domingo, 28 de septiembre de 2025

Donde migran los estorninos.

 











Está perdiendo la cabeza este hombre mío. Plañidera decía Sandra.

—No vale para una mierda. Se queda mudo y ni replica. Me mira con esos ojos de pavo y parece como si me odiara.

No me fío nada de él. Cualquier día me agrede. Le comentó la esposa de Néstor a su hermana Mildred, con mucho desprecio hacia el marido y prolongó aún su agrio comentario. 

—Tendremos que tomar medidas, porque aquí en casa, no quiero que se acomode, por estar tan a lo suyo. Tan solo y aburrido. Cada día lo veo más confundido.

Finalizó su perorata aquella mujer que aunque insolente, no dejaba de confesar lo que sentía. 

—Si lo hubieras considerado antes. Le comentó Mildred, notando la crisis que comenzaba a fluir en aquella casa, y prosiguió añadiendo a sus palabras, con todo el descaro y toda la valentía que se ha de tener, para decir las cosas tan claras.

—Quizás estaría mejor, si no fueras tan brava. Lo apartaste de su mundo sin razón. Poniendo distancia entre él y los amigos, vecinos y coleguillas, que era lo único que le quedaba, y le has adelantado la vejez.  

Siempre te ha gustado dominar a la gente. Eres demasiado ansiosa, y no paraste incluso, hasta que conseguiste cambiar de vivienda.

Encontrándola bien lejos, allí dónde <perdió el apóstol las zapatillas>. Apartadísima. Más lejos imposible. ¡De qué te quejas ahora! No tienes razón y no creo que haya alguien que te la dé.

Acabó el comentario Mildred, interpelada con premura por Sandra, que molesta le dijo con mala leche.

—Perdona nena. Yo tenía que ir al lado de mi hija. No te das cuenta, que se alejó de nosotros, siguiendo al memo de su maridito. Con la excusa que trabajaba lejos de casa, va y mi niñita, y lo sigue.

La buena de Irene, pierde el culo por Efrén, como si fuera el último hombre de la tierra. Le da la razón y los jodidos se mudan a vivir donde migran los estorninos. Acusó con rabia la madre de Irene y apreció.

—¡No lo ves! que al mudarse de pueblo vivíamos demasiado retiradas. Explicitó con amargura Sandra, queriendo justificar la cagada por ir detrás de la familia que intentaba formar Irene.

—Y no lo ves natural, —adujo su hermana. —que tu hija quiera independizarse de ti, vivir con su marido y sus hijos, y tener otras metas, que no sea estar debajo de las faldas de mamá. Tan difícil es, hermanita entenderlo.

La codicia de aquella mujer no le daba para más, queriendo tener a toda la familia bajo su yugo y que se hiciera siempre lo que a doña Sandra le antojara.

—Me estoy haciendo vieja y al final cómo me las arreglaré sin ella. Yo no podré atacar toda la limpieza de la casa, ni todo el trabajo que me está dando este bobo que me ha tocado por marido. 

—Ni que tu hija fuese tu esclava, y Néstor una carga para ti. Desde luego eres agoniosa, y con razón tus nietos se quejan y te ponen verde a tus espaldas. Lo tienes mal Sandra, pensando así. 

—Pero no seas tonta Mildred, es que no lo ves. Irene es mi hija. Ha de cuidar de mí cuando no me valga. No lo quieres entender.

Está obligada. Soy su madre y debería estar pendiente de mí. Y no dedicarle tantos mimos, caricias y atenciones a ese marido que tiene, que no le deja respirar, estando encima de él como una pegajosa obscena.

Creo que debiera concederme la categoría que tengo. Siendo más importante, que el marido, sus amigos y la misma Biblia. 

—Tú te escuchas lo que estás diciendo Sandra. No recuerdo que te hicieras cargo de mamá en su lecho de muerte, ni mucho antes. Nos dejaste el quilombo a mí y a mi marido. Y con tus excusas inexistentes, las de siempre, querer confundir. Sin hacerte cargo de lo que ahora quieres, que tu hija acarree.

A ti, lo que te mata es que eres una tía compulsiva. Te estás trasformando en una pesadilla para todos.

Deja de ser tan egoísta y pensar solo en tu comodidad, la pulcritud, la escoba, y la fregona. Oye que todo no es tener la casa como una patena, ¡Que no vives, ni dejas vivir! Háztelo mirar, que tanta ofuscación no es nada bueno. 

—Si no lo hago yo. ¡Quien lo hace! En esta casa nadie se menea. Son tranquilos como los gatos pardos, ¡Todo les importa un pimiento! Si está limpio, como si está sucio. ¡A ellos que más les da! No ayudan ni por asomo.

A eso le llamo yo tener “cojonazo”.

Bajó un poco la tirantéz de expresión para tomar aire, y optar por el tema que la tenía desesperada, atacando al pobre del esposo. 

—Y esta pareja mía. El gran señor Néstor que parece tonto. Lo he de oprimir para que haga la cama, friegue los platos, y apañe la comida. Si no lo apuro ni se menea. Igual se cree que soy dura como el hierro y flexible como el plástico. ¡Como si fuera su criada! Si supieras Sandrita. ¡estoy harta! Este hombre no vale para nada. Ni conversación tiene.

Ensimismado con el fútbol y el boxeo y pasa de todo lo que no sea eso. Lo mando a la tienda a comprar, nada más que para sacarlo del sofá y del televisor.

Mildred, la escuchaba y no daba crédito a lo que oía.

Dudaba en comprender si su cuñado había perdido ciertamente el oremos, o era su propia hermana la que estaba como un cencerro.

Sin poder retenerse Mildred le comentó a sabiendas que saltaría como una esquirla metálica, atacándola por no llevarle la razón. 

—Siempre has mandado sobre el pobre Néstor, has hecho con él, lo que te ha dado la gana. Jamás se ha quejado de nada. Le habrán parecido tus decisiones bien o mal, pero jamás abrió la boca para desdecirte. Ahora pienso que lo hizo por no tener contigo discusión.

Has hecho de él un pelele cagón. Lo que no sé, es cómo te ha aguantado tantos años. Le dijo Mildred, y continuó aclarando. 

—Y de las quejas de tus hijos. ¡Tampoco lo ves!

¡No lo notas o estás ciega! Se están distanciando aunque no lo creas.

Quizás seas en buena parte, la culpable de ese rechazo. No lo comprendes que ellos han de hacer su vida y los que hacemos la labor de padres, no podemos o no debemos influirles tanto.

Detuvo un instante su charla para recordarle a su hermana mayor. 

—¡Ya no te suena! No recuerdas cuando te tocó a ti. Los cabreos que pillabas con papá y mamá. En la forma que criticabas sobre todo a mamá por recriminarte que le hablaras al que ahora llamas el lelo de tu marido. La de discusiones que mantuvisteis porque decía madre, que Néstor era ocho años mayor que tú, y por aquella prisa que te entró en agarrarlo, cuando viste que también se miraba y se pirraba por el cuerpo de la prima Merceditas.

 

Sandra quedó meditando en aquellos días que ya eran historia. Creyendo que a su hermana Mildred, le faltaba un tornillo y la razón. Quedaron ambas para encontrarse en la peluquería del centro de la ciudad, el fin de semana siguiente. —Bajarás a la ciudad con Néstor, normalmente siempre te acompaña. Preguntó Mildred.

—Pues No… Para nada, bajaré a la peluquería y allí nos veremos. Después he de resolver un tema pendiente. Ya sabes, a él estas cosas no le van. Mejor que se quede en el pueblo. Atinó Sandra muy segura.

—Entonces podemos quedar… ¿Comemos juntas, y vamos luego de compras?

—No, no insistas es una simpleza, una sorpresa que igual os doy dentro de poco. 

—Y no puedes adelantarme algo, soy tu hermana. Sabes que guardo muy bien los secretos.

—Anda curiosa, tira y no preguntes más. 

Con aquellas trazas Mildred salió de la casa de la hermana, sin haber visto a Néstor, que según Sandra, había ido de compras al super de la urbanización.

Caminaba calle abajo la decepcionada Mildred, cuando a lo lejos y en la cera opuesta vio que subía Néstor, con la compra. Cruzó la calle, sin ruidos para evitar que el cuñado atravesara aquella vía y al llegar a la altura de aquel hombre, Mildred se congratuló. 

—No me vas a saludar Néstor.

—Hola guapa, que gusto verte. No sabía que venías de visita. Tu hermana no me dijo nada, por eso aproveché la mañana para comprar un par de cosillas que necesitamos. Se dieron un abrazo y Mildred sin preámbulos le preguntó. 

—Néstor todo va bien por casa. 

—Qué quieres decir, con eso de si todo va bien, no llego a comprender ese tono. —Bueno, ya sabes. Mi hermana me ha comentado que te aburres mucho, y te ve un tanto molesto. 

—Eso te ha dicho Sandra. Siempre tan concisa, y anecdótica. No te ha comentado nada más. 

—Pues no, ya sabes. Mi hermana es una mujer muy exigente, pero no ha dicho nada que no supiera. Es que debiera haberme dicho algo más. 

 —Pues no sé como decírtelo. A mí me encuentra un hombre memo, y dice que no hablo, ni sirvo para una mierda. ¡Qué le vamos a hacer! Después de resistir durante toda mi vida, ya es una constante. 

—Bueno, tendrás que tener paciencia. ¡Ya sabes! Es efusiva y después nada.

—No te ha dicho que está enamorada de un enfermero, que conoció por la aplicación esa, que tiene de contactos, y quiere mandarme a la calle. Arrojándome de mi casa. 

—¡Qué me dices! 

—Yo no puedo decirte más. No sé más. ¡Que sea Sandra, la que te informe. ¡Venga guapa, que os vaya bien!

Néstor siguió caminando hacia su casa con su paso cansino y la fuerza de un hombre de ochenta y tres años.











Emilio Moreno. autor.
28 septiembre de 2025

viernes, 26 de septiembre de 2025

Intuyendo compasión.

 






Pertenecía a la lista de afamados. Componía del elenco, de los cientos de autores literarios que existen. Jeremías, como a más de uno le ocurre, creía ser un super plumilla, y le molestaba compartir cualquier detalle. La más mínima de sus ideas, antojos e impresiones, y mucho menos sentimientos con sus colegas.

En el mundo de la literatura era un destacado novelista, al que le encantaba ser reconocido por todos, y cuanto más ruido se hiciera con sus triunfos, tanto mejor. Entrevistas de prensa, publicaciones en gacetas del corazón, invitaciones a sucesos literarios, emisiones de televisión y radio, y absolutamente cualquiera de las demás difusiones gratuitas que le pudieran ofrecer y otorgar.

 

Por participar en cualquiera de los eventos que le proponían, cobraba una tasa de famoso, y debía ser colocado en el centro de los estrados para que la gente lo distinguiera muy mucho. Dentro del ranking de los acreditados y famosos, quizás ocupaba una segunda fila muy merecida. No muy por debajo de los excelsos y gloriosos ensayistas actuales y de los escritores lejanos, que dejaron profunda huella y obras esenciales.

El trato que tenía con sus lectores era gentil, atrevido y distante. Nada afectuoso ni cordial. Jamás le interesaba conocer el porqué de aquellos admiradores le seguían, se incumbían por sus libros y adquirían sus relatos. Nada que decir de la camaradería con sus colegas. Pocas bromas, escasas confianzas, y desplantes fuera de tono.

Entrar a conocer los modos, las técnicas de los demás, aunque disimulaba ese gesto de forma grosera. ¡Sí! Estaba interesado.

A hurtadillas procuraba saber de las tendencias de los demás, en que estaban metidos, que argumentos meneaban otros escritores ajenos a él, por si podía machacar esas tendencias adelantándose con sus divulgaciones pendientes y futuras. Exprimiendo si podía el concurso de sus trabajos por costumbre, pero ansiando tener para él solo la llave de la fama.

Tampoco lo aireaba ni pretendía. En demostrar su interés por aquellas trazas ajenas ni que la gente supiera, qué clase de condiciones y estados de ánimo le llevaba a generar sus novelas.

Normalmente hurgaba donde nadie podía imaginar. Bastante a menudo lo hacía, sabiendo que se extralimitaba de lo que se llama lícito. Narrando con su desparpajo y su osadía en tono criminal. Violento como en realidad era Jeremías. Simulando a sus protagonistas en las violaciones descritas. En el remordimiento del agresor, el tono con que cometía el crimen, y la violación afinada y tan real que describía. Como si gozara explicando una situación que en su día llevó a cabo.

Lo que ahora se le conoce vulgarmente, como novela negra. Jeremías la magnificó desde sus inicios. Como si no existiera en el mundo más que la maldad y el castigo. No siempre, para los que están fuera de la ley. Pagando condena y desprestigio alguno que carece de infracción.

En realidad era un tipo especial. Muy singular y poco afectivo. Con unas condiciones personales no conocidas, y bastante únicas, de las cuales tenía mucho cuidado en que los ajenos a él, las averiguaran y con ellas, poder hacer leña de aquellas circunstancias.

Su agente literario, le llevaba temas tanto personales como profesionales, manteniendo su agenda activa y renovada. Conociendo de que pie cojeaba, tenía sumo cuidado en no “empotrar la zanca” con detalles, que sabía de antemano no registraba nada bien el anómalo Jémico, o sea el muy distinguido e ínclito de Don Jeremías Miñona Corrientes. 

Estaba situado entre los mejores novelistas del país, de entre los cuales era el número uno de los estúpidos y engreídos. De las docenas de novelas de éxito que poseía y tenía editadas, en ocasiones alguna de ellas se versionaba para rodajes cinematográficos. Con las cuales y aprovechando la tendencia la televisora Flowers Too Much, más conocida por FTM, escogió la más adecuada del momento, para rodar una vez hecha las adaptaciones y escogidos los actores. La crítica auguraba que sería la serie destacada de la temporada.

Un serial de intriga. Con la novela social que había publicado hacía más de dos años, y correspondía en secuencia a su octavo trabajo serio. El suspiro de la insensatez.

Los críticos y entendidos elucubraban y se admiraban por la capacidad que tenía Jémico, en forjar fantasías tan escrupulosas, interesantes y frecuentes. Que tan solo un superdotado autor, pudiera conseguir.

Además de viajes para presentaciones, eventos y festivales dramáticos, y la cantidad de tiempo y espacio que le ocupaba su fructífera vida social.

Cuando los días siguen siendo normales. Si le restas un mínimo de cinco horas para dormir, y algunas más por necesidades obligadas, quedan once horas de trabajo. No es posible estirar más el brazo, mi mojar la brocha. Con lo que las cuentas no cuadraban en la dedicación que arrojaba llegado diciembre.

Aquel dramaturgo solía publicar entre tres y cuatro novelas cada año, número extraordinario, para la única producción de un solo prosista.

El que mantenía en severísimo secreto, que todo no estaba escrito por su pluma, ni todo era de su autoría. Sin que ese dato lo conocieran los críticos literarios, ni sus detractores, aunque alguna sospecha había.

Tampoco conocían el dato sus muchos adeptos y simpatizantes. Pagando honorarios a varios escribidores anónimos y discretos. Dedicados a inventar cuentos, husmear en la vida de políticos y empresarios por si revelaban detalles que produjeran un relato. Corregir y originar leyendas que llevarían la rúbrica y autoría de Jeremías Miñona Corrientes.

Su espacio, su vitrina y su apellido. Detalles que guardaban celosamente el gran equipo de disponibles, que comían y vivían detrás de los menesteres de lo que se expedía con el nombre de Jémico.

Comandados por su jefe de prensa que era otro artífice de cuanto se publicaba, y responsable de un porcentaje muy alto del éxito, que generaba aquella industria propiedad del presumido Jeremías.

Su último trabajo, el novísimo título en librerías, que se estaba vendiendo como churros con chocolate, le estaba dando una fama incluso, fuera de las fronteras. Aquella historia con los derechos vendidos para filmarla en una serie, rompía con las previsiones de venta prevista.  

Había penetrado dentro de la sensibilidad del lector. Trataba del miedo a lo inexplorado, la angustia y zozobra de muchos individuos, que mueren sin llegar a saber para que llegaron a este mundo. Agonizando sin comprender lo aportado por ellos a la sociedad. Despechados de familia y amigos, por lo no acaecido en su propia carne.

En menos de dos meses de haberse puesto en librerías, ya se estaba imprimiendo la cuarta edición. Un laurel completo. 

En ocasiones el éxito cuando les llega a según que sujetos, no lo saben digerir y los transforma a ellos mismos en seres desquiciantes, que incluso en ocasiones no los soporta ni su propia familia.

Algo parecido le estaba sucediendo a Jeremías. Aquel muchacho que comenzó escribiendo poemas y poesías a las niñas de la clase de sexto de bachillerato, cuando compartían risas y codicias en aquel instituto de la franja valenciana. En especial a Noelia Elisenda y Picaporte, con la que en su mocedad inició una especie de pasión juvenil, y que en gran manera fue la impulsora del incipiente escritor.

Siendo ella y su intelecto, la que le descubrió su vena literaria. Apoyándolo durante muchos años, con los consejos de una dulce amante, que estaba interesada en que Jeremías llegara. Dando oportunos consejos y opiniones literarias, agasajos, caricias y un poco más.

Noelia estaba enamorada de Jeremías y a la par llegó a ser una filóloga reconocida. Algunos años mayor que él, y apasionada del mundo de las letras. Nieta del cronista de aquel pueblo de la ribera del Júcar. Impulsora de aquella promesa.

Hasta que recaló en Madrid, con la mentira de volver a buscarla en cuanto pudiera ocupar la plaza ganada como funcionario de Correos, y publicara aquellos guiones que presentaría a las editoras.

Cuando regresó a Beniparrell, a saludar a su familia, ya era casi aclamado por sus seguidores literarios. La fama y el reconocimiento hacía mella en su egolatría.

No se acordó de la señorita Noelia Elisenda, ni de sus atenciones personales. Olvidándola de un modo descarado.

Únicamente atendía al boato que le proporcionaba su egoísmo y ninguno de los amigos y compañeros de la juventud, entendía como un autor tan renombrado y prolífico en letras, y pensamiento, olvidara sus inicios. Sus comienzos y sus raíces.

Pasó su presencia por la localidad como una exhalación. Sin llegar a interesarse por nadie de los antiguos colegas, amigos y conocidos. Incluso borró de su memoria a la joven que en su tiempo lo había acariciado, y cubriendo su ego con su piel femenina, yacieron mimándose entre poemas y amor.

Desde que se ausentó, las únicas noticias de Jeremías que llegaban a la zona del Turia, era por la repercusión y la fama que iba recalando por su gloria. Su idiosincrasia y por títulos de novela insospechados, que nutrían el egoísmo del autor.

Una tarde debía presentar en Valencia una de aquellas novelas que había escrito un pasante de los suyos. Un desconocido. Otro de los tantos que cobraba un sueldo por libreto y punto. Quedando los derechos de autor para la firma Jémico.

Una historia de las muchas que el propio Jeremías ni tan siquiera había tenido en sus manos. Un relato profundo, repleto del rigor de una pluma exquisita. Sin que llegara a leerla. Tan solo la hacía suya, al pagarle a un ajeno, la tasa que estaba establecida. Se suscribía con su nombre desde la editorial, como hacía con tantas producciones que su jefe de prensa ponía en las rotativas de edición.

El argumento de la dolorosa narración causó escándalo por lo real del recado y por la verdad emanada. Eso no hizo bajar la venta. Todo lo contrario, la gente quería saber. Conocer la verdad.

El disgusto de los afectados y el horror de perder la vida ahogados por una avalancha venida desde el cielo. Con la brutal lluvia desmedida y transportada por el propio río que en ocasiones les ofrecía un placer que no compensaba. Regalando dolor y muerte a cambio de nada.

Un drama escrito con el dolor de quizás, algún afectado de aquella tragedia. Enredado en sus pasajes con lo sucedido aquel veintinueve de octubre del año dos mil veinticuatro.

La dolorosa y nefasta DANA, La causante de la excesiva muerte en aquella comunidad. Dentro del horror de la oscuridad de la noche más negra de octubre.

La que dejó cicatrices visibles y de dolor inolvidable. Aquella que se llevó vidas humanas, sin que pudieran defenderse.

El recinto de la presentación escogido vibraba por el gentío que lo abarrotaba. Aquel Ateneo estaba de bote en bote.

El falso autor de la novela presentada, era originario de la zona. La narrativa que se presentaba en formato novela, era un éxito en medio mundo. Anunciada a bombo y platillo, con el mismo slogan que titularon la novela. Dana vil despecha mi vida. 

En el estrado tan solo estaba Jeremías Miñona Corrientes, presumido hasta en condiciones impensables. A su derecha y fuera de la tribuna, un empleado de la editorial, con una cantidad de libros, esperando finalizara la charla para ser firmados por el que constaba como autor de la historia. Nunca por quien la escribió.

Se hicieron los honores de la presentación de alguien que todos conocían, pero por seguir el protocolo y para darse aún más realce Jeremías, no quiso que a su lado en el escenario hubiera nadie. Pretendía ser el único protagonista de un trabajo que no había creado, ni tan siquiera conocía.

Comenzó haciendo una síntesis de la historia, pero hablaba y refrendaba los sucesos acaecidos más por las noticias que se habían publicado por la prensa, que por lo que desgarraba la realidad y la narración de la novela.

La tensión en el ambiente se notaba, la rabia de la impotencia prevalecía entre las gargantas de los presentes. Mucho drama en la sala, con personas que habían perdido alguno de sus seres queridos.

Otros tan solo perdieron incumbías materiales ineludibles para su hábitat, y el resto la mayoría de sus pertenencias. Se quedaron sin techo que les albergara. Sin su morada, la que fue su propiedad hasta ese instante del suceso.

Las promesas hechas por los responsables políticos, aún no habían llegado y tenía trazas de tardar.

Había llegado el instante de las curiosidades y preguntas de los escuchantes, que atestaban la sala. Con el requerimiento de decir su nombre y formular tan solo una cuestión, para que pudieran participar muchos asistentes. Se rogaba ligereza y educación democrática.

Apareció una especie de presentador que portaba un micrófono en la mano para repartirlo a los que formularan consulta, y miró al azar para ver quien se atrevía a romper el hielo, y tenía la mano alzada. Preguntando.

—Alguien quiere iniciar las preguntas.

Enseguida se levantaron las manos y el speaker, a la más cercana concedió el micro.

—Buenas tardes, me llamo Amparo Luchana. Perdí a mis suegros y a mi marido, y por mucho que me den, que lo dudo bastante sea así. Quisiera saber con qué emoción. La más fuerte, se enfrentó para poder escribir esta obra. Tan llena de verdades y de daño.

Jeremías con cara de tristeza, sin saber por dónde atacar, puesto que no tenía ni idea comenzó a descifrar un dolor falso y enlatado.

—La emoción más dura, fue la de la importancia. No se puede luchar contra la fuerza de la naturaleza. Dijo compungido.

—Ha sido una tragedia y tardaremos mucho en olvidar. Acabó con respuesta que por poco convincente, no dejó feliz a nadie.

En quince segundos se quitó a la primera curiosidad de encima. Como el que se desprende de una camisa y la deja en el lavadero. Permitiendo que tomara la palabra otro asistente.

Así fueron pasando docenas de personas que iban tocando diferentes cuestiones, todas ligadas a la gran novela que permanecía a pocos metros para ser adquirida. Hasta que el organizador, dijo que tan solo le daría la palabra a dos o tres interesados mas y dejaría concluida aquella charla. Indicando que los interesados recogieran la novela, que antes del final del evento, el autor las firmaría todas.

—Soy Pedro Sanz, y te pregunto directo. Has sido afectado en tus carnes con la pérdida de algún ser querido en esta desgracia.

—Vidas humanas no hemos sufrido, pero se nos ha negado la casa que teníamos en Beniparrell, y la casona de Silla, y Paiporta, quedando todo hecho un desastre. De la familia no tenemos que lamentar daños a nadie. Todos estaban en Valencia aquella noche del veintinueve de octubre, celebrando el cumpleaños de un tío carnal.

—Buenas tardes me llaman Lucía Meseguer, te pregunto, porque no te vimos en los funerales hechos en favor a los damnificados. A que se debe, nos preguntamos. Que un nacido en la zona, famoso no aparezca por los límites de la tragedia.

—Sencillamente no me visteis porque no me dejé ver. Iba disimulado, no era momento para venir a presumir y hacer declaraciones en las revistas. Hacer acto de presencia, y dar la cara viviendo fuera, mucha gente me hubiera humillado y con razón.

—Buenas noches Jeremías. Me llaman Noelia Elisenda y Picaporte y soy hija del pueblo. Quisiera, pudieras expresar sobre las diez disposiciones que escribes en la novela, titulada Dana vil despecha mi vida, relato que presentas hoy aquí. Mi pregunta va encaminada en saber, que consejos nos invitarías a cumplir, para evitar una próxima inundación.

Describieras con tus palabras la quinta revisión de las diez que nos propones en tu novela. Porque la verdad no lo dejas demasiado claro, o a mí me lo parece.

Yo he leído la novela, dos veces. Hizo un inciso, Noelia no queriendo descubrir nada más. Y siguió concluyendo su pregunta, mientras se lo miraba con un desprecio irrefutable, para concluir su exigencia.

—No encuentro por tu parte concreción. Te ruego nos lo aclares con palabras que entendamos todos. Gracias.

Se quedó petrificado. Jeremías se tornó a color blanco. Viendo y dándose cuenta que no podía responderle a la pregunta realizada por Noelia. No podía contestar al “tuntun”, porque la pregunta llevaba enjundia y la tal Noelia Elisenda no se chupaba el dedo.

Además la conoció en cuanto se levantó de la silla, para formular la pregunta. Disimulando y avergonzado por su ruindad, comenzó a decir.

—Quisiera responder con certeza con lo que me abordas, pudiéndote contestar con mil añagazas, pero quizás no serían inteligibles en un foro como este. Te diré que de las diez disposiciones, que menciona el libro, la quinta es la más directa para el pueblo, y nada más hay que seguir las pautas descritas para conseguirlo. El resto de las tantas disposiciones son de carácter más apreciativo y funcional, como sabes. Hizo un gesto de falsa liberación, como indicando, hasta aquí hemos llegado.

Fin del martirio, pasemos a otra consulta.

El meneo del micro buscando nueva pregunta, que el asistente derivó hacia otro interesado delegando nueva cuestión.

Noelia vio claramente, que Jeremías no se había leído la novela escrita por ella misma. Dana vil despecha mi vida, y no tenía ni idea ni de las disposiciones ni de nada de su contenido.

Porque la novela que presentaba en el Ateneo el cínico Jeremías. No hablaba ni mentaba, de ninguna disposición. Ni de las diez que le mentó Noelia Elisenda Picaporte, para probar su mentira.

No existía tal pasaje en la novela. Ni tan siquiera del invento de la quinta como le anunció ella. Para comprobar si el que dice ser autor, había leído el texto de lo que trataba de presentar. Demostrando que ni se leyó el prólogo del manuscrito antes de publicarlo.

Ya que la obra, la escribió la propia Noelia y el engreído de Jeremías no sabía absolutamente nada de La Dana vil despecha mi vida, y mucho menos que presentaba y dedicaba y firmaba una novela, escrita por la mujer que olvidó, y que en sus comienzos lo avaló.








Emilio Moreno.
autor.

miércoles, 24 de septiembre de 2025

Sustos de laboratorio.

 

Pedro Antonio era un tipo poco trabajador. Simpático y gracioso lo era suficiente como para engatusar a Amanda hasta llevarla al altar. Por sus dotes de frívolo y por su presencia. Alto y recio como un roble, pero errabundo e inconstante mucho. Su esposa lo recuerda con nostalgia, habiendo dejado un hueco profundo en su vida. Ella ahora vive gracias a la paga que le dejó y el monto del seguro de vida que cobró al fallecer.

 


El bueno de Pedro Antonio estaba recién llegado a la metrópoli, desde la aldea que nació. Donde solo había cielo, campo, serranía y polvo. Alejado de cualquier estación de ferrocarril, de algún punto de negocio o diversión interesante. Retirado de las atenciones clínicas necesarias y en sobre manera, de las oportunidades para festejar con muchachas y divertirse. Ya que las niñas que le conocían, evitaban tratos con una persona con tan poco interés por su futuro.

Prefiriendo tontear con muchachos que demostraran algo más de interés por el trabajo, por la constancia y por la seriedad de una relación futura.

En el inicio de su infancia y juventud se dedicó obligado. Ya que de su parte no gustaban las labores del campo. Ayudando a su familia labrando, recogiendo y sacando adelante la extensión de terreno fértil que cultivaban en la sierrecilla. Atendiendo al rebaño de cabras y ovejas, que criaban para elaborar quesos y mercadear vendiendo la leche sobrante que producían. Sin olvidar la piara de gorrinos que engordaban y robustecían para el abasto del matadero territorial.

Miguel Obdulio, más conocido por Miguelón, el padre de Pedro Antonio, era un hombre enjuto y robusto. Vivido en mil batallas, y con un extraordinario aguante para las desdichas e infortunios. Soldado en la última guerra habida en el país. Participando en casi todos los frentes beligerantes, los cuales le dieron experiencia y comprensión. Sobre dónde puede llegar una raza, enferma por la envidia, desconfiada y embustera, como la que soportaban.

Comprendía que no preparar a sus hijos con estudios y conocimiento. Era mandarlos con antelación al mundo de la infelicidad, sin dudar al de la pobreza y si no lo enmendaban al de la delincuencia. Con lo que se apretaron el cinturón y envió tanto a Pedro Antonio, como a Rogelio Lucas, al punto más próximo de donde vivían a que se instruyeran. Eligiendo un lugar prestigioso y de renombre, en el cual si lo aprovechaban obtendrían resultado en sus estudios.

Tanto a Miguelón como a Jacinta Esperanza, padres de Pedro y de Rogelio, quedaron solos sin la ayuda de ambos, pero lo que percibían con mucha pena era el vacío y la ausencia que presidía la casa. Faltando la compañía que los dos les daban a la ya madura pareja. Más bien poco habladora, reservada y timorata. Matrimonio descarnado por las tantas vicisitudes pasadas, la falta de alegrías, el trabajo en exceso, los medios inexistentes y nada oportunos para el esparcimiento, y hasta la falta de amor entre ellos. 

Pedro Antonio no era un dechado de aptitudes, ni en esfuerzos ni tan siquiera en compromisos. Todo lo contrario a su padre. El polo opuesto. Un muchacho fácil para el despiste, el vicio, el exceso y el extravío. Un dechado de corrupción llegado el caso. Con lo que acabó justo la primera etapa de formación con ciertas dificultades, ayudas de sus colegas a cambio de favores extraños, conductas irracionales en la residencia y desacatos con los profesores.

Sin el permiso de sus padres, ni tan siquiera su presencia para despedirse de ellos, se fugó para quitarse de encima el débito de finalizar unos estudios, y esconder otros menesteres engañosos en su conducta, y su haraganería, que daba para eso y mucho más. 

Migró a la ciudad que estaba de moda en aquella época. La más garbosa, la más resbaladiza, y con más oportunidades. Sin importarle si era el lugar más apropiado para él. Ni tampoco haber analizado su futuro que estaba en ciernes. ¡Ninguna previsión! ¡Nada! ¡Para qué!

Actuando como los borregos que criaba Miguelón.

Fue detrás de Pepe Torces, otro alumno de esos que delinquían por deporte, un tipejo con pocos escrúpulos que medraba en la escuela, y conoció en la residencia de estudiantes. Un sátrapa como él.

Llegados a la ciudad al bueno de Pepe no le interesó cargar con Pedro Antonio, por su falta de tacto y por su poco ardor por el trabajo. Sabía que si le encargaba alguna fechoría lo pillaban con las manos en la masa, por descuido, por retraso o por dormirse. No tuvo dolor al facturarlo, para no volver a sufrirle.

Con lo que Pedro Antonio, tuvo que buscarse sin otro remedio la vida y con premura, ya que debía pagar la pensión, comer y vivir.

Se colocó como visitador de una empresa de carpintería que fabricaban muebles a medida atendiendo a clientes, en la pre venta y en sus domicilios. Tomando medidas y entregando los encargos con el transporte de la firma.

Antes había buscado un alojamiento, localizando una habitación en la Pensión de la Luna. La más económica y cercana a la carpintería, donde comenzó su singladura. Trabajando para poder subsistir.

Cuando podía enviaba dinero a sus viejos, pero si no lo hacía, no tenía ninguna especie de remordimiento. Era un tipo que vivía sin importarle nadie ni nada.

Un domingo por la tarde conoció a Amanda una mujerona, muy alta y bastante entrada en carnes, que estaba esperando la sacaran a bailar en el Club Patio Azul. Anduvo viendo que no se le acercaba nadie, y se atrevió a ponerse delante de ella y pedirle que bailara la pieza que comenzaba a sonar.

Se agarraron y disfrutaron de aquel olor a sexo que impartían los dos sin saberlo. Notándolo el cerebro de cada uno de ellos.

Amanda se dejó camelar por los piropos de aquel hombre, que la provocaron tanto que le subió la temperatura corporal, provocada por las caricias que se dejó hacer mientras bailaban. Tomaron en la barra del club un refresco y después salieron a merendar en una de las cafeterías del paseo. Quedaron para verse al domingo siguiente en el mismo lugar, para conocerse mejor. Antes de separarse Pedro Antonio le regaló unos jeribeques enamoradizos, que llegaron a ponerla a cien, y ella, por atención lo besó con fruición. Después la acompañó hasta e portal de su casa y se despidieron con un abrazo y un beso.

La muchacha, llegó a su casa encantada con el chico que había conocido, con el que soñó todas las noches de aquella semana, hasta llegar al domingo siguiente. Amanda Pavón. Hija de Ramón Lucio y Madrona Dolores, una gente muy sumisa, a la vez que educada, que estaban empleados en la Finca de los Jerónimos Granados, propiedad de una familia con pasado y abolengo, que venida a menos sorteaba su existencia y patrimonio pagando sueldos de miseria y engañando a todos los empleados.

En el comienzo de los años sesenta, si no había un compromiso serio con las muchachas, estas no daban permiso para roces, ni besos ni tan siquiera apretones. Con lo que mucho menos cabía la posibilidad de llevarlas a la cama de buenas a primeras. Dado el ímpetu de Pedro Antonio y la calentura de Amanda Lorena, hizo que festejaran poco tiempo. Anunciando boda para el siguiente año.

Ingresaron en una de esas cooperativas de viviendas, que hacían y vendían pisos. Dando una paga y señal, para comprar uno de los nidos que edificaban en esos grandiosos bloques de cemento.

En barriadas alejadas del centro de cualquier urbe. Sin líneas de transportes, ni bus, ni tranvía. Alejadas del metropolitano y calles sin asfaltar, sin iluminación ni cloacas.

Aguantaron el noviazgo hasta que les concedieron las llaves de su pisito. Casándose hartos de aparearse donde fuera. Con aquel amor anónimo y en secreto, que más parecía una consecuencia obligada por haber yacido desnudos para gozar, antes del séptimo sacramento, el matrimonio. 

Al llegar la democracia con la apertura y nuevas leyes, muchos obreros se quedaron desempleados. Entre ellos Pedro Antonio. Que de buenas a primeras se encontró en las colas del desempleo.

Con pagos inexcusables como la letra de la hipoteca, un hijo y su Amanda, que tuvo que dejar la bata de boatiné, para salir cada mañana a la calle, dejar el niño en la escuela y trabajar a sueldo en la peluquería de la señora Alberta Tajuña. A la par que el esposo apuraba la subvención, creyendo que algún trabajo adecuado se le presentaría para ocuparlo.

Pasaron los quince meses de auxilio y Pedro Antonio, no había movido un dedo para hallar una ocupación. Haciendo gala de su falta de compromiso.

Un día paseando bajo la lluvia, tropezó con Pepe Torces, aquel desalmado que lo dejó de lado al llegar a la ciudad. Quitándoselo de encima por no dar la talla de trabajador y atrevido.

Pepe le reconoció debajo de un paraguas medio roto y con los zapatos manchados de barro. Pedro quiso contarle sus peripecias. Al principio grandezas, y muchas ilusiones que jamás sucedieron, hasta que llegado un punto que detuvo su presunción para explicarle la cantidad de milagros que debía hacer para alimentar a su hijo.

Pepe, se compadeció de aquel Donnadie. Proponiéndole ser un roedor de recinto. Donde solo tenía que poner su organismo, para verificar el beneficio de algunos medicamentos nuevos, y la reacción que sufre el metabolismo humano.  A cambio de emolumentos dinerarios que le permitían mantener a su gente, pagar el piso, y tener efectivo. 

—Ningún riesgo. Le aseguró Pepe.

—Nada de madrugar. Ni tener que cumplir con un horario fijo y soportar a ningún jefe. Ningún turno. Buen sueldo y pagas extraordinarias y un seguro médico para toda la familia. Amplio y sin costo alguno. Otro seguro además de vida y de accidentes a nombre de sus beneficiarios. Siguió argumentando el amigo Pepe, sin vacilar y pretendiendo convencerle. 

—Yo hace tres años que participo en el proyecto y estoy como un manzano, con salud y no me faltan cinco duros para comprar. Mis hijos pueden ir de colonias y mi mujer, está en casa, haciendo sus labores domésticas, cuidando a mis nenes, y pudiendo comprar sin apuros. 

—¿Sabe que te dedicas a esto tu mujer? preguntó Pedro Antonio, ansioso.

—Claro que lo sabe. Me dijo que me moviera y que trajera un sueldo. Que no le importaba de donde saliera el dinero, que trabajara o inventara, pero que necesitaba pasta y ella no aguantaba a ningún vago. No tuve más remedio.

—Pero ese trabajo no debe ser muy saludable, si pillas la enfermedad, que pasa contigo. Volvió a dudar Pedro Antonio, no viendo las ventajas.

—Me curan ellos mismos. Tienen potentes antídotos y eso me protege de cualquier contagio. Estoy más cuidado con ellos que una diosa griega.

—Crees que a mí me aceptarían, para estar dentro del proyecto, preguntó desesperado Pedro Antonio.

—No lo sé, pero que sepas que incluso te pagan por someterte a las pruebas y aunque te rechacen te dan la comida y la cena del día. El taxi de ida y vuelta a tu casa. Un bono de mil pesetas para comprar en el supermercado y cinco mil pesetas más, de curso legal por sesión. Siguió Pepe, presumiendo de curro.

—Si te admiten entonces el laboratorio, te hace un contrato de trabajo. Pagando impuestos a la Seguridad Social, y un sueldo de cuarenta mil pesetas al mes con quince pagas. Que ese dinero tu no lo has ganado jamás en ningún sitio de los que hayas trabajado. 

A las tres semanas admitían a Pedro Antonio en plantilla, con todos los derechos y obligaciones que le había relatado su amigo Pepe Tuerces. 

Amanda no se opuso a la dedicación de su esposo a ese curro. Viendo una salida para comenzar una vivencia normalizada, poder pagar las deudas y comer.

Habían pasado cuatro años y Amanda cobraba el monto del instituto de investigación. Venido del seguro de Pedro Antonio. 

Al ser la beneficiaria del asegurado fallecido. Lo incineraron para más seguridad. Todo a cargo del laboratorio. Lo lloraron amigos, familia y sobre todo compañeros de trabajo.

Nadie se explica como ocurrió tan súbitamente aquel coágulo cerebral. Aunque hacía un par de meses se quedó calvo, muy pelado, se robusteció y le aumentaron las nalgas.

Los doctores de su empresa, no quisieron que al enfermar fuera a la medicina privada. Ellos mismos lo ingresaron en sus dependencias hasta que murió riendo y feliz.

El Instituto retiró de las farmacias la medicina. El último medicamento que ingirió el bueno de Pedro Antonio, sin que ninguno de los antídotos curara su enfermedad.





autor: Emilio Moreno





martes, 23 de septiembre de 2025

Viaje alrededor del ombligo.

 










—Entonces de verdad, que no vendrás conmigo estas vacaciones. Preguntó Rodolfo, sin creérselo y continuó con aquel tipo de interrogatorio banal con preguntas de respuestas conocidas. 

—Lo dices en serio Margarita. Vamos a separarnos durante un mes, cuando siempre hemos viajado cosidos. Sería la primera vez en el tiempo que llevamos juntos que cada cual tira por su lado. Lo has pensado. Le dijo Rudolf a la guapa Margaret.

—Claro que lo digo en serio, y que además muy convencida. No me apetece nada ir a ese país remoto del demonio. Eres muy tozudo y yo, no estoy dispuesta a sufrir, porque a ti te dé la gana. No voy. Seguro que no. Siguió apostando.

—Me marcho con mi hermana a la Costa Brava. Ella, la pobre está intentando salir del disgusto de su divorcio y estaremos en su casita las dos.

—¿Quizás lo haces por ahorrar? Aunque no creo. Igual te debe haber dado una vena, o por fastidiar. Crees que en la playa no se gasta. Ya me lo dirás cuando regreses, verás como a veces es mejor salir del país y conocer nuevos horizontes. ¡Vamos si es verdad, lo que me estás confirmando! 

—Pero que dices Rudolf, para ya. Por favor. No conoces al completo tu región, y te quieres ir a sufrir con los mosquitos, los lagartos y arañas. Estás medio loco. ¡Medio no! ¡Completamente loco!

—Loco no estoy. Creo que te lo pierdes si no vienes. No vivirás las mismas sensaciones que yo y tendré que contártelo.

—Pues al tanto, tu sabrás lo que haces. Lo cuentes o no lo cuentes, es un riesgo bastante previsible, ir a lugares a los que no tenemos costumbre, además ni siquiera estamos vacunados contra esos microbios que pululan en el aire. ¡Ya te digo! No tengo ninguna ganita de padecer. ¡Lo siento!

—Fíjate que veo raro que no me pongas más trabas, y me dejes marchar solo, sin más impedimento. ¡Qué hay del control al que me sometes durante el año!

—Eso tú sabrás. Aunque sabes muy bien lo que opino. Después de todo este tiempo juntos soportándonos, lo que sea sonará. Se detuvo para respirar y arrancar con más rabia y desprecio.

—Estoy un poco harta de ser la cenicienta. Mientras los demás disfrutan, y mira que digo los demás, por no personalizar en ti. Respiró y tomó energías para seguir dando caña al guapo de su Rodolfo.

Yo sigo en la cocina, lavando y fregando. ¡Desbordada de soportar! Pretendo descansar en la playa, leer y comer a placer lo que me venga en gana, pasear y consumir helados de nata, y alguno de esos cocteles del cañero y rocoso bareto de Jimo. Tirada en la arena de la playa medio en pelotas y dormir. ¡Dormir a placer hasta las tantas! Esperando la respuesta inmediata, aguantó erguida. 

—Entonces, estas decidida a dejarme ir solo sin más. Mira que el recorrido que tengo previsto te gusta. Siempre me decías que te encantaría pasar unas semanas donde quiero y pretendo ir. Iniciando la trayectoria del viaje en Tailandia, sigo por Camboya y recalo en la isla de Sumatra. Acabando viaje en Indonesia, para regresar a Madrid.

Se quedó pasmado viendo la negativa de Marga, y sin sospechar cual era el motivo real por el que no quería viajar. Insistió por última vez, por si reflexionaba.

—Piénsalo Margara y me lo dices una vez lo sazones. Que sepas que esta tarde hago la reserva del avión y hotel. Estás a tiempo de venirte. Hasta mediodía espero tu deseo, y te incluyo en el tour. 

—Por mi parte está decidido, añadió Margaret. Mirándoselo con desdoro por la decisión que tomaba, nada conciliadora con su deseo, y que añadió con escarnio

—Puedes hacer lo que te plazca, ¡Eso sí! Lleva mucho cuidado donde te metes, que es lo que comes, donde frecuentas y a que te atreves. De ocurrir algo físico tendrás que arreglártelas solito. Yo no viajo a esos lugares desconocidos a socorrerte. Solapó su respiración y añadió.

—Eres demasiado temerario. Lo refiero porque te conozco, y aunque sé que no te sabrá demasiado bien. Te lo diré. Crees que exagero, y lo que digo no es cierto, sin embargo te veo viejo para liarte con esos tiros. ¡Que lo sepas!

—Anda, y luego dices que me enfado. Si es que me disparas con balas de pólvora explosiva. Paso de tus memeces. No lo tomes a mal, pero si cambias de opinión, tienes una plaza a mi lado. 

El paradisiaco viaje al maravilloso desconocido se inició. Margarita, no dio su brazo a torcer declinando el viaje. Por lo que Rudolf concertó con la empresa de trávelin que trataba aquel viaje soñado. Viajaría solo, sin amigos ni conocidos. Se buscaría la vida como pudiese, ya que pretendía fuera un trayecto para conservar en su recuerdo.

Con tiempo se preparó en inyectarse las vacunas necesarias para evitar las enfermedades de las que pudiera contagiarse. Además de comprar los ungüentos y pócimas para evitar picaduras de insectos portadores de toxinas virológicas.

Rodolfo es un tipo duro, guapetón y resultante a las personas, amable y sensitivo con las mujeres de todo tipo. Atractivo y chulón, que dado al empleo que defendía de visitador médico de farmacia, solía tener don de palabra para polemizar con el mismísimo Séneca de ser preciso.

Necesario para tener respetables comisiones en sus ventas en las apotecas. Estaba pasando una época de rearme al estar entre los cuarenta y cincuenta años, que es donde algunos hombres encuentran diferencias en sus complejos físicos, y pretendía hacer aquel viaje para disfrutar, pero a la vez medir su capacidad. 

Había conocido a Margaret, su ahora tercera pareja en los laboratorios Detengèímer. Innovadores en los medicamentos de capacidad mental, y retardo del Alzheimer. Con la que llevaba unido casi tres años.

Anteriormente estuvo liado junto a una cantaora flamenca y por celos de la artista, partieron peras y limones, quedando liberados sin más.

Motivado por acercarse demasiado a la esposa de su antiguo jefe, hasta que la conquistó, dejando a la artista con sus bailes y sus desconfianzas.

Con Amarilda, la brasilera que sustituyó a la bailaora, vivió durante cinco años magníficos. Viajando por el circuito europeo, y gastando lo que tenían y más. Hasta que la compañera, quiso quedarse en estado, y el liberado Rudolf se negó de plano. Aduciendo, que no había nacido para ser padre ni marido ni un tipo dócil. Distanciándose de la bellísima Amarilda para entrar en breve, en la cama de Margarita que en un principio creyó que lo domaría. Consiguiendo de él, fuera un perfecto marido, ayudando incluso en las labores domésticas del hogar.

Se conocieron en la Parroquia de San Francisco Javier, un domingo en el bautizo de un sobrino. Un niño hijo de Raquel, realmente hermanastra de Rudolf. A la que le tenía un cariño profundo.

En el banquete Raquel, le presentó a su amiga Margaret, una chavala de muy buen ver, y vestir a la moda.

Muy practica y desenvuelta que en aquella misma tarde lo invitó a sus dependencias personales. Librándose ambos de sus respectivas parejas y viviendo un fin de semana inglés de excitación, alegrías y dulzuras sexuales. Tanto se entendieron aquellos desquiciados, que rompieron con sus relaciones amorosas vía teléfono. Sin el mínimo remordimiento.

Punto y final, significa fin del trayecto.

Compartiendo mesa mantel y sábanas Margarita y Rodolfo, desde ese instante y siempre con la realidad por bandera. Aunque aquel varón muy pronto le puso las cosas claras a Margaret, la que con su genio y su porte, lo estaba soportando, supuestamente hasta que tropezara con su perfecto modelo de hombre. Ese sincero y callado que pudiera domeñar.

 

Aquella noche Rudolf volvió a preguntar a su pareja si se decidía a acompañarlo al viaje asiático, y esta nada más lejos de lo que pretendía, el que de momento la ensamblaba, declinó viajar, advirtiéndole de nuevo.

—Me darás la excusa que quieras. Que has estado ahorrando toda la vida para hacer este viaje, y yo lo veo muy peligroso. No te das cuenta que ya no eres un niño y lo puedes perder todo.

—Aún perder más, pues ya no sé. Lo que está más en la cuerda floja y puedo quedarme sin ello, eres tú. Te lo digo porque ya me estás enviando mensajes subliminales que recojo. De otro modo vendrías conmigo y no te lo planteas. No puedo obligarte y lo sabes. Si te dijera que no lo esperaba, te mentiría, has sido siempre una paloma embajadora de la buena vida y del gozo, y cuando no lo hayas te desprendes del problema y a otra cosa. ¡Yo me voy! 

Llegó el momento, la fecha de vacaciones y el caballero se fue a su viaje y Margaret a la playa, como le había advertido.

Rodolfo por un lado y Margaret por otro. Él volando a Tailandia, y ella a la Costa Brava, directa en su propio vehículo.

Dos horas y media de trayecto y llegando a Cadaqués, se encontró con Lidia, su hermana, que pasaba por un momento difícil. Del que iba saliendo a poquitos.

—Al final no has ido con Rudolf. Le has dejado ir a su aire. ¡Ya sabes nena, qué te puede pasar. No voy a descubrirte América, pero tienes todos los números de la rifa para quedarte sin él.

—Bien que lo sé, pero ya no me importa. Lo nuestro hace aguas desde hace meses y no quiero aguantar a un fresco a mi lado. Él lo sabe bastante bien y lo tiene muy claro. No soy mujer de soportar a nadie, que no cumpla con lo pactado. Y si no, mírate tú. Para que te ha servido dar tanto cariño a un tipejo que te ha cambiado por la primera morena que se le ha puesto por delante.

—No seas cruel, que yo también he tenido culpa de lo que ha pasado, no le hacía puto caso, y en cuanto llegó una tía guapa que lo escuchaba, tardó dos días en poner sus labios en su boca y sus pies en polvorosa. No se ha llevado nada material pero me ha dejado sola. Si pudiera volver atrás no actuaría igual. Lo retendría a mi lado. Sin él me falta algo.

Ahora ya es tarde. Tengo que joderme por mi falta de paciencia y de tacto. ¡Lo lamento tanto, que me daría de bofetadas! Siempre he sido una engreída estúpida y ahora he de pagarlo.

—Dices tarde, muy tarde. Nunca es tarde querida Lidia. Siempre hay una solución, solo hay que buscarla. Le propuso la hermana, sin convencimiento y agregó.

—¡Nada más! La vida es una, y paga o te cobra el peaje que mereces. En dos días te habrás olvidado de Jesús, y lo habrás cambiado por otro, y después por otro, hasta que acabes con aquel otro.

Aquellas vacaciones prometían. Las dos mujeres ya estaban establecidas en pleno centro de Cadaqués. Comenzaban a tomar las irradiaciones del sol, y a broncearse con las sales del mar y los aires cargados de lujuria.

Los días eran diáfanos entre las gentes, y sobre todo los hombres vistosos no se les despistaban ni a Lidia, ni a Margaret. Que en realidad iban buscando las dos, algún plan duradero donde recalar aquel amor que a borbotones repartían.

Rudolf jamás volvió a buscar a Margaret, ni ella perdió el tiempo recordándolo, porque en Cadaqués, encontró una nueva relación que podría ser prometedora. Lidia, buscó a Jesús y le confesó su amor. Ahora están de nuevo enamorados como dos idiotas.









Autor : Emilio Moreno
23 de septiembre 2025