viernes, 18 de enero de 2013

Adulterio y Rock


Las montañas no se encuentran, más bien ese suceder, les ocurre a las personas y a veces, cuando menos lo esperas. No se encontraban cara a cara, desde el brutal accidente de Plácida, su infidelidad y la orgía con los muchachos de la Banda de Rock. Se evitaban a pesar de vivir en la misma localidad. Era cuestión de tiempo, que el destino les pusiera frente a frente. Cara a cara, para no poder evadir aquellas explicaciones y excusas que se debían aquellos dos hombres que en su día, fueron amigos, casi hermanos.

_ Ya hace mucho tiempo, quizás tenía que haberlo afrontado en su momento, y es ahora cuando tengo ánimo y valor para contártelo, ¿Por qué no lo hice antes? Puedes preguntarte con toda la razón, pues por cobardía y vergüenza, sobre todo, por miedo a tu desprecio, ya que no podía ni yo mismo entender, como habíamos llegado tan lejos. Además pretendía que pasara sin más ruido, que el que conocemos, y evitar si no todo, parte del sufrimiento, que has tenido que soportar, pero ya no puedo llevar la cruz más, y debo confesarlo__ Le decía Crisanto a Marcelo, cuando le interrumpió éste, quitándole las palabras de su boca.

_ ¿Vas a hablar del accidente? Ahora, que ya están casi todas las heridas cerradas, ¿Pretendes volver a abrirlas? Tras tantas amarguras, tantos sufrimientos que he vivido a consecuencia de vuestro lío. Casi prefiero, silencies y lo dejes estar, ya no vale la pena. Ella está postrada y no sería bueno, volver a revivir aquellos sucesos.  Plácida, creo que lo ha borrado de su mente, siempre ha sido un trauma hablar de vuestra infidelidad, supongo que su castigo debe llevar y lo sufre en silencio, tampoco quería dejarla sola, una vez supimos que no volvería a caminar, ni sería la sílfide engreída que fue. Si tuvo deslices pendientes, con seguridad y conociéndola, las está purgando ahora__. Dedujo, con mucha calma Marcelo, con serenidad y convencimiento.

_ Sé que no perdonarás jamás aquello__, dijo Crisanto__, ni pretendo lo hagas, pero quiero como amigos que fuimos, dar explicación de lo que sucedió, también admito que debí hacerlo antes, no supe…,  me embargó el miedo de las consecuencias, de volver a estar frente a ti, de no saber justificar aquella acción que trajo, a la postre tantos disgustos y tantas calamidades. Ya no puedo aguantar más, tú llevas el peso de su cuidado, has estado a su lado en los peores momentos, aguantado criticas y vilipendios y los demás nos hemos salido de rositas. Ni siquiera te hemos preguntado si requerías algo, tras saber las consecuencias costosas de aquel infausto accidente__ La memoria de Crisanto se desató y los dos quedaron mirando por aquel ventanal amplio de la boutique, tras la justificación que aclaraba, su verdad.

En aquellos días tú estabas de viaje en Malvinas__ exponía Crisanto, sin mirarle a los ojos__, fue la noche de un sábado a un domingo del mes de julio, veníamos de una población, dónde se habían reunido las Bandas del Rock and Roll,  en el tradicional concierto anual, ese que se realiza cada año en una urbe distinta. Habíamos llegado al campamento de los cobertizos a media tarde a descansar y no debíamos reemprender la actuación hasta pasadas las once de la noche, por lo que nos daba tiempo de todo, comer, beber, reír. Plácida venía con dos amigas que soportaban el rédito de los narcóticos y el provecho del sexo. Bebimos y afinamos nuestros tendones, con zalamerías y embriagueces, hasta que se nos acabó la fibra. A la hora del concierto, tocamos como los ángeles, todos cubiertos de polvo Black y con la euforia, perdimos la noción de la realidad. Ciegos, fumados de Crack, medio borrachos y ardientes. Mal comimos, unos bocatas de carne y subimos al escenario secundario, donde Plácida, hizo un striptease completo, para los pocos groguis que estábamos por allí. Mostraba su cuerpo, definido bajo los focos de aquel aquelarre privado, quitándose hasta la última de sus prendas y echándolas sobre los famosillos roqueros que venían de otros lugares. Desnuda, perfilando la lujuria, abrillantada por una piel resbalosa gemía, muy morena brillaba entre las extintas bombillas de neón, llamando a gritos al sexo y haciéndose la apetecida, para que se le acercase el que ella esperaba. No le valía cualquiera. Las amigas de Plácida, Narcisa…fuera de sí, me buscaba a mí, pero yo pasé de ella, estaba muy fumada y apestaba a ron y,  Raquel, se había enredado con la novia de Roberto en uno de aquellos lavabos infectos, metiéndose mano sin piedad. Plácida, quiso probar mi bravura, y mi ardor, retando mi virilidad y a pesar de estar cerca Romina, la que entonces era mi novia, supo engatusarme y los dos entramos en ese juego amoroso, que trajo esos vendavales. 

A la hora del retorno en la madrugada del  domingo, el autocar llevaba el grueso de la expedición y algún coche privado venido al festival con plazas libres, transportaba al personal sin asiento, músicos, acompañantes y azafatas. La ruta estaba muy ensombrecida, por la niebla tan poderosa que  existía. Se dispuso que el bus fuera el último del convoy y que los coches turismos, abrieran paso ante la carretera tan peligrosa. En el Chevrolet que conducía yo, íbamos Romina, y dos músicos fumetas de la orquesta, los que tocaban el bajo y percusión. Plácida se montó con Roberto, que lo había camelado para que le diera parte del chocolate de la merienda, a cambio de un caldito exprés y en los asientos de atrás iban Herminia y Ramón, sudando y sufriendo porque eran los únicos que ni bebían ni consumían. La furgoneta de Pelegrino, que cargada con ocho ocupantes, circulaba a tope tras de ellos confiada, con una juerga de éxtasis y de brumas, no pertinente para un regreso escalonado y tranquilo.

Emprendieron la marcha de retorno y en la zona industrial de la salida de aquella ciudad, lo que allí llaman el Polígono, la Guardia Nocturna de Carreteras,  dio el alto desde la distancia al primer vehículo de la comitiva, para un control de alcoholemia.

El sobresalto al cuerpo llegó en forma de tragedia, porque iban cargados de grados de alcohol en sangre y en lugar de hacer un paro normalizado, no pudieron refrenar el susto de lo que se les venía encima frenaron tan a lo bestia, que se dejaron la mitad de los neumáticos en el suelo, provocando una desdicha descomunal, ya que los demás venían en comitiva y la niebla del ambiente y los niveles de los vehementes conductores, no permitían una visión adecuada, ni tener control de las distancias al ir pasados de alegría y de velocidad permitida, que fueron tropezando unos con otros como si se tratara de fichas del dominó.
Siempre perturba un control, un alto intempestivo en la ruta y más en la noche, viniente de la policía. De los vistosos aspavientos lumínicos y nocturnos que portan los agentes de tráfico. Nadie esperaba aquella comprobación a altas horas de la madrugada, inspección que clandestina esperaba en la esplanada, justo al salir de una curva peligrosa. Allí, donde el destino quiso cobrar su factura.
El primer coche frenó de súbito, quedando en el margen que los agentes indicaban, hecho que hizo desorientar a los perseguidores completamente, haciendo que el segundo vehículo que era el de Roberto, se detuviera de inmediato, sin dar tiempo a la furgoneta de Pelegrino pudiera detenerse, una camioneta, tan cargada de peso, y descontrolada en velocidad.
No se detuvo en el perímetro adecuado, a pesar de los esfuerzos de Pelegrino, por parar dentro de su margen, fue imposible, yendo a embestir por la parte trasera, de forma brutal al coche de Roberto. Dejando el vehículo para el desguace completo y total. Hiriendo por suerte y levemente a Herminia, Roberto y Ramón y de una gravedad impensable a Plácida, que la dejó parapléjica de cintura hacia abajo.

 

1 comentarios:

Juan Gutiérrez dijo...

Magnífico relato.
Saludos.

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