jueves, 10 de enero de 2013

Se orinó en las bragas


Aquel hombre fue a su cajero automático a sacar dinero aquella mañana de diciembre, como fuera, tenía tiempo de sobras y lo que pensó hizo: entrar en la oficina y poner su libreta de ahorros al corriente, harto que la impresora del automático, emborronara las líneas, y no se pudieran leer con claridad los motes del extracto.

 

Al entrar, observó que la empleada habitual no estaba, aquella chica tan simpática y tan atenta estaba ausente y la reemplazaba otra señora, muy atractiva con cara de pocos amigos y de menos ganas de currar. Se acercó a la tanda y esperó que pudiera atenderle sin pensar en ninguna dificultad. Delante tenía dos personas que hicieron su gestión lo mejor que pudieron, sin embargo, ya atisbó que el geniecito de la señora Carmen, que era el nombre que reflejaba el membrete que pendía sobre aquel mostrador, no estaba para florituras. Al llegar su turno, Carmen miró con cara de pocos amigos al cliente y le expresó escuetamente, haciendo con sus manos un gesto, de tranquilo, stop a las ligerezas.

Como de tener mucha prisa. Igual, se estaba meando la nena, y no podía mantener el esfínter tranquilo, cosa que le hacía remenearse encima de su silla, como si de un botarate se tratara.

 

En el despacho de al lado, no muy retirado del mostrador de atención al público, estaba el director de la sucursal, que trabajaba en sus números, y que tan solo se divisaba su contorno puesto que los cristales mateados al ácido no permitían más que se transparentasen las imágenes corporales, sin demasiada claridad, por motivos obvios. En la puerta de más a la izquierda el reservado donde tienen los aseos los empleados y el mini almacén de repuestos. Sobre la puerta de acceso al despacho, una cámara registraba todos los movimientos, clientes, conversaciones, y reseñas de la dependencia

 

_ Que quiere usted_. Dijo aquella señorita, sin dejar de hacer muecas y jeribeques. El cliente, se puso sus gafas de ver, y alargó la libreta para decirle al mismo tiempo, que quería recoger de sus ahorros, la cantidad de quinientos cincuenta euros, detalle que le repitió por dos veces, para matizar. Dado que vio preocupado, que los movimientos viscerales que tenía Carmen tanto en sus gestos faciales, como los físicos bajo estomacales, no eran normalizados en un banco del prestigio del que tratamos.

 

Aquella empleada, imprimió velocidad y colocó la cartilla por la ranura del expendedor a la vez que la máquina escupía los billetes, con tanta velocidad, como la prisa que tenía su inestable conductora. Antes de ofrecerle el efectivo en mano, Carmen, puso delante del cliente un documento para que firmara la justificación del reintegro que había solicitado. Sin apresurarse el caballero, miró lo que firmaba y dejó el bolígrafo verde, atado a una cadena justo en el cubilete de posición. Mientras que la dama nerviosa, contaba los billetes de curso legal, sin ser correcta la cantidad demandada, los contaba mal, entregándoselos al caballero, con aquel tembleque de: ¡Que me cago ya; si no aprieto el culo!

 

Las prisas son para los malos toreros y los camareros fulleros, aunque ésta Carmen, podría incluirse en esta tanda de gremios, por sus formas, y su talante.

El cliente, contó los billetes y faltaba uno de cincuenta euros, diciéndole ipso facto que no estaba correcto aquel reintegro a la empleada que ya no miraba, respiraba, oía, ni hacia su trabajo en condiciones.

_ Oiga, usted, señorita; se ha equivocado. ¡Me faltan cincuenta euros! He firmado el documento por quinientos cincuenta y solo me ha entregado quinientos. ¡Que no lo está viendo!

_ No puede ser, Señor, la máquina no se equivoca.

_ Pero no me hagas reír; ¡Que me estás diciendo!  ¿Que la máquina no se equivoca?

¡Y Tú… te has equivocado tú!  Que me entregas un billete menos.

Señor, yo solo le puedo decir, que la máquina no se equivoca, en todo caso cuando hagamos el recuento al final de la jornada, si sobra un billete de cincuenta euros, sabremos que es suyo.

_ Pero bueno, tú me tomas por imbécil o te crees que soy tardío_. Le inquirió con malas artes el cliente, que ya estaba comenzando a ponerse bravo.

_ No señor, yo solo le digo lo que hay, no puedo hacer más_. En aquel momento, a la señorita Carmen, se le escapó una ventosidad expelida por el ano y se le salió un zapato del pie; por el miedo que estaba pasando y,  porque ya no aguantaba más. ¡Se cagaba patas abajo!

 

A todo esto, el cobarde del director de la Sucursal, no sacaba la cabeza de su escondite y procuraba moverse poco, para que el trasluz de los vidrios, no le delatara más. Un tipo, de esos que no te miran a los ojos cuando te hablan, que además parecen haber nacido por otro sitio distinto al del resto de los humanos, por esa clase que creen tener que ni por asomo constituye en ellos naturalidad.

 

Los clientes que estaban en aquel momento en la sucursal de la entidad bancaria, miraban con extrañeza al interesado, que sofocado quería conseguir lo que era suyo. Sus cincuenta euros de curso legal, que le habían robado a cara descubierta en el mismísimo mostrador del banco, y para más inri; con la grabación de la cámara de seguridad encima de su cabeza. O sea ninguna trampa por parte del usuario.

 

Ninguno de ellos, los que esperaban su turno; alzó su voz para mediar a favor del atracado. Todos acojonados, daban la razón al atropello de la meona empleada, que le había achicado un billete.

_ Vamos a ver, te llamas Carmen, ¿Verdad?

_ Sí; como lo sabe, le dijo la cajera, con el semblante roto, la camisa medio abierta, y a punto de excretar en sus bragas.

_ Si no leo mal, lo indica en este cartel, que tienes frente a ti_. Dijo con voz tranquila aquel señor, que ya perdía la paciencia, mientras el resto de clientela, pasaba un buen rato, viendo el panorama que ofrecía aquella entidad bancaria, le birlaba a las claras al tipo protestón, parte del dinero que era suyo.

 

_ ¡Ah…!  ¡Sí! Soy Carmen, perdone, no recordaba, que estaba mi nombre en el dispositivo de atención al público.

_ Yo no me he movido a ningún lado, y te he mostrado lo que has hecho tu solita, me descuentas de mi cartilla bancaria, quinientos cincuenta euros y me entregas quinientos, a donde debo ir a reclamar este entuerto, a quien debo dirigirme, para decirle que me habéis desvalijado, porque veo; que ayuda del director de la oficina, tienes poca, ni se atreve a salir con tanto bramido y con tanto balanceo, igual se ha cagado en los calzoncillos y ni puede despegarse de su butaca de piel, lo mismo se ha ensuciado con su propia grasa excremental.

 

De alguna manera, se podrá verificar que esta máquina que no se equivoca, da en ocasiones mal los billetes y deja en entredicho la veracidad de la gente de bien.

Eso por una parte_, continuó expresando aquel señor, harto de hacerle guiños al director para que saliera_. Por otra, deciros, que estoy acostumbrado a que me atraquéis a base de tributos, gastos de la tarjeta electrónica, comisiones de mi propio dinero, cuando debo hacer una transferencia de mi capital, tampoco es gratis, con intereses negativos por descubiertos, etc. etc. Tan solo faltaba, este hurto a cara descubierta, que he sufrido. Así que dime que he de hacer ahora, para que me retornéis mi dinero.

 

_Ya le digo, Señor, la máquina no se equivoca, cuando hagamos el arqueo esta tarde a la hora del cierre, veremos si sobra ese montante. Si es así, le reintegraremos el importe en su cuenta.

_ ¿Y si como dices tú, la máquina, no se equivoca? pero;  vuelve a haber otro ¿error con otro cliente?, o vuelves a equivocarte al contar dinero y ¿no cuadran las cantidades? ¡Qué… hago yo!  ¿Pierdo mi dinero? Aún y pudiendo ver el movimiento de tus manos y de las mías, por la película tomada con la cámara, que está ahí encima de mi cabeza. ¡Contesta!

_ Deje su número de teléfono móvil, que le llamaremos, en cuanto se arquee el capital del día.

 

Hubo que agotar la jornada de trabajo, la empleada solo sabía decir como un papagayo, que: la máquina no se equivocaba, el director no salió a la palestra y dejó que se comiera el marronazo, aquella empleada del esfínter flojo y tan poco de fiar para la clientela.

 

Entre tanto aquel señor, salió de la oficina, para tomar cartas en el asunto y comenzar a buscar nueva entidad para traspasar todo el fondo del capital que permanecía en aquel banco. A la vez que gestionaba nueva entidad, quiso llamar por teléfono al valiente director de la Caja en cuestión, con las debidas garantías de que la conversación quedase grabada, para futuros menesteres. Así que procedió a hacer la llamada directa al despacho del director de aquel banco.

 

_ Bon día le atiende el Interventor de la Caixa Forra Collins

_ Buenos días, ¿Es usted el director de la oficina, de la plaza Ayuntamiento?

_ ¡Sí! naturalmente, el mismo, para servirle.

_ Pues haber si me sirve un poco mejor que hace hora y media.

 

Antes que nada, decir que esta llamada, está siendo grabada por la importancia que tiene. Soy el titular de la cuenta…  el cliente que ha estado esta mañana en su oficina al cual se le ha escatimado cincuenta euros, de los cuales nadie sabe qué ha pasado puesto que la máquina, como dice la empleada de turno;  la señorita Carmen, no se equivoca.

Lo cual quiere decir que están llamándome ladrón;  en pocas palabras y quería saber si ya han hecho el cuadre del día. Estoy expectante por saber si he de ponerles una denuncia en regla.

_ Mire; normalmente la máquina no se equivoca_, dijo el ejecutivo, con una leve sonrisa perceptible desde el otro lado del teléfono_, pero como le dijo Carmen, le llamaremos, no padezca.

_ Entonces, me está diciendo, que si la máquina no se ha equivocado, yo me quedo ¿sin el dinero que me falta?

_ Hombre, pues así sería_, fue la respuesta de aquel ejecutivo, ahora ya con la risita más acuciada y asquerosa, por parte del delincuente directivo.

_ Bueno director, que esa risita, no se transforme en llanto, mientras puede ir mirando el saldo del mismo nº x126…….No sé que le parecerá al Director General, cuando reciba mis noticias.

Porque pienso ir donde haga falta y aunque tan solo tenga que recuperar cincuenta euros, y deba gastarme mucho más, lo haré con gusto para por lo menos evitar que no le pase esto, a otro confiado cliente, como es mi caso. No me extraña, que la gente andemos tan quemados con los banqueros, si todos son como usted, mejor sería que nos partiera un rayo.

 

Pasaron veinte y tres minutos, cuando sonó el teléfono móvil del atracado cliente.

_ Hola es usted don Mario Conde, el titular de la cuenta nº. X126…. De la Plaza del Ayuntamiento de Sant Bocadillo.

_ ¡Sí! el mismo, ¿Quién llama?

_ ¡Buenas tardes! Soy Carmen, es para decirle que se le han ingresado 50 euros en su cuenta de ahorro. Hemos arqueado caja y sobraba un billete de curso legal. Con lo que, la máquina se ha equivocado. Ya los tiene en su haber y perdone las molestias. Estamos a su servicio.

 

 

 

 

4 comentarios:

Anónimo dijo...

ESTE RELATO ES MUY MUY DIVERTIDO. UN BESO MUY FUERTE.

José Añez Sánchez dijo...

Divertido, auque algo escatológico. Lo del Sr. Mario Conde, no sé si encierra mensaje..., ¿quién roba a quién?
Hasta pronto.

Anónimo dijo...

Muy Bueno y ademas de verdad

Juan Gutiérrez dijo...

Tu vales para director de cine. De banco no, pues darías la cara, y eso no se estila.

Saludos.

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