viernes, 20 de junio de 2025

Superados por el talento de una mujer.

 

Gildo era la abreviatura para sus pocos amigos. Era un empleado muy serio y eficaz. Aún más cuando estaba enfrascado en sus quehaceres.

Hermenegildo Caldachino, era un tipo callado y dedicado a su compromiso laboral. Responsable de sus actos y muy dado a analizar y comprender el momento en que vivía. La necesidad del sueldo que esperaba a fin de mes le obligaba a cumplir con su oficio, de manera efectiva. ¡Sin más!

Iba a la oficina a ganarse el pan y el resto de sucesos le resbalaba, por eso muy pocos lo trataban de forma habitual, y menos eran los que le entendían. No estaba por menudencias ni fruslerías. En su privacidad no cambiaba demasiado, era solemne, honrado y crítico. La relación con su escasa familia, apenas existía, y no daba explicaciones del resto de sus ocupaciones. Albano, su perro era su sombra y lo estimaba por la compañía y lo agradecido que se mostraba.

Cada mañana con puntualidad fichaba en el reloj de presencia una vez estaba cambiado con el uniforme de trabajo. Era repetitivo. Siempre igual. No había más. Trabajaba por necesidad. Sin embargo aquella ocupación no le permitía ser ni demostrar todo lo que podía dar. Obligado a seguir al capataz de la sección. Estaba seguro que le pagaban menos de lo que valía, pero dadas las circunstancias y al no poder demostrarlo tenía que aguantar el tipo. Soportar aquel tedio y a según que compañeros, vacíos y deshonestos, irresponsables, gentes de cuidado y a tener en cuenta por expandir falsedades imaginarias de aquellos que les rodeaban. Cínicos intrépidos que por cierto, siempre han existido. Estoico soportaba. Más que eso, resistía.

Con esos principios, no desdecía de la labor que hacía, ya que si encima de tener que ir a lo que llaman “trabajar”. Iba con desgana, con apatía o le fastidiara, sería un serio problema para las dos partes. Para la empresa, que pagaba a fin de mes sin obtener resultados. Y para él, que se iría vaciando a medida del hastío congregado en sí, hasta notarse roto por su infelicidad.

Agradecía al cielo tener un puesto de trabajo, incluso siempre con ese pero.

El turno, el ruido y madrugar. Soportar a tanto imbécil que integran las secciones y laboratorios. Con frecuencia se hacía duro tener que morderse los labios por no contestar a tanto charlatán. Algunos de aquellos cofrades que le rodeaban en el recinto, no tenían la misma forma de pensar, y diferían de sus propios principios. Como norma se dedicaban a murmurar y reprocharlo todo.

Causando daño al compañero que en aquellos momentos no estaba presente.

 

Para después cuando regresaba el criticado, dorarle la píldora, agasajarlo cínicamente, y si venía a cuento comérselo con gracejos y finuras. Siempre mintiendo.

Tratando de sonsacarle detalles y filiaciones que después pudieran usarlos para volver a cuchichear y reírse.

Gildo era un tipo bastante observador y detallista. Minucioso y concurrente, con una retentiva de esponja y con un procedimiento para salir de los dilemas bastante entrenado.

Procuraba no entrar en revelaciones ni en disputas, y además llevaba mucho cuidado en mezclar su vida privada con los acompañantes de la oficina.

Según sus tasaciones y por experiencias vividas en anteriores ocupaciones, sabía, que dar confianzas a los llamados camaradas, compañeros y colegas, traían una larga lista de escollos.

No hacía más de cinco años que pertenecía a la sección de “Verificación de productos acabados” y estaba ocupado como técnico de la firma Kinboylen, dedicada a fabricar accesorios para el automóvil.

Compañía con una plantilla superior a los trescientos productores, entre personal administrativo, técnicos y obreros de los talleres. Sin contar a la cúpula de mando que no sobrepasaba de los veinte fiadores para todas las dependencias de la Compañía. De entre ellos sobresalía la mandamás.

 

La directora gerencial. La licenciada que a su modo y sin contemplaciones democráticas decidía como, cuando y por qué. Todo un genio. Una líder completa y por ello criticada. Un personaje sumamente interesante, que se preocupaba por la vida y milagros de la gente que estaba bajo su influjo de mando. Distinguiendo los esfuerzos en el trabajo, de según quien. Sin poder descubrir todos los milagros de sus productores ya que la información que en ocasiones le hacían llegar los encargados no era precisa y sazonadas de manejos interesados.

Aquella consejera era caprichosa, sagaz y muy juiciosa. No parecía ser una presumida y engreída doctorada. Adrede hacía que de vez en cuando, se le escaparan detalles y comentarios que debería haber callado por no molestar al plantel de jefecillos enchufados que soportaba a desgana.

Pormenores que al producirse, parecía molestara a tanto mediocre.

Con disimulos lo aceptaban no de buen grado, aquellos subalternos que la rodeaban y reían sus gracias a mandíbula batiente. Mientras permanecían a su alrededor fingiendo como bellacos amaestrados.

Otro cantar tenían, y entonces no le reían las gracias. Cuando se reunían aquella cúpula de apoderados, y comentaban, siempre a sus espaldas por la última pifia de la Mandamás. Denostando a la doctora, y tratándola con el menosprecio que usan los que saben que están superados por el talento de una mujer.

No la admitían, y no les parecía demasiado bien según qué acciones llevaba a cabo Adelaida Heckelbawn, la infamada, entre sus subordinados. Los jefes de los diferentes departamentos responsables de sección, encargadillos de poco pelo y “cagamandurrias enchufados”, la habían bautizado como la “Dama de las Luces”. Apodada con desprecio, para aludir a la directora de la fábrica.

En un tono despectivo y siempre cuando no los podía escuchar. Como lo hacen los miserables y los cobardes. Por la espalda.

Frente a ella y en su presencia todos se sentían desvividos e ilusionados. Todo lo que manifestaba la Jefa, era de rechupete.

Aquella gentuza de la cúpula superior de la firma Kinboylen, estaba parida con otra pasta. Manteniendo una ambición desmedida entre sus virtudes. Sabían que no podían defenestrar a la directora por motivos obvios, sin embargo no perdían ocasión para complicarle su día de trabajo.

Adelaida era una mujer con un nivel de erudición muy superior al mejor de los componentes del gabinete de dirección y estaba amparada por sus logros en el sector, por el porcentaje de fabricación en toda la amalgama de accesorios puestos en el mercado. Garantías que valoraban los accionistas de aquella sociedad anónima y no iban a permitir fuera trasladada a otra sede de la firma.

Heckelbawn, procuraba mantener el secreto de sus días, ante semejante jauría de desquiciados y egoístas compañeros de mando, y siempre actuaba con un disimulo propio de una espía secreta. Ninguno de sus colegas sabía de su estado personal. No conocían su dirección habitual, ni qué clase de amigos frecuentaba. Tampoco habían descubierto donde ni de qué forma procedía. Nada.

Un buen día apareció en las dependencias de la factoría acompañada por el responsable de Recursos Humanos Europeo, que la presentó como la CEO. Chief Executive Officer, siendo desde aquel instante la persona encargada de dirigir la empresa. La máxima responsable a nivel operativo de todos los directivos de la planta noble de la zona franca aragonesa.

Delegación de Kinboylen, en el país. Credenciales suficientes como para ensombrecer al más pintado.

Cinco idiomas tres carreras acabadas, la industrial como ingeniera, la social como psicóloga, y la humana como licenciada en medicina.

Cursadas, la primera en Bolonia, donde hizo el master de ingeniería mecánica. Después la psicológica en Londres. Haciendo la instrucción de master, en Cambridge. La última la de cirugía en Harvard.

Idioma Alemán por nacimiento, español por parte de madre, francés por los abuelos maternos, italiano por haber residido en la infancia en un colegio de señoritas. Inglés por vocación y larga estancia en la Queen Mary University of London.

Su ficha personal no obraba en las instalaciones fabriles, por lo que sus compañeros desconocían edad y estado civil. No estaba declarado su domicilio social, y excluidos detalles de su religión. No la relacionaban con amigos ni aficiones. ¡NADA!

El nombre completo por los correos postales que recibía era la única referencia de la mandamás. Adelaida Heckelbawn Velilla.

Connotación graciosa que idearon los colegas responsables de las diferentes áreas, tan solo por hacer la burla y procurar daño. Llegando a componer un slogan jocoso que trascendió por toda la fábrica. Alcanzando a sus oídos.

El aforismo era sandunguero y casi sutil, y decía. Que siendo directora de un complejo de accesorios de grandes luces intermitentes y faros tuviera como apellido Velilla.

 

Aquella navidad fue muy diferente a las anteriores. Adelaida no quiso separar el coctel de Fin de Año, entre jefes, obreros, y demás personal productor de la empresa. Determinando que se celebraría en la nave más amplia del complejo. El hangar de manufacturados, lugar extraordinariamente amplio donde entraban juntos los casi cuatrocientos componentes de Kinboylen.

Más de la mitad de la cúpula de mandos estaba en desacuerdo con la medida. No les gustaba tener que compartir la despedida laboral del año junto a los peones, a los mecánicos, porteros, gente de limpieza, embaladores, y el personal de las cadenas de montaje. Patidifusos quedaron aquellos estirados jefes.

La mayoría desquiciados, cuando observaron que la mandamás bajaba a las cadenas de producción y congraciaba con las braceras para disponer entre todas de la celebración y despedida del año.

 

Fue ya entrado el mes de febrero, aquel último fin de semana cuando Gildo paseaba en la noche por su barriada con su perrillo Albano. La noche cerrada y muy fría invitaba a regresar a casa. De pronto al girar la esquina observó que desde el coche aparcado en la acera de enfrente, estaban asaltando a una mujer. Ya estaba más que violentada y forzada. Desnuda y gritando con desesperación. La asediaban un par de delincuentes que se aprovechaban de su cuerpo.

Gildo viendo que podía ser un quebranto de mucha gravedad, llamó desde su celular a emergencias y a la policía, dando dirección del hecho, y los detalles que pudo, además de lo que estaba sucediendo.

Una vez enviando el S.O.S, y notando que la agresión no cejaba yendo a más, se acercó jugándose la vida y gritando para mirar de disuadir a los malhechores. Estos, al acercarse aquel desconocido con ganas de poner fin al asalto le propinaron media docena de navajazos, que lo dejaron deshecho en el suelo.  Albano con sus ladridos quiso mediar, pero la primera patada lo dejó alejado de la tragedia, doliéndose del severísimo golpe recibido.

En la calzada Gildo, moribundo estaba bañado en su sangre. Se moría arropado por los aullidos de Albano.

En el coche maltrecha, malherida y desnuda, traslucía la imagen de horror. La joven despanzurrada, que vapuleada y dañada había perdido hasta el sentido y sin cognición permanecía desmayada tras haber huido aquellos agresores, al escuchar las sirenas de emergencias.

Los asistentes pronto subieron a Gildo con urgencia con destino al quirófano, para ser atendido por los cirujanos del hospital más cercano. Directos a cirugía sin saber qué resultados tendría, en el Memorial Alliance Hospital, donde permanecía meciéndose entre la vida y la muerte. 

A la señorita la ingresaron sin perder tiempo en otro furgón de exigencias buscando las mismas asistencias que el apuñalado, con la salvedad de la compañía de Albano que los sanitarios creyeron que el chucho era propiedad de la mujer, y dejaron que el perrito la acompañara en la misma ambulancia.

Los responsables del Servicio de Asistencia atendieron a los dos heridos y pronto levantaron acta.

Aquellos atracadores habían desaparecido sin dejar apenas rastros. Delito abierto que ya era atendido por los agentes de la policía judicial.

Al llegar al hospital atendieron a la joven, en el Citizen Clinical Hospital, con ingreso ambulatorio. Curaron sus heridas físicas y una vez hecha la denuncia la enviaron a su casa a la espera de atestiguar en la comisaría. Regresó a su domicilio dañada, muy rota, herida sin la gravedad física, que en un principio se creía tener. Desconsolada.

Regresó con albano, y con la mochila de las pertenencias del que la quiso socorrer. Su móvil, las llaves de su casa y el bozal que pertenecía al fox terrier, que ahora se acercaba muy mucho a la transgredida. Que respondía al nombre de Adelaida H. Velilla.

Los periódicos locales al día siguiente daban la noticia sin detalles amplios, ya que la propia dirección del rotativo lo desconocía. Sin embargo Alicia pudo saber lo que el gacetillero escribía. Indagó y rebuscó en las pertenencias de su salvador y supo el nombre, la dirección y poco más. En el teléfono no tenía suficiente información como para versarse sobre él. Tampoco relacionó el nombre de H. Caldachino con personal de la empresa.

Con mucho cuidado y con ayuda del maquillaje Adelaida, disimuló heridas y dolores y aquel lunes se presentó como si no hubiera pasado nada a su trabajo.

Se enteró de la repercusión de la noticia de su propio suceso, a la hora del desayuno, cuando paseaba por las dependencias de los comedores, y una empleada de la cadena de montaje de faros, informó a Alicia al verla pasear por aquellos pasillos. Comentando lo que le había sucedido a Gildo. Empleado de la sección de los verificadores. Dándole detalles del muchacho.

Sin suponer la montadora de luces, que la agredida en aquella atrocidad, era la que estaba escuchando.

Alicia directa fue al despacho y demandó la ficha del operario Caldachino y todo lo que fuese notorio sobre su persona. Coincidían los datos reflejados de Gildo, con los que ella descubrió en su celular. Era sin duda el que la socorrió.

Sin dar explicaciones Alicia salió hacia el hospital donde estaba ingresado su empleado, en el Memorial Alliance Hospital, donde le informaron que estaba ingresado aun en la UCI, con pronóstico reservado.

Desde allí Alicia envió información a la empresa, diciendo que estaba en aquel recinto hospitalario, para que supieran sobre su paradero.

No dio más información. Era de la plantilla de la Kinboylen y debía estar allí. Sin más explicaciones. Una vez resueltas las primeras atenciones y dejando su dirección en el hospital, por si se diera el caso de más incidentes, volvió al trabajo sin dar señales de pena, ni de valerosa.

Dos semanas estuvo Gildo en el depósito crítico de redenciones vitales. Sin dar señales de vida. Alicia todas las noches iba hasta altas horas de la madrugada esperando su recuperación y decirle que Albano, estaba esperándolo.

Además de darle las gracias por su valentía. Sabiendo donde vivía y sin tener familia cercana, por la documentación obtenida en la mochila que le pasaron los del servicio de urgencias.

Se personó discreta con su enjundia alemana en el domicilio del herido. Sin explicar nada a nadie y atendió y atendió aquel domicilio  como si se tratase de su residencia.

Aquella noche al llegar al Alliance Hospital, no lo encontró en las dependencias reservadas. Creyendo que Gildo había muerto sin poder darle las gracias, y se apenó. Hasta que la enfermera nocturna, aquella con la que había hecho migas durante tantas noches. A la que le explicaba su vida, le informó que el paciente no pudo superar las heridas mortales y su cuerpo ya estaba en la morgue.



Emilio Moreno.
junio, 20 año 2025
 

domingo, 15 de junio de 2025

El sobrino del señor cura.

 

 Presumía de su pariente, como si fuera un gran hombre.

—Mi tío Manolo, es el que le reparte el correo al Papa de Roma. Es un gran tipo. Es algo más que Cardenal. El segundo de la curia. En el Vaticano lo quieren mucho. Decía Miguel apostado en la barra de la cantina a sus colegas, que dudaban de sus palabras.

—No será para tanto Miguel, amenazó el cantinero dudando y sin equivocarse. Sus comentarios eran normalmente falsos. Aquel camarero le conocía bien y sabía que Miguel adolecía de lealtad. Era cínico, embustero y traicionero con los que le rodeaban tan solo por darse el pisto que jamás tuvo.

—Anda vuelve a tu casa, que vas algo cargado y estás haciendo el pavo. Acabó indicando el mozo de la barra.

—Si yo os contara, —manifestó el sobrino. Haciéndose de nuevo el interesante ante una parroquia que lo despreciaba y sin remedio prosiguió.

—Toda la historia que me pasó mi madre, es auténtica. Si supierais algo de ella, aunque tan solo fuese la mitad, callaríais como bellacos. Repitió con contundencia esa frase, que le pareció tonificante.

—Que sois unos bellacos. Pero os puedo asegurar que mi tío es el brazo derecho del Papa.

Conjeturaba con bullicio y menoscabo. Dándole grandeza al hermano de su padre, su tío carnal. Manifestando detalles incomprensibles, sobre un sacerdote que ni su sobrino conocía y ahora lo rememoraba porque al morir le dejó parte del dinero que cosechó durante su ministerio. Propiedades terrenales y bienes amplios, que debería repartirse con el resto de los herederos. Entre ellos la que decían era prima de Don Manolo, y fue durante los últimos veinte años, la mujer que le calentó en la cama.

Miguel era un tipo que disimulaba bien ante las personas que no le conocían y en primera instancia, pasaba por leal y honrado. Cuando la realidad que lo soportaba era de ser un embustero y descastado personaje.

Inventando historias artificiosas, por sus ganas de resurgir ante sus allegados.

El tío era uno de los tantos sacerdotes que están perdidos en uno de esos pueblos abandonados. Enviados del cielo a mitigar las penurias de los pobres, debiendo procurar amparo a los feligreses. Sin prosperar ni enriquecerse.

Aparte de otras ganancias subrogadas que saborean algunos indignos confesores. Sin pensar en los necesitados, los descarriados, y los faltos de fe, que en todos los pueblos existen.

Ese ínclito religioso que tanto valoraba su sobrino, supo agradar al pueblo y agradecer a este, que con sus dádivas, regalos y pernadas vivir feliz sin penurias. Sin faltarle el sosiego y encariñar a más de una necesitada, pudiendo en nombre del espíritu santo concebir felicidad espiritual y sexual. Dejándolas satisfechas a espaldas de sus maridos, en un lugar que muchos catalogarían como “El culo del mundo.”

 

Los Garganta Carmena fueron en su día una familia de “Quinquis” de la parte alta de Albacete, que se dedicaban al trapicheo de los mercadillos. Pertenecían al grupo social y marginal, con atributo errante, que se dedica a la quincallería. Actividad habitual merodeadora, vendiendo o reparando ollas de segunda mano y baratijas por los alrededores de la ancha Castilla y parte de la alejada Extremadura.

La familia la componían los padres y sus cinco hijos que andaban en aquellos carruajes vendiendo toda clase de minucias habidas y por haber. Pollos de corral, gallinas ponedoras, de los corrales que asaltaban a su paso. Reparaciones y soldadura de toda clase de marmitas y pucheros. Vendiendo además toda la siega espigada en la cerrazón de la noche. Hurtos en las muchas granjas que encontraban en su senda. Aportando a su ferretería aquellos frutos secos y de temporada que dan los nogales, almendros, naranjos y manzanos que estoicos aguantan el clima, tormentas, pedrisco y a los mercheros que invadían los plantíos sin vigilancia. Al descuido y con cuidado en no tropezarse ni por asomo con el cuerpo de la Benemérita forestal. La que recorre como ellos, con ojos vigilantes los caminos, con un oficio completamente opuesto al de estos cosecheros de lo ajeno.

Todo sucedía en una época añeja, y trasnochada cuando Restituto y Gumersinda los padres de Micaela, Antonia, Rafaela, Manolo, y Tomás, buscaban solución para despegarse de alguno de sus hijos, por la falta de posibilidades. De mitigar la hambruna, poder descansar en la vejez y dar una salida aquellos hijos, que sin culpa inquirían caminos, sendas y lugares sin oficio ni beneficio.

Amparar a siete personas a comienzos del siglo XX, en aquellos raquíticos años cuarenta y cinco. Se hacía muy cuesta arriba, cuando no tenías ni tan siquiera terreno, ni ubicación donde caerte muerto.  Incluso era costoso a los que no tenían que dar explicaciones a nadie y vivían de la rapiña y del menudeo por los caminos de España. Ellos eran quinquis del más puro estilo y costumbres. Sin embargo también pensaban y viendo que la vaca no daba para tanto se reunieron aquella noche alrededor de una fogata y masticando unas garrofas, decidieron.

Aquellos padres, muy a pesar suyo habían de soltar amarras por lo menos con tres de sus descendientes. Los hijos de la calzada, el barbecho y de la oportunidad, no necesitaban demasiadas explicaciones para convencerse que debían separarse para vivir. La conversación en el extrarradio de Tobarra, fue definitiva. Reunidos todos en la cena, bajo unos inmensos algarrobos, Gumersindo les dijo que Manolo sería recluido en el Seminario de Hellín, Antonia la más espabilada y descarada la colocarían en casa de alguno de los potentados de la ciudad de Archena, y Tomás, quedaría en Mazarrón cerca del mar, con una familia lejana, la que a cambio de su esfuerzo le daría cobijo hasta la mayoría de edad. Estos parientes tenían una carbonería, y no podían tener descendencia. Con lo cual sería atendido si lo merecía como un hijo sin faltarle oficio, pan y manteca.

Los padres se quedaron en el carromato con Rafaela y Micaela, que serían las que soportarían el peso del negocio ambulante que regentaban.

Tras aquella reunión nadie se atrevió a preguntar nada. Decidido estaba por parte de los padres y aquello era ley de mercheros y se debía cumplir a raja tabla.

En una semana llegaron a Hellín donde se quedó instalado Manolo Garganta Carmena, en las instalaciones del seminario. Sin una lágrima ni disgusto.

Se despedía de su linaje a los 12 años. Aquel muchacho sabía que a partir de entonces comenzaría una etapa completa y muy diferente que en su futuro le permitiría llegar al lugar, desde donde con el tiempo y a futuro, un sobrino suyo hijo de Micaela, presumiría de sus hazañas escuchadas con sus amigachos. 

Acto seguido y llegando a la zona de las famosas aguas termales de Archena, Antonia la segunda hija de los Garganta, una moza de diecisiete años, quedaba en casa de los señores de Planverdejo, regentes del Balneario Popular, como sirvienta y ayudanta de cocina. Una vez la señora de la hacienda dio el visto bueno a la muchacha, al reconocer su desparpajo y su falta de preparación académica, que es lo que les interesaba a los condes, para poder dominar a sus lacayos.

Camino hacia el mar y en unos días, llegaron a Mazarrón a casa de aquellos parientes carboneros, donde descargaron a Tomás de 11 años, pero que ya desarrollado, les serviría muy bien de mozo y de esclavo. A cambio de la manutención, escuela y comida.

 

De todo aquello habían pasado más de cuarenta años. Restituto el patriarca y Gumersinda, hacía décadas que faltaban. Al igual que Micaela, Rafaela y Tomás. Este ultimo murió en el presidio de Vigo, infectado por unas fiebres tifoideas que contrajo en su ultima condena.

Micaela se instaló con el tiempo en Barcelona. Se casó con Damián y tuvo tres hijos, Fernando, Miguel, el que presumía de su tío cura, y Florencia.

Tanto los padres y dos de los tres hijos murieron. Micaela en la Residencia de los Sauces de una población cercana del Llobregat, Fernando en Mallorca y Florencia en el barrio chino de la ciudad, asesinada por uno de los clientes del putiferio donde trabajaba.

Rafaela mujer prudente y nada continuadora de los apellidados Garganta Carmena, fue enfermera en San Pablo, dedicando la vida al prójimo llegándole su hora siendo soltera y devota.

Aquella moza, Antonia, la que se quedó en Archena, y el destino la envió a San Pedro del Pinatar, se casó y tuvo un hijo con Joaquín Patiño, un peluquero de la zona de la playa. Le perdieron la pista tanto los padres como los hermanos, y ninguno puso medios para saber que tal les iba la vida.

Ya viuda, en una de las excursiones que hacía Antonia, hacia lugares ignotos, creyó conocer al cura que daba la misa de doce en Canjáyar. Localidad de la provincia de Almería perteneciente a la Alpujarra en el Valle del Andarax.  

Era su Manolo. No tenía casi dudas. Se acercó y al llegar a su altura el cura se abrazó a ella, con unas lágrimas de sentimiento, tan profundas como reales. Comentando que la había descubierto entre la feligresía aquella mañana, y emocionado, creyó que Dios, había escuchado sus plegarias.


autor Emilio Moreno
Junio de 2025



jueves, 12 de junio de 2025

Aspirante ilusorio.

 

La mayoría de los asociados hacían ascos al puesto de mandamás, en aquella corporación tan desavenida. Sin embargo parte de la totalidad de la tropa que administró antes el consorcio, y aunque lo disimulaban, querían disponer.

Ser los destacados prebostes de aquel distrito. Los hacedores de las distracciones de una barriada que esperaba apego, risas y conveniencias, y recibían tan solo enredos, críticas, mal avenimiento y denostaba por lo general al que se ponía por delante con intenciones de creatividad.

Muy lejos de atraer con educación y honradez al cúmulo de personas que se reunían en aquellos locales.

Lo que perseguían es la presidencia del ateneo, a costa de desbancar a la actual directiva, costase lo que costase. Sin miramientos ni bagatelas. Por lo que cada vez los improperios, insultos y descalificaciones eran más acuciantes.  

Siempre promulgados a espaldas del criticado, para después hacer cara de bueno y exponer con indecencia, lo contrario.

“Quien lo habrá dicho.” —Se escuchaba entre los pasillos, cuando eran ellos mismos los promotores.

Manifestaciones hechas siempre a espaldas de Jesús, el gerente actual, ya que en su presencia no se atrevían. Todo lo contrario. Le hacían el papelazo y la rosquilla como cínicos indecentes, hasta que se giraba y de nuevo lo ponían como un trapo sucio.

La última desunión venía dada por las diferencias de Franco y Doroteo, dos componentes destacados hasta entonces del círculo de la llamada Felicidad. Dos colegas identitarios de aquella colectividad, que por celos rabiosos, envidias y negativismo, se llevaban a matar y en cuanto tenían oportunidad se insultaban con inquina. Tratando de convencer a parte de los socios y predisponerlos en su favor.

Tan gordas se hicieron aquellas disputas que tuvo que intervenir seriamente entre ambos, el delegado del barrio. Después de una afrenta suscitada una tarde, en la propia sala principal de celebraciones. Ante la mayor parte del asociado que atónito veía semejante disputa, sin llegar a creérselo.  

Aquel consorcio de entidades sociales de la villa se resquebrajaba y el subalterno social, tuvo que poner fin a las desavenencias y de forma salomónica actuó. Poniendo de patitas en la calle a todos los que estaban implicados en aquel espectáculo tan grosero. Dado que el señor Jesús se negaba a deshacer la junta y volver a celebrar nuevas elecciones.

La guerra había estallado. Se formaron dos batallones, dos tendencias, dos grupos de socios y mucha desilusión. Cada cual barría para su casa, y ninguno explicaba ni daba las reales razones por lo que se había llegado aquel punto de no retorno.

Jesús sabía que si provocaba nuevos comicios, no salía escogido, perdiendo toda la conveniencia que le daba estar en aquella silla, y fue aguantando hasta que la sociedad, rompió con lo que se conoce como normal.

No tardaron los muchos impresentables de uno y otra tendencia en opinar con manifestaciones fuera de contexto, como suele pasar incluso en la política. Nadie tenía base de lo sucedido, más que Franco, el que había levantado todo el ruido y había desmadejado la practicidad de Doroteo, que hacía una labor digna y feliz con sus discípulos. Hasta que se cansó y dejó de meterse en camisas de once varas. Participando en lo que podía, pero sin interesarle para nada las muchas repercusiones que antaño llevaba.

Franco sabía de buena tinta que presentarse solo a unas posibles nuevas elecciones, no le sería factible. No solo se precisa ser atento con los viejitos, colocar el acomodo en ristre en la sala en cada acontecimiento, cortar entradas en los espectáculos, y hacerse el simpático. Es necesario tener un suficiente don de gentes, el saber presentar una ponencia, la responsabilidad civil con asociados, llevar un mínimo de criterio con los libros de caja, y repartir las subvenciones como se debe en todos los casos. En eso adolecía.

Así que preparó un plan decepcionante y poco analizado. Con ayuda externa ya acordada. Sólo el ínclito Franco, es incapaz. Llevar solo semejante milagro para él es imposible. Carece de capacidad, aunque se crea que es fenomenal.

Hasta que un ángel de la guarda, interesado en sacar pecho, que sabía de sus intenciones y ganas de ser el jefe supremo, lo engañó como a un nenito, y el cándido de Franco, picó en la urdimbre que le tendieron con su beneplácito.

Pretendiendo que este convenio pasara disimulado a los votantes afectados y no hiciera demasiado ruido para que no se les viera el culo.

En primer lugar se hizo del partido político, por aquello que nadie recordara que no a mucho fue objeto de una sanción, y por la cual fue expulsado de la junta del ateneo. Regalos, empanadillas, pasteles, helados y otras menudencias hizo como ofrenda de afecto y presentes de pura amistad con todos los gerifaltes que le salían al paso, hasta conseguir aquel ambiente que deseaba.  

Se asoció con Tiburcio, que ya en otrora había colaborado en causas menores sin concierto y acabaron como el “Rosario de la Aurora”, discutiéndose y calificándose entre ellos como perros. Hasta que por arte de “birlí biloque”. Nadie puso freno y se dio una desgracia más en el debe de Franco y otra miseria sumada al haber de Tiburcio.

Ambos están satisfechos, mientras los dos medran llevándose lo que pueden. El ateneo adolece de divertimento, y de francachela, pero como nadie se queja, pues todo va bien.

¡Aunque de pena!




 

 





autor :Emilio Moreno
fecha. 12 junio 2025



lunes, 9 de junio de 2025

Catalogaba de Obispo, a su amante.

 


Era una mujer extravagante muy rara y poco honrada. Soltera, cobarde y traicionera. Jamás decía una verdad. Estaba regañada con la exactitud. Así montó su vida desde el final de su pubertad, con errores demasiado graves y acciones inconfesables. Procedentes de una afección de nacimiento, que habían ocultado sus valedores, pero que a todas luces demostraba en cuanto opinaba, reía y razonaba. Además por una educación precaria recibida por parte de su madre. Otra pieza singular. Que a todos los hijos que parió, les dejó mácula indesmayable de por vida.

Aurora Clara, le tocaba razonar con ella misma. Ni tan siquiera eso. No tenía arqueo para analizar lo mucho o lo poco vivido y disfrutado.

Por tantos escenarios infamantes que sucedieron a lo largo de su dilatada e indecente subsistencia. Le faltaba un hervor, sin embargo sabía cuales eran los principios de moralidad a los que faltaba a menudo. Sin importarle a quien hacía o no hacía daño. Era una mujer que a simple vista daba pena, pero cuidado con las confianzas, que podían reportar fuertes compromisos sin antídoto de alivio. Una pieza personal de cuidado con declives de gatuna agresiva.

Ahora ya estaba en la fase de la vía alternativa, entrando en el carril de su vejez, sin darse cuenta de ello. Que con descaro olvidaba creyendo que la gente la miraba con celos, por un encanto y presencia, diluidos aun y usando cremas nutritivas con el contenido de ácidos hialuronicos. 

La falta de nutrición, de aspecto y apariencia, por cuidar el saldo del banco, la hacían avara. Sin darse caprichos si no los costeaba el ajeno. Antojos alimenticios, o por divertimento, quedaban fuera de su norma. Al pensar que eran caros para su economía. Imaginando la pobre infeliz, que viviría más allá de los cien años de paso. Desterrando el pensamiento de soledad, que le horrorizaba. Pudiéndose ver desvalida con semejante situación a esa edad y sin el cobijo necesario. Sabiendo que nadie se encargaría de ella, tal y como hizo Aurora Clara, con sus cercanos.

Todos esos espejismos la desmadejaban. Forjándola a ser aún más tacaña, egoísta y hambrienta.

Denostada por amistades y familia, que sin remedio al llegar celebraciones, no tenían más remedio que invitarla. Padeciendo por el espectáculo que desempeñaba. Ansia en comer, en tragar para llenar su estómago falto de la costumbre de un menú equilibrado y por los tantos bocados sabrosos que atizaba a cuantos manjares hubiera. Descubría sin darse cuenta, su conducta incívica. No hablaba, no sacaba conversación, ni departía con la confianza de afecto para los suyos. Jamás le sucedían cosas, no compartía ocurrencias ni permitía libertades. Tan solo escuchaba, asentía y devoraba como un vulgar roedor si quedaba algún alimento en la mesa.

Sin precisar ni importarle que la miraran y cada cual pensara para sus adentros, la mala educación exhibida y el apetito que la desahuciaba.

Aquella velada con amigos la gozaba contundente. Por el manjar dispuesto para el consumo que le permitía como siempre llenarse el buche a tope.

Aurora como tradición, creaba acto silencioso de presencia. Sin pronunciar palabra, sin dar opinión. Ni tan siquiera reía con las barbaridades que decía Llorens que era uno de los amigos, que no saludaba desde la muerte de Cornelia. Madre de la famélica. Muriendo aquella mujer en circunstancias muy raras. 

Llorens no tenía demasiado claro, los motivos que dio Aurora sobre la muerte de Cornelia, y como siempre buscaba respuestas convincentes, de todo lo que le había contado aquella desquiciada. Sabiendo que no todo era como lo explicaba. La conocía de toda la vida, y recordaba lo embustera que podía ser sin proponérselo. Había algo en el suceso que no casaba, con lo que le habían informado al investigador en la Residencia de los Bérchules donde estaba ingresada a la fuerza. Podrían ser perfectamente, detalles incorrectos y raros, por lo que aún y a pesar de haber pasado los años, le quedaba pendiente en el tintero al agente. Sería defecto profesional, ya que el tal Llorens era un intelectual privado de la Comisaría de Los Ángeles.

Mientras en aquella reunión se reía, se charlaba y se rememoraban tiempos pasados, incluyendo temas de actualidad. Fondos sin trascendencia, incluso pasajes de la puesta a punto de su graduación, pasado de todos cuantos participaban del encuentro. Partes intrascendentes de ocurrencias pretéritas, y de barbaridades cometidas entre todos ellos, en el tiempo de estudios. 

Aurora Clara, masticaba y disfrutaba teniendo su boca colma de manjares, que engullía sin menoscabo. Cuando se le acercó Llorens con intención de sonsacarle algo de información, a la probadora insaciable de canapés.

— Te has casado Aurora. Vives con alguien. Tienes hijos.

—No. Estoy sola, desde que murió mamá. No estoy por la labor de mantener a ningún capullo.

—No digas eso mujer. Que todos necesitamos de alguien que nos escuche. Además sé de buena tinta que tu tenías un meneo de faldas con tu jefe, al que llamabas el Obispo. ¡Cómo acabó aquel rollo! ¿Recuerdas? que me lo contabas. Incluso me habías pedido algún consejo, caso de que su mujer lo descubriera, para que tus espaldas estuvieran cubiertas.

—Oye Llorens, tú te inventas cosas o te has vuelto tonto. Yo jamás te comenté nada de eso. Ni me tiraba a mi jefe, ni me enredé con un Obispo. Quiso dejar claro la mujer, con una nueva mentira. Metiéndose una aceituna rellena en la boca.

Negando que en su día, queriéndole dar celos a Llorens, le contó los revolcones que se regalaban empleada y patrón.

Fue entonces cuando recordó el funcionario, lo que le habían advertido sobre la protagonista farsante, que no recordó al inicio de su charla con Aurora, y la de trabajo que le costó quitársela de encima, en aquel tiempo que ella pretendía seducirlo.

—No…Perdona Aurora. No me invento nada. Eras tu la que recababas información sobre los contratiempos del adulterio. Pero igual estoy equivocado y te confundo con una representada, que asesinó a su madre mientras dormía. Llevo tantas cosas en la cabeza, que a veces…dijo Llorens, haciéndose el loco. Aurora desquiciada y fuera de si embistió con la desfachatez de siempre.

—Tampoco pude decirte eso. Cuando vi a mi madre que se atragantó, dejé que pasara tiempo a ver si volvía a tragar normalmente. Ya se lo dije, ¡Traga que te ahogas! No me hizo caso. Peor para ella. Quizás fui tarde a dar el aviso. Mala suerte. Se engollipó pero se murió entonces, porque le llegó su hora. Imaginas lo que me costaba tenerla a pan y cuchillo en Los Bérchules. Gastaba toda su pensión y encima yo tenía que poner algunos duros más. Sabes que te digo. Respiró después del traguito de la copa de vino y suspiró diciendo.

—Creo que ha descansado y me ha dejado descansar a mí.

Llorens la dejó que siguiera agotando la bandeja de jamón ibérico y se apartó de semejante princesa.




autor: Emilio Moreno.
junio de 2025



 


martes, 3 de junio de 2025

— El truco del concurso. —

 

 







En el pueblo de San Bartolino de Lóbrego, existía un gran número de artistas por metro cuadrado. Todos ellos bien avenidos pero dispersados. Con ganas de darse a conocer fuera de aquellos límites virtuosos de su zona de comodidad. Desperdigados porque cada uno actuaba por su cuenta y dentro del pueblo, no se notaba aquella vena que nacía de los hijos del santo Bartolo.

Poetas y trovadores, cantantes líricos, pintores y ensayistas, literatos, todos con un bagaje original, por ser moderadamente conocidos fuera de su villa. En la que amantes de la cultura y lectores existían pocos, y ¡sí…!, muchos detractores de toda la novedad artística y científica aportada.

Sin embargo con ellos se establecía la norma y el dicho de, Nadie es profeta en su tierra.

Hasta que un tipo perspicaz, oportunista como la suerte, medio político y muy risueño, supo encauzar toda aquella demanda para beneficiarse en un futuro de un modo u otro. Ya que él estaba muy bien relacionado con gente del cabildo de la asamblea, el alcalde de la villa y con sus concejales. Y de tanto en vez les hacía llegar algún presente con promesas, que no sería muy difícil levantar un Certamen literario de terror y suspense. Con el nombre de aquel pueblo, que se aburría entre su mucha tranquilidad.

No siéndole al concienzudo moderador dramaturgo difícil sacar partido de toda aquella vorágine inducida. Aprovechando la fiebre de la nueva tendencia en Galas y Concursos llamados Negros. Que no eran otros que las novelas de Crímenes de toda la vida. Las que contenían historias singulares algunas, mezcladas con otras soporíferas e inaguantables.

Bautizadas en según qué localidades en inglés, por aquello de la enjundia y la pronunciación llamativa y concursal. Presentando a los autores locales junto a otros escritores poco referenciados del espectro nacional. Mezclados entre otros, los menos. Que eran conocidos en todas partes.

Relatos tétricos con argumentos que quiebran con violaciones, vejaciones y demencias. De las novelas de terror, difíciles de digerir. De alegatos llenos de muerte, sexo y brutalidades por vejámenes existentes. La tendencia actual, que viendo que en más de media nación, se propagaban como las setas, las llamadas semanas culpables y tenebrosas. Que a la gente les iba encantando y a medida que transcurrían los años, más enraizaba y se popularizaba.

Aquel divulgador ideó su propio festival, tal y como les había vendido a los gestores políticos del pueblo. Llevándolo con el dinero de la Asamblea Comarcal, al mismísimo San Bartolino y bautizándolo con el nombre de aquella urbe, dándole una pronunciación muy británica. Bartolomiuw Very Black.

Siendo muy negro, no. Mucho más allá de lo tostado. Tenebroso y asesino. Con unas normas copiadas de otras ciudades que ya lo celebraban desde hacía años, y con alguna compostura que al comisario del invento, le venía al pelo. Buscó un jurado, y con el dinero y las ayudas de benefactores, y por supuesto las subvenciones lucrativas comenzaron la singladura.

 

Aquel poeta, Lucas Carrasquero, ya hacía unos años que se presentaba al concurso. Un festival que no pasaba de ser rural y montañés. Con relatos presentados no demasiado extensos, para que no fuera difícil ni estoico para escritores. Y menos para aquel jurado que dicen no estaba dirigido, mi mediatizado.

El Certamen obligaba con una condición indiscutible. Exigencia que había puesto el Alcalde de San Bartolino, que los sucesos ocurrieran y la trama sucediera en la propia villa. Nombrando personajes, callejuelas, patinejos y demás localizaciones concretas. El resto se lo dejaba al organizador, que lo dispuso copiando las bases de Brótenles, pueblo cercano, que tenía más antigüedad y experiencia.

Expuestos y mecanografiados en el idioma nacional y con la descripción de costumbres, asesinatos, ficciones y que todos ellos hubieran sucedido dentro de la localidad que hacía el gasto, y la que patrocinaba aquel certamen semejante al de los pueblos de alrededor.

Con la idea de hacer crecer el número de visitantes y turistas, haciendo gasto en la pensión de la tía Blasa, el restaurante del cojo, el estanco del tío Críspulo, la bodega de Moncho, y la cafetería de Manolo. Además del Castillo medieval del siglo XII, y la sacristía de la Iglesia de Santa Matilde, a las afueras del casco viejo.

Preparaba Lucas sus ensayos para competir dentro de las normas que establecía aquel acaecimiento anual. Simposio que le podía brindar al amigo Carrasquero, un prestigio por ser cuanto menos, triunfador y finalista del concurso, dándolo a conocer fuera de su pueblo. Tal condición proponía Ramirita Mochales de Corticoides, la farmacéutica, que aficionada a la escritura, también participaba con un ensayo al que le ponía sus ilusiones.

El promotor del evento era un tipo que todos creían era sensible, que ayudaba a los iniciados, y además hacía sus pinitos como trovador. Lo que se conoce como un tipo muy favorecedor, en aquella comunidad de la ancha Castilla.

Villa que se hacía conocer por su buena cocina, su mejor encanto rural, su balneario para impedidos mentales y su buen clima. Seco y fresco en verano y ribereño y calefactado en invierno. Al estar cerca de dos ríos imponentes, y consagrada por la cultura el abolengo y la magnificencia.

De su antigüedad, la que procedía desde la Edad Media. Fortalezas y cimentaciones históricas que la avalaban por siempre, con o sin concurso, de la modalidad de Bartolomiuw Very Black.

Aprovechando la coincidencia, ya se sumaban a voces interesadas en comparar aquella zona, con otra europea, que no se parecían en nada. Gente del turismo usurera producía en hacer famoso su enclave a toda costa. Queriéndole otorgar sin venir a cuento, que la zona era muy parecida, si no exacta a la conferida con una región autóctona de los Alpes Suizos. Todo lo más lejos que se pudiera suponer. Sin ser lugares análogos ni paisajes afines, algunos estaban obcecados en querer que fueran semejantes, tan solo por llamar a gentes que vinieran a veranear. Dado que el territorio tenía suficientes encantos como para ser singular. No tenía la necesidad de compararse con ninguna otra parte del mundo. Ni tan siquiera abotonarlo con un Festival que a nadie interesaba.

Provechosos negocios de turismo y de rutas de viaje desconocidas. Quizás intenciones futuras no muy lejanas, por impedir que se fuera despoblando aquella zona por el éxodo de la juventud, que desaparecía en cuanto ganaba la mayoría de edad. Transformándose en parte de la España vaciada. Al estar situada el tan cacareado Sant Bartolino en medio de la nada, y que tirases por cualquiera de los puntos cardinales, no existía ciudad de renombre o importancia cercana, a tiro de piedra, ni tren ni transporte que pudiera acercarte con comodidad. Estaba lejos de todo, por ello tenía y consagraba aquel deleite.

Muy en contra de muchos de los habitantes que no les encantaba que sus calles se llenaran de gentes no conocidas, sus carreteras de multitud de vehículos y sus restaurantes y bares de extraños. Aunque se tratara del Bartolomiuw Very Black.

El periodo de inscripción estaba abierto, y según decían los iniciadores, participaban escritores de todos lados, incluso alguno desde la otra parte del gran Atlántico. ¡Que decían los ilusos promotores, engañando, como suelen hacer!

Datos que jamás contrastaban con nadie, ni existía explicación alguna a los posibles interesados, ni justificación con la elaboración de estadísticas fiables, hechas por el secretario del ayuntamiento del pueblo.  

El jurado tampoco se conocía. Se patrocinaba a bombo y platillo, pero sin nombres conocidos ni famosos que certificaran la autenticidad de lo juzgado.

Según decía el comisario del acto, los protagonistas de las decisiones eran jueces muy puestos en las letras, pero que jamás nadie los presentó, ni tampoco se daban las condiciones de saber si todo era auténtico y estaba dentro de la legalidad.

La cuantía del premio no era alta, era más bien irrisoria, y celebraban el fallo del festival en día festivo, por si el ganador fuese algún literato de fuera de las fronteras y caso de ser premiado, le diera tiempo de presentarse a recoger un galardón, que debía ser retirado por el autor. Detalle que si se diera, sería harto imposible, que se cumpliera por motivos y gastos que corrían a cuenta del premiado. Con lo que costaba más, el ajo que el pollo. Perdiendo interés en ese critérium, cualquiera que supiera calcular.


Matías Señante, un profesor universitario afincado en esa localidad, se leía los relatos que el mismo día del fallo, se ponían a la venta por un precio módico en la misma sala del ensayo. Analizaba con interés los relatos y pronto pudo observar que algunos de los finalistas, nombraban la población de San Bartolino de Lóbrego, haciendo copia y pega de algunas publicaciones ya editadas en otras divulgaciones. Tratando de presentar una obra falsa y ensuciar el programa. Dejando al Bartolomiuw Very Black, a la altura ínfima de un encuentro que ni era negro, ni azabache ni cárdeno. Alegando el gran Matías, que los únicos beneficiados del critérium, eran los comisarios o delegados de esas tramoyas. Aupados y haciéndose conocidos y famosillos, para futuras elecciones políticas. Con opciones de conseguir un escaño, un sillón, un sueldo y un bienestar para toda la vida, a costa de la literatura. Vilipendiándola de forma indiscriminada con su proceder. ¡Como siempre! Vergüenza sin paliativos. 


Autor: Emilio Moreno
03 de junio de 2024.