Cuando me vieron aparecer
mis padres, Margarite y mis hermanos con ella. Con Jimena. Una morena pálida y
hermosa como adjunta acompañante, acólita y amante novia, en el hall de
recogida de maletas del aeropuerto procedente de México, quedaron atónitos.
Todos los que me fueron
a recibir, absolutamente todos y cada uno de ellos permanecieron lívidos y
desconcertados, al ver aquella estampa de mujer especial que me rendía del
brazo izquierdo y pasándome la mano por doquier, me acariciaba con sus labios,
los míos, sin el mínimo rubor y pretendiendo que el mundo al completo lo
descubriera.
Como podía suceder
aquello_ pensaron, los que esperaban al pie de la sala de llegadas de la gran
terminal para sus adentros_ ¿Podía Javier
haberse enredado con una mujer tan diferente, a nosotros?, tan desigual y sin
además conocerla debidamente, y tener los santos cojonazos de traerla a España sin
viaje de vuelta.
¡Hala! ¡A lo bestia! Sin
haberse puesto en contacto con nadie, ni preguntar cómo y de qué manera. A la
pura y dura aventura.
Ni una sola palabra ni
gesto salió de sus bocas al verme arribar, parecía que me conocían pero que
nadie quería saludar en aquellas condiciones, en aquel interín. Todo obedecía a como si quisieran que la tierra
se los tragara en aquellos instantes tan intensamente rígidos.
Siempre lo refiero como
si hubiera sido una imagen obtenida de la Sagrada Biblia, en la metáfora de la
imagen de Edith la que se convirtió en efigie de sal, al huir y mirar hacia
atrás huyendo de Sodoma.
Mi exnovia, la de toda
la vida. Margarite, que también daba tiempo al tiempo para acogerme. La hija
del tendero del pueblo. Mi prometida, la joven engañada que esperaba mi
regreso, sin sospechar ninguna infidelidad de mi parte.
No estuvo enterada de
fiestas mundanas ni aventuras de alcoba, ocurridas en Barcelona. Ni siquiera
cuando nosotros mantuvimos nuestra larga y emocionante locura amorosa, en el
tiempo que fuiste residente en Barcelona _ apuntó de forma violenta, para que
se enterara en aquel instante Cecilia.
Podrás imaginar el
chocho que se montó en aquella terminal, creo que todos huyeron desperdigados
excepto mi madre que frenando a mi padre se armaron de paciencia para darme la
bienvenida, no sin un disgusto que se notaba y un ambiente que se podía cortar
con el borde de una navaja.
La admitieron en casa,
como con calzador. La pusimos en el negocio, y nos puso más trampas que en la
casa de un chino, se quedaba con parte del dinero para enviarlo a su pueblo.
Poco a poco fue
haciéndose un falso hueco, se cameló a
mi padre, con muy buenas palabras, _ le llamaba suegrito y mamacita_ a mi madre.
Ellos sufrían más que
nadie, porque veían lo que estaba preparando aquella jinetera. Sin posibilidad
diligente para poder tomar las riendas en el asunto, ya que pruebas no tenían y
no podían levantar un falso testimonio sin esas certidumbres.
Un cuento teatral para
tenernos engañados hasta que, a pesar de los consejos y de las pruebas que me
ponía la gente que me quería, para que ¡abriera los ojos! ¡Nos casamos!
No he visto boda, con
menos invitados, después de lo que le hice a Margarite, medio pueblo me tildaba
de poco menos que mujeriego, putero y cachondo redomado.
Cuando ella se vio firme
en la familia, comenzó a traerse gente de su ciudad natal y nos llenó la casa
de mariachis, familiares suyos. Una gente muy rara y muy poco abierta, que
hablaban entre ellos un dialecto desconocido, cuando no querían que nosotros
nos enterásemos de sus chácharas.
La tal Jimena, se quedó
en estado, no sabré jamás si de mi semilla o de las que le repartieron sus
tantos primos y compadritos con los que alternaba en mi propia cama.
Nació nuestra preciosa
hija, Estela. Lo más precioso que te
puedes imaginar, es ella un regalo del cielo para toda la familia y ¡Cómo
no! para mí. ¿Quién se pone a averiguar
si es o no es nuestra? Después de tomarle tanto cariño, ¿Quién nos la puede
quitar? Que no sea un desalmado, que nos quiera lo peor.
Miedo nos da, el
pensarlo, porque sería la enfermedad que se llevaría por delante a mis padres y
a mí a presidio, por lo que sería capaz
de ejecutar.
En esa población, yo no
soy nada bien visto, y menos mal que trabajo en Zaragoza que quieras que no; los 136 kilómetros de distancia que hay entre
mi pueblo y la ciudad, me inhiben de todos los insultos e improperios a los que
me veo obligado a soportar.
Por supuesto Margarite
ni me mira, y su estirpe, ha dejado de tratarse con mi rama. Ese fue el regalo
que les traje a mis padres de México.
Un buen día del invierno
pasado, que llegué a casa mucho antes de la hora prevista, por unos asuntos que
no salieron como preveía, volví a mi domicilio, como cinco horas antes de lo
normal.
Al llegar sin previa
advertencia, pensé en no encontrar a nadie en la casa, que utilizábamos como
familiar, ya que mis padres se desmarcaron de Jimena, por no poder aguantarla,
ni soportar su trato diferente al que disfrutaba antes del bodorrio.
Lloros de mi Estela, me
hicieron ser sigiloso, y retuve el ruido para ver que estaba pasando, aquellos llantos
tan amargos por parte de una niña de tan corta edad.
En mi cama jodiendo a
todo trapo y sin preámbulo estaba Jimena y un “mariachi” con su música de
cuerdas, canto y trompeta. Amigo suyo, que me había presentado como primo
hermano pocos días antes de encontrarles follando como perros amaestrados.
Ella, borracha perdida
de tanto traguito de tequila, se echó a llorar diciendo que no era lo que yo
creía. Que había sido una acción forzada y violentada por su cínico primo que
la vejaba desde la infancia sin miramiento. La había pillado por sorpresa en
cama y no pudo impedir su locura.
El valeroso primo del
arrimo, se fugó echando ostias de la casa, sin casi coger sus pantalones, que
por cierto, eran míos, ya que la fulana de Jimena, se los había proporcionado,
por aquello del vínculo carnal y que al salir a la calle, nadie le viera sus
pelotas al aire huyendo de casa de un cornudo y de una ramera venida a ama de
casa respetable.
No te cuento más; que tu imaginación seguro te lleva al cabo de
la calle, con pelos y señales de lo que sería un folletín a partir de ese
instante. ¡Excusas y condones todos los que quieras y más!
Malos modos, en
cualquiera de las necesarias explicaciones ante los abogados. Fantaseando para
evadir la verdad, para no admitir que la habían pillado fornicando con un
paisano muy allegado y abandonando las obligaciones de madre. Acusada de
adulterio.
Me transformé en otra víctima
de nuestra sociedad. Corporación que mantiene unas reglas de juego, la que sin
darnos cuenta a veces, las pisoteamos.
De juzgado en juzgado,
de gasto en ristre, de perdida de días de trabajo y de paciencia, de
agotamiento con una mujer que no vale ni un céntimo. Mentiras e ingratitud a
granel, para no llegar a nada positivo.
Llegado el día,
acordaron los magistrados en que la vivencia con la niña seria de trato
compartido y así andamos. Cuando le toca atenderla a Jimena, ¡pues no lo sé! A padecer por la intriga de cómo estará
atendida una chiquilla tan pequeña en manos de una madre que no es trigo limpio
y cuando nos toca a nosotros mis padres son los que la atienden, la alimentan y
la crían.
Una vida horrible si es
que tienes vergüenza de padre y de hombre competente.
Ahora, aquí en Costa
Rica, por lo que ya te expliqué, con un reto nuevo y con un programa de ventas
que espero tener suerte y poder ganarme unas comisiones importantes y
formalizar algún destino fiable para mi Estelita y mirar de educarla en lo que
a mí me enseñaron. La verdad Cecilia_ con un quejido en la garganta le
pronosticaba_ No soy nada feliz, aunque
mi impronta diga lo contrario y mis relaciones me lleven por caminos a veces,
que no son del crédito permitido, pero que desde que me dejaste y te viniste a
tu país ¡Éste precioso que estoy pisando ahora mismo!, no he sido el Javier de
siempre, el de la confianza en sí mismo, el hijo de la señora Adelina, como me
conocían en mi pueblecito ribereño.
Sé que ahora he de
llevarte a tus obligaciones en la farmacia para que sigas con tu turno, y que
no tienes tiempo para nada más, que cumplir con tus deberes de profesional de
los brebajes, pero has de decirme algo tan importante para mí, como lo pueden
ser tus miedos o miserias. ¡¿Lo harás?!
Esperó a que Cecilia
reaccionara y se pusiera al cabo de lo que terminaba de explicarle, que además
de todo lo que se hubiera podido imaginar hubo detalles que no los esperaba, y
ya bien fuera; por el respeto a preguntar a Javier, o por el cariño que algún
día le tuvo, jamás le había hecho tales interrogaciones y quedaron sin
formulación. Por tanto era el momento de saber y de indagar.
_ ¡Cecilia!, responde
¿quieres? Le asaltó Javier, a quemarropa
_ ¡Sí! Creo que
contestaré a todo lo que sea, para ti un
desconocimiento, ya bien sea por ignorancia o por negligencia y lo haré con la
verdad por delante. A pesar de tener ese miedo que me imprimes y que siempre me
ha recubierto estando junto a ti.
Javier hizo un gesto al
mozo del restaurante la Cava del Duende. Donde almorzaron y más que alimentarse, aquella tarde, que lo habían hecho, disfrutaron
y charlaron juntos y en una mesa solitarios como tanto tiempo atrás ejercían en
los restaurantes de las Ramblas de la Ciudad Condal, en las cercanías del
Liceo.
Le tomó de la
mano a Cecilia, y esta sin esperar vacilación, sin aguardar ni tener intuición
alguna, y notando el calor de su piel, permitió su pregunta directamente, mientras
ella lo miraba a los ojos, haciendo él, lo propio.
_ ¿Es hija mía,
Caterina? ¿Es hija nuestra?
No hubo receso, ni
preámbulo, no existió duda ni titubeo, Cecilia contestó.
_ ¡Sí! Javier es nuestra hija.
El mozo del comedor,
dejó la bandeja de plata, con la minuta escrita y se retiró esperando que
Javier, depositara la tarjeta Visa, sobre el platillo para volver a los pocos
minutos
1 comentarios:
Perfecto.
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