viernes, 21 de marzo de 2014

Sin Papeles



Erase una vez una doncella, atractiva, con una sonrisa agradable y cándida y una mueca tan sublime que encandilaba a todo el que con ella coincidía, sin embargo estaba tan triste como una amarga censura.

¿Tenía motivos? para estar en esa tesitura. ¡No! Aunque ella creía en sus adentros que era una desgraciada porque, la vida la había puesto en un escenario diferente al que a ella le hubiese gustado vivir.
No tenía acceso a lujos, ni a grandes cenas, ni pensar en príncipes de novela, o aventuras de fábula con zapatitos de cristal. Tenía una vida sedentaria instruyendo a los pequeños, por la profesión que había elegido, de maestra de escuela primaria y con ello alimentaba a su hijo que feliz crecía con el arrobo de su familia.

Un día comenzó su cuento. Sin imaginarlo casi, provocó una estela de luces y junto con su amiga decidieron escapar de la rutina, de la falta de aquello que no encontraban a pesar de tenerlo cerca y no verlo. Dejando familiares cercanos, amigos leales, hijos legítimos y todos los recuerdos imborrables que se coleccionan.

Su amiga inseparable, pensaba en los mismos alucines y ambas estaban insatisfechas con lo poco que decían ellas que poseían…, con lo escaso que da la tierra para vivir en familia dentro de su comunidad.
No habían lujos, no habían comodidades, no había gozo, ni abundancia, no tenían más que salud, cariño y tranquilidad.

Todo lo que les rodeaba, era mínimo, lo encontraban pobre, escaso para lo que ellas pretendían. Los mismos chicos, las mismas fiestas, lo aburrido de su barrio. Se les había quedado pequeño y ellas necesitaban engrandecer sus pretensiones y abanderar el lujo para su bien y el de sus familias.

La inexperiencia, el convivir con sus padres y su hijito de cinco años en el lugar de siempre, el creer que marchando fuera de sus posibles, la fortuna le visitaría y sin esfuerzo conseguiría el lujo de aquellas películas que les llegaban al poblado desde la capital, de tanto en vez donde todo es exuberancia coloreada y amor romántico.
Todo cuanto sus progenitores en cuarenta años de trabajos en la tierra no consiguieron.

No fue demasiado difícil dejar su cultura, los esfuerzos, las complicaciones y las obligaciones básicas y tomar una decisión tan poco pensada, tan escuetamente fraguada, sin tomar precauciones, sin contar con una opción por si esa medida no fuera la ideal;  poder volver hacia atrás.

Para ellas, fue mejor no pensarlo y hacerlo, aun y sin tener puestas las redes del riesgo amenazador, o el dinero para el pasaje de vuelta.

Las dos chicas, se echaron a la aventura y consiguiendo el pasaje de forma inexplicable, pudieron comprar dos boletos en ese avión de las dos de la madrugada. El llamado “Golfo de los Mares”, que despegaba cada martes de la capital con rumbo a Madrid. Ese viaje que según dicen algunos que lo han sufrido, es el que les lleva a disfrutar de la felicidad a chorros.


En el término del aeropuerto, una de ellas se quedó con la miel en los labios y la rabia en las entrañas. No pudo pasar, los nervios la traicionaron y no supo responder a las preguntas hechas por el empleado de fronteras, quedándose en puertas sin poder partir. Hasta pasados cuatro meses, repitiendo la misma vivencia y los mismos miedos.

Ella con su vergüenza atada y su miedo impenitente, logró pasar la barrera. Su amiga, quedó pensando en el arrebato de haberse quedado a la espera de su libertad a la sombra de su condena. Jurando que lo volvería a intentar hasta que pudiese lograr su sueño. Se miraron en la lejanía y los ojos dijeron lo que por norma dicen las palabras. Una despedida triste y muy amarga, que se rompía y que ya no se ajustaba a los primeros planes ni a las metas previstas.

La joven, la de la sonrisa agradable, mantuvo la calma y de una forma poco convencional y vestida acorde a una mujer mayor de lo que era, logró evitar con creces y desenvoltura pasando los controles de forma cínica e insolente encontrándose sola en el asiento del “Golfo”, aquel avión que iba a despegar en poco tiempo y le llevaría a encontrar lo que el destino le tenía dispuesto.


La joven voló desde su fantasía y con ese itinerario hacia Madrid, hubiera sido igual llegar a Paris o Roma. Con lo puesto y poco más, sin rumbo, sin amigos, solo le acompañaba la nada de no saber donde pararía, ni que ocurriría al llegar al destino de su vuelo. Tan solo podía llamar a una puerta conocida de una tía suya, a la que hacía muchos años había emigrado de su casa, y no les unía relación alguna.

Desde su lugar de origen al punto de llegada, nadando hubiese necesitado engendrarse en un tiburón y surcar los océanos y mares que hay entre esos dos destinos, para volver a su casa volando imposible, porque no tenía alas, ni previsión en que algún milagro la convirtiese en paloma. Llegar caminando inviable, no existen caminos ni barbechos que unan esos puntos geográficos de su estadía; marchando se tendrían que diseñar de nuevo los continentes acoplando y cambiando mares por montañas y ríos por senderos.

Aquel avión remontó el vuelo y tras una docena y media de horas de largo recorrido, fue a tocar tierra, abriéndose para ella un mundo raquítico, insano y poco aconsejable, dadas las pocas experiencias, las pocas perspectivas y las escasas oportunidades que se le presentarían.

Dureza el llegar a un lugar tan desconocido. Sinsabor;  el ver que no la esperaba nadie, que su amiga se había quedado y no contaba con su compañía, ¡qué hacer!, ¡dónde vas!, una vez has entrado en una sociedad tan distante. Tan poco apasionada por lo que le fuera a ocurrir. Nadie te atiende, todos te miran pero a nadie le importas. Eso es la ciudad, la gran urbe donde ella se plantó sin más.

Tras seis años de sufrimientos, de desprecios de desazón, de ocupaciones ingratas volvía a recorrer el trayecto pero en sentido inverso, sin nada en las alforjas, sin condiciones de trabajo, sin papeles ni documentación de ciudadanía. Sin nada. Con un sabor agridulce de no haber conseguido aquello que soñaba y que creyó sería la salvación de ella y de su familia.

En su población la esperaban con los brazos abiertos, los suyos. Su gente, sus costumbres, sus amistades y su antiguo trabajo, el de siempre, el que dejó en una ocasión sin paliativos y el que la esperaba tranquilo a que regresara.

Aquella amiga que hacía unos años quedó sin poder viajar por no tener respuestas convincentes, para salir del país aquella noche oscura en el vuelo “Golfo” hacia Madrid, ahora estaba mal viviendo en Bilbao, en las calles de la ciudad, vendiendo pañuelos de papel y limpiando cristales a los automóviles en los semáforos, durmiendo en casas de acogida y sin una cucharada de sopa caliente que llevarse a la boca. Intentando reunir lo que vale el pasaje de retorno a su casa, a su pueblo a su vida.

Colorín y colorido, este cuento se ha cumplido


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