viernes, 19 de septiembre de 2025

Valentía no sé, lo siguiente.

 







Sonia había escrito a un concurso de televisión para encontrar pareja. Atiborrada de esperar que el destino le propusiera hombre con el que compartir cama, risas y amparo. ¡Estaba harta de esperar! No había tenido demasiadas oportunidades en su juventud, y el muchacho por el que se desvivía y pirraba, era demasiado timorato y poco decidido.

Mediatizado por sus padres, los cuales le buscaban, lo que entonces se denominaba “<Un buen partido>”. Hijo de un artesano forjador del pueblo, que pertenecía a una estirpe de vanidosos integracionistas.

Tan solo por ganarse mejor la vida que sus convecinos, hacían selección. Discriminando quien eran amigos y los que jamás entrarían en su círculo. Por lo cual el niño tenía prohibido acercarse a ella.

La joven, prometía por belleza y encanto, viviendo otras aventuras con muchachos forasteros que llegaban al pueblo, con los que perdió y encontró gozo.

La decisión de participar en esos eventos públicos de “encuentros” se dio viendo que su tiempo se esfumaba, que las carnes de sus antebrazos, se hacían blandas y ñoñas, colgando pellejos. Sus ojos dejaban de ser preciosos, y sus pechos se aliviaban y descargaban sobre su vientre.

Una mañana viéndolo todo perdido, se decidió a romper con su vergüenza y la mentira de estar conforme siendo una sumisa. Ansiosa de sexo, necesitada de querencias y rabiosa por haber dejado perder las pocas oportunidades que se le presentaron, por aquello de creer que vendrían “otras golondrinas mejores y provistas de riquezas”. ¡Mierda para todo eso! —<pensó y se decidió>. 

Intuía que más pronto que tarde, algún hombre llegaría a enamorarse de ella. Se harían compañía y cruzarían juntos ese lapsus de vejez que a todos llega.

El tiempo se le echaba encima, se había dedicado a perderlo en pijadas y en creer en los milagros, cuando no existen. Ni han existido jamás.

Sin embargo por los síntomas accidentales de la salud de Sonia, comprendía que restaba poco para entrar en la vejez. 

Mientras la seleccionaban y escogían para participar en ese coñazo, en el que conocías gente diferente, se instaló en el centro de la ciudad en uno de esos hoteles que están acondicionados para estacionarse por una temporada.

La guapa y cuarentona Sonia, venía de un poblado del noroeste, con un clima desagradable la mayor parte del año. Cuando se instaló en el Hotel Comodoro, la vida le pareció que era de color claro.

Así que entre la diversión del lugar, los tantos restaurantes que tenía para escoger su menú, la diversidad de opciones, y sobre todo, el que nadie mangoneara en sus paseos, de idas y venidas, porque pasaba desapercibida. Ya que no la conocían. Le pareció definitivamente atractivo.

Los teatros abiertos incluyendo los días laborables, comercios de todo tipo, con variedad de ropa y calzado, peluquerías, cafeterías y rincones para perderse. La imbuían en las películas que veía en el casino de la zona donde nació.

Pensó de pasada, y sin castigarse demasiado, que había perdido la mitad de su paso por la tierra, y quizás no la mitad, el completo de llegar a la felicidad soñada.

Pretendiendo que hasta que llegara esa ilusión, quería probar ese néctar invisible que desconocía. Percibió un aire de nostalgia con olor de naftalina. El que le mostraba su pretérita vivencia y seguramente, de haber salido antes de los márgenes de su zona, hubiese podido encontrar su media manzana. Sin tener ahora en su madurez, que armarse de valor. Sin poseerlo e intentar desterrar los principios anacrónicos que atesoraba. Con sus mil y una vergüenza para llegar al otro punto de su yo. De su mundo a intentar repararlo y con suerte encontrarlo.

Aquella mujer no había pasado demasiadas vicisitudes en casa. Todos los días tuvieron el plato de comida sobre la mesa. Sin extraordinarios pero, lo que se dice <hambre>. No pasó. Era hija del delegado de Correos de aquel pueblo y su madre fue siempre la hija ilegítima de un antiguo gobernador de la región, que siempre la repudió. Su madre, pudo amancebarse con Dionisio que venido de otra ciudad, y estando solo compartieron sus vidas.

La miraban por encima del hombro, como infamándola por su condición de ser hija de madre soltera. Siendo denostada a menudo. Asistiendo a la escuela hasta que cumplió los catorce años, y sus padres la colocaron como operadora en la central de teléfonos de la villa. Sin salir de su Villaldoliendo natal.

En su infancia y en su pueblecito no es que hubiera mucha distracción. Más bien ninguna, pero sí en el colegio contaban con suficientes niños como para tener profesora y poder llenar completamente un aula.

Toda aquella muchachada, crecieron y algunos, pudieron migrar a la ciudad y establecerse para no volver jamás. Otros se quedaron profesando las tradiciones conocidas, sin abandonar su área de confort. Con lo que había mayoría de mujeres solteras desesperadas sin confesarlo y excesivos hombres desquiciados que se embriagaban para paliar aquella sordina de soledad obligada.

De los jóvenes de su quinta, no congenió con ninguno. No porque no le gustara alguno de ellos. Si no porque era hija de una mamá soltera, que se había amancebado con el encargado de la Caja Postal. Sin posesiones, sin terrenos de cultivo y sin ganado que aportar a la dote.

Al morir Dionisio el que siempre hizo de padre, la invitó a que migrara, dándole unos consejos desde su lecho final. Aconsejándole buscara un hombre que la pudiera hacer feliz, y que intentara montar su familia. Vendiera, alquilara o cediera las posesiones de Villaldoliendo y dejara de lado la infancia. El agrio pasado, y si podía. Generase un futuro con garantía, que le valiera para su dicha, sin dejarlo escapar. Que se rodeara de buena gente. Amando a alguien, y haciéndole feliz, sin dudarlo. A pesar de los consejos nefastos escuchados de los que la rodearan.

 

La señorita López de la Loma, llevaba tres semanas empapándose de ciudad, de museos y mercados. De cuánto se le presentaba y podía gestionar. La salud la acompañaba y ya miraba la posibilidad de encontrar un pisito de dimensiones reducidas que estuviera en el centro de la capital para poder instalarse. Ya que si sus deseos iban hacia adelante y encontraba pareja en el show le parecería estupendo. En caso contrario, lo entendería pero jamás volvería de donde procedía. Estaba tan ilusionada, que cada jornada era para Sonia, un descubrir, un dar gracias a Dios, por el abanico de detalles que se le presentaban y pudiera abordar. Aquel día había comido en el Tío Lucas, un antro del barrio viejo. Se cuidaba en sus menús y los saboreaba un tanto triste al tener que compartirlos con su soledad. Después de tomar el café, Salió a la calle y en aquella inesperada y lúgubre esquina pasó. En el tenderete de cacharros de segunda mano, se detuvo. Mirando unas castañuelas muy antiguas que pendían del gancho de una percha. Desde el interior del cuchitril tras del escaparate la estaban observando, sin que ella lo notara. Al girarse tropezó con un espejo ancho y alto que le cubría toda su figura y se detuvo para gustarse. Llevaba escarolado el cabello, y muy mal peinado, sin importarle. Se vio tan guapa, que suspiró. El aire y la brisa lo había trastocado, y entre mecerlo y retocarlo sobre la marcha el moño perdió la compostura, cayéndole un mechón sobre la cara. Sus pestañas aun conservaban el rímel que se puso en la mañana y su cara sonrojada por la tensión adquirida del último café tomado brillaba solemne. Vestía una camisa no muy ajustada con los tres ojales superiores desabotonados que dejaban entrever e imaginar sus senos. Una falda por encima de las rodillas plisada y unos escarpines veraniegos de tirantes planos que le permitían volar por aquel paseo.

La persona que desde el interior la observaba, al notar que se interesaba por unos guantes de lana salió a atenderla y le preguntó.

—Nena. Te gustan esos guantes?

—La verdad, es que sí. Los miraba porque tuve unos iguales que me tejió mi mamá. Y me ha recordado aquellos días. Siguió argumentando, hasta que la interrumpieron.

—A ver si son los mismos, vaticinó la enjuta dependienta.

—Mujer no lo creo. Respondió Sonia, refutando.

—Estos son de adulto y a mí me los trenzó cuando tan solo tenía diez añitos. Muchas gracias por su atención, le dijo Sonia a la señora, despidiéndose muy educada.

Sonia se giró con un soslayo en sus labios hacia la intersección de su derecha, cuando aquella vendedora del chiribitil, la llamó y le dijo.

—No sé cómo te llamas y quizás no viene a cuento, pero permíteme te pregunte. Vas a algún lugar en especial.

—No señora, paseaba. Pretendía disfrutar de las edificaciones del casco antiguo.

—Pues si es así. Hazme caso, y en lugar de torcer a la derecha toma la dirección opuesta. La contraria y camina por la cera zurda. Creo que te espera la suerte que andas buscando. Sonia carcajeó abiertamente, mostrando su dentición y con mucho agrado le devolvió respuesta.

—Bien. Sin problema. Le complaceré, porque algo de eso que usted invoca necesito. Muchas gracias señora, es usted muy amable.

Anduvo tal y como le había indicado aquella abuela, y al llegar a la plaza tomó la acera izquierda, amplia y diáfana, que daban sus esquinas e intersecciones a una gran plaza.

Por ser la hora inicial de la tarde, las callejas no estaban demasiado pobladas de paseantes. Sin embargo, a lo lejos notó una figura que le sorprendió.

De entrada le atrajeron aquellos andares, y la silueta no desconocida. Al cruzarse aquel hombre que a su vez la miraba insistente, caminó diez metros y se detuvo en su marcha. Girándose y quedando quieto, complaciéndose al mirar a Sonia.

Ella, notó en su nuca una fuerza impulsora que a su vez la frenó deteniéndola en un portal. Y no solo se giró para observar al caballero, si no que hasta le sonrió.

Fue un instante de miradas que tropezaban en silencio. Que después volverían a sus mundos y a sus destinos. Sin embargo aquel hombre, se acercó a Sonia y le preguntó.

—Perdona, pero no he querido ser descortés, cuando te he mirado desde la distancia me ha parecido que te conocía, y sigo pensándolo. Por ello me he volteado. ¿Nos conocemos? Preguntó gentil.

—Pues perdona, pero a mí me ha pasado algo parecido. No sé, creo que conocernos, no. Por lo menos no lo sé de buena tinta, pero sí es cierto, que su cara la he visto en algún sitio. ¿No serás artista?

—No, para nada. No lo soy. Aunque deberá perdonar mi reacción humana. Dispense mi injerencia, no he querido molestar. Que le vaya bien señorita.

—Dispensado queda caballero, que tenga buenas tardes. 

Habían pasado dos meses desde que Sonia, había enviado la participación, al En busca de mi media ilusión. Aquella mujer, ya pensaba en otras ideas, y enredada estaba limpiando el apartamento que arrendó cerca de la plaza Nueva. Cuando un mensaje le llegó notificando que había sido seleccionada para el espacio y se presentara en dos días para la grabación del mismo.  Opción que en un principio dudó en aceptar, pero al no haber hecho amistades en su nueva residencia, no lo dudó y pensó que no estaría de más personarse y participar. 

Estaba puntual en los estudios de Talismán, que es donde estaba citada para las pruebas de grabación del concurso. La hicieron esperar en un salón y pronto la colocaron en maquillaje y peluquería. Fue un momentazo, el recibimiento que le hizo la presentadora de aquel buscador de ilusiones, que salía en pantalla, los jueves en la tarde.

Le ofrecieron una copa, que ella declinó para tomar agua mineral a la espera de la persona que debía conocer en breves instantes. Y la acompañara cenando con las cámaras grabando en la próxima hora y media. Cuando la conductora del programa fue a la puerta de acceso a recibir al partenaire de Sonia y ella lo miró, quedó sobrecogida. 

Se trataba del desconocido, el que se cruzó aquella tarde en la avenida, cuando cambió el rumbo, a petición de la vendedora de guantes, la que modificó su trayectoria. Haciéndola pasear por la izquierda.

Recordando su encuentro, sus palabras y sus gestos. Además de su suerte.

El caballero también la reconoció, y su sonrisa delataba el agrado que de momento se instalaba en el set de televisión.

La guía del espacio los presentó, viendo que el filin que se daba era de los que no podía comprenderse. —Sonia, —dijo la locutora—te presento a Silverio.

Se saludaron con un beso en la mejilla y él le dijo al oído

—He tenido suerte, vuelvo a verte y estoy encantado. Ella no pudo responder, dadas las circunstancias.

Los llevaron a su mesa quedando frente a frente, mientras esperaban la carta de la cena, sin dejar de mirarse a los ojos.

—Te llamas Sonia, he escuchado, Verdad.

—Así me llaman. He quedado gratamente sorprendida con usted, ¡perdona! Contigo. Replicó Sonia. Queriendo cerciorarse le preguntó.

— De dónde eres. A que te dedicas, porqué has venido aquí, que buscas.

—Muchas preguntas de golpe. No crees. Vivo en esta ciudad, pero nací en Villaldoliendo, un lugar que ni sabrías situar en el mapa.

Sonia muy lista y antes de descubrirse, quiso ver donde llegaba aquella coincidencia. Provocándole para que hablara y poder sacar partido de sus palabras. Habiendo reconocido perfectamente al hijo del herrero.

Con lo que respondió diciendo para disimular.

—Fíjate. Creo que te equivocas. Conozco esa villa, de mi infancia. Como te has venido a vivir a la gran urbe, siendo aquel pueblito tan lindo.

Uy tan lindo. Ya sabes lo que dicen… Pueblo chiquito; infierno grande. No te imaginas los problemas que tuve. Comenzando por el abismo de mi familia. La estirpe del herrero, desconfiados y separatistas. Me independicé pronto por desavenencias. Se detuvo en seco y le dijo a Sonia, pero eso es “harina de otro costal”. Aquí venimos a conocer gente nueva, y tratar de gustar. Con lo que no voy a marearte.

Sonia le propuso continuara con esa revelación, que le era muy interesante para apreciar la calidad del alma de la persona que relata. Sin duda lo reconoció. Que aquel hombre era el Silverio de su infancia, que también descubría a Sonia.

—Me gustaba una moza y ellos se opusieron, porque era hija de una soltera.

Tampoco sé, si a ella le gustaba. Es algo que pronto sabré. Porque me está escuchando ahora.

—He deambulado por este lugar, tengo un empleo y voy tirando. Las relaciones que he tenido han sido cortas. Es difícil tropezar con alguien que en principio te entienda, te escuche y valore. Es muy espinoso.

Se frenó en seco, viendo que aquel no era un espacio de confesiones, y quiso que Sonia, hablara de lo que buscaba, de sus alegrías y de sus sueños. Hizo una pausa, sabiendo que las cámaras lo estaban registrando todo, pero sin importarle continuó. Aquella confesión le servía de declaración y ella lo disfrutaba.

—Te pareces tanto a una persona que dejé atrás. Y además se llama como tú. El pasado día, cuando tropezamos. Te reconocí. Me dio vergüenza presentarme, por si me rechazabas. Luego viendo que no me dabas crédito supe que era una odisea alucinante. Se detuvo y asintió.

—Ahora, no digas nada. Sé que eres tú. Sigues tan guapa como entonces, y creo que el destino te ha reservado para que tropieces dos veces conmigo.

He de describir mi vida, para compartirla contigo. ¡Claro está… Sí tú me aceptas! Sonia sólo respondió.

—Dios mío, se han cumplido mis plegarias. ¡Gracias!



Fecha. 19 septiembre 2025.












Autor: Emilio Moreno

 


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