viernes, 23 de septiembre de 2016

Tus pastillas de la emoción



Aquel caballero, se había levantado de la cama, sobre las siete y media del día y tras una refrescante ducha se puso a desayunar, junto a su compañera, como si no hubiera pasado nada que no estuviera dentro de su ritual de ejecuciones. 
Tenia una costumbre de hacia ¡Ya! Varios años y era el acompañar su zumo de manzana y piña, con sus pastillas de la emoción. 
Aquella mañana se había quedado sin medicamentos por un error cometido a la hora de establecer prioridades y aunque no lo hubiera confesado a nadie, porque no tenía costumbre de ser comunicativo, ni abrirse absolutamente a ningún ser mortal. En la madrugada anterior había cometido un vil asesinato.

Dormían en la casa, y aprovechando la madrugada, salió de su vivienda, sin que nadie le viera. Ni siquiera aquella guapa mujer que yacía a su lado, todas las noches envuelta en un camisón de franela, color paja y que en ocasiones, se despertaba, interrumpía su dormir, la muy atenta, para ver que todo estaba dentro de norma, y que su "viejito", dormía como un peluche. Tomarle la temperatura, simplemente con la deposición de su mano sobre la frente, sin que su compañero se diera cuenta, y ver que todo estaba dentro de lo habitual. Le tapaba, si tenía las sábanas desplazadas y miraba desde su lado de la cama, como roncaba.

Cerró el portón con siete llaves y se fue a cumplir, el trabajo que le había encargado el director del Banco de Transacciones Rurales, Don Germinal Tesifonte. A cambio de una suma que en parte ya, disfrutaba en su cincuenta por ciento, en un adelanto que recibió de manos del banquero, en el mes de marzo pasados y que no había podido resolver, ya que su infiel y esposa, había ido a disfrutar de un viaje discrecional, a la Habana, con sus hermanas y primas.
Cuando llegó al domicilio del director, éste ya le había abierto la puerta desde dentro pudiendo penetrar en la alcoba de su mujer sin que nada ni nadie le impidiera su acceso. Artemia, la señora dormía, como una leona marina, destapada, y cayéndole la baba por la parte izquierda de la comisura de la boca. Con el rímel de los ojos, al no haberse desmaquillado, esparcido por los párpados hasta casi las cejas. Aparentando una echadora de cartas y visionaria del futuro. 
Con las gafas de leer, revueltas con su escasa melena en la frente, desplazadas por los meneos del sueño y con los labios embrutecidos de carmín rojo, que desbaratado le dibujaba en los mofletes una especie de boca sin dientes muy sangrienta. 
A su lado, en la otra cama, y muy a las claras, por la deforme postura que mantenía y la quietud inerte de un cuerpo inanimado. Yacía muerto Don Germinal. 
Por las huellas dejadas sobre el parquet de la suite, todo obedecía a que al entrar en la cámara el esposo, y viendo el perfil de "Arte", que así denominaba a su mujer, tropezó con el orinal que situado fuera de su lugar permanecía. Yendo a caer de bruces, con síntomas de un principio de angina en el pecho, sobre la colcha de camastro, quedando en la postura antes descrita.
Solo tuve que sacar el cuchillo de matarife que llevaba, y clavarlo sobre el pecho izquierdo de "Arte" produciendo un acceso de tos a la finada, para huir mientras sangraba sobre la alfombra de cachemir, del alojamiento de aquel matrimonio, con la prisa que llevan los toreros cobardes o los camareros del aeropuerto. Cayéndose al suelo algo que llevaba, sin precisar el objeto, por la prisa de salir del lugar.

_ ¿Has notado algo raro esta noche?
_ ¡Pues no!, aparte de tus ronquidos, espeluznantes ¡Nada!
_ No encuentro mis pastillas de la emoción. ¿las has visto?
_ Las habrás perdido en el asesinato.
_ ¡Que dices! ¡Calla y no hables! Pueden oírte ¿Que asesinato?
_ El de Artemia y de Germinal, que han quedado fritos
_ Me oíste, salir de madrugada ¿verdad?
_ ¡Como no voy a escucharte!, si haces más ruido que un sonajero
_ Yo no quería hacerlo. ¡Te lo juro!
_ Pues ha sido sonado ¡Cada día eres mas sanguinario!
_ ¡Como sabes que he sido yo! El asesino

La mujer, le acercó con suma paciencia el pastillero, donde guardaba las grajeas, y en el
apartado de a las píldoras, que tomaba por necesidad. Estaban todas, sin ingerir alguna.
Eran las medicinas que le hacían funcionar sin alterar sus costumbres, ni su estado anímico, las grajeas que le ayudaban a ser persona, a no perder el equilibrio mental, a no desarrollar sus tendencias novelescas imposibles de cumplir.








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