Prudencio del Puedo, es un pensador extraordinario.
Ahora a su madurez es cuando le sobreviene aquel pensamiento de lo acaecido con
anterioridad, que no supo, no pudo o no quiso analizar en su momento. Sabe que
ahora y aunque su tiempo sigue siendo oro. No debe retrasar más la tarea que
sigue pendiente valorando o quizás excusando lo sucedido antaño.
Normalmente iba a plazos, poniéndose tareas
inconclusas, que a su vez le hacían disfrutar, ya que recordaba con agrado a
los que le fueron allegados por motivos varios y a los demás. A los que no
podía soportar, incluso a los que pudo detestar por situaciones, posturas o
traiciones recibidas.
Llegado el mes de junio, y para ser más exacto la
noche mágica y cósmica del día veintitrés. La antesala a quemar en la hoguera
particular de cada cual. Todas las sobras, penas y martirios del periodo cuando
miméticamente le sobrevinieron aquellas efemérides.
Fue su cita con el recuerdo. Cuando se celebra la
verbena más sonada del año. La fecha donde la experiencia del veterano caballero,
le retrotrae detalles y gentilezas. Exhorta a sus amigos, colegas, compañeros,
sonriendo al recordar los momentos agradables en la más estricta comandita.
Instantes sucedidos en un periodo de vida pasada, que jamás podrán dejarse a un
lado.
Como es natural los hostiles, momentos y personajes
también suman. Aunque en el tiempo la mente trata de olvidarlos y quedan
obsoletos y despintados.
En la existencia de cada cual, verdaderamente los individuos
y situaciones pasan por tus frecuencias marcándolas en cierto modo, y algunas subsisten
como auténticos modelos de cordialidad, de respeto y de estima.
Sin remedio otros sujetos y actores, gracias a Dios los menos, desaparecen con el mismo olvido suprimidos, quedando dentro de la inconsciencia borrando el dolor, la repudia y su ocaso.
En su balcón tomando la brisa con nostalgia, recordada
después de haber brindado por la salud. Como no podía ser de otro modo, y
aprovechando su soledad, en dar comienzo a la cita de su recuerdo. Con aquella
gente, conocida y que celebraba su onomástica en aquella fecha precisa.
Algunos de los que coincidieron en su suceder y que hicieron mella en su experiencia. Lamentablemente los hay, que ya no estaban en este <Valle de lágrimas>. Sin embargo pronto acudieron a su evocación las diez primeras personas bautizadas como el apóstol… <Juanas… o Juanes>, que aún creía Prudencio del Puedo, disfrutaban de salud, o quizás ya no. Con las que estableció una especie de juego.
El inicial que le sobrevino, fue en su tiempo un
compañero de trabajo. Juanito Martos, de Chilluévar. Un agradable y competente
joven andaluz de la provincia de Jaén, de dónde presumía. Hablando del pueblo,
de la tiendecita de comestibles y víveres que gobernaban sus padres, de su
aventura al llegar a la gran ciudad y como no; de las muchas chavalas a las que
decía había enamorado. Autor de la pérdida del miedo en Prudencio, la ruptura
de la vergüenza en la oficina. El que ayudó cuando era meritorio a salir del
paso, y ser un poco más pillo. Torear a Luis Pardina, encargado de la sección y
establecer buenas vibraciones con el cabeza del departamento Miguel Riazuelo,
sin dudarlo el mejor jefe que tuvo durante toda su vida profesional.
Juan Martos, un seductor inolvidable de boquilla, al que siempre estuvo agradecido por enseñarle a menearse entre aquellos armatostes de IBM, llamadas Unidades Centrales, tabuladoras y cintas magnéticas, que le dieron al entonces aprendiz Prudencio del Puedo, el paso a entrar en el mundo de la tarjeta perforada, como vía de los datos de aquella época.
Disfrutando ya de su espejismo aterrizó en el
aeropuerto de su mente la imagen de Juana Caspiluna, la esposa de un “rasga calzas” reparador y vendedor
de equipos de imagen, que regentaban un comercio en la provincia de Zaragoza.
Toda la vida detrás de Jacinto, su consorte indecente presumido y ligón,
tomando los encargos de las averías tras el mostrador del negocio y siendo una
esposa más o menos leal. Aficionada a cantar aquellas jotas preciosas que
bordaba al entonarlas con aquel genio, y seductoras posiciones al menearse
mientras las interpretaba. Que ponía a gozar a todo aquel aficionado que las atendía,
por el mensaje evidente que mandaba a sus escuchantes admiradores, por si
cogían alguno de los eslóganes que mencionaba y se le acercaban a proponerle
algún plan.
Mientras el marido fingía con aquella jeta que
poseía, llevando una doble vida sensual y secreta. Detrás de la espalda de su
Juana, que bajo una depresión irreal engatusaba y desplazaba al esposo,
sabiendo de las artes duplicadas con que jugaba su Jacinto. El que daba la venia
para que ella y su espectacular cuerpo yaciera también con el mozo, maduro o
jovencillo que se le pusiera a tiro, y que le produjera placer sin que el
esposo lo intuyera.
Vislumbrando Juana el meneo que tenía Jacinto cuando
iba a reparar los equipos a los domicilios particulares, seduciendo si podía a
la hembra guapa, necesitada de trato conyugal esporádico, siempre que tuviera
una presencia monumental y un porte seductor.
Energía que no compartía aquel osado matrimonio de la época, que parecía vivían de espaldas a los comentarios de vecinos y reprobadores.
Pronto imaginó a Juan Bemoles Jordán, un empleado
cortito de estatura que presumía a la hora del break en la pausa del desayuno,
que contaba la historia que tuvo con Luz, una muchacha canaria que conoció en
el periodo que servía como militar en las islas. A la que llevó en más de una
ocasión a la Fuente del Avellano dónde la placía al completo. Haciéndole
promesas de matrimonio mientras se la encasquetaba, que se cumplirían sin
faltar en la hora de su licencia. Tanto la enamoró, que Luz lo llevó a su casa
y se lo presentó a toda la familia. Cayéndole estupendamente a los padres, al
ver que era un muchacho sincero y culto. Que fue colocado en el negocio de
plataneras de su papá, en sus permisos para que tuviera unos duros que poder
gastar con su hija Luz.
A todo esto le llegó el permiso correspondiente y
oficial, el que el Ejército paga a los soldados una vez han jurado bandera y
llevan consumido alrededor de la mitad del tiempo de su servicio militar
obligado. Con fines de visitar a su familia y regresar. Con alegría asumió la
vuelta Juan Bemoles, y se despidió de Luz y familia.
Un mes por delante llevaba para reunirse con su gente
en su localidad de residencia. Tiempo de alegría y de gozo, de encariñarse de
nuevo con Maruja, su novia. La de siempre, a la que también le hizo prometer lo
esperara hasta su vuelta para casarse. Tantos meses llevaban separados que en
la primera semana del reencuentro dejó a Maruja preñada. Conociendo el dato del
embarazo de su prometida tan solo tres días antes de retornar a Santa Cruz de
Tenerife y reunirse con su amor isleño.
No puso al corriente a Luz, de su devenir con Maruja. Fue un cobarde, y lo mantuvo mientras esperaba la licencia. Siguió tocando a luz, cada vez que prendía el interruptor. Una vez licenciado, volvió a su tierra con la promesa de regresar y jamás lo hizo. Se casó con Maruja, y de vez en cuando sacaba la foto de Luz, que la guardaba a oscuras en el cajón de su pupitre de trabajo.
Juana Soledad Sorbete, es la esposa de un sumiso y
prudente estanquero. Indalecio Granazón. Que se vinieron del pueblo a la ciudad
buscando mejor vida y oportunidades para ellos y sus hijos. Personas apegadas a
sus costumbres que a pesar del tiempo que llevan residiendo en otra comunidad parecía
les era imposible adaptarse a los hábitos de la región que les da trabajo, el
pan y el amparo. Sin embargo, no parece ser cierto.
Antes de conseguir la licencia del estanco, trabajaba en la Industria de Altos Hornos, fundiendo hierro y demás metales. Los horarios y cambios de turno de Indalecio, hicieron que Juana encontrara unas amigas que la descararon. Iniciándose con bastante desparpajo fuera de la órbita a la que ella estaba acostumbrada. Inculcándole costumbres como beber de forma desmedida, y esnifar serrines que no son precisamente polvos de talco. Conociendo a hombres diferentes, que llegado el momento la llevaron al catre, siéndole más infiel a su nene, de lo que le tenía acostumbrado. Indalecio por no levantar comentarios ni aguantar el ir de boca en boca, absolvió a Juana de su engaño y ahora aparentan ser los seres más felices de la tierra. Su posición actual, gracias a las mercedes de Juana, que parece ser una sílfide sobre el jergón, les ha hecho subir su categoría y pudieron conseguir licencia de estanco oficial, que le suministró uno de los amigos de la Ponderosa, que es como llaman a Juana sus grandes y vigorosos amigos. Se han olvidado de costumbres y muchedumbres de donde procedían. Siendo ahora unos presumidos inútiles que tan solo se tratan con gentes tan vacías y tan desagradables como lo son ellos.
Juan Norberto Bifloro, simpatizante del partido que gobierna en cada momento en el país. No tiene problemas en los cambios. Llegó a ser concejal, y de la asociación de vecinos de la calle de la Panza, uno de sus punteros líderes. El amigo que tan solo se acuerda, cuando le conviene. Llama en situaciones puntuales, sobre todo al llegar las elecciones. Por si puede aconsejar y dirigir al votante que duda. Es orientador de voto. Un papanatas engreído que produce hilaridad. Se cree un artista y ser un gran estadista imaginándose tener tanta popularidad fama y poder, que ha llegado a ser una persona descafeinada. Dominada por los gastos que le producen los tres matrimonios que disfrutó. El primero con la frutera de su barrio, la que pronto le repudió por insoportable. Con la segunda esposa que era una coordinadora de las juventudes de su ciudad tan solo les duró el compromiso tres años, y lo eclipsó por chulo y mujeriego. La esposa actual, es una buena mujer, fue gacetillera de la Voz de los Mudos, y tras una publicación no permitida, la echaron y jamás ha vuelto a levantar cabeza como reportera. Sin tardar mucho se cansará de su beodo compañero, que juega y bebe como un cosaco. Ahora llegan a dar algo de pena, lo tuvieron todo y la vida les cerró los portones. Han dejado de cumplir con las obligaciones y ambos viven al margen del precipicio de la vulgaridad.
Prudencio del Puedo, volvió a la realidad, tras haber recordado las circunstancias de los primeros cinco antiguos conocidos, cuando cayó en como conoció a Juan María Mogollón, un buen muchacho afectado por poliomielitis en parte de sus extremidades. El que por entonces se encontraba un poco acomplejado, por los movimientos anormales que tenía en ocasiones. Podía desarrollar su vida sin demasiadas complicaciones, quizás el único impedimento fuera levantar demasiado peso. Festejó con una chica muy simpática, y todos creíamos se entenderían y llegarían al matrimonio. Un buen día nos dijo que encontró trabajo en una empresa de droguería industrial con capital anglosajón, y en ella conoció a Marisa, una ayudante de la sección de pinceles y jabones de afeitar. Dejó a Manolita, la simpática chica, sin decirle ni media palabra y ahora, ya jubilado se las da de empresario distinguido. Si tuviera un momento de lucidez, se daría cuenta que es más fácil ser normal.
Juan Manuel Grosella, es uno de esos alguaciles que los colocan a dedo y por enchufe sin más. Saltándose las listas de espera de los que intentan prepararse para ocupar esos lugares de trabajo. Es del único que no se pueden destacar detalles positivos. La gente que le conoce cuando se refiere al personaje, siempre comenta con desdén aquello tan despectivo y tan vulgar de.
—No es tonto, es lo siguiente.
Es joven, y si fuera de otro modo se le podría sacar partido para el beneficio de la población, pero pasa aquello de donde no hay no filtra. Si a esta persona le dieran unos galones y una manguera, por desgracia nos haría pertenecer a la cofradía del desencanto. Nadie le ha dado nada y aun y así, procura tener acogotada a la gente.
Juan Salame Peor. Que malos recuerdos tenía el
bueno de Prudencio. Fue uno de los responsables que le tocaron en su profesión
por desgracia. Conocido en su casa y bautizado como Juan
de Dios, el que seguramente estaba dejado de su mano. Juan era el hijo de
un directivo donde estuvo enchufado y que siempre fue un tipo desleal y se
aprovechó de la fama de su padre para conseguir lo que a otros les cuesta una
carrera. Otro genio de la mala educación y desprecio y el desgarbo. Un tipo que
a menudo y siendo el jefe de todo un departamento, se mofaba de todos ellos. Creyéndose
ser un endiosado, cuando era un vulgar borrachín.
Estaba casado con una mujer de la alta sociedad,
estos no se juntan con el pueblo jamás, y así les va. Sin embargo procuraba
forzar a las empleadas, de su departamento. ¡Que de
verdad! Algunas no sé, donde
tienen el gusto.
Llegaba a menudo al trabajo mamado y oliendo a cazalla, que sus compadres lo tapaban porque estaban hechos de la misma pasta. Mejor callados, por no perder el estatus. Un tipo indeseable, merecedor del olvido. Una persona que no merecía nada.
Juan Sánchez, taxista de la urbe. Aquel murciano agradable que además de estar casado con Maribel, durante cuarenta años, se enrolló con la Conchita. La hermana de una compañera de trabajo de su hija, con la que comenzaron en broma, haciéndose cosquillas y acabaron desnudos en la playa una noche de San Pedro. Trataron de ocultar el apego indecente, a escondidas que usaban pero llego a ser tan claro, que todos sabían del rollete y nadie preguntaba nada del meneo del taxista y la desagradecida Concepción. Que demostró ser poco magnánima, y mantuvo al chófer mientras la pudo llevar y traer con su taxi en cuantos viajes le surgían.
Un buen día desapareció y quien sabe dónde estará.
Sus familiares especialmente Maribel, pocas referencias dan del bueno de Juan, y la tal Conchita ya ni lo nombra. Fue como dice el título de la famosa película. Lo que el viento se llevó.
Juan José Pérez, sí que es un buen tipo y además de
los que siempre recuerdan los buenos momentos. Una persona llena de vitalidad y
dotes de cultura destacables que el estar una tarde en su presencia, te hace
reciclar en tus ideales, tan solo por escucharlo y por atenderlo. Muchos, la
mayoría de los amigos comunes, le recriminaban que se explayara en sus
convicciones y trataban de cortarle, por los celos y las pelusas que expiden
los versados en cualquier tema. Era imposible cortar a Juan José, ya que él
siempre ha sido un extraordinario cambiador de pareceres y un conversador de
temas interesantes. No hay ocasión o cita, en la que estés con él y no aprendas
algo nuevo. Quizás de haber nacido en otro país fuera u no de esos líderes de
masas que vemos en las cadenas de televisión americanas. O quizás si se lo
propusiera, sería uno de esos llamados ahora Asesor de Contenidos, que pululan
por las redes. Es un tipo fantástico.
Recuerdo aquel día que me arrancó la risa, cuando
hablaba de su padre. Al que por cierto, adoraba. El que le dedicó la frase ya
para mí grabada y de su pertenencia, que decía así: Dios nos libre del arranque de un gandul. Que se la dedicó su
padre un día que le mandó una tarea y la hizo con tanta vehemencia que le
arrancó el aforismo indicado. Motivos de salud, de distancia y de meneos largos
nos impiden tener más charlas amenas, pero es para mí y de sobras un talento de
la imaginación, de la cultura antigua y de la sensatez.
Había cubierto el tiempo de sus recuerdos y sin
contemplaciones habían pasado tres horas de la noche de San Juan. La noche más
larga del año, la que siempre se recuerda por un motivo o por otro, la que da
entrada al esperado verano. Aquí fue cuando Prudencio puso final a sus
elucubraciones y pensamientos, recordando a aquellas personas que en aquella
noche celebraban su onomástica, disponiéndose a felicitar a los que seguía
teniendo contacto.
Autor: Emilio Moreno / San Juan Año. 2025
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