Nació en el seno de una familia de gentes humildes del
campo, y su mundo se tradujo dentro de los límites de su villa, de su barrio y
de sus gastados deseos. Instruido tan solo por los escarmientos familiares; y
de la escuela primaria. Hasta llegar a la edad de trabajar, que en su caso fue
a una edad muy temprana.
Lo colocaron de “chico de los recados” en un obrador.
Aprendiendo un oficio, a la vez que “quitaba la mierda” de aquel antro.
Aguantando los humores de los patronos, en largas jornadas, con horarios
abusivos.
En cuanto a su conducta nadie se atrevió a instruirle, y pocas ilustraciones podían darle en su círculo, viniendo de la poca erudición que gozaba la familia. Todos ellos muy buenas gentes, pero sin ciencia. Fue honrado y cabal.
Le podría haber salvado y quien sabe si no lo
hubiera lanzado a la fama, su parecido con uno de los actores más llamativos y
guapetones de la época, Alain Delón, que, si hubiese sabido aprovechar
esa veta, esa caída de cejas, y sonrisa abierta y diáfana, con las chiquillas
de su pueblo, quizás otro “gallo le hubiere cantado”
Tampoco quiso evadirse de aquella colectividad tan rancia y palmaria
Hoy leo en la prensa la noticia que ha muerto otro actor francés, Jean Paul Belmondo y he recordado a mi celebrado
colega, como en tantas ocasiones. Aquel conversador prudente, que, en tantos
puntos de vista, hizo que corrigiera el modo. El sosegado, que normalmente
demostraba con ejemplo sus palabras. El cordial, por el tanto respeto que nos
teníamos.
Lo he recordado en la fecha en que hubiese sido su cumpleaños. ¡Felicidades!
Dicen que una persona no muere “hasta que dejan de
recordarle”. No te olvidaré
nunca, Jean Paul.
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