Pertenecía
a la lista de afamados. Componía del elenco de los cientos de autores
literarios que existen. Jeremías, como a más de uno le ocurre, creía ser un
super plumilla, y le molestaba compartir cualquier detalle. La más mínima de sus
ideas, antojos e impresiones, y mucho menos sentimientos con sus colegas.
En el mundo
de la literatura era un destacado novelista, al que le encantaba ser reconocido
por todos, y cuanto más ruido se hiciera con sus triunfos, tanto mejor.
Entrevistas de prensa, publicaciones en gacetas del corazón, invitaciones a sucesos
literarios, emisiones de televisión y radio, y absolutamente cualquiera de las demás
difusiones gratuitas que le pudieran ofrecer y otorgar.
Por
participar en cualquiera de los eventos que le proponían, cobraba una tasa de famoso,
y debía ser colocado en el centro de los estrados para que la gente lo
distinguiera muy mucho. Dentro del ranking de los acreditados y famosos, quizás
ocupaba una segunda fila muy merecida. No muy por debajo de los excelsos y
gloriosos ensayistas actuales y de los escritores lejanos, que dejaron profunda
huella y obras esenciales.
El trato
que tenía con sus lectores era gentil, atrevido y distante. Nada afectuoso ni cordial.
Jamás le interesaba conocer el porqué de aquellos admiradores le seguían, se incumbían
por sus libros y adquirían sus relatos. Nada que decir de la camaradería con
sus colegas. Pocas bromas, escasas confianzas, y desplantes fuera de tono.
Entrar a
conocer los modos, las técnicas de los demás, aunque disimulaba ese gesto de
forma grosera. ¡Sí! Estaba interesado.
A hurtadillas
procuraba saber de las tendencias de los demás, en que estaban metidos, que
argumentos meneaban otros escritores ajenos a él, por si podía machacar esas
tendencias adelantándose con sus divulgaciones pendientes y futuras.
Exprimiendo si podía el concurso de sus trabajos por costumbre, pero ansiando
tener para él solo la llave de la fama.
Tampoco lo aireaba
ni pretendía. En demostrar su interés por aquellas trazas ajenas ni que la
gente supiera, qué clase de condiciones y estados de ánimo le llevaba a generar
sus novelas.
Normalmente
hurgaba donde nadie podía imaginar. Bastante a menudo lo hacía, sabiendo que se
extralimitaba de lo que se llama lícito. Narrando con su desparpajo y su osadía
en tono criminal. Violento como en realidad era Jeremías. Simulando a sus
protagonistas en las violaciones descritas. En el remordimiento del agresor, el
tono con que cometía el crimen, y la violación afinada y tan real que describía.
Como si gozara explicando una situación que en su día llevó a cabo.
Lo que
ahora se le conoce vulgarmente, como novela negra. Jeremías la magnificó desde
sus inicios. Como si no existiera en el mundo más que la maldad y el castigo.
No siempre, para los que están fuera de la ley. Pagando condena y desprestigio
alguno que carece de infracción.
En realidad
era un tipo especial. Muy singular y poco afectivo. Con unas condiciones
personales no conocidas, y bastante únicas, de las cuales tenía mucho cuidado
en que los ajenos a él, las averiguaran y con ellas, poder hacer leña de
aquellas circunstancias.
Su agente literario, le llevaba temas tanto personales como profesionales, manteniendo su agenda activa y renovada. Conociendo de que pie cojeaba, tenía sumo cuidado en no “empotrar la zanca” con detalles, que sabía de antemano no registraba nada bien el anómalo Jémico, o sea el muy distinguido e ínclito de Don Jeremías Miñona Corrientes.
Estaba situado
entre los mejores novelistas del país, de entre los cuales era el número uno de
los estúpidos y engreídos. De las docenas de novelas de éxito que poseía y
tenía editadas, en ocasiones alguna de ellas se versionaba para rodajes
cinematográficos. Con las cuales y aprovechando la tendencia la televisora Flowers
Too Much, más conocida por FTM, escogió la más adecuada del momento, para rodar
una vez hecha las adaptaciones y escogidos los actores. La crítica auguraba que
sería la serie destacada de la temporada.
Un serial
de intriga. Con la novela social que había publicado hacía más de dos años, y correspondía
en secuencia a su octavo trabajo serio. El suspiro de la insensatez.
Los críticos
y entendidos elucubraban y se admiraban por la capacidad que tenía Jémico, en forjar
fantasías tan escrupulosas, interesantes y frecuentes. Que tan solo un
superdotado autor, pudiera conseguir.
Además de
viajes para presentaciones, eventos y festivales dramáticos, y la cantidad de
tiempo y espacio que le ocupaba su fructífera vida social.
Cuando los
días siguen siendo normales. Si le restas un mínimo de cinco horas para dormir,
y algunas más por necesidades obligadas, quedan once horas de trabajo. No es
posible estirar más el brazo, mi mojar la brocha. Con lo que las cuentas no
cuadraban en la dedicación que arrojaba llegado diciembre.
Aquel dramaturgo
solía publicar entre tres y cuatro novelas cada año, número extraordinario,
para la única producción de un solo prosista.
El que
mantenía en severísimo secreto, que todo no estaba escrito por su pluma, ni
todo era de su autoría. Sin que ese dato lo conocieran los críticos literarios,
ni sus detractores, aunque alguna sospecha había.
Tampoco conocían
el dato sus muchos adeptos y simpatizantes. Pagando honorarios a varios escribidores
anónimos y discretos. Dedicados a inventar cuentos, husmear en la vida de
políticos y empresarios por si revelaban detalles que produjeran un relato. Corregir
y originar leyendas que llevarían la rúbrica y autoría de Jeremías Miñona
Corrientes.
Su espacio,
su vitrina y su apellido. Detalles que guardaban celosamente el gran equipo de
disponibles, que comían y vivían detrás de los menesteres de lo que se expedía
con el nombre de Jémico.
Comandados
por su jefe de prensa que era otro artífice de cuanto se publicaba, y
responsable de un porcentaje muy alto del éxito, que generaba aquella industria
propiedad del presumido Jeremías.
Su último
trabajo, el novísimo título en librerías, que se estaba vendiendo como churros
con chocolate, le estaba dando una fama incluso, fuera de las fronteras. Aquella
historia con los derechos vendidos para filmarla en una serie, rompía con las
previsiones de venta prevista.
Había penetrado
dentro de la sensibilidad del lector. Trataba del miedo a lo inexplorado, la
angustia y zozobra de muchos individuos, que mueren sin llegar a saber para que
llegaron a este mundo. Agonizando sin comprender lo aportado por ellos a la
sociedad. Despechados de familia y amigos, por lo no acaecido en su propia
carne.
En menos de dos meses de haberse puesto en librerías, ya se estaba imprimiendo la cuarta edición. Un laurel completo.
En
ocasiones el éxito cuando les llega a según que sujetos, no lo saben digerir y
los transforma a ellos mismos en seres desquiciantes, que incluso en ocasiones
no los soporta ni su propia familia.
Algo
parecido le estaba sucediendo a Jeremías. Aquel muchacho que comenzó
escribiendo poemas y poesías a las niñas de la clase de sexto de bachillerato,
cuando compartían risas y codicias en aquel instituto de la franja valenciana.
En especial a Noelia Elisenda y Picaporte, con la que en su mocedad inició una
especie de pasión juvenil, y que en gran manera fue la impulsora del incipiente
escritor.
Siendo ella
y su intelecto, la que le descubrió su vena literaria. Apoyándolo durante
muchos años, con los consejos de una dulce amante, que estaba interesada en que
Jeremías llegara. Dando oportunos consejos y opiniones literarias, agasajos,
caricias y un poco más.
Noelia
estaba enamorada de Jeremías y a la par llegó a ser una filóloga reconocida. Algunos
años mayor que él, y apasionada del mundo de las letras. Nieta del cronista de
aquel pueblo de la ribera del Júcar. Impulsora de aquella promesa.
Hasta que
recaló en Madrid, con la mentira de volver a buscarla en cuanto pudiera ocupar
la plaza ganada como funcionario de Correos, y publicara aquellos guiones que
presentaría a las editoras.
Cuando
regresó a Beniparrell, a saludar a su familia, ya era casi aclamado por sus
seguidores literarios. La fama y el reconocimiento hacía mella en su egolatría.
No se
acordó de la señorita Noelia Elisenda, ni de sus atenciones personales.
Olvidándola de un modo descarado.
Únicamente
atendía al boato que le proporcionaba su egoísmo y ninguno de los amigos y
compañeros de la juventud, entendía como un autor tan renombrado y prolífico en
letras, y pensamiento, olvidara sus inicios. Sus comienzos y sus raíces.
Pasó su
presencia por la localidad como una exhalación. Sin llegar a interesarse por
nadie de los antiguos colegas, amigos y conocidos. Incluso borró de su memoria
a la joven que en su tiempo lo había acariciado, y cubriendo su ego con su piel
femenina, yacieron mimándose entre poemas y amor.
Desde que
se ausentó, las únicas noticias de Jeremías que llegaban a la zona del Turia,
era por la repercusión y la fama que iba recalando por su gloria. Su idiosincrasia
y por títulos de novela insospechados, que nutrían el egoísmo del autor.
Una tarde
debía presentar en Valencia una de aquellas novelas que había escrito un
pasante de los suyos. Un desconocido. Otro de los tantos que cobraba un sueldo
por libreto y punto. Quedando los derechos de autor para la firma Jémico.
Una historia
de las muchas que el propio Jeremías ni tan siquiera había tenido en sus manos.
Un relato profundo, repleto del rigor de una pluma exquisita. Sin que llegara a
leerla. Tan solo la hacía suya, al pagarle a un ajeno, la tasa que estaba
establecida. Se suscribía con su nombre desde la editorial, como hacía con
tantas producciones que su jefe de prensa ponía en las rotativas de edición.
El
argumento de la dolorosa narración causó escándalo por lo real del recado y por
la verdad emanada. Eso no hizo bajar la venta. Todo lo contrario, la gente
quería saber. Conocer la verdad.
El disgusto
de los afectados y el horror de perder la vida ahogados por una avalancha
venida desde el cielo. Con la brutal lluvia desmedida y transportada por el
propio río que en ocasiones les ofrecía un placer que no compensaba. Regalando dolor
y muerte a cambio de nada.
Un drama
escrito con el dolor de quizás, algún afectado de aquella tragedia. Enredado en
sus pasajes con lo sucedido aquel veintinueve de octubre del año dos mil
veinticuatro.
La dolorosa
y nefasta DANA, La causante de la excesiva muerte en aquella comunidad. Dentro
del horror de la oscuridad de la noche más negra de octubre.
La que dejó
cicatrices visibles y de dolor inolvidable. Aquella que se llevó vidas humanas,
sin que pudieran defenderse.
El recinto
de la presentación escogido vibraba por el gentío que lo abarrotaba. Aquel Ateneo
estaba de bote en bote.
El falso autor de la novela presentada, era originario de la zona. La narrativa que se presentaba en formato novela, era un éxito en medio mundo. Anunciada a bombo y platillo, con el mismo slogan que titularon la novela. Dana vil despecha mi vida.
En el
estrado tan solo estaba Jeremías Miñona Corrientes, presumido hasta en
condiciones impensables. A su derecha y fuera de la tribuna, un empleado de la
editorial, con una cantidad de libros, esperando finalizara la charla para ser
firmados por el que constaba como autor de la historia. Nunca por quien la
escribió.
Se hicieron
los honores de la presentación de alguien que todos conocían, pero por seguir
el protocolo y para darse aún más realce Jeremías, no quiso que a su lado en el
escenario hubiera nadie. Pretendía ser el único protagonista de un trabajo que
no había creado, ni tan siquiera conocía.
Comenzó
haciendo una síntesis de la historia, pero hablaba y refrendaba los sucesos
acaecidos más por las noticias que se habían publicado por la prensa, que por
lo que desgarraba la realidad y la narración de la novela.
La tensión
en el ambiente se notaba, la rabia de la impotencia prevalecía entre las
gargantas de los presentes. Mucho drama en la sala, con personas que habían
perdido alguno de sus seres queridos.
Otros tan
solo perdieron incumbías materiales ineludibles para su hábitat, y el resto la
mayoría de sus pertenencias. Se quedaron sin techo que les albergara. Sin su
morada, la que fue su propiedad hasta ese instante del suceso.
Las
promesas hechas por los responsables políticos, aún no habían llegado y tenía
trazas de tardar.
Había llegado
el instante de las curiosidades y preguntas de los escuchantes, que atestaban
la sala. Con el requerimiento de decir su nombre y formular tan solo una
cuestión, para que pudieran participar muchos asistentes. Se rogaba ligereza y
educación democrática.
Apareció una
especie de presentador que portaba un micrófono en la mano para repartirlo a
los que formularan consulta, y miró al azar para ver quien se atrevía a romper
el hielo, y tenía la mano alzada. Preguntando.
—Alguien
quiere iniciar las preguntas.
Enseguida
se levantaron las manos y el speaker, a la más cercana concedió el micro.
—Buenas
tardes, me llamo Amparo Luchana. Perdí a mis suegros y a mi marido, y por mucho
que me den, que lo dudo bastante sea así. Quisiera saber con qué emoción. La más
fuerte, se enfrentó para poder escribir esta obra. Tan llena de verdades y de
daño.
Jeremías
con cara de tristeza, sin saber por dónde atacar, puesto que no tenía ni idea comenzó
a descifrar un dolor falso y enlatado.
—La emoción
más dura, fue la de la importancia. No se puede luchar contra la fuerza de la
naturaleza. Dijo compungido.
—Ha sido
una tragedia y tardaremos mucho en olvidar. Acabó con respuesta que por poco
convincente, no dejó feliz a nadie.
En quince
segundos se quitó a la primera curiosidad de encima. Como el que se desprende
de una camisa y la deja en el lavadero. Permitiendo que tomara la palabra otro asistente.
Así fueron
pasando docenas de personas que iban tocando diferentes cuestiones, todas
ligadas a la gran novela que permanecía a pocos metros para ser adquirida. Hasta
que el organizador, dijo que tan solo le daría la palabra a dos o tres
interesados mas y dejaría concluida aquella charla. Indicando que los
interesados recogieran la novela, que antes del final del evento, el autor las
firmaría todas.
—Soy Pedro
Sanz, y te pregunto directo. Has sido afectado en tus carnes con la pérdida de
algún ser querido en esta desgracia.
—Vidas
humanas no hemos sufrido, pero se nos ha negado la casa que teníamos en Beniparrell,
y la casona de Silla, y Paiporta, quedando todo hecho un desastre. De la
familia no tenemos que lamentar daños a nadie. Todos estaban en Valencia
aquella noche del veintinueve de octubre, celebrando el cumpleaños de un tío
carnal.
—Buenas
tardes me llaman Lucía Meseguer, te pregunto, porque no te vimos en los
funerales hechos en favor a los damnificados. A que se debe, nos preguntamos. Que
un nacido en la zona, famoso no aparezca por los límites de la tragedia.
—Sencillamente
no me visteis porque no me dejé ver. Iba disimulado, no era momento para venir
a presumir y hacer declaraciones en las revistas. Hacer acto de presencia, y
dar la cara viviendo fuera, mucha gente me hubiera humillado y con razón.
—Buenas
noches Jeremías. Me llaman Noelia Elisenda y Picaporte y soy hija del pueblo.
Quisiera, pudieras expresar sobre las diez disposiciones que escribes en la novela,
titulada Dana vil despecha mi vida, relato que presentas hoy aquí. Mi
pregunta va encaminada en saber, que consejos nos invitarías a cumplir, para
evitar una próxima inundación.
Describieras
con tus palabras la quinta revisión de las diez que nos propones en tu novela.
Porque la verdad no lo dejas demasiado claro, o a mí me lo parece.
Yo he leído
la novela, dos veces. Hizo un inciso, Noelia no queriendo descubrir nada más. Y
siguió concluyendo su pregunta, mientras se lo miraba con un desprecio
irrefutable, para concluir su exigencia.
—No encuentro
por tu parte concreción. Te ruego nos lo aclares con palabras que entendamos
todos. Gracias.
Se quedó
petrificado. Jeremías se tornó a color blanco. Viendo y dándose cuenta que no
podía responderle a la pregunta realizada por Noelia. No podía contestar al
“tuntun”, porque la pregunta llevaba enjundia y la tal Noelia Elisenda no se
chupaba el dedo.
Además la
conoció en cuanto se levantó de la silla, para formular la pregunta.
Disimulando y avergonzado por su ruindad, comenzó a decir.
—Quisiera
responder con certeza con lo que me abordas, pudiéndote contestar con mil
añagazas, pero quizás no serían inteligibles en un foro como este. Te diré que
de las diez disposiciones, que menciona el libro, la quinta es la más directa para
el pueblo, y nada más hay que seguir las pautas descritas para conseguirlo. El
resto de las tantas disposiciones son de carácter más apreciativo y funcional,
como sabes. Hizo un gesto de falsa liberación, como indicando, hasta aquí hemos
llegado.
Fin del
martirio, pasemos a otra consulta.
El meneo
del micro buscando nueva pregunta, que el asistente derivó hacia otro
interesado delegando nueva cuestión.
Noelia vio
claramente, que Jeremías no se había leído la novela escrita por ella misma. Dana
vil despecha mi vida, y no tenía ni idea ni de las disposiciones ni de nada
de su contenido.
Porque la
novela que presentaba en el Ateneo el cínico Jeremías. No hablaba ni mentaba,
de ninguna disposición. Ni de las diez que le mentó Noelia Elisenda Picaporte,
para probar su mentira.
No existía
tal pasaje en la novela. Ni tan siquiera del invento de la quinta como le
anunció ella. Para comprobar si el que dice ser autor, había leído el texto de
lo que trataba de presentar. Demostrando que ni se leyó el prólogo del
manuscrito antes de publicarlo.
Ya que la obra, la escribió la propia Noelia
y el engreído de Jeremías no sabía absolutamente nada de La Dana vil
despecha mi vida, y mucho menos que presentaba y dedicaba y firmaba una
novela, escrita por la mujer que olvidó, y que en sus comienzos lo avaló.
autor.
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