El Chambelán de Lupita
Primera parte
Llegó la fecha en que Guadalupe cumplió quince años. Sus
padres organizaron la fiesta de presentación ante la sociedad fue una celebración
muy bonita con catorce damas e igual número de chambelanes, además del palaciego
principal que inició el Vals solicitando un baile con la señorita Chalamangui.
Una canción clásica, y siguieron los bailes solicitados por ella con su padre, Don
Héctor, seguido de su padrino. ¡Que lujo!
A raíz de estos bailes iniciales de presentación, los
invitados se unieron en la pista de baile también. Todos disfrutando, algunos
interpretando un papel que nos les correspondía, otros fingiendo estar
dichosos, cuando estaban insolentes. Había de todo en ese salón monumental que
se había preparado para aquella memorable fiesta de la señorita Guadalupe
Chalamangui.
Un derroche cojonudo, la orquesta de mariachis y el
cantante de rancheras más cotizado y más famoso de la época en México, Ramón Gabriel
de la Floja Gordillo. Las mujeres locas por el pollo de las rancheras, un
artista de lo más soso en las distancias cortas, además de ser miope con las
mujeres. ¡Qué será que Dios solo le da pan al saciado!
Vestidos largos de seda, encajes para las damas y chaqué y frac
para los caballeros, un esplendor fuera de lo normal. Amigos y conocidos más de
cuatrocientos invitados. Hasta dos procuradores del gobierno republicano y
sobre todo el nieto. El “nietísimo” de un ex presidente del Régimen estaba invitado.
Fue una fiesta de ensueño para la niña, un modo de divulgación
de prosperidad del estatus del padre y una propaganda sin límites frente a las
amistades de la madre, que nuevamente se hacía notar ante casi todo su pueblo.
Eran tiempos
estupendos, para la familia Chalamangui Tarascona. Lupe se sentía en una nube,
con los amigos organizaban tardeadas y cuando tenían algo más de dinero de lo
acostumbrado que era casi siempre constituían unos fiestones de película yendo al
Café del Bosque a disfrutar del próspero devenir que les ofrecía la vida.
Los Chalamangui Tarascona,
entonces vivían a cuatro cuadras del Bosque de Chapultepec. Aquella vida era un
puro lujo y una gozada tras otra, tanto que no les daba tiempo para sufrir por
nada ni por nadie. Los días se esfumaban como por arte de brujería feliz. Todo
era música, ¡vida! Alcohol y fiestas, nada podía parar aquel disfrute, aquella
bacanal parecía jamás iba a dar fin.
En la cuadra
donde vivía Guadalupe, residían todas esas niñas ricas que aún sigue
frecuentando. Con ellas vivió la infancia, adolescencia sus primeras ilusiones,
sus escarceos iniciales en el amor y esas cópulas furtivas echadas a la luz de
la tarde, a lo bestia simplemente con el preservativo en el bolso y sin tener
que elegir consorte, cualquiera de los amantes valían, pues todos poseían
propiedades, patrimonio, cartera y apellido.
Epifanía una
hermana de su padre, el Señor Don Héctor Chalamangui Bermúdez, vivía desde que
se casó en San Francisco California y con motivo de la puesta de largo de su
sobrina Guadalupe Chalamangui, y por
cumplir y celebrar su fiesta de los quince años le regaló un viaje precisamente
a San Francisco y demás ciudades de importancia_: Detroit, New York, todas
ellas preciosas. De esa forma Epifanía, podía aproximar a casi toda la familia
a California y disfrutarles después de tantos años de distancia y ausencia.
Iniciaron el
viaje padre, madre y la niña, en clase de primera y principal. Un viaje soñado
más por la madre de Lupe, Doña Victoria Tarascona, que por ella misma. Con eso podía presumir ante sus amigas de toda
la vida de gozar de una escapada sorprendente. Ir de punta a rabo de los
Estados Unidos de América y disfrutar de tanto encanto.
Durante el vuelo
conocieron a un joven que viajaba en el asiento del otro lado del pasillo,
hizo muy buena conversación con el papá de la nena, el rubiales y macizo al
ver que tipo superlativo tenia Lupe y como miraba esta señorita a según qué
partes de su corcho flotante, este desgarrador de atuendo intimo, siempre le
mostro su lado varonil a la señorita.
Ella, aprovechando
las mañas femeninas, hizo para poder descubrir su cuerpazo, y que ésta promesa
de los aires, quedase enamorado de sus largas piernas y sus turgentes
pectorales, se encoñara con la muy, se dejó mirar y observar desde todos los ángulos
de su cuerpo fino y adiestrado.
Tipo que
enseñoreaba, tras el conspicuo escote de un vestido de blonda. Sus dos mamas, mas
duras que el mango de un martillo y sus pezones más rígidos que el mendrugo de un
bollo.
En conjunto, hacían
llamamiento a las miradas furtivas del piloto invitándole a … “Mírame
pero no me toques”.
Semi
transparente su vestido dejaba lucir sus carnes y envuelta como en un envase dúctil,
rabiaba por ser poseída en su contenido apetitoso.
Javier atento y
rompedor estaba a cien por hora, solo por observar a aquella mujer joven que se
le proponía del otro lado de los asientos, con la maestría de disimular en los
momentos claves, para que sus padres vieran nada raro.
Sin dejar pasar la
oportunidad al ver la muchacha que no se le iba a resistir puso los
condicionantes por si podía aprovechar esa circunstancia en el futuro.
Aquel joven
estaba en edad de beneficiarse y de degustar todos los manjares apetitosos que
la cosecha mujeril le pusiera a su alcance, por otra parte andaba buscando una
buena hembra, sumisa y obediente que pudiera presentar con garantía entre sus
amistades.
Don Héctor que
también comenzaba a pensar con quien iba a emparentar a su hija, para que le proporcionara además de equilibrio,
negocio y dinero a sus arcas, se dejó envolver por el halo vertiginoso de Jorge.
Se nivelaron en gustos y en pretensiones, en aumentos y conquistas y en ver quién
podía y resurgía más de una conversación totalmente inocua, a la vez que llena
de matices y de preferencias.
.
Jorge, era
piloto comercial, habiendo cursado su carera en el colegio mayor de
especialistas y oficiales de Aeronáutica Militar y para su sorpresa Don Héctor conocía
al padre de Jorge, Adolf Von Riegel un casi extranjero descendiente de ciudadanos alemanes
que se habían establecido hacia siglo y medio en el Estado de Querétaro.
Cerca de once
generaciones, mezclándose con las gentes de San Sebastián de Bernal. En un negocio
establecido desde entonces en uno de los telares de lana, en la calle de
Zaragoza de ese pueblo. Manteniendo la ocupación de toda la saga durante años.
Sus bisabuelos ya
tejían ropajes y mantas tradicionales. Hasta que con el paso del tiempo y el
esfuerzo de la familia Von Riegel, transformaron en una espléndida industria de
confección. Manufacturas con toda una amalgama y clase de ropas tradicionales, cortinajes y
grandes telas.
Llegada su juventud, Adolf padre, tuvo que
marchar a la ciudad para graduarse en Querétaro, y poder cursar una
carrera de ciencias políticas. Dejando a sus hermanos y padres al cargo y
explotación de la fábrica de mantas y ropas.
Tanto Héctor
como Adolf, habían coincidido en la misma Universidad Autónoma de Querétaro, siendo
camaradas en la misma promoción y licenciatura. Por tanto conocidos en los años
tiernos de su incipiente mocedad. Esos detalles y coincidencias, hizo que
Héctor y Jorge entablaran rápidamente nueva plática con risas y mensajes, providencias
y banalidades. Se dieron los teléfonos y direcciones para quedar en el futuro
To be continued
Continuará en la próxima entrega
El Chambelán de Lupita - segunda parte
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