sábado, 26 de enero de 2013

Dolor y memoria


Braulio había llegado a la zona, tras varias circunstancias encadenadas, la primera un deseo pendiente. De joven había visitado aquellos parajes, quedándole buenos recuerdos y mejores influjos. Frío, mucho frío, había soportado allí en aquella población,  aquellos aromas y olores que no se le habían borrado jamás de su mente.

Aquel disfrutar con los amigos, en aquel éxodo de placer, las comidas, las juergas y aquella intimidad con Núria, inconfesable, no podían borrarse fácilmente de su fantasía. Afecto que a pesar del tiempo pasado permanecía intacto, entre aquellos entonces jóvenes amigos, que en la actualidad vivían desperdigados por la geografía, sin tener contacto ni conocimiento de sus desesperaciones. 

La segunda razón, huir un poco de la sensación de mercadería que tenía en su ciudad de residencia, creyendo que escondiendo el bulto, las cosas se diluirían por sí solas. Retornaba a aquellas tierras tras una larga ausencia, que ya permanecía en el pretérito. Buscando quizás, la felicidad que en un periodo encontró en aquellos andurriales. Bienestar tan colmado de jugo y de placenteras situaciones; que no se le habían repetido jamás en su bonita ciudad, donde residía establecido; a pesar de estar repleta de oportunidades materiales pero, escasa de sensaciones  celestiales.  

Llegó un día de lluvia, mojado y helado de frío, aquel conocido le esperaba para acogerle durante un fin de semana, como agradecimiento a ciertos asuntos que a éste le sirvieron de mucho y por lo cual, no tuvo que meterse en unos gastos extraordinarios que no podía, sin echar mano de la esgrimida hipoteca, préstamo, o anticipo. 

El pueblo estaba como lo había dejado años antes, con las mismas virtudes y los mismos menoscabos, sus calles despobladas y grises y sus chimeneas humeantes dejaban expandir sus fumaradas hacia el gran cielo, que gris y espeso lo disminuía en pocos instantes. Húmedos suelos resbaladizos de callejas empedradas, corrientes de aires gélidos se colaban helados por los entresijos, dándole temblores al cuerpo desvalido por las inclemencias climáticas.  

Sin pensar llamó a la puerta, y se abrió aquella cancela, con el chirriar de un portón que no se engrasaba por la falta de uso, estancia sombría y desapacible, condenada por el goteo de una canal que justo daba en el frontal de aquella entrada. En el suelo una alfombra, hecha de un trozo de saco arruinado de alubias, perturbaba la vista a la vez, que hacía los servicios de extractora del barro deslizante de la vía pública, que se adosaba en los zapatos. Una bombilla de pocos vatios quería iluminar los rostros, que tras las sombras duras y penumbras a penas dejaban entrelucir, los rasgos personales de cada cual.  Un olor a leña procedente del interior de la casa, agradecía el acceso a ella. Tufo que agarrado a la ropa del amigo Abdón, que abría la compuerta y añadido al olor de su aliento, podían alimentar y rebufar salud, al gato que enclenque merodeaba en el zaguán pidiendo una donación.  

Abdón asomaba, como un hombre enjuto y vulgar, criado en la soledad de la indiferencia, por la propia naturaleza, venido del seno de aquellas familias que paren hijos para que les sirvan y les sean útiles a temprana edad. Sin aquella ilusión que tienen algunos padres por crear vida y por necesitar a quien ilustrar, formar y amar.

Aquel tiempo daba muestras de haber repetido historias que habitualmente han quedado escondidas en el olvido de todos, pero que ha arrojado a la suerte de su propio destino a seres completamente infelices, que por sus trayectorias sin amparo ni educación, han provocado episodios bastante dolorosos y sangrantes. 

Peinado con alevosía, ayudado de una brillantina fija pelo, que le mantenía aceitoso el cabello, dejando traslucir el nivel de pulcritud de aquel hombre tenebroso. Que a la vez mostraba una barba desarreglada de más de tres días. Sus anteojos circulares, mostraban el larguísimo tiempo, y la modernidad de los mismos, con cristales empañados por la diferencia de temperatura entre la calle y la estancia, divisaban unos ojillos escasos, traicioneros no apetecibles de admirar. 

Camionero transportador de áridos, dedicación completa al volante, de verbo soez y palabras mal sonantes, dichas con voz afín al agua ardiente. Emigrante del sur, venido por la razón imperiosa de comer cada día y hacerse de una existencia más o menos llevadera, engendrar a sus hijos hasta que les pudiese sacer partido. Sin emoción matrimonial, ni metas que cumplir, si no son las de llenar cada día el estómago, saciando la voracidad, acompañado de tragos fuertes controlados por el estado de salud que le había arrojado a las enfermedades ya tradicionales del colesterol, reúma de huesos y presión sanguínea, contando con la gran amenaza para la salud del azúcar a niveles de tener que pincharse a diario, teniendo que transportar los útiles para el suministro corporal de insulina. Todo ello hacía que su carácter fuese asqueroso y desquiciante. Solo admitía y escuchaba, a según quien por razones de conveniencia y su poder de comprensión se limitaba al beneficio que le pudiera aportar la situación. 

Una mancha grasienta de gran tamaño en el pecho izquierdo y una gran rebanada de pan con embutido en la mano derecha evitó que el recién llegado pudiera estrecharla para saludarlo como agradecimiento a tan generosa invitación. Zapatillas de lana deslucidas y planas del desgaste que contenían y unos pantalones de pana verde, más negra que el tizón y más arrugada que el fuelle del bandoneón del cieguito del agua, le servían de vestido y le  reservaban del acuciante e intenso frío.

Ese motivo y no otro cualquiera, era el que le obligaba a atender en su casa al visitante, para que de una manera visible, retornar aquel favor que le hizo Braulio en su día sin beneficios ni ganancias. Simplemente por humanidad, esa concepción que Abdón, no conocía ni de lejos y cuando se la presentaron fue para su suerte, el día que más la necesitaba. 

_ ¡Hola; ya estás aquí! Pasa “pa dentro” que verás a Rosa sentada en la lumbre. Hace un frío de pelotas.
_ Hola, que tal, y gracias por la hospitalidad__, dijo Braulio__, hoy no es día de andar por esos mundos sin un cobijo.  Fueron penetrando en el interior de aquel caserón y en un rincón a la vera de una chimenea amplia, sin parapetos para el humo, estaba Rosa.

Una señora oronda, que masticaba algo. Ella; cuando fue a saludar, miraba a lo infinito, en un principio sin ver nada, por aquella humareda, que había en la sala cocina y que más cortaba la vista y el olfato, que restañaba los tiritones de la poca temperatura habida.

_ Hola Braulio, ¡Mira no he salido a la puerta a recibirte! Estoy helada__. Claramente expresó la señora, tragando lo que masticaba a dos carrillos.
_ No se preocupe usted Doña Rosa, lo entiendo__, le dijo Braulio_, perfilando de un vistazo el atuendo cómodo que llevaba colocado. Un pijama hombruno, de la talla súper gigante y unas babuchas de paño, tapaban las partes más amplias del esqueleto, se tocaba con un gorro de lana que le tapaba toda la frente y parte de la nuca hasta las orejas, un delantal de paño de estambre y aquellos lentes, que difícilmente podía ver por la gran cantidad de vaho que había en la estancia. Comía…   ¡Más que eso!  …Mordía un trozo de tripa de salchicha cruda, que engullía con apetito y mascando como hacen los pavos en su engullir: dos meneos y adentro.

_ ¡Anda ponte cómodo! Que luego cenamos un poco y podrás descansar. Mañana será otro día y lo mismo no hace tanto frío, si es que sale el sol. Estamos en invierno y es lo que hay, esto no es la ciudad, ni mucho menos__ acabó el parloteo con la boca llena aquella mujer.

La vivienda, era fresca y ventilada como la jaula de un jilguero, las paredes no parapetaban el aire, entraban corrientes ventosas, como cuchillos afilados, la dentera era deporte en aquel recinto, por todos los rincones notabas brisas y no podías, estar un minuto quieto del helor que intentaba paralizar la corriente sanguínea en su viajar por las venas.

_Quiero presentarte a un vecino__, dijo Abdón__, que es un buen tipo. Nos ha ayudado a instalarnos en esta casa y de vez en cuando, nos trae fruta y hortalizas de su huerto. Vendrá esta noche, cuenta unas historias muy reales, cojonudas que nos mantienen en vilo. Le llaman Genís y además es un buen músico. No es que le haya escuchado tocar su saxo tenor pero todos dicen que es cierto, lo de su calidad musical.

_ Me encantará escucharle sentado a la vera de la chimenea__. Manifestó el recién llegado, con ganas de agradar. 

Rosa sirvió la cena y mientras comían, no hubo palabras más que para agradecer por parte de Braulio, la invitación y el cobijo que le habían dispensado la familia: Ruiz Fernández, mientras se asomaba en el recuerdo del recién llegado, la rememoración de lo sucedido en aquella carretera, a las tantas…   en noche de perros. 

Abdón, Rosa y sus nietos circulaban de vuelta a la gran ciudad, tras haber pasado unos días de asueto en su casita del monte, iban en su Mercedes, no demasiado cómodos pero, cumplía con las normas vigentes de la circulación. La alegría en ellos como siempre, comedida, en pro de un retorno sin problemas. La noche era negra y cerrada, niebla de no ver más allá de las pestañas de cada cual, frío atornillante que hacía que la distensión de los tendones fuese cosa de hábiles masajistas, o estrellas circenses.

Aquel coche conducido por Abdón, colisionó con otro vehículo cargado de colegiales, tras no hacer un stop extraordinario y comprometido, que está  en la carretera obligando a todos los vehículos a detenerse inexcusablemente. Una señal de tráfico, que perenne radicaba allí, hacia muchísimos años. Una confluencia que Abdón conocía al dedillo y que siempre había respetado. En aquella ocasión sin saber ni por qué, ni como, no se detuvo provocando el accidente, donde hubo daños personales y destrozos materiales, a tal punto que su coche quedó hecho un amasijo de hierros, a pesar de no haber lamentado daños corporales en los miembros de su familia. Sí hubo heridas contusas y graves lesiones en los ocupantes, del coche que circulaba respetando las normas. Quedaron sin vehículo por resultar choque fatídico y  de siniestro total inapelable. Resultando las costas y los gastos, en contra de la familia Ruiz Fernández, la cual debía pagar además de los  expendios propios, los de la parte contraria, ascendiendo a muchos miles de pesetas, dinero que no tenían, ni en efectico ni en especies, ya que aún estaban entrampados con la hipoteca de la compra de aquella casa del monte.

Casi todo cubierto, por su póliza de accidentes, exceptuando el casi…  que ascendía a una cifra desquiciante, y debían reclamar a su compañía de seguros, dado que ellos en sus cuentas domésticas, no contaban con esas cifras. Ni había en principio nadie que abogara por ellos. Esperando los dictámenes del juicio que se debía celebrar en fechas lejanas, las cuales, no daban solución ni de cerca; con el adelanto efectivo del total, para sufragar todas las costas acaecidas en el siniestro.

Abdón y su familia, recurrieron a todos los estamentos habidos y por haber, y nadie les daba una solución clara y efectiva. Hasta que se dirigieron a Braulio, que había sido el gestor de sus negocios dentro de la aseguradora.

Nunca se sabrá como Braulio, pudo acceder a la solución definitiva del tema, ni con quien negoció, ni que armas usó para que se les remediase de un plumazo los apuros, tanto cuantitativos como sociales. Lo cierto fue, que un buen día les hizo una llamada y les regaló la luz. 

Volvía a la realidad cuando un ruido en la puerta, avisaba de la presencia del amigo, vecino de ellos, que llegaba y, que hechas las presentaciones, se sentaban todos a la vera del hogar, viendo como la leña se consumía, esperando que los comentarios se establecieran. 

_Anda Genís, cuenta lo que quieras__ Dijo Abdón, fumando un buen caliqueño y ya saboreando una copita de Oporto.
_ Bueno, como queráis__, comenzó a parlar aquel hombre sencillo y con las ideas muy claras, que además de cercano, era amigo de la familia__. Os voy a relatar lo sucedido hoy en el puente, el accidente que se ha llevado por delante la vida de unos chiquillos, que venían de escuela, en el transporte comarcal y que ha ido a colisionar con un despistado que no ha respetado la señal de stop del cruce__. Siguió relatando el suceso, con todo esplendor y detalles, haciendo que los escuchantes, se metieran en su pesar, recordando aquel trágico y fatídico suceso, que les llevó a tener espejismos insospechables y pesadillas que perduraran hasta el fin de sus días. Al pronto habló Rosa, queriendo mitigar un poco la amargura__. Esta historia te suena, ¿Verdad Abdón? Es lo que nos ocurrió aquella noche de niebla en la comarcal Celeste, de regreso a casa.
_ ¡Se la has contado tú! __. Espetó Abdón, dirigiéndose y mirando a Braulio directamente, esperando una respuesta inmediata.
_ Como voy a explicarle historia alguna, si acabo de conocerle. Es más usted me lo ha presentado esta noche__, matizó Braulio, con aspecto molesto y preocupado.
_ Pues alguien ha tenido que explicárselo, no creo que lo haya soñado__. Desvariaba Abdón dentro de aquel remordimiento que aún no había mitigado.
_ Abdón, no es para tanto__, dijo Rosa cabreada__, nadie quiere recordar nada, las cosas a veces se manifiestan y se repiten las historias parecidas, para más dolor de los afectados, pero no veas maldad, donde no la hay__, acabó de hablar Rosa, con unas lagrimas incipientes en sus mejillas. 

_ Entre todos ustedes vuestra historia, la habéis ido reflejando al mundo__, anunció Geñís, el vecino__, no lo recuerda usted Abdón__, dirigiéndose al precipitado y poca chicha del hombre engominado__, la de veces, que ha suspirado, maldiciéndose por aquel retorno y por el agradecimiento tan notorio que sentía por Braulio.

La confianza que les deparó sin crédito, la seguridad que les dio a cambio de nada, viniendo de una persona que nada tenía que ver con el asunto, ni con su familia. Que le echó un capote, que ni sus propios hermanos le ofrecieron. Nunca refirió su nombre, pero sí dio datos del suceso y admitió que un día lo visitaría en esta, su casa__. Hizo un inciso el músico, amigo__ matizó esperando una respuesta, que no llegaba y continuó mirando a Rosa__. ¿Cuántas veces ha comentado usted Doña Rosa, que nadie esperaba una ayuda tal, de un desconocido,  y lo ha repetido hasta la saciedad dando pelos y señales? Con todo ello, he supuesto__, siguió con su acervo Genís __, que hoy sería bueno recordaros a todos, que nunca se sabe las vueltas que da la vida y que somos un engranaje más de todo cuanto sucede. Por estar aunque no lo creamos sujetos a un mismo guión.

 

 

 

1 comentarios:

Anónimo dijo...

COMO SIEMPRE, TE SUPERAS CON CADA HISTORIA QUE NOS CUENTAS. NIKITTA.

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