sábado, 10 de mayo de 2014

El Chambelán de Lupita

El Chambelán de Lupita

Primera parte


Llegó la fecha en que Guadalupe cumplió quince años. Sus padres organizaron la fiesta de presentación ante la sociedad fue una celebración muy bonita con catorce damas e igual número de chambelanes, además del palaciego principal que inició el Vals solicitando un baile con la señorita Chalamangui. Una canción clásica, y siguieron los bailes solicitados por ella con su padre, Don Héctor, seguido de su padrino. ¡Que lujo!

A raíz de estos bailes iniciales de presentación, los invitados se unieron en la pista de baile también. Todos disfrutando, algunos interpretando un papel que nos les correspondía, otros fingiendo estar dichosos, cuando estaban insolentes. Había de todo en ese salón monumental que se había preparado para aquella memorable fiesta de la señorita Guadalupe Chalamangui.

Un derroche cojonudo, la orquesta de mariachis y el cantante de rancheras más cotizado y más famoso de la época en México, Ramón Gabriel de la Floja Gordillo. Las mujeres locas por el pollo de las rancheras, un artista de lo más soso en las distancias cortas, además de ser miope con las mujeres. ¡Qué será que Dios solo le da pan al saciado!

Vestidos largos de seda, encajes para las damas y chaqué y frac para los caballeros, un esplendor fuera de lo normal. Amigos y conocidos más de cuatrocientos invitados. Hasta dos procuradores del gobierno republicano y sobre todo el nieto. El “nietísimo” de un ex presidente del  Régimen estaba invitado.

Fue una fiesta de ensueño para la niña, un modo de divulgación de prosperidad del estatus del padre y una propaganda sin límites frente a las amistades de la madre, que nuevamente se hacía notar ante casi todo su pueblo.

Eran tiempos estupendos, para la familia Chalamangui Tarascona. Lupe se sentía en una nube, con los amigos organizaban tardeadas y cuando tenían algo más de dinero de lo acostumbrado que era casi siempre constituían unos fiestones de película yendo al Café del Bosque a disfrutar del próspero devenir que les ofrecía la vida.

Los Chalamangui Tarascona, entonces vivían a cuatro cuadras del Bosque de Chapultepec. Aquella vida era un puro lujo y una gozada tras otra, tanto que no les daba tiempo para sufrir por nada ni por nadie. Los días se esfumaban como por arte de brujería feliz. Todo era música, ¡vida! Alcohol y fiestas, nada podía parar aquel disfrute, aquella bacanal parecía jamás iba a dar fin.



En la cuadra donde vivía Guadalupe, residían todas esas niñas ricas que aún sigue frecuentando. Con ellas vivió la infancia, adolescencia sus primeras ilusiones, sus escarceos iniciales en el amor y esas cópulas furtivas echadas a la luz de la tarde, a lo bestia simplemente con el preservativo en el bolso y sin tener que elegir consorte, cualquiera de los amantes valían, pues todos poseían propiedades, patrimonio, cartera y apellido.

Epifanía una hermana de su padre, el Señor Don Héctor Chalamangui Bermúdez, vivía desde que se casó en San Francisco California y con motivo de la puesta de largo de su sobrina Guadalupe Chalamangui,  y por cumplir y celebrar su fiesta de los quince años  le regaló un viaje precisamente a San Francisco y demás ciudades de importancia_: Detroit, New York, todas ellas preciosas. De esa forma Epifanía, podía aproximar a casi toda la familia a California y disfrutarles después de tantos años de distancia y ausencia.

Iniciaron el viaje padre, madre y la niña, en clase de primera y principal. Un viaje soñado más por la madre de Lupe, Doña Victoria Tarascona, que por ella misma.  Con eso podía presumir ante sus amigas de toda la vida de gozar de una escapada sorprendente. Ir de punta a rabo de los Estados Unidos de América y disfrutar de tanto encanto.

Durante el vuelo conocieron a un joven que viajaba en el asiento del otro lado  del pasillo, hizo  muy buena conversación con el papá de la nena, el rubiales y macizo al ver que tipo superlativo tenia Lupe y como miraba esta señorita a según qué partes de su corcho flotante, este desgarrador de atuendo intimo, siempre le mostro su lado varonil a la señorita.

Ella, aprovechando las mañas femeninas, hizo para poder descubrir su cuerpazo, y que ésta promesa de los aires, quedase enamorado de sus largas piernas y sus turgentes pectorales, se encoñara con la muy, se dejó mirar y observar desde todos los ángulos de su cuerpo fino y adiestrado.
Tipo que enseñoreaba, tras el conspicuo escote de un vestido de blonda. Sus dos mamas, mas duras que el mango de un martillo y sus pezones más rígidos que el mendrugo de un bollo.
En conjunto, hacían llamamiento a las miradas furtivas del piloto invitándole a   … “Mírame pero no me toques”.
Semi transparente su vestido dejaba lucir sus carnes y envuelta como en un envase dúctil, rabiaba por ser poseída en su contenido apetitoso.

Javier atento y rompedor estaba a cien por hora, solo por observar a aquella mujer joven que se le proponía del otro lado de los asientos, con la maestría de disimular en los momentos claves, para que sus padres vieran nada raro.
Sin dejar pasar la oportunidad al ver la muchacha que no se le iba a resistir puso los condicionantes por si podía aprovechar esa circunstancia en el futuro.
Aquel joven estaba en edad de beneficiarse y de degustar todos los manjares apetitosos que la cosecha mujeril le pusiera a su alcance, por otra parte andaba buscando una buena hembra, sumisa y obediente que pudiera presentar con garantía entre sus amistades.


Don Héctor que también comenzaba a pensar con quien iba a emparentar a su hija,  para que le proporcionara además de equilibrio, negocio y dinero a sus arcas, se dejó envolver por el halo vertiginoso de Jorge. Se nivelaron en gustos y en pretensiones, en aumentos y conquistas y en ver quién podía y resurgía más de una conversación totalmente inocua, a la vez que llena de matices y de preferencias.
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Jorge, era piloto comercial, habiendo cursado su carera en el colegio mayor de especialistas y oficiales de Aeronáutica Militar y para su sorpresa Don Héctor conocía al padre de Jorge,  Adolf Von Riegel un  casi extranjero descendiente de ciudadanos alemanes que se habían establecido hacia siglo y medio en el Estado de Querétaro.

Cerca de once generaciones, mezclándose con las gentes de San Sebastián de Bernal. En un negocio establecido desde entonces en uno de los telares de lana, en la calle de Zaragoza de ese pueblo. Manteniendo la ocupación de toda la saga durante años.
Sus bisabuelos ya tejían ropajes y mantas tradicionales. Hasta que con el paso del tiempo y el esfuerzo de la familia Von Riegel, transformaron en una espléndida industria de confección. Manufacturas con toda una amalgama y  clase de ropas tradicionales, cortinajes y grandes telas.

 Llegada su juventud, Adolf padre, tuvo que marchar a la ciudad para graduarse en Querétaro, y poder cursar una carrera de ciencias políticas. Dejando a sus hermanos y padres al cargo y explotación de la fábrica de mantas y ropas.


Tanto Héctor como Adolf, habían coincidido en la misma Universidad Autónoma de Querétaro, siendo camaradas en la misma promoción y licenciatura. Por tanto conocidos en los años tiernos de su incipiente mocedad. Esos detalles y coincidencias, hizo que Héctor y Jorge entablaran rápidamente nueva plática con risas y mensajes, providencias y banalidades. Se dieron los teléfonos y direcciones para quedar en el futuro




To be continued
Continuará en la próxima entrega
El Chambelán de Lupita - segunda parte

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