La familia Destróller
era una de las tantas que pululaban en aquel tiempo. Buena gente hasta
entonces. Labrada a base de decepciones imperativas. Sin la posibilidad de escoger.
Naciendo en un seno fragoso, donde el destino les concedió dicha exigua. Entre ellos
y debido a su paupérrima pobreza, apenas podían comer y escasamente se tenían
apego. Mucho disgusto y desunión que obedecía al cariño entre ellos, la formación
recibida y a la escasa instrucción escolar.
Vivían en el
Sozocrosto. Una zona donde se habían instalado hacía decenas de años las
barracas del Hogar Angínez, aunque ellos cuando les preguntaban, por vergüenza
decían que venían de otra zona menos conflictiva.
La componían
los padres y dos niñas. Bartolomé Destróller y Gíngeris Martrizeo. Eran pareja,
sin haber pasado ni por lo civil ni por lo eclesiástico, y tenían entre ambos
una hija. Lucinda, que la criaban a granel junto a otras chiquillas de la
barriada.
La mocita
mayor, Cornelia era tan solo hija de Gíngeris. Primogénita de una relación esporádica
que había tenido y que procuraron entre todos llevarla en el más severísimo
secreto.
Durísima infancia
de las niñas que tuvieron que soportar escenas de todo tipo, unas veces provenientes
de papá y otras de la poca amabilidad de la madre.
A la
escuela fueron escasamente hasta que pudieron defender un empleo, y con esas fueron
colocadas muy pronto las dos niñas.
Cornelia cuatro
años mayor que Lucinda en el mercado de abastos, como panadera y la más pequeña
entró de aprendiza en la carnicería de la señora Fuentes.
A base de
ahorro y esfuerzos pudieron mudarse de zona a un pisito no demasiado grande,
pero ya con las comodidades exigidas, donde la vida se hacía algo más llevadera.
Cornelia conoció
a Jerry Cris, en la barrita de la esquina de su casa, el que pronto le echó los
tejos y no tardó demasiado en ocupar parte de la nueva vivienda de la familia
Destróller Martrizeo.
Un joven hecho
en las cuadrillas y por las esquinas, sin oficio, y que le sobraba talento para
embaucar a doncellas. Pudo incluso con su cuñadita de quince años, que sin que
el resto de figurantes pudiera descubrirlo, algún meneo carnal tuvo. Certificando
la calidad y el apego que Lucinda tenía por su tata, a la que en cuanto podía traicionaba
con su novio.
Comprendieron
que en el recinto de aquella vivienda, no podían vivir todos. Los desencuentros
eran cada día mas acuciantes, y se respiraba muy a menudo, oxido en lugar de oxígeno.
Con lo que Cornelia y Jerry Cris, se buscaron la vida encontrando vivienda en
la zona y celebrando un matrimonio que pocos esperaban.
Sin apenas
darse cuenta Lucinda apuntaba señales de saber lo que quería y cuando lo quería.
Iba trabajando en la carnecería de la señora Fuentes y llegó a hacerse una oficial
bastante apañada, donde pudo ir ahorrando para sus cosillas y sus salidas los
fines de semana.
En el
Brasil do Mondongo, una sala de fiestas de mucho disfrute y buenos brebajes
alcohólicos, tropezaron. Se lo pasaba de miedo y de lujo. Donde aquella tarde
casual, bailó con la ansiosa Lucinda. La rubia agradable y promiscua creía era
el más guapo y el más apuesto de la sala. Hasta que derretidos por la pasión
inmediata se conocieron para proseguir aquellas prácticas de circulación
sensual.
Franky
Culmonta, decía ser un transportista a sueldo, de ganado entre comunidades. Empleado
de un matadero de pueblo. Un joven en busca de pasión desmedida, que tenía una
gracia exportada, difícil y engañosa.
Un genio del
desconcierto, cobarde, cínico y muy atento, que podía disimular si se lo
propusiera, ser el enviado del espíritu santo nacional.
Estaba según
decía, en periodo militar, de permiso y a punto de embarcar en el destructor
Road Island, donde aún le faltaban más de dos años para su licenciatura.
Nadie pensó
en que si el futuro se torcía se podrían complicar muy mucho las cosas. Aquella
pareja siguió adelante con su disfrute carnal y con los arrumacos y excitaciones
de la rubia Lucinda.
Franky quedó
prendado y enganchado, tanto que al llevar el cántaro a la fuente, sin
preservar filtros, embudos y “evade sucesos” se llegó al éxtasis. ¡Se preveía
cantar un Bingo!
La excitante
enjundiosa y rubia mujer entró en la fase de generar vida. Sin esperarlo nadie.
Quien iba a imaginar que con tan solo un polvo se contagiara. Que tarde y noche
la de aquel día en el Brasil do Mondongo. Menudo gozo, que divinidad satisfacción
y deleite. Como se lo pasaron de bien. Inolvidable.
Antes de
despedirse se habían dado las direcciones y se juraron amor eterno, a la vuelta
del viaje en el Road Island, y una vez licenciado el primoroso Franky Culmonta,
se casarían como Dios manda. Aquello fue un amor disparado.
¡Qué fuerte!
Pasaron tres
meses de aquel aquelarre cachondo entre el marino y la carnicera, y ninguno de
los dos se habían dado señales de vida, ni de aquí te espero. todo se había
olvidado.
Hasta que
tras los mareos que sufría a menudo la dependienta del mercado, se hizo la prueba
del “<predíctor>” y surgió lo que nadie esperaba. ¡Se cantó un Bingo!
—¡Anda y
como puede ser —Dijo Lucinda. —Si yo llevo cuidado siempre que me las bajo y
según con quién. Que faena más cutre—se quejaba. — Es impensable y ahora qué coño
hago. Sin desespero se lo comentaba a Cornelia, que aunque no lo dijera se alegraba,
por todo lo que callaba en lo referente a Jerry Cris, su marido y hermana, y
siguió escuchando mientras se quejaba.
—Pues mira Cornelia
no tengo idea quien puede ser el padre. —Le decía a su hermana.
—Tu sabrás
nena con quien te juntas. Desde luego cuidado y miramiento no tienes con nadie
y jamás te importan los resultados.
—Creo que
es de Franky, y si no lo es, pues lo siento. Lo pasamos muy bien en el Brasil
do Mondongo.
—Piensa en
que decisión has de tomar—comentó Cornelia— y si es como dices de Franky, has
de ir en su busca. Apáñate que el barco ha recalado no demasiado lejos de aquí
y siempre puedes llegar antes de que zarpe de nuevo.
Jamás encontró
al que buscaba. Nadie se personaba con el nombre de Franky Culmonta. En aquel
destructor del Road Island, ni tan siquiera en los listados de levas de la
marina, existía ese personaje.
autor: Emilio Moreno
22 de junio de 2026
0 comentarios:
Publicar un comentario