lunes, 6 de septiembre de 2021

Algún viernes de Septiembre

Permitirme  que os deje una secuencia de uno de los capítulos de mi última novela, para que podáis releer de que trata esta historia, tan elaborada, de dos familias, que tropiezan por casualidad al cabo de los años, en circunstancias casuales. Pudiendo aclarar algunos de los puntos que habían quedado en el tintero. Ninguno de nosotros puede elegir la familia, ni prever, como será el final de nuestros días.

 


Tras la dejación de la guapa Margarita a Eladio, este inició un tipo de vida acreditado. Manteniendo relaciones muy abiertas, sin el compromiso de casorio. Visitaba a diversas mujeres, todas ellas conocidas, amigas de antaño y de la asociación del casino. Alguna que otra vez, señoritas de las casas de alterne de alto postín.

Amoríos y promesas, ninguno. Hasta que se hartaba y modificaba su estrategia, para volver a recomenzar. Con aquellas que tenían posición y clase.

Las disfrutaba, las correspondía sin llegar jamás a comprometerse, en relaciones serias, que le pudieran sacar de su cotidianidad.

Desde que se esfumó, aquella mañana su amante. Con destino incierto buscando la gran ciudad, o el lugar donde ella, pudiera encontrarse satisfe­cha, aquel caballero. No se dejó camelar más por fémina alguna. Se man­tenía fijo en sus creencias y cuando necesitaba algo, lo buscaba, pagaba, y lo poseía, hasta el hartazgo. Después si le sobraba, se deshacía sin más.

En su día, aquella mujer, le pudo hacer daño. Partió de la estación del ferrocarril, y nadie supo más de ella. La previsión es que se fuera primero a Tortosa, y recalara en Barcelona, pero nunca tuvo el deseo de volver a la tierra que la recogió. Cuando llegó huyendo de Cuba, amparada por aquel lugareño de la zona.

Don Eladio había cambiado. Estaba irreconocible, ahora se le trataba de don; y gozaba de una enjundia maravillosa. Pleitesía recibida, y demostra­da por políticos, artistas, e industriales y sus esposas.

Con el gran cargo que ostentaba, sus relaciones en el ámbito general en Madrid, y las referencias que trajo desde la isla caribeña, podía dirigirse a cualquier lugar, que con seguridad. Sería recibido con reverencias carde­nalicias.

Nadie podía sospechar que el señor, fuese hermano del bandido más buscado.


Sus ademanes de caballero, su inmaculada educación, su porte, su caba­llerosidad y su entelequia, embobaban a cuantos le trataban.

Confundía su educación esmerada y nadie sospechaba que viniera de una familia, tan honrada, pero a la vez paupérrima, de un pueblecito del perdido Aragón.

Sin estudios de ningún tipo y que supiera actuar, en los negocios y en los diferentes estratos de la sociedad, como el mejor actor europeo.

Se volvió desconfiado, solitario y descentrado, quedando afincado en la ciudad de los Calatravos. Con muchos viajes empresariales a ciudades diferentes de la península, como de la propia Francia y Portugal, que eran lugares donde la Multinacional del Cable quería hincar el diente, en un tiempo incipiente para las comunicaciones y el desarrollo.

Aquel directivo no volvió jamás a preocuparse por su familia. No se inquietó por volver al terruño de nacimiento. Al que había renunciado, y no mostraba encanto por la villa ni por los detalles acaecidos en ella.

Como tampoco abría la boca ni pronunciaba palabra, cuando su herma­no hacía alguna fechoría cerca de los lugares que frecuentaba.

Informado lo estaba, como su cargo merecía.

Relacionado con los mejores rotativos nacionales y extranjeros. Le lle­gaban y tenía a su alcance, todas las noticias, tanto industriales, de sucesos, como las de sociedad, a mano y a diario.

En aquel tiempo no había una firma extranjera, superior en adelantos a la de Telégrafos de España, y puntualmente recibía todas las informa­ciones, de fondo, que se daban tanto en la península, como en la decaída Europa.

Teniendo el conocimiento de los mensajes escritos, policiales y de Es­tado, por lo que, en ellas, irían incluidas las referentes a las barbaries, que hacía su hermano. El que seguía en su norma, sin norte ni cuidado.

El señor director fue ascendiendo, hasta llegar a jefe del Negociado Ge­neral, y subsecretario, que por aquel entonces radicaba en su labor, atender al ministro de Industria.

Por lo que también llegó a tener vivienda en Madrid, aunque atendía gran parte del mes en la región aragonesa, desde las oficinas de Alcañiz, que estaban situadas en el comienzo de la calle de Caldereros, donde reci­bió aquel día una vista inesperada.

Su vecina, y conocida amistad de juventud, Alma Romeu.

Llegaba a pedirle una gracia.

No para ella. Se trataba de una súplica para ver si podía reformar, el comportamiento a su hombre, y como último extremo, colocar en alguna ocupación laboral al hermano.

Sacarlo de los caminos, de la fatalidad, el vicio y las malas costumbres.


Solicitando lo colocara, en principio donde se instalaban las líneas del moderno telégrafo, que por aquellos días se proyectaban entre Monroyo, La Cañada y Morella.

Para lo cual, se necesitaba un aval escrito, de buena conducta y de hon­radez dignificada.

Preferente de personal, que hubiera vuelto de las «Américas», para ocu­par los numerosos puestos de trabajo libres, que entonces existían.

Detalle que Alma consiguió de Eladio. Después de rogarle mucho y convencerlo.

Ya que el hermano menor no quería meterse para nada en la vida del hermano mayor, y menos hacerle obrero de la misma entidad donde él ocupaba una plaza de directivo.

Al cabo, le cursó un documento falsificado, como si el bandolero, hu­biese estado en la isla de Cuba trabajando, los últimos veinte años y que volvía para quedarse en su tierra de origen y poder cuidar a los viejos.

Requisito necesario para colocar a gente, trabajadora, en lugares de es­fuerzo. Acostumbrados a los ahíncos y abnegaciones climatológicas.

Ingresando al poco tiempo, como peón caminero en la Sociedad Estatal de Telégrafos de Alcañiz, en el tramo del Maestrazgo.

Estaba trabajando en la empresa, sin conocer, que su mujer, había in­tercedido por él. Sin saber que lo habían enchufado, sin tener idea de que los documentos que acreditaban su persona eran falsificados, y sin conocer que su hermano, era uno de los grandes jefes de aquel Consorcio Nacional.

Pronto se dieron cuenta, del pie que calzaba el amigo, y conociendo la cantidad de leyes que exprimía, antes de emprender, cualquiera de las tareas que los capataces le exigían. Le pusieron freno.


Podéis adquirirla en cualquier Librería.

Editorial Letrame.


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