Recuerdo el
Domingo de Ramos
de hace ya,
una pila de lustros.
Con mis deseos
y tus tramos,
y con desilusión,
los sustos.
Casi todo
estaba prohibido,
la música.
¡Solo saetas!
A la vista
lo permitido,
el bacalao
y las torrijas,
y las carnes
y chichas, prietas.
Ni comerlas,
y sin caricias.
Era la
semana más triste,
en la que
todo era ilícito,
arbitrario.
¡Que ya no existe!
Ahora entre
poco y explicito.
Si gusta
bien, ¡Mejor sin chiste!
Las playas,
la fiesta y demás.
La luna, el
sol sin festival,
delirios
que luego vendrán,
en periodo más
normal.
Que siempre
se recordaran.
Decían los
que más sabían
que era el
festejo y la llegada
de Jesús a Jerusalén.
Recibido con
el júbilo,
De la
multitud de Israel.
Con palmas y
palmones blancos.
Vivas al
Mesías y agrado,
al recibirlo
en la ciudad
con Laurel y
olivo que encarnan
la llegada
del más sagrado,
y el acato claro
a Jesús.
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