martes, 3 de junio de 2025

— El truco del concurso. —

 

 







En el pueblo de San Bartolino de Lóbrego, existía un gran número de artistas por metro cuadrado. Todos ellos bien avenidos pero dispersados. Con ganas de darse a conocer fuera de aquellos límites virtuosos de su zona de comodidad. Desperdigados porque cada uno actuaba por su cuenta y dentro del pueblo, no se notaba aquella vena que nacía de los hijos del santo Bartolo.

Poetas y trovadores, cantantes líricos, pintores y ensayistas, literatos, todos con un bagaje original, por ser moderadamente conocidos fuera de su villa. En la que amantes de la cultura y lectores existían pocos, y ¡sí…!, muchos detractores de toda la novedad artística y científica aportada.

Sin embargo con ellos se establecía la norma y el dicho de, Nadie es profeta en su tierra.

Hasta que un tipo perspicaz, oportunista como la suerte, medio político y muy risueño, supo encauzar toda aquella demanda para beneficiarse en un futuro de un modo u otro. Ya que él estaba muy bien relacionado con gente del cabildo de la asamblea, el alcalde de la villa y con sus concejales. Y de tanto en vez les hacía llegar algún presente con promesas, que no sería muy difícil levantar un Certamen literario de terror y suspense. Con el nombre de aquel pueblo, que se aburría entre su mucha tranquilidad.

No siéndole al concienzudo moderador dramaturgo difícil sacar partido de toda aquella vorágine inducida. Aprovechando la fiebre de la nueva tendencia en Galas y Concursos llamados Negros. Que no eran otros que las novelas de Crímenes de toda la vida. Las que contenían historias singulares algunas, mezcladas con otras soporíferas e inaguantables.

Bautizadas en según qué localidades en inglés, por aquello de la enjundia y la pronunciación llamativa y concursal. Presentando a los autores locales junto a otros escritores poco referenciados del espectro nacional. Mezclados entre otros, los menos. Que eran conocidos en todas partes.

Relatos tétricos con argumentos que quiebran con violaciones, vejaciones y demencias. De las novelas de terror, difíciles de digerir. De alegatos llenos de muerte, sexo y brutalidades por vejámenes existentes. La tendencia actual, que viendo que en más de media nación, se propagaban como las setas, las llamadas semanas culpables y tenebrosas. Que a la gente les iba encantando y a medida que transcurrían los años, más enraizaba y se popularizaba.

Aquel divulgador ideó su propio festival, tal y como les había vendido a los gestores políticos del pueblo. Llevándolo con el dinero de la Asamblea Comarcal, al mismísimo San Bartolino y bautizándolo con el nombre de aquella urbe, dándole una pronunciación muy británica. Bartolomiuw Very Black.

Siendo muy negro, no. Mucho más allá de lo tostado. Tenebroso y asesino. Con unas normas copiadas de otras ciudades que ya lo celebraban desde hacía años, y con alguna compostura que al comisario del invento, le venía al pelo. Buscó un jurado, y con el dinero y las ayudas de benefactores, y por supuesto las subvenciones lucrativas comenzaron la singladura.

 

Aquel poeta, Lucas Carrasquero, ya hacía unos años que se presentaba al concurso. Un festival que no pasaba de ser rural y montañés. Con relatos presentados no demasiado extensos, para que no fuera difícil ni estoico para escritores. Y menos para aquel jurado que dicen no estaba dirigido, mi mediatizado.

El Certamen obligaba con una condición indiscutible. Exigencia que había puesto el Alcalde de San Bartolino, que los sucesos ocurrieran y la trama sucediera en la propia villa. Nombrando personajes, callejuelas, patinejos y demás localizaciones concretas. El resto se lo dejaba al organizador, que lo dispuso copiando las bases de Brótenles, pueblo cercano, que tenía más antigüedad y experiencia.

Expuestos y mecanografiados en el idioma nacional y con la descripción de costumbres, asesinatos, ficciones y que todos ellos hubieran sucedido dentro de la localidad que hacía el gasto, y la que patrocinaba aquel certamen semejante al de los pueblos de alrededor.

Con la idea de hacer crecer el número de visitantes y turistas, haciendo gasto en la pensión de la tía Blasa, el restaurante del cojo, el estanco del tío Críspulo, la bodega de Moncho, y la cafetería de Manolo. Además del Castillo medieval del siglo XII, y la sacristía de la Iglesia de Santa Matilde, a las afueras del casco viejo.

Preparaba Lucas sus ensayos para competir dentro de las normas que establecía aquel acaecimiento anual. Simposio que le podía brindar al amigo Carrasquero, un prestigio por ser cuanto menos, triunfador y finalista del concurso, dándolo a conocer fuera de su pueblo. Tal condición proponía Ramirita Mochales de Corticoides, la farmacéutica, que aficionada a la escritura, también participaba con un ensayo al que le ponía sus ilusiones.

El promotor del evento era un tipo que todos creían era sensible, que ayudaba a los iniciados, y además hacía sus pinitos como trovador. Lo que se conoce como un tipo muy favorecedor, en aquella comunidad de la ancha Castilla.

Villa que se hacía conocer por su buena cocina, su mejor encanto rural, su balneario para impedidos mentales y su buen clima. Seco y fresco en verano y ribereño y calefactado en invierno. Al estar cerca de dos ríos imponentes, y consagrada por la cultura el abolengo y la magnificencia.

De su antigüedad, la que procedía desde la Edad Media. Fortalezas y cimentaciones históricas que la avalaban por siempre, con o sin concurso, de la modalidad de Bartolomiuw Very Black.

Aprovechando la coincidencia, ya se sumaban a voces interesadas en comparar aquella zona, con otra europea, que no se parecían en nada. Gente del turismo usurera producía en hacer famoso su enclave a toda costa. Queriéndole otorgar sin venir a cuento, que la zona era muy parecida, si no exacta a la conferida con una región autóctona de los Alpes Suizos. Todo lo más lejos que se pudiera suponer. Sin ser lugares análogos ni paisajes afines, algunos estaban obcecados en querer que fueran semejantes, tan solo por llamar a gentes que vinieran a veranear. Dado que el territorio tenía suficientes encantos como para ser singular. No tenía la necesidad de compararse con ninguna otra parte del mundo. Ni tan siquiera abotonarlo con un Festival que a nadie interesaba.

Provechosos negocios de turismo y de rutas de viaje desconocidas. Quizás intenciones futuras no muy lejanas, por impedir que se fuera despoblando aquella zona por el éxodo de la juventud, que desaparecía en cuanto ganaba la mayoría de edad. Transformándose en parte de la España vaciada. Al estar situada el tan cacareado Sant Bartolino en medio de la nada, y que tirases por cualquiera de los puntos cardinales, no existía ciudad de renombre o importancia cercana, a tiro de piedra, ni tren ni transporte que pudiera acercarte con comodidad. Estaba lejos de todo, por ello tenía y consagraba aquel deleite.

Muy en contra de muchos de los habitantes que no les encantaba que sus calles se llenaran de gentes no conocidas, sus carreteras de multitud de vehículos y sus restaurantes y bares de extraños. Aunque se tratara del Bartolomiuw Very Black.

El periodo de inscripción estaba abierto, y según decían los iniciadores, participaban escritores de todos lados, incluso alguno desde la otra parte del gran Atlántico. ¡Que decían los ilusos promotores, engañando, como suelen hacer!

Datos que jamás contrastaban con nadie, ni existía explicación alguna a los posibles interesados, ni justificación con la elaboración de estadísticas fiables, hechas por el secretario del ayuntamiento del pueblo.  

El jurado tampoco se conocía. Se patrocinaba a bombo y platillo, pero sin nombres conocidos ni famosos que certificaran la autenticidad de lo juzgado.

Según decía el comisario del acto, los protagonistas de las decisiones eran jueces muy puestos en las letras, pero que jamás nadie los presentó, ni tampoco se daban las condiciones de saber si todo era auténtico y estaba dentro de la legalidad.

La cuantía del premio no era alta, era más bien irrisoria, y celebraban el fallo del festival en día festivo, por si el ganador fuese algún literato de fuera de las fronteras y caso de ser premiado, le diera tiempo de presentarse a recoger un galardón, que debía ser retirado por el autor. Detalle que si se diera, sería harto imposible, que se cumpliera por motivos y gastos que corrían a cuenta del premiado. Con lo que costaba más, el ajo que el pollo. Perdiendo interés en ese critérium, cualquiera que supiera calcular.


Matías Señante, un profesor universitario afincado en esa localidad, se leía los relatos que el mismo día del fallo, se ponían a la venta por un precio módico en la misma sala del ensayo. Analizaba con interés los relatos y pronto pudo observar que algunos de los finalistas, nombraban la población de San Bartolino de Lóbrego, haciendo copia y pega de algunas publicaciones ya editadas en otras divulgaciones. Tratando de presentar una obra falsa y ensuciar el programa. Dejando al Bartolomiuw Very Black, a la altura ínfima de un encuentro que ni era negro, ni azabache ni cárdeno. Alegando el gran Matías, que los únicos beneficiados del critérium, eran los comisarios o delegados de esas tramoyas. Aupados y haciéndose conocidos y famosillos, para futuras elecciones políticas. Con opciones de conseguir un escaño, un sillón, un sueldo y un bienestar para toda la vida, a costa de la literatura. Vilipendiándola de forma indiscriminada con su proceder. ¡Como siempre! Vergüenza sin paliativos. 


Autor: Emilio Moreno
03 de junio de 2024.




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