Por fin recalaron en España. Eran una pareja sin hijos, Jacob y Adela, y lo daban todo por tenerlos. Ella no podía, o quizás fuera su marido. Aquel personaje tan bohemio, que simulaba ser el delfín del terruño gallego de donde provenía.
Consiguió a sus hijos, de una manera poco
convencional. Los ganó en una partida nocturna, jugando a la baraja aquella
madrugada de garrafón y ribeiro.
Todo comenzó en los años treinta del siglo
pasado, estando el país en guerra, Adela se fugó, con un politiquillo cobarde,
que huía de su región, porque veía que todo estaba perdido y aprovechando que
tenía una franquicia y unos valores intercambiables por dólares, decidió tomar
un barco en la Barceloneta y olvidarse del partido, del propietario de los
bonos, y vivir en la isla más bonita de américa.
En semana y media preparó el embarque con lo
más preciso, para pitar por el foro y poco antes del fin de la guerra, en el año
treinta y ocho, aquel responsable del Sindicato de Agricultores Obreros se
había fugado. Entre los objetos y enseres más valiosos del Comisario Político,
no podía olvidar a su sirvienta la nena Adela, que sabía cumplir con el
señorito y además de las labores administrativas y domésticas de su casa, consumaba
con alguna otra artesanía física y no declarada, haciéndolo gozar a espaldas de
su respetable esposa.
Dentro de los bultos y casi a la fuerza, se
llevó a la anciana de su mujer, que a unas malas siempre podría echar mano de
su apellido y casta para salvar su fino cuello.
La decisión de Adela fue en modo rápido como
el disimulo y la ocultación, y así lo hizo o intentó que lo creyera su propia
madre, a la que abandonó sin previo aviso y sin contemplaciones. Haciéndoselo
saber por carta al cabo del mes y medio, cuando ya estaba en la isla de Cuba
tratando quitarse de encima al socialista y a la deslustrada señora celtíbera,
que lo único que esperaban de ella, es que trabajase en la calle para
mantenerlos.
Había aprendido mucho en el barrio chino,
acompañando a su madre para que ahora le asustara el día a día. Sin más
abandonó Barcelona dejando lo peor de ella y sin mirar atrás, se olvidó de
Maruja su mamá. Una guerrera muy viuda con dos hijos menores, que había que
echarles de comer a parte; por lo adiestrados que estaban al haber vivido
dramas impensables. Hermanos suyos que entonces estaban recluidos desde el
comienzo de la contienda en un hospicio de huérfanos de la comarca. Con el fin
que la señora Maruja tuviera las manos libres para poder extender sus
quehaceres con los alijos de contrabando, el estraperlo y el engaño.
No se quedó aquella señorita demasiado tiempo
en la isla, llegando a Bogotá de la mano y en las huestes de un cantante de
tangos argentinos, que la llevó como damisela de espectáculo. Abandonando por
gusto en La Habana al baboso delegado con su encantadísima esposa. La que
realmente sabía de las labores que le ofrecía al sindical, todas tan hogareñas
como cohabitar juntos, una vez que creían tener engañada a su víctima.
Aplaudiendo al conocer que se iba y les dejara porque en realidad la esposa no
podía soportar al engreído y doliente acobardado y le daba el mismo asco que a
la amante fugada. Aunque por dignidad fingió que la ponía en el duro asfalto,
cinco minutos después que Adela se despidiera, con cuajo destemplado,
diciéndole cuatro atrocidades a la estrecha guía de las pubertades del Partido
Sindical Sincero.
En Colombia tampoco estuvo demasiado tiempo,
siendo su idea en llegar a los Estados Unidos de América por lo que hizo
escala, después de conseguir el pasaje y detenerse en el Distrito Federal
Mexicano. Ocupándose después de mucho buscar en una casa de postín al cuidado
de dos personas entumecidas de edad avanzada. Haciéndose pasar por enfermera en
el frente de la contienda española. Consiguiendo una plaza de asistente social
en el seno de una familia aposentada.
A la vez que ingresaba en el Orfeó Catalá Mexicano,
para tener salvo conducto como migrante española. Hacer amistades, divertirse
los fines de semana y procurar que la ayudaran en su cometido en salvar la
frontera y llegar al destino que pretendía. En ese tiempo conoció a Jacob,
nieto de doña Flora la anciana que asistía desde hacía pocas fechas.
Un joven engreído, dado al poco esfuerzo en el
trabajo, a los tragos cortos y frecuentes, que no cuajaba en ocupación
remunerada alguna y que su yaya lo protegía por su cariñoso porte y su talento
embaucador. Sus aspiraciones de grandeza y proyectos imposibles, le daban a su
benefactora una ilusión que esperaba consiguiera su nieto en algún momento.
Los encuentros entre Jacob y Adela se hicieron
cada vez menos ocasionales. Cuando el nieto visitaba a su gran mamaíta para
sacarle algunos pesos, tropezaba con su cuidadora, y con su destreza lo
acarreaba a su dormitorio y le dejaba sin calzoncillos y sin resuello. Motivos
por los cuales la cuidadora perdía la prisa por cruzar ninguna frontera, que no
fuese la de su bienestar.
Una tarde de roces y desgastes Jacob después
de desbravarse, se vio obligado a pedir inmediato compromiso formal a Adela,
por aquello de que en su garaje no se teñía de rojo, desde hacía más de dos
meses. Faltándole el periodo, que señalaba embarazo.
Comunicándole aquella joven con falsificada
alegría, que sería papá en breve, porque esperaba un hijo suyo.
Situación simulada e irreal que la hermosa
joven planeó para atarlo en corto.
La familia del machote cuando supo la buena
nueva, no creía que el mayor de los hermanos varones de aquella saga acabara
casado con una refugiada de guerra, sin apellidos ni estudios, sin familia, y
sin una dote sustancial que sumar.
El destino de cada uno de ellos, estaba echado
y en especial el del decretado nuevo papá.
Si preguntabas a la familia de Jacob, decían
que se iba a casar con una mujer estéril y aprovechada, engatusado con las
artes de la fruta apasionada en una tarde de toros y borrachera.
En cambio, jamás se supo lo que pensaba la
estirpe de la “malínche española”. Imposible indagar. Nadie sabía más allá de
lo que ella quiso contar. Había migrado sola. Sin ningún sostén que la
respaldara. Se desconocía hasta el más mínimo de sus detalles.
Contrajeron matrimonio, con bastante premura, pretendiendo que colegas, amistades, familia y relaciones religiosas tan especiales que tenían, pudieran descubrir que Adela se casaba en cinta por uno de los Velasco.
El primogénito de la familia trabajaba
entonces, de exportador y representante de una marca comercial de colchones.
Viajando por todos los estados de la nación, y aunque cada dos por tres
cambiaba de empresa, y de producto, sea porque no duraba por falta de
esfuerzos, no llegar a las cifras de ventas o porque lo despedían por
absentismo prolongado, iba más o menos campeando favorecido por los allegados.
Vivian a costa y en la misma casa que su
abuela. Por aquello que Adela, siguiera cuidando a Doña Flora y Don Calixto,
como lo venía haciendo desde el inicio, con las personas que mantenía y
acompañaba antes de la boda. Aunque ahora, hacía el mismo trabajo, y al ser
familia, decretaron que ya no correspondía sueldo.
Jacob procuraba entretener a Calixto con el
julepe y el tequila y ella dormitaba a la viejita con sus embustes y risas.
El tiempo pasaba y Adela, no engordaba ni
gastaba más talla que cuando contrajo matrimonio, ni le cambiaba la cara, ni
tenía antojos. A pesar de invitar constantemente al bueno del esposo a jugar al
teto.
CONTINUARÁ….
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