martes, 24 de julio de 2012

Pulidor



Es fácil sorprender a la realidad, cuando pasados los años se evocan conversaciones, recuerdos o alguna vivencia que haya erosionado en la propia sustancia dejando ese recuerdo que obliga a plasmarlo en un trozo de papel.
Propiedad aplastante es narrar algo actual, sin dejarse el exceso, ni un sentido, ni un suspiro y si además conoces el final del cuento, sin tener que imaginar sucesiones que vengan bien al relato, se hace más llevadero y evitas esa invención superflua, ya que todas las escenas se acreditan.
A pesar de saber que en ocasiones la pura realidad supera a lo imaginario, intentaba relatar Don Ricardo desde su celda del hospital de Psiquiatría, a un compañero recién llegado, su historia contada desde su verdad inconsciente, desde su realidad causal y desde el sujeto recuerdo que le permite su propio remordimiento. Sin poder emitir ni una sola palabra, quedó desbordado por sus reflexiones…

Entonces era un tiempo donde el trabajo sobraba y más o menos todo aquel que quería depender de una ocupación, tenía lugar y empleo sin tener que apelar a la buena suerte o al enchufismo, (Qué siempre ha existido). Las horas extraordinarias eran en la época menú socorrido por aquellos que ambicionaban ganar algo más en el jornal, para invertirlo en caprichos o vicios, gozar de algún beneplácito inalcanzable, conquistar algún deseo o, incluso mejorar la calidad alimenticia de la familia.   
Los patronos en sus trapicheos fiscales con estas prácticas evitaban de forma casi legal o sumergida, contratar a más gente, evitar colocarlos dentro de aquellos contratos de trabajo, que eran para toda la vida. Contratos fijos, sin periodo de caducidad, donde las normas laborales estaban establecidas en un decálogo y mientras el empleado cumpliera, con la constancia y fuese fiel a la empresa contratante, podía seguir en plantilla. Por ese motivo el empleador tampoco prescindía de su obrero, sin motivo fehaciente o incumplimiento, aunque a veces, deseara ponerlo de patitas en la calle. Contrataciones fijas e inalterables, más que por los aumentos salariales que por ley recuperaban la cuantía del índice de precios al consumo.
Aquel muchacho, Ricardo, defendía un oficio no reconocido en una empresa fabricante de grifería sanitaria para el hogar. Pulidor de accesorios. Un horario perfecto para tener la tarde libre o para ocuparla con aquellas horas extras. El montante final en dinero en la mesada, daba para mantener a una humilde familia obrera, sin agobios monetarios, donde estaban cubiertas las primeras necesidades y la alimentación.
¿Por qué será? Dice el refrán: La avaricia rompe el saco. Incluso podríamos atrevernos a asegurar que no se valora nunca lo que se posee, hasta que se pierde. Por cuanto a este obrero de buenas a primeras le entraron unas necesidades imperiosas, ideas descabelladas en querer hacerse patrón. Cuando todos los negocios están inventados y si no son realmente prodigiosos y precisos en la zona, no suelen triunfar. Conociendo que el porcentaje de los que se mantienen a flote y dando ganancias son los mínimos.
Hay diferencia en ganarse la vida estando empleado y que tengas cada mañana una directriz, que te marque lo que has de hacer en cada momento. A diferencia, de ser el propietario o director de la empresa y que además de buscar el trabajo fuera, sepas mandar a una plantilla obrera, para que se fabriquen los productos, tengas las ideas muy claras previsiones expeditas, capital invertido, riesgos impensables, caídas del mercado y ese valor desmedido que se necesita.
Ricardo tenía muchas ganas de dejar de madrugar y pulir aquellos grifos que hasta ahora le daban de comer, permitían llevar un tren de vida moderado con diversiones, amigos, bailes y atención a sus gastos fijos. Creyó que una buena experiencia; sería dejarlo todo y, salir al extranjero a ocupar una plaza de camarero, en uno de los complejos más importantes de Puerto Vallarta, así tomar experiencia, traer fondos crediticios y dólares frescos para montar un negocio de restauración en su ciudad, en la que le había visto nacer. Para dar un servicio diferente del que ya existía.   

Estuvo fuera de sus costumbres por espacio de dos años, sin apenas contacto con familiares ni amigos. Se le perdió la pista y como si la tierra se lo hubiese engullido, dejaron al cabo, de pensar en Ricardo incluso los familiares más allegados.
Un buen día de enero, volvía a reencontrarse con lo que hacía algún tiempo había olvidado, queriendo recuperar el tiempo de ausencia y trayendo unas ideas reforzadas de aquellos sueños de soberano de un restaurante de comidas rápidas y de tragos cortos.
En aquella ciudad de la España profunda, la cobertura por metro cuadrado en relación con el número de habitantes estaba más que excedida, lo cual arropaba para las estadísticas que aumentar el barrio con otro “bareto” de esas condiciones, sería poco más que una ruina anunciada.
Anduvo de bancos, para capitalizar su idea de ofrecer el menú tan sabroso mexicano a base de burritos; tortillas de trigo, pastel de requesón, carne deshebrada con queso y tantísimas variedades más. Platos que en estas latitudes aún no se habían degustado a nivel de frecuente, si no ibas expresamente a restaurantes explícitos. Comidas sabrosas, que bajo una impresión personal muy acentuada; la que tenía Ricardo, no le faltarían clientes para tener el local atestado de parroquianos degustando traguitos de tequila.
La bonanza en las finanzas del país, iban a lomos de la expansión y del despilfarro, todo parecía transformarse en euros a poco que se lo propusieran, las gentes gastaban más de lo que ganaban, eran tiempos de vacaciones tropicales, de cruceros por el rio Grande, de presunción de lo que no se tenía, de ampliación de hipotecas para la adquisición de una segunda vivienda, construcción de un chalet y además poder cambiarte de coche por aquel deportivo de no sé, cuantísimos cilindros. Un cachondeo de alegría, un despitote a manos llenas, una malversación de la equidad. Una fenomenal burbuja engañosa, que pronto sería la causante de mucha desgracia, desahucios y graves consecuencias.
Fue avalado por sus ancianos padres, los cuales pusieron en el quicio de lo imponderable, aquellas propiedades que ganadas con el sudor del trabajo y del ahorro, habían conseguido a lo largo de toda su vida.
Se inauguró el negocio con la presencia de un ínclito Consejero de la Región, primo de un pariente de la familia, que hacía poco se había desposado con una veracruzana, que laboraba como administrativa en la embajada de Costa Rica,  muy enterada en los menús criollos. No faltaron bocas para engullir todos aquellos canapés, convites, tentempiés y chorizos fritos que se servían para ser degustados. Se llegaron a tragar más litros de cerveza en un rato, que agua beben cien proscritos en el desierto de “Rocapreñada”.
Rancheras cantadas por Doña Araceli Kojonaste, adelantada en recursos musicales del Conservatorio de Tacna, en la frontera entre Perú y Chile, muy conocida y apreciada por el innovador empresario Ricardo Calloso, propietario del recién inaugurado “Cardo Star”
las ilusiones mueren con la insolvencia, las hipotecas vencen cada día treinta, los clientes por falta de gracia se ausentan, los empleados se cansan de promesas y los padres de Ricardo tuvieron que acabar en la indigencia. Tan solo duró tres años, “Cardo Star” abierto al público en la calle de la Molienda, a los acreedores se les agotó la paciencia. El Consejero político, no les facilitó ni una sola audiencia, y Doña Araceli jamás cobró por cantar con aquella ciencia.


1 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Emilio,
He intentado añadir un comentario pero no me deja.
Te decía que qué triste y qué real al mismo tiempo.

Y que qué bien escribes. No dejas de sorprenderme.

Felicidades!

Inma

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