Salió
al campo y tomó la vereda del pantano, aquella que nadie solía tomar por la
fama que le habían dado los vecinos. Como no tenía demasiada orientación, y a
falta de miguitas de pan, para marcarse el camino y no perderse, como en el
cuento. Fue rociando el camino con sus magnas pastillas para la tensión unas de
color blancas muy grandes, que para tragarlas has de beberte media botella de
agua y siempre quedan en el esófago atascadas como si tuvieras un atolladero en
la primera salida de la autovía estomacal.
Camino
hacia el lodazal, aprovechando el día nublado para mitigar la ascensión por la
ausencia del sol. Su caminar no era de los que marchan sobre el asfalto pero
tampoco se complicaba el paseo, quedándose extasiado con detalles de la flora,
que bien podría agudizarle el sentido, por todo el encanto que ese follaje contenía.
El
camino duro, pero aceptable, el barbecho bastante ancho y amplio, bordeaba el
precipicio de la finca del señor Diógenes, maravillosa heredad llena de
noticias fantásticas y difíciles de creer. Con sus almendros y olivos ahora en
esta estación a la espera de dar frutos.
Cada
cincuenta metros más o menos, dejaba caer una pastilla de los laboratorios
Doctor Pinjarme y con la vista más o menos la perseguía hasta que inerte
quedaba en el suelo del polvoriento camino. Así daba crédito a su vuelta con
una seguridad más o menos aceptable.
Había
recorrido un buen trecho, y el camino se hacía mas cómodo menos empinado y cargante,
con lo que dio algo más de vigor a su paso y adelantaba mucho más terreno que
en los repechos.
Sin
esperarlo, su teléfono móvil, se puso a sonar y como no, lo tomó sin problema,
pensando en que era raro ese detalle de tener cobertura, estando tan arriba. Abrió
con parsimonia, su tapa protectora del aparatito móvil y pregunto, sin más, aprovechando
echar una blanca pastilla, sobre el camino y acompañarla con la vista.
_
¡Sí! ¡Quién llama!
_
¡Hola! Señor Reynaldo Buenos días. Mire soy Gladys, de la empresa Veinotornes. ¡Como
está usted señor!, le doy la enhorabuena por haber sido elegido para un viaje
al cielo. Solo la ida, y además de entrar en un sorteo de un aparato para
tomarse la tensión.
Un
tensiómetro maravilloso, que además de indicar la presión de su sangre, le
aconseja si está bien de glucosa, mide sus tonos de arritmia, controla la sedimentación
de la sangre y procura un estado anímico de lo más alegre.
_
Oiga, no me interesa_ anunció Reynaldo con brusquedad ¡Además a usted! Quien le ha dado mi número de teléfono y como
es que me llama en un lugar que pocos tenemos cobertura telefónica. A quien
quiere engañar usted, con tanta traca, ¿se cree que soy tonto? Estoy subiendo
al pantano pero con la intención de cenar en mi casa con Liliana mi mujer y ver
el programa de televisión de la cadena estatal. Tomarme mi pastilla de la tensión,
la del colesterol, la de los mareos, el Sintrón, y una muy chiquitilla que ni
se como se llama pero me va bien para dormir. ¡No la creo! ¡Esto es un engaño!
_
No se ponga usted de esa forma. Don
Reynaldo, le hemos elegido a usted porque ha destacado por encima de los demás.
Nos hemos dado cuenta, que va echando sus pastillas en el camino, para
orientarse y eso no es normal. Cuando quiera volver no las encontrará porque
nosotros nos hemos encargado de deshacer esas sustancias en el propio terreno y
darle suero a las tierras, para que fertilicen mejor las plantas de los bordes
de la carretera. Por ello usted se va a quedar aquí en la cumbre con nosotros para
siempre y nuestras señoritas de compañía, le darán camino y estancia fijas, para
no volver más a ver a su Liliana.
Aquel
repelús lo despertó, de la cabezada, que había dado tras el telediario de las
tres y media de la tarde, levantándose bastante nervioso y excitado, haciendo
unos ejercicios en silencio y sin llamar la atención de Liliana, que acababa de
baldear el suelo de la gran y espaciosa cocina, tras fregar los platos del
almuerzo. Alterado se acercó a su esposa y le preguntó, sin convicción.
_
Oye Liliana, tú conoces a alguien que se llame ¿Gladys?
_
¡Pues claro! y tú también la conoces ¿verdad? Cuantas veces habrás escuchado su
voz fina y graciosa. ¿Cien Mil?_ La presentadora del programa La salud es
nuestro futuro. ¡Anda quita!, que además de todo lo que careces, ahora sin
memoria.
_
Ahora no caigo_, pensó Reynaldo_ ¿quién
puede ser esa mujer?_ adujo aquel hombre, en voz baja y sin querer saber más,
sin pretender asustarse. Mirando su cajita de pastillas y observando que todas
las de la tensión permanecían guardadas, tan grandes, tan blancas y tan
costosas de tragar.
_
¡Niña, me marcho al café! ¡Allí te espero! Tomó su chaleco y su bufanda y salió
pensativo sin explicar ni una palabra a Liliana, que ya estaba presta para ver
el capítulo de la novela.
Bajó
con el ascensor a la planta y en la entrada del portal del edificio, se tropezó
con su amigo Liborio, que venía sudando la gota gorda de su paseo diario. Sus
cinco kilómetros.
_
Reynaldo, donde vas tan preocupado_. Pues mira chico me toca ir al café, un
ratito, que después de todo el ejercicio que he hecho hoy, no tengo ganas nada más
que de descansar y tomar aire. He caminado como un desahuciado, y la verdad que
me he cansado bastante. Tanto que ya me ves, voy directo a la partidita.
_ ¡Anda
que chulo! ¿Haces deporte ahora? ¡Qué raro! En ti, no lo suponía.
_
Hoy he ido al pantano, y he subido hasta casi el final, chico que manera de
caminar, eso ¡Sí! buen ejercicio. ¡Es broma Liborio! ¡Yo no hago deporte y
debería!
¡Nada,
lo he hecho desde el sofá del salón!
Era
una broma, he dado una cabezadita de ilusión, estaba tan a gusto, que he soñado
que subía al propio pantano, pero he despertado bruscamente, por un mal sueño,
que no he sabido interpretar. Cosas de mayores. ¡En fin y tú que me cuentas
Liborio!
_
¡Pues lástima! _ comentó Liborio, el sudado amigo, que no paraba de dar
saltitos cortos, como si tuviera prisa por ir al retrete a evacuar, sin dejar
de moverse, para no perder el calor del cuerpo_ Nos hemos tenido que cruzar_
dijo irónicamente riendo y mirando al sedentario de su amigo.
Porque yo vengo de allí, ahora mismo. Que por
cierto me ha pasado ¡una! que si te la cuento ni me creerías.
_
Cuenta, que no llevo prisa, y si es simpática aun me dará más gusto_. Asentó
Reynaldo, mirándose a su amigo, como mantenía el ejercicio.
_ Cuando
subía por el caminillo_ comenzó a relatar Liborio, mirando alrededor de si,
para cerciorarse que estaban los dos solos y nadie podía compartir aquel
secreto con ellos dos_. He visto en el suelo unas pastillas blancas grandes,
que estaban a más o menos cada cincuenta metros, deberían ser pastillas de la tensión
igual que las que yo tomo, unas grandes y blancas, que te destrozan la garganta
cuando las tragas.
No
he hecho caso y he pensado con guasa, alguien que las usa para no perderse, por
lo fluorescentes que son.
He
seguido recorriendo el camino y justo, allí estaban las pastillas en el suelo, en
cada tramo más o menos de la misma distancia.
La verdad, he parado a ver si alrededor había
alguien desesperado o perdido y no he visto nada. He escuchado un sonido de teléfono
móvil, como una llamada. ¡Imposible no llega allí la cobertura!, pero como
estos de las telefonía alcanzan donde ni esperas, pues he puesto orejas al tema_
siguió argumentando Liborio, ahora, ya parado y firme en el suelo, dejando sus
saltitos de prisa por hacer pipí.
Una
tía estupenda, guapa y casi angelical me ha parado y me ha dicho que se llama
Gladys, que había llamado a un tipo por teléfono, que le había despreciado el
viaje y que me lo concedía a mí. Además me regalaba un tensiómetro que
controlaba la sangre, y cien cosas más.
Reynaldo
no dando crédito a lo que escuchaba, lo interrumpió y le preguntó_. ¿Era de una
empresa llamada Veinotornes?
_
¡Sí! de la misma, ¿Cómo lo sabes? ¿Les conoces? ¡Quizás! puedes ampliarme este
interrogante.
_
¡No! para nada, he escuchado hablar de ellos, pero no les conozco, ¡sigue!
_
Nada decirte, que he sido elegido yo, para el viaje, que no me he podido
desprender de la tal Gladys, a pesar de
renunciar, me ha sido imposible. Ha comentado que cuando llega, ¡llega! y no es
para retrasarlo. Además tampoco se libra el tipo del teléfono, aunque haya
dicho que no le interesaba_ dice que también viajará_ y dos vecinos del barrio de San Pedro, que los
conoció ayer, a uno en el camino y a otro por videoconferencia. Que solo le
falta un par de personas para ocupar todas las plazas.
_ ¿Y
el viaje donde será? _ interrogó Reynaldo, con cierto temblor en sus piernas.
_
Me ha dicho, que no lo olvidaré jamás, solo nos pagan la ida, pero que es
alucinante y celestial_. Resumió finalmente Liborio_ Bueno Reynaldo, te dejo, que
llevo prisa, voy a ducharme y a decírselo a Brenda. Seguro que me regaña por
hablar con desconocidos y por dejarme engañar.
1 comentarios:
Este Relato me ha gustado mucho, una forma muy original de encaminarnos hacia donde todos deberemos ir algún día
Saludos
Amparo
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