miércoles, 13 de agosto de 2014

En Tortosa se une al mar




Es norma de todo buen mediterráneo, afincado en la región nordeste de la península hispana,  el visitar por lo menos una vez al año las riberas del Ebro, ese caudaloso rio tan fabuloso y con tanto recorrido,  que en sus novecientos y pico de kilómetros recorre la Iberia desde el norte_ Santander, hasta el este, Tarragona_, pasando por tantas comunidades autónomas, a cuál de ellas más bonitas. Regándolas con esa magnanimidad que suele dispensar con su caudal enjundioso.




El día comenzó chungo, la verdad que en agosto no había estado en la propia Tortosa, con lluvia y algo de tiempo fresco. Detalles que se agradecían puesto que en estas fechas la citada metrópoli preciosa y antiquísima de Dertosa, es una sartén.   



Una vez se pudo aparcar en la zona azul_, que por cierto, cada día más costoso por la afluencia de personal que existe en la ciudad y por los muchos visitantes_, fue necesario abrir el paraguas y en aquel instante pensé_ que nunca había estado en Tortosa lloviendo_
La realidad que la temperatura acompañaba y fue un deleitarse aquella visita, caminar por sus callejas y disfrutar de sus edificios fenomenales y con aquel sabor a respeto por lo bonito y tradicional.



El Ebro, apelativo hídrico por excelencia, recorre aquella ribera, tan serio y señorial, que al pasar bajo los puentes de la urbe, sonríe como solicitante de un reconocimiento al contenido de su cauce de vida, de abundancia y de fertilidad, que a la postre son producto de toda nuestra existencia.



La tranquilidad al pasear por su casco antiguo y sentarte a tomar un refresco en el paseo del ensanche, da un fulgor de certidumbre y hace evocar claras escenas vividas en otros tiempos y otras épocas del renacentismo.
Sin querer andar tan atrás de los tiempos, porque si lo hiciéramos podríamos llegar a los albores de lo que fue la Celtiberia y la Tarraconensis, romanas o las estepas y grandes llanuras Visigóticas.


Si cambias de imagen y te acercas al rio, junto a sus puentes, en el paseo del Mercado, con esos árboles plataneros,  ayudan en los días soleados a sofocar ese sol radiante y poderoso que suele caer sobre las cabezas, mientras disfrutas del paseo tranquilo, escuchando el trinar de los pájaros asilvestrados que por esa ribera vuelan.

Para conocer mejor la villa, hay o existen unos cuantos itinerarios que son de rigor y se han de recorrer en paz y compaña. Pasear por sus calles, sus avenidas y plazas, encontrando en todos ellos, rincones que representan la antigua urbe y con ese pasitamente breve adentrarse en Turtuxa, la ciudad de los árabes.


El recorrido por la ciudad judía, con sus transitados espacios urbanos que dan señal clara de la presencia hebrea y luego la ciudad Cristiana, con su especial derredor de los más característicos hitos monumentales que se conservan dentro del municipio desde la conquista de nuestros primitivos ejércitos.




Aquel día el grumete Manelet, se enroló en un velero de calado medio que partía hacia las américas desde el puerto de Santa María, en Cádiz.
Cristóbal Colón, el navegante nacido en Génova en el año 1451, hacía unos cuantos lustros había descubierto el camino para llegar a las llamadas Indias, y de nuevo  entonces se buscaba mucha más gente para llevar al Nuevo Continente, a repoblar las lejanas tierras y hacerlas productivas.


Se pensó en llevar a alguno de los reos que hacinados sobresalían por las condiciones nefastas de situación, alimentación y trato de las cárceles del país, y como aún y habiendo muchos proscritos, no había suficiente cantidad de confinados, cualquier de los voluntarios que deseara enrolarse para aquel destino era bienvenido.


Manelet “el filio de la Candeleta”, una Tortosina aldeana, que para dar de comer a sus ocho hijos, tuvo que desperdigar a los mayores para mitigar la hambruna, se enganchó en el bajel camino de la Española.



Había llegado el muchacho a Cádiz, desde Tortosa, vía Valencia y Granada, a pie durante muchos y muchos días y noches, al raso comiendo aquello que la tierra le daba y llevando cuidado con los bandoleros del camino, que por entonces florecían como las setas.

Muchos tramos, en burro por esos campos y montes, mal comiendo raíces y plantas silvestres, algún que otro huevo de perdiz y mal durmiendo en pajares y en árboles para evitar a los reptiles y lobos. Otros trechos en caballerías y carretas  que los lugareños le proporcionaban al verle tan joven y tan desvalido.
Tardó en llegar al Puerto de Santa María, más de seis meses y una vez arribó, se alistó de los primeros en la aventura a la nueva España.



Consiguió que sus anhelos se cumplieran y llegando a recalar tras tanta miseria y sufrimiento, se asentó en el lugar, siendo la que fue en su tiempo, allá por el año 1503, el primer establecimiento fijo de colonización española.

Se aferró con uñas y dientes a su propósito de supervivencia y se afincó a las costumbres y a los trabajos que en principio se presentaban.
Una zona en el área continental americana, que se llamó; Santa María de Belén, en las costas de Panamá. La que se cree, fue la primera colonización fija de colonos españoles en el Continente Americano.



Estableciéndose como tratante y ganadero, aparte de agricultor y esquilador de ovejas y contrajo matrimonio al cabo de unos años con Cinta María, llamada como la patrona de su Tortosa Natal.

Hija de unos Valderrobrenses, que en un principio vivían en Beceite. En un masico cercano al “Barranc de les Voltes” donde no les llegaba para alimentarse y que en su ocaso de retirada llegaron al barrio de Jesús en la capital marginal del Ebro. No siendo efectivo ese traslado y  buscando el alimento necesario llegaron como punto de conexión para su emigración marítima a Vinaroz, provincia de Castellón, desde donde en un viaje inacabable y tras morir la mitad de la familia cuando iban navegando, consiguieron arribar los padres y tres hijas, entre ellas Cinta María, a Santa María de Belén, en las costas de Veragua de la actual Panamá.




Jamás pudieron volver a pisar tierras españolas, ya que allí echaron raíces y tuvieron su descendencia, pero siempre llevaron en el corazón, los recuerdos y las tradiciones que mamaron en tierras de Tortosa.

Hoy y pasados cinco siglos, el insigne amigo Ramón, contaba esta historia familiar de sus antepasados, llegada hasta él vía oral, de abuelos a nietos y que con orgullo la describía en una de las tascas que hay en el paseo principal junto al rio Ebro, el más caudaloso de Iberia. 



1 comentarios:

Anónimo dijo...

Que consti que Tortosa ha estat mols i mols anys vivint d'esquena al riu Ebre i això ara es paga.

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