Es norma de todo buen
mediterráneo, afincado en la región nordeste de la península hispana, el visitar por lo menos una vez al año las
riberas del Ebro, ese caudaloso rio tan fabuloso y con tanto recorrido, que en sus novecientos y pico de kilómetros recorre
la Iberia desde el norte_ Santander, hasta el este, Tarragona_, pasando por tantas comunidades autónomas, a cuál
de ellas más bonitas. Regándolas con esa magnanimidad que suele dispensar con
su caudal enjundioso.
El día comenzó chungo, la
verdad que en agosto no había estado en la propia Tortosa, con lluvia y algo de
tiempo fresco. Detalles que se agradecían puesto que en estas fechas la citada metrópoli
preciosa y antiquísima de Dertosa, es una sartén.
Una vez se pudo aparcar
en la zona azul_, que por cierto, cada día más costoso por la afluencia de
personal que existe en la ciudad y por los muchos visitantes_, fue necesario
abrir el paraguas y en aquel instante pensé_ que nunca había estado en Tortosa lloviendo_
La realidad que la temperatura
acompañaba y fue un deleitarse aquella visita, caminar por sus callejas y
disfrutar de sus edificios fenomenales y con aquel sabor a respeto por lo
bonito y tradicional.
El Ebro, apelativo hídrico
por excelencia, recorre aquella ribera, tan serio y señorial, que al pasar bajo
los puentes de la urbe, sonríe como solicitante de un reconocimiento al
contenido de su cauce de vida, de abundancia y de fertilidad, que a la postre
son producto de toda nuestra existencia.
La tranquilidad al
pasear por su casco antiguo y sentarte a tomar un refresco en el paseo del
ensanche, da un fulgor de certidumbre y hace evocar claras escenas vividas en
otros tiempos y otras épocas del renacentismo.
Sin querer andar tan atrás
de los tiempos, porque si lo hiciéramos podríamos llegar a los albores de lo
que fue la Celtiberia y la Tarraconensis, romanas o las estepas y grandes
llanuras Visigóticas.
Si cambias de imagen y
te acercas al rio, junto a sus puentes, en el paseo del Mercado, con esos árboles
plataneros, ayudan en los días soleados
a sofocar ese sol radiante y poderoso que suele caer sobre las cabezas,
mientras disfrutas del paseo tranquilo, escuchando el trinar de los pájaros asilvestrados
que por esa ribera vuelan.
Para conocer mejor la
villa, hay o existen unos cuantos itinerarios que son de rigor y se han de
recorrer en paz y compaña. Pasear por sus calles, sus avenidas y plazas,
encontrando en todos ellos, rincones que representan la antigua urbe y con ese pasitamente
breve adentrarse en Turtuxa, la ciudad de los árabes.
El recorrido por la
ciudad judía, con sus transitados espacios urbanos que dan señal clara de la
presencia hebrea y luego la ciudad Cristiana, con su especial derredor de los más
característicos hitos monumentales que se conservan dentro del municipio desde
la conquista de nuestros primitivos ejércitos.
Aquel día el grumete
Manelet, se enroló en un velero de calado medio que partía hacia las américas
desde el puerto de Santa María, en Cádiz.
Cristóbal Colón, el
navegante nacido en Génova en el año 1451, hacía unos cuantos lustros había
descubierto el camino para llegar a las llamadas Indias, y de nuevo entonces se buscaba mucha más gente para
llevar al Nuevo Continente, a repoblar las lejanas tierras y hacerlas
productivas.
Se pensó en llevar a
alguno de los reos que hacinados sobresalían por las condiciones nefastas de
situación, alimentación y trato de las cárceles del país, y como aún y habiendo
muchos proscritos, no había suficiente cantidad de confinados, cualquier de los
voluntarios que deseara enrolarse para aquel destino era bienvenido.
Manelet “el filio de la Candeleta”, una Tortosina
aldeana, que para dar de comer a sus ocho hijos, tuvo que desperdigar a los mayores
para mitigar la hambruna, se enganchó en el bajel camino de la Española.
Había llegado el
muchacho a Cádiz, desde Tortosa, vía Valencia y Granada, a pie durante muchos y
muchos días y noches, al raso comiendo aquello que la tierra le daba y llevando
cuidado con los bandoleros del camino, que por entonces florecían como las
setas.
Muchos tramos, en burro
por esos campos y montes, mal comiendo raíces y plantas silvestres, algún que
otro huevo de perdiz y mal durmiendo en pajares y en árboles para evitar a los
reptiles y lobos. Otros trechos en caballerías y carretas que los lugareños le proporcionaban al verle
tan joven y tan desvalido.
Tardó en llegar al
Puerto de Santa María, más de seis meses y una vez arribó, se alistó de los
primeros en la aventura a la nueva España.
Consiguió que sus
anhelos se cumplieran y llegando a recalar tras tanta miseria y sufrimiento, se
asentó en el lugar, siendo la que fue en su tiempo, allá por el año 1503, el
primer establecimiento fijo de colonización española.
Se aferró con uñas y
dientes a su propósito de supervivencia y se afincó a las costumbres y a los
trabajos que en principio se presentaban.
Una zona en el área
continental americana, que se llamó; Santa María de Belén, en las costas de Panamá.
La que se cree, fue la primera colonización fija de colonos españoles en el Continente
Americano.
Estableciéndose como
tratante y ganadero, aparte de agricultor y esquilador de ovejas y contrajo
matrimonio al cabo de unos años con Cinta María, llamada como la patrona de su
Tortosa Natal.
Hija de unos Valderrobrenses,
que en un principio vivían en Beceite. En un masico cercano al “Barranc de les Voltes” donde no les
llegaba para alimentarse y que en su ocaso de retirada llegaron al barrio de
Jesús en la capital marginal del Ebro. No siendo efectivo ese traslado y buscando el alimento necesario llegaron como
punto de conexión para su emigración marítima a Vinaroz, provincia de Castellón,
desde donde en un viaje inacabable y tras morir la mitad de la familia cuando
iban navegando, consiguieron arribar los padres y tres hijas, entre ellas Cinta
María, a Santa María de Belén, en las costas de Veragua de la actual Panamá.
Jamás pudieron volver a
pisar tierras españolas, ya que allí echaron raíces y tuvieron su descendencia,
pero siempre llevaron en el corazón, los recuerdos y las tradiciones que
mamaron en tierras de Tortosa.
Hoy y pasados cinco
siglos, el insigne amigo Ramón, contaba esta historia familiar de sus
antepasados, llegada hasta él vía oral, de abuelos a nietos y que con orgullo
la describía en una de las tascas que hay en el paseo principal junto al rio
Ebro, el más caudaloso de Iberia.
1 comentarios:
Que consti que Tortosa ha estat mols i mols anys vivint d'esquena al riu Ebre i això ara es paga.
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