miércoles, 1 de febrero de 2012

¡En pelotas y firmes!


Te desnudan, te ponen en pelotas, descalzo, te pintan un número en el culo y lanzan una pelota para que la persigas hasta una meta. Lo repiten tantas veces, como caudales les queda. ¿Como las carreras de galgos?
Apuestan por ti como si fueses un perro y se ríen a rabiar mientras paseas los genitales por todo el pasillo, enseñando las pelotas barnizadas con pintura de esmalte.
El que consigue ganar la carrera, como premio, es el que….
¡Esa fábula, no me lo habías contado jamás! ¡Continúa! 

¡Atenta la Compañía!
¡Firmes!
¡Media Vuelta!  ¡Ya!
¡Descansen!    …¡Ya!
Dijo el teniente del batallón a su Compañía, para poder dirigirles la palabra en tono altivo y desencadenante.
_ Los pertenecientes al 13 escuadrón, que han de ir a Automovilismo, ¡Que den un paso al frente!
El periodo de instrucción en aquel Fortín finalizaba y los destinos estaban muy claros. En ese conjunto estaban todos los destinos fijados.
Disfrutaron de cuatro días de permiso en sus casas, tras un periodo de tres meses en las montañas, fuera de la civilización acostumbrada y volvieron con sus novias, familia y amigos,  y pronto se presentaron en el Cuartel de su región militar. Su destino.
Fueron recibidos con toda la enjundia, y vulgaridad como se da en esos casos. En la incorporación de nuevas levas y promociones a sus cuarteles, cada tres meses una, a cuál de ellas mejor y más simpática.
Por parte de los ya veteranos, las bromas, las guasas y los cachondeos son del todo abiertos y nada simulados. La comprobación de la lista, con sus personalidades bien claras, conteo como si fuesen animales de carga o de corral, asignación de literas y servicios, destinos dentro de sus nuevas instalaciones, la lista de las guardias y asistencias y siempre, el Decálogo del soldado a mano. Las taquillas para la reserva de sus pertenencias y los pormenores para llevar a cabo la milicia obligatoria. Reparto de las nuevas normas, horarios de las duchas, hora de la diana, hora de la retreta (es la hora de levantarse, de ir a dormir y la de silencio).
Los conductores fueron llevados a sus cocheras, a limpiar los camiones y comenzar ya las tareas encomendadas por el capitán del destacamento, los ayudantes cocineros a las cocinas para emprender el oficio de los fogones, los mecánicos, carpinteros, electricistas a sus respectivos talleres, quedando los técnicos y oficinistas aún en la posición de atención. Los últimos de aquella incorporación a la dieciocho compañía de voluntarios de vehículos, de una región militar del país.
El furriel veterano, un cabo de unos ochenta y muchos kilos de peso, gordinflón, regordete y no muy estirado, con más manchas en su gorra, que el más lardo de los guarros de una piara, era el que tenía la voz cantante, a falta de militares de más alta gradación, les leía de su libreta, los conceptos derivados y pertinentes a los técnicos delineantes y a los administrativos en su calidad de contables, comerciales o sub ayudantes. Aún estaban en descanso a discreción, sin romper filas. Quizás los más ilustrados del cuartel. Técnicos en sus respectivos trabajos de la vida natural que se habían incorporado a filas para elegir plaza y destino, lo más cerca de sus localidades de residencia. Con seguridad también, los más fanfarrones, y presumidos, engreídos del destacamento.  Aquellos tipos que imaginándose superiores al resto de la raza, hubieran mirado por encima del hombro a sus compañeros soldados de su quinta. Exigiendo a cada minuto el cumplimiento de sus conveniencias.
Los que estáis en la formación, sois los más comprometidos _, dijo el Furriel de la dieciocho y siguió argumentando con su seseo del sur_. Por eso sois los elegidos para la galopada_. Las risas de los veteranos aparecieron súbitas, mientras miraban como se les instruía a los recién llegados. En silencio semi original, permitían en su receso que el cabo despensero continuara con la jerga._ Os voy a explicar a groso modo, porque imagino que a tanto ilustre, a tanta esencia viva, a tal cantidad de licenciados como presencio por centímetro cuadrado, nada más les hace falta una insinuación para que el resto se omita, por la gran comprensión que acumuláis en vuestros cerebros.  
Por tanto llegados a este punto, nadie podrá declinar su participación y concurso. ¡Que sepáis!   …por este trance hemos pasado todos los militares que estamos al otro lado de la formación y antes otros muchos, se sometieron a estas apuestas. Sois nueve elegidos, a los que cada uno de los veteranos vamos a depositar nuestra confianza, nuestro apoyo y nuestro dinero en vuestra actuación como atletas privilegiados y de los que todos esperamos el máximo de rendimiento y fragor. En la vida militar una orden, se cumple sin preguntar, por tanto cada apostante, elegirá a uno de vosotros y como tal, habéis de portaros y significaros con aptitud de ganar, de luchar para llegar los primeros a la meta con la pelota asida y dejarnos felices a todos los que hemos confiado en vosotros.
El que se resista, habrá cometido una falta grave, por lo que será castigado con guardias, retenes, trabajos en la construcción, ayuda en la cocina, mondando sacos y kilos de papas y más patatas, pelar cebollas y lavar muchos platos, muchos. Además con servicio de vigilancia en la puerta principal del fortín, durante los próximos cincuenta fines de semana, incluyendo fiestas de guardar.
El mejor, que procure ganar y con ello, comenzaran vuestras andanzas y experiencias en este ejército especial. Creo que todos lo habréis entendido, porque no va a haber tanda de peguntas, vamos al grano que tenemos prisa y las apuestas están calientes_. Acabó su jerga el cabo, muy respaldado por la mitad de los veteranos, que estaban fuera de servicio y se lo estaban pasando estupendo, viendo a aquellos pardillos recién llegados del campamento, y con una perspectiva en el tiempo, de hacer más mili que el palo de la bandera.
_ ¡Desnudaros!  ¡En pelotas!  ¡Ya! _. Exigió el militar, esperando que obedecieran al instante_. Los reclutas despistados, no sabían cómo proceder, sin embargo, siempre hay algún infiltrado que les ayuda a no reflexionar y a dejarse llevar por la masa, para que hagan el mayor de los ridículos.
_ ¡Desnudaos!  Rápido, que no tenemos todo el día y tenéis que ganar la apuesta ¡Vamos! no dudéis y despelotaros, quedaos en pelota picada, que se os vean vuestras miserables vergüenzas. ¡Veo algunos, que ni siquiera tienen pelotas! ¿Es que son tan ridículas que además de arrugadas, las habéis perdido?  ¡Menudos cagados! ¡Venga a la carrera!  Pintarles en el culo un número bien grande y otro en la frente_. Remató el furriel, haciendo un saludo a un falso capitán_. Otro del espectáculo, que se había puesto las tres estrellas de oficial de la compañía y se había presentado en la sala de deportes para dar credibilidad a la chanza_.
_ ¡Aún estamos así!_, dijo el capitán camuflado, dirigiéndose al cabo furriel
_ ¡A sus órdenes, mi capitán!, ya tienen pintado el numero en su puñetero culo, espalda y frente y las metas están colocadas, delimitados los pasillos por donde han de correr y la pelota preparada para ser lanzada.
Era una sala enorme, tanto que ocupaba toda la longitud del gimnasio, unos doscientos metros de carrera, por donde una pelota iba a ser estirada desde la meta a ras de suelo y los bultitos recién llegados de campaña, habían de ir tras ella a cogerla para entregarla al juez de la carrera, mientras que desnudos, enculatares total, recibían toda clase de regalos. Los soldados espectadores les iban tirando toda clase de marranadas, huevos, caramelos, gaseosa, vasos de vino, etc.
Los nueve números estaban en meta, desnudos, en posición de firmes, caras alargadas, más que sus vergüenzas, que por frío, por cobardía y por ser naturales, esgrimían sueltas a placer entre los testículos avergonzados de las nueve cobayas elegidas. Sus ropas militares habían sido retiradas por la sub ayudantía de la plana. Con una brocha de la limpieza de los carros de combate  y una pintura alquitranada negra, les habían pintado en cada nalga el número, en la espalda y en la frente. Las apuestas ya habían comenzado, en cuanto los reclutas tuvieron el dígito inserto en sus pieles, los veteranos, apostaban afanosamente por aquellos que creían que podían ser los vencedores. Aquellos técnicos, administrativos y empleados de banca, estaban como su madre les trajo al mundo, pero algo más sucios y maltratados, no todos sufrían ante aquella salvajada, alguno había que disfrutaba enseñoreando sus “guevos” que más que testículos, eran bolas sucias y deformes, por el esbozo que habían hecho con la brocha y la pintura de estanques con que les habían dibujado su dígito.
El sesudo y falso capitán, se acercó a la mesa de apuestas, que no era más que un puñado de veteranos con un montón de dinero recaudado, repartiendo al cambio el boleto que el comprador prefería y viendo que todo estaba vendido, preguntó_. ¿Podemos dar el pitido de salida? Los farsantes de los vendedores, siguiendo con la mofa, se cuadraron ante el capitán araña_. ¡Si señor! toda la mierda está vendida. Volvió a acercarse a la meta y mirándose con cara de asco aquellos pobres reclutas, ordenó al subalterno de la dieciocho, que diera el trompetazo.
El cabo, se acercó a la línea de salida y les mando prepararse.
_ ¡Atención!  ¡Comienza la carrera!  Hizo sonar el silbato y salió la percha delante de los corredores, que entre risas, ruidos, aplausos, corrían desconfiados tras aquella bola, que les precedía, en pos de recogerla.
Se sucedieron tres carreras, tres pruebas, tres ganadores. Al final los vencedores, los tres que pudieron ser proclamados triunfadores, fueron los que limpiaron todo el pabellón, los que quitaron todos los detritos de los suelos y paredes, los que pagaron el pato de aquella broma y los que organizaron varios reemplazos posteriores_, dos años después, cuando estaban a punto de su licencia_.  Esos juegos de la tropa, los del despelote en el reducto, con otros reclutas venidos de los campamentos. Si cabe, aún con más exigencia y más repugnancia que sufrieron ellos mismos.





0 comentarios:

Publicar un comentario