viernes, 20 de junio de 2025

Superados por el talento de una mujer.

 

Gildo era la abreviatura para sus pocos amigos. Era un empleado muy serio y eficaz. Aún más cuando estaba enfrascado en sus quehaceres.

Hermenegildo Caldachino, era un tipo callado y dedicado a su compromiso laboral. Responsable de sus actos y muy dado a analizar y comprender el momento en que vivía. La necesidad del sueldo que esperaba a fin de mes le obligaba a cumplir con su oficio, de manera efectiva. ¡Sin más!

Iba a la oficina a ganarse el pan y el resto de sucesos le resbalaba, por eso muy pocos lo trataban de forma habitual, y menos eran los que le entendían. No estaba por menudencias ni fruslerías. En su privacidad no cambiaba demasiado, era solemne, honrado y crítico. La relación con su escasa familia, apenas existía, y no daba explicaciones del resto de sus ocupaciones. Albano, su perro era su sombra y lo estimaba por la compañía y lo agradecido que se mostraba.

Cada mañana con puntualidad fichaba en el reloj de presencia una vez estaba cambiado con el uniforme de trabajo. Era repetitivo. Siempre igual. No había más. Trabajaba por necesidad. Sin embargo aquella ocupación no le permitía ser ni demostrar todo lo que podía dar. Obligado a seguir al capataz de la sección. Estaba seguro que le pagaban menos de lo que valía, pero dadas las circunstancias y al no poder demostrarlo tenía que aguantar el tipo. Soportar aquel tedio y a según que compañeros, vacíos y deshonestos, irresponsables, gentes de cuidado y a tener en cuenta por expandir falsedades imaginarias de aquellos que les rodeaban. Cínicos intrépidos que por cierto, siempre han existido. Estoico soportaba. Más que eso, resistía.

Con esos principios, no desdecía de la labor que hacía, ya que si encima de tener que ir a lo que llaman “trabajar”. Iba con desgana, con apatía o le fastidiara, sería un serio problema para las dos partes. Para la empresa, que pagaba a fin de mes sin obtener resultados. Y para él, que se iría vaciando a medida del hastío congregado en sí, hasta notarse roto por su infelicidad.

Agradecía al cielo tener un puesto de trabajo, incluso siempre con ese pero.

El turno, el ruido y madrugar. Soportar a tanto imbécil que integran las secciones y laboratorios. Con frecuencia se hacía duro tener que morderse los labios por no contestar a tanto charlatán. Algunos de aquellos cofrades que le rodeaban en el recinto, no tenían la misma forma de pensar, y diferían de sus propios principios. Como norma se dedicaban a murmurar y reprocharlo todo.

Causando daño al compañero que en aquellos momentos no estaba presente.

 

Para después cuando regresaba el criticado, dorarle la píldora, agasajarlo cínicamente, y si venía a cuento comérselo con gracejos y finuras. Siempre mintiendo.

Tratando de sonsacarle detalles y filiaciones que después pudieran usarlos para volver a cuchichear y reírse.

Gildo era un tipo bastante observador y detallista. Minucioso y concurrente, con una retentiva de esponja y con un procedimiento para salir de los dilemas bastante entrenado.

Procuraba no entrar en revelaciones ni en disputas, y además llevaba mucho cuidado en mezclar su vida privada con los acompañantes de la oficina.

Según sus tasaciones y por experiencias vividas en anteriores ocupaciones, sabía, que dar confianzas a los llamados camaradas, compañeros y colegas, traían una larga lista de escollos.

No hacía más de cinco años que pertenecía a la sección de “Verificación de productos acabados” y estaba ocupado como técnico de la firma Kinboylen, dedicada a fabricar accesorios para el automóvil.

Compañía con una plantilla superior a los trescientos productores, entre personal administrativo, técnicos y obreros de los talleres. Sin contar a la cúpula de mando que no sobrepasaba de los veinte fiadores para todas las dependencias de la Compañía. De entre ellos sobresalía la mandamás.

 

La directora gerencial. La licenciada que a su modo y sin contemplaciones democráticas decidía como, cuando y por qué. Todo un genio. Una líder completa y por ello criticada. Un personaje sumamente interesante, que se preocupaba por la vida y milagros de la gente que estaba bajo su influjo de mando. Distinguiendo los esfuerzos en el trabajo, de según quien. Sin poder descubrir todos los milagros de sus productores ya que la información que en ocasiones le hacían llegar los encargados no era precisa y sazonadas de manejos interesados.

Aquella consejera era caprichosa, sagaz y muy juiciosa. No parecía ser una presumida y engreída doctorada. Adrede hacía que de vez en cuando, se le escaparan detalles y comentarios que debería haber callado por no molestar al plantel de jefecillos enchufados que soportaba a desgana.

Pormenores que al producirse, parecía molestara a tanto mediocre.

Con disimulos lo aceptaban no de buen grado, aquellos subalternos que la rodeaban y reían sus gracias a mandíbula batiente. Mientras permanecían a su alrededor fingiendo como bellacos amaestrados.

Otro cantar tenían, y entonces no le reían las gracias. Cuando se reunían aquella cúpula de apoderados, y comentaban, siempre a sus espaldas por la última pifia de la Mandamás. Denostando a la doctora, y tratándola con el menosprecio que usan los que saben que están superados por el talento de una mujer.

No la admitían, y no les parecía demasiado bien según qué acciones llevaba a cabo Adelaida Heckelbawn, la infamada, entre sus subordinados. Los jefes de los diferentes departamentos responsables de sección, encargadillos de poco pelo y “cagamandurrias enchufados”, la habían bautizado como la “Dama de las Luces”. Apodada con desprecio, para aludir a la directora de la fábrica.

En un tono despectivo y siempre cuando no los podía escuchar. Como lo hacen los miserables y los cobardes. Por la espalda.

Frente a ella y en su presencia todos se sentían desvividos e ilusionados. Todo lo que manifestaba la Jefa, era de rechupete.

Aquella gentuza de la cúpula superior de la firma Kinboylen, estaba parida con otra pasta. Manteniendo una ambición desmedida entre sus virtudes. Sabían que no podían defenestrar a la directora por motivos obvios, sin embargo no perdían ocasión para complicarle su día de trabajo.

Adelaida era una mujer con un nivel de erudición muy superior al mejor de los componentes del gabinete de dirección y estaba amparada por sus logros en el sector, por el porcentaje de fabricación en toda la amalgama de accesorios puestos en el mercado. Garantías que valoraban los accionistas de aquella sociedad anónima y no iban a permitir fuera trasladada a otra sede de la firma.

Heckelbawn, procuraba mantener el secreto de sus días, ante semejante jauría de desquiciados y egoístas compañeros de mando, y siempre actuaba con un disimulo propio de una espía secreta. Ninguno de sus colegas sabía de su estado personal. No conocían su dirección habitual, ni qué clase de amigos frecuentaba. Tampoco habían descubierto donde ni de qué forma procedía. Nada.

Un buen día apareció en las dependencias de la factoría acompañada por el responsable de Recursos Humanos Europeo, que la presentó como la CEO. Chief Executive Officer, siendo desde aquel instante la persona encargada de dirigir la empresa. La máxima responsable a nivel operativo de todos los directivos de la planta noble de la zona franca aragonesa.

Delegación de Kinboylen, en el país. Credenciales suficientes como para ensombrecer al más pintado.

Cinco idiomas tres carreras acabadas, la industrial como ingeniera, la social como psicóloga, y la humana como licenciada en medicina.

Cursadas, la primera en Bolonia, donde hizo el master de ingeniería mecánica. Después la psicológica en Londres. Haciendo la instrucción de master, en Cambridge. La última la de cirugía en Harvard.

Idioma Alemán por nacimiento, español por parte de madre, francés por los abuelos maternos, italiano por haber residido en la infancia en un colegio de señoritas. Inglés por vocación y larga estancia en la Queen Mary University of London.

Su ficha personal no obraba en las instalaciones fabriles, por lo que sus compañeros desconocían edad y estado civil. No estaba declarado su domicilio social, y excluidos detalles de su religión. No la relacionaban con amigos ni aficiones. ¡NADA!

El nombre completo por los correos postales que recibía era la única referencia de la mandamás. Adelaida Heckelbawn Velilla.

Connotación graciosa que idearon los colegas responsables de las diferentes áreas, tan solo por hacer la burla y procurar daño. Llegando a componer un slogan jocoso que trascendió por toda la fábrica. Alcanzando a sus oídos.

El aforismo era sandunguero y casi sutil, y decía. Que siendo directora de un complejo de accesorios de grandes luces intermitentes y faros tuviera como apellido Velilla.

 

Aquella navidad fue muy diferente a las anteriores. Adelaida no quiso separar el coctel de Fin de Año, entre jefes, obreros, y demás personal productor de la empresa. Determinando que se celebraría en la nave más amplia del complejo. El hangar de manufacturados, lugar extraordinariamente amplio donde entraban juntos los casi cuatrocientos componentes de Kinboylen.

Más de la mitad de la cúpula de mandos estaba en desacuerdo con la medida. No les gustaba tener que compartir la despedida laboral del año junto a los peones, a los mecánicos, porteros, gente de limpieza, embaladores, y el personal de las cadenas de montaje. Patidifusos quedaron aquellos estirados jefes.

La mayoría desquiciados, cuando observaron que la mandamás bajaba a las cadenas de producción y congraciaba con las braceras para disponer entre todas de la celebración y despedida del año.

 

Fue ya entrado el mes de febrero, aquel último fin de semana cuando Gildo paseaba en la noche por su barriada con su perrillo Albano. La noche cerrada y muy fría invitaba a regresar a casa. De pronto al girar la esquina observó que desde el coche aparcado en la acera de enfrente, estaban asaltando a una mujer. Ya estaba más que violentada y forzada. Desnuda y gritando con desesperación. La asediaban un par de delincuentes que se aprovechaban de su cuerpo.

Gildo viendo que podía ser un quebranto de mucha gravedad, llamó desde su celular a emergencias y a la policía, dando dirección del hecho, y los detalles que pudo, además de lo que estaba sucediendo.

Una vez enviando el S.O.S, y notando que la agresión no cejaba yendo a más, se acercó jugándose la vida y gritando para mirar de disuadir a los malhechores. Estos, al acercarse aquel desconocido con ganas de poner fin al asalto le propinaron media docena de navajazos, que lo dejaron deshecho en el suelo.  Albano con sus ladridos quiso mediar, pero la primera patada lo dejó alejado de la tragedia, doliéndose del severísimo golpe recibido.

En la calzada Gildo, moribundo estaba bañado en su sangre. Se moría arropado por los aullidos de Albano.

En el coche maltrecha, malherida y desnuda, traslucía la imagen de horror. La joven despanzurrada, que vapuleada y dañada había perdido hasta el sentido y sin cognición permanecía desmayada tras haber huido aquellos agresores, al escuchar las sirenas de emergencias.

Los asistentes pronto subieron a Gildo con urgencia con destino al quirófano, para ser atendido por los cirujanos del hospital más cercano. Directos a cirugía sin saber qué resultados tendría, en el Memorial Alliance Hospital, donde permanecía meciéndose entre la vida y la muerte. 

A la señorita la ingresaron sin perder tiempo en otro furgón de exigencias buscando las mismas asistencias que el apuñalado, con la salvedad de la compañía de Albano que los sanitarios creyeron que el chucho era propiedad de la mujer, y dejaron que el perrito la acompañara en la misma ambulancia.

Los responsables del Servicio de Asistencia atendieron a los dos heridos y pronto levantaron acta.

Aquellos atracadores habían desaparecido sin dejar apenas rastros. Delito abierto que ya era atendido por los agentes de la policía judicial.

Al llegar al hospital atendieron a la joven, en el Citizen Clinical Hospital, con ingreso ambulatorio. Curaron sus heridas físicas y una vez hecha la denuncia la enviaron a su casa a la espera de atestiguar en la comisaría. Regresó a su domicilio dañada, muy rota, herida sin la gravedad física, que en un principio se creía tener. Desconsolada.

Regresó con albano, y con la mochila de las pertenencias del que la quiso socorrer. Su móvil, las llaves de su casa y el bozal que pertenecía al fox terrier, que ahora se acercaba muy mucho a la transgredida. Que respondía al nombre de Adelaida H. Velilla.

Los periódicos locales al día siguiente daban la noticia sin detalles amplios, ya que la propia dirección del rotativo lo desconocía. Sin embargo Alicia pudo saber lo que el gacetillero escribía. Indagó y rebuscó en las pertenencias de su salvador y supo el nombre, la dirección y poco más. En el teléfono no tenía suficiente información como para versarse sobre él. Tampoco relacionó el nombre de H. Caldachino con personal de la empresa.

Con mucho cuidado y con ayuda del maquillaje Adelaida, disimuló heridas y dolores y aquel lunes se presentó como si no hubiera pasado nada a su trabajo.

Se enteró de la repercusión de la noticia de su propio suceso, a la hora del desayuno, cuando paseaba por las dependencias de los comedores, y una empleada de la cadena de montaje de faros, informó a Alicia al verla pasear por aquellos pasillos. Comentando lo que le había sucedido a Gildo. Empleado de la sección de los verificadores. Dándole detalles del muchacho.

Sin suponer la montadora de luces, que la agredida en aquella atrocidad, era la que estaba escuchando.

Alicia directa fue al despacho y demandó la ficha del operario Caldachino y todo lo que fuese notorio sobre su persona. Coincidían los datos reflejados de Gildo, con los que ella descubrió en su celular. Era sin duda el que la socorrió.

Sin dar explicaciones Alicia salió hacia el hospital donde estaba ingresado su empleado, en el Memorial Alliance Hospital, donde le informaron que estaba ingresado aun en la UCI, con pronóstico reservado.

Desde allí Alicia envió información a la empresa, diciendo que estaba en aquel recinto hospitalario, para que supieran sobre su paradero.

No dio más información. Era de la plantilla de la Kinboylen y debía estar allí. Sin más explicaciones. Una vez resueltas las primeras atenciones y dejando su dirección en el hospital, por si se diera el caso de más incidentes, volvió al trabajo sin dar señales de pena, ni de valerosa.

Dos semanas estuvo Gildo en el depósito crítico de redenciones vitales. Sin dar señales de vida. Alicia todas las noches iba hasta altas horas de la madrugada esperando su recuperación y decirle que Albano, estaba esperándolo.

Además de darle las gracias por su valentía. Sabiendo donde vivía y sin tener familia cercana, por la documentación obtenida en la mochila que le pasaron los del servicio de urgencias.

Se personó discreta con su enjundia alemana en el domicilio del herido. Sin explicar nada a nadie y atendió y atendió aquel domicilio  como si se tratase de su residencia.

Aquella noche al llegar al Alliance Hospital, no lo encontró en las dependencias reservadas. Creyendo que Gildo había muerto sin poder darle las gracias, y se apenó. Hasta que la enfermera nocturna, aquella con la que había hecho migas durante tantas noches. A la que le explicaba su vida, le informó que el paciente no pudo superar las heridas mortales y su cuerpo ya estaba en la morgue.



Emilio Moreno.
junio, 20 año 2025
 

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