He
visto en sus ojos ese miedo a la muerte, esa conmoción por la que obligan los
remordimientos, al no haber cumplido los deberes y que ahora ya no hay tiempo
más que para sufrir sin licencia.
Tiene
ganas de marchar, de dejarlo todo, de evaporarse si pudiera, pero la tregua lo
mantiene, desesperado, inmerso en sus tinieblas.
Su
mirada es inestable y confusa, sabe de su despedida, incontinente vierte sus
lágrimas derramarse sin forzarlas. Está sensible, no alcanza, sufre ver a los
que le rodean e imploran.
Al
recordar palabras o sucesos pasados, comenta: me queda poco, y suspira con
desprecio a la vida. Calla, sin dejar que sus ojos sigan explicando sus cuitas,
todo es del color amanerado con que se inspira.
¡Ay
de poder volver atrás! Con la
experiencia adquirida, igual las situaciones no eran las mismas ¡Ay! …
Como suena simplemente escuchar la
queja.
Nos
creemos que no nos ha de llegar esa hora de pasar cuentas, el balance con
nuestros hechos y…llega. ¡Claro que
llega! No pensamos; que envejecemos más a prisa que nuestra merma
y un día, sin darnos cuenta. La tenemos en la puerta.
Nadie
se marcha sin haber pagado aquí sus consecuencias, las físicas y las morales.
Es muy sencillo decir o pensar: Quiero morir, y con ello es como si nos
liberásemos de las impagadas cuentas. Es tan natural decirlo, que suena a
mentira, a despreocupación a intriga.
¡Está
en las últimas!, se lleva sus secretos a su tumba.
Nos
da pena, pero después recuerdas y en la cabeza retumba, esas mismas flaquezas
en otro tiempo notamos inmundas.
Mueres
cuando has abonado las deudas, cuando nadie te recuerda. Te sepulta
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