias.
El mediano, se fugó con una corista a Benalmádena
creyendo que era una artista de cabaret refinado y a los pocos días, comprendió
que se había metido en un barrizal, que salir indemne le costaría como mínimo,
disgustos legales.
Descubrió que la tal Florita, vendía churros
en la plaza del pueblo de Churriana, un tenderete montado en un triciclo de su
padre, que mercaba desde hacía bastantes años por la zona del Ándalus y que
eran conocidos por todo el mundo, sin precisamente sobresalir las virtudes más estrechas.
El hijo menor, un antiguo vigilante de
seguridad, un chuleta de postal, practicante de boxeo callejero, cinturón marrón
para los pantalones grises, con esos peinados tan en boga de cortarse o
afeitarse toda la cabeza, menos el centro de la misma, quedando una calle de
cabellos tiesos, muy de punta.
Lo despacharon del trabajo con cajas
destempladas por los responsables de la empresa, a la puñetera calle, por indecencia
profesional. Hurtos a los mismos clientes que les hacia la vigilancia. Además
de comerse las viandas y requisar por las noches las neveras de los que regentaban
un despacho o un local de negocio en aquellas galerías del Paseo de la
Independencia.
Con estos mensajes y realidades en unos
folios, escritos a doble espacio, por el conserje de la Residencia Las Dunas, se
presentó el abuelo en un programa piloto de la televisión Autonómica, en un
nuevo espacio que buscaban distintos ingenios del cine, productores,
figurinistas, maquilladores, directores y guionistas.
Consiguiendo premiaran su libreto y
formalizaran proyecto para rodar una película de impacto con artistas
consagrados del momento y dirigida por el director tinerfeño, Martínez Celemín.
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