Te
desnudan, te ponen en pelotas, descalzo, te pintan un número en el culo y
lanzan una pelota para que la persigas hasta una meta. Lo repiten tantas veces,
como caudales les queda. ¿Como las carreras de galgos?
Apuestan
por ti como si fueses un perro y se ríen a rabiar mientras paseas los genitales
por todo el pasillo, enseñando las pelotas barnizadas con pintura de esmalte.
El
que consigue ganar la carrera, como premio, es el que….
¡Esa
fábula, no me lo habías contado jamás! ¡Continúa!
¡Atenta
la Compañía!
¡Firmes!
¡Media
Vuelta! ¡Ya!
¡Descansen! …¡Ya!
Dijo
el teniente del batallón a su Compañía, para poder dirigirles la palabra en
tono altivo y desencadenante.
_ Los
pertenecientes al 13 escuadrón, que han de ir a Automovilismo, ¡Que den un paso
al frente!
El
periodo de instrucción en aquel Fortín finalizaba y los destinos estaban muy
claros. En ese conjunto estaban todos los destinos fijados.
Disfrutaron
de cuatro días de permiso en sus casas, tras un periodo de tres meses en las
montañas, fuera de la civilización acostumbrada y volvieron con sus novias, familia
y amigos, y pronto se presentaron en el
Cuartel de su región militar. Su destino.
Fueron
recibidos con toda la enjundia, y vulgaridad como se da en esos casos. En la
incorporación de nuevas levas y promociones a sus cuarteles, cada tres meses
una, a cuál de ellas mejor y más simpática.
Por
parte de los ya veteranos, las bromas, las guasas y los cachondeos son del todo
abiertos y nada simulados. La comprobación de la lista, con sus personalidades
bien claras, conteo como si fuesen animales de carga o de corral, asignación de
literas y servicios, destinos dentro de sus nuevas instalaciones, la lista de
las guardias y asistencias y siempre, el Decálogo del soldado a mano. Las
taquillas para la reserva de sus pertenencias y los pormenores para llevar a
cabo la milicia obligatoria. Reparto de las nuevas normas, horarios de las
duchas, hora de la diana, hora de la retreta (es la hora de levantarse, de ir a
dormir y la de silencio).
Los
conductores fueron llevados a sus cocheras, a limpiar los camiones y comenzar
ya las tareas encomendadas por el capitán del destacamento, los ayudantes
cocineros a las cocinas para emprender el oficio de los fogones, los mecánicos,
carpinteros, electricistas a sus respectivos talleres, quedando los técnicos y
oficinistas aún en la posición de atención. Los últimos de aquella
incorporación a la dieciocho compañía de voluntarios de vehículos, de una
región militar del país.
El
furriel veterano, un cabo de unos ochenta y muchos kilos de peso, gordinflón, regordete
y no muy estirado, con más manchas en su gorra, que el más lardo de los guarros
de una piara, era el que tenía la voz cantante, a falta de militares de más
alta gradación, les leía de su libreta, los conceptos derivados y pertinentes a
los técnicos delineantes y a los administrativos en su calidad de contables,
comerciales o sub ayudantes. Aún estaban en descanso a discreción, sin romper
filas. Quizás los más ilustrados del cuartel. Técnicos en sus respectivos
trabajos de la vida natural que se habían incorporado a filas para elegir plaza
y destino, lo más cerca de sus localidades de residencia. Con seguridad
también, los más fanfarrones, y presumidos, engreídos del destacamento. Aquellos tipos que imaginándose superiores al
resto de la raza, hubieran mirado por encima del hombro a sus compañeros
soldados de su quinta. Exigiendo a cada minuto el cumplimiento de sus
conveniencias.
Los
que estáis en la formación, sois los más comprometidos _, dijo el Furriel de la
dieciocho y siguió argumentando con su seseo del sur_. Por eso sois los
elegidos para la galopada_. Las risas de los veteranos aparecieron súbitas,
mientras miraban como se les instruía a los recién llegados. En silencio semi
original, permitían en su receso que el cabo despensero continuara con la
jerga._ Os voy a explicar a groso modo, porque imagino que a tanto ilustre, a
tanta esencia viva, a tal cantidad de licenciados como presencio por centímetro
cuadrado, nada más les hace falta una insinuación para que el resto se omita,
por la gran comprensión que acumuláis en vuestros cerebros.
Por
tanto llegados a este punto, nadie podrá declinar su participación y concurso. ¡Que
sepáis! …por este trance hemos pasado
todos los militares que estamos al otro lado de la formación y antes otros
muchos, se sometieron a estas apuestas. Sois nueve elegidos, a los que cada uno
de los veteranos vamos a depositar nuestra confianza, nuestro apoyo y nuestro
dinero en vuestra actuación como atletas privilegiados y de los que todos
esperamos el máximo de rendimiento y fragor. En la vida militar una orden, se
cumple sin preguntar, por tanto cada apostante, elegirá a uno de vosotros y
como tal, habéis de portaros y significaros con aptitud de ganar, de luchar
para llegar los primeros a la meta con la pelota asida y dejarnos felices a
todos los que hemos confiado en vosotros.
El
que se resista, habrá cometido una falta grave, por lo que será castigado con
guardias, retenes, trabajos en la construcción, ayuda en la cocina, mondando
sacos y kilos de papas y más patatas, pelar cebollas y lavar muchos platos,
muchos. Además con servicio de vigilancia en la puerta principal del fortín,
durante los próximos cincuenta fines de semana, incluyendo fiestas de guardar.
El
mejor, que procure ganar y con ello, comenzaran vuestras andanzas y
experiencias en este ejército especial. Creo que todos lo habréis entendido,
porque no va a haber tanda de peguntas, vamos al grano que tenemos prisa y las
apuestas están calientes_. Acabó su jerga el cabo, muy respaldado por la mitad
de los veteranos, que estaban fuera de servicio y se lo estaban pasando
estupendo, viendo a aquellos pardillos recién llegados del campamento, y con
una perspectiva en el tiempo, de hacer más mili que el palo de la bandera.
_ ¡Desnudaros! ¡En pelotas! ¡Ya! _. Exigió el militar, esperando que
obedecieran al instante_. Los reclutas despistados, no sabían cómo proceder,
sin embargo, siempre hay algún infiltrado que les ayuda a no reflexionar y a
dejarse llevar por la masa, para que hagan el mayor de los ridículos.
_
¡Desnudaos! Rápido, que no tenemos todo
el día y tenéis que ganar la apuesta ¡Vamos! no dudéis y despelotaros, quedaos
en pelota picada, que se os vean vuestras miserables vergüenzas. ¡Veo algunos,
que ni siquiera tienen pelotas! ¿Es que son tan ridículas que además de
arrugadas, las habéis perdido? ¡Menudos
cagados! ¡Venga a la carrera! Pintarles
en el culo un número bien grande y otro en la frente_. Remató el furriel,
haciendo un saludo a un falso capitán_. Otro del espectáculo, que se había
puesto las tres estrellas de oficial de la compañía y se había presentado en la
sala de deportes para dar credibilidad a la chanza_.
_
¡Aún estamos así!_, dijo el capitán camuflado, dirigiéndose al cabo furriel
_ ¡A
sus órdenes, mi capitán!, ya tienen pintado el numero en su puñetero culo,
espalda y frente y las metas están colocadas, delimitados los pasillos por
donde han de correr y la pelota preparada para ser lanzada.
Era
una sala enorme, tanto que ocupaba toda la longitud del gimnasio, unos
doscientos metros de carrera, por donde una pelota iba a ser estirada desde la
meta a ras de suelo y los bultitos recién llegados de campaña, habían de ir
tras ella a cogerla para entregarla al juez de la carrera, mientras que
desnudos, enculatares total, recibían toda clase de regalos. Los soldados
espectadores les iban tirando toda clase de marranadas, huevos, caramelos,
gaseosa, vasos de vino, etc.
Los
nueve números estaban en meta, desnudos, en posición de firmes, caras
alargadas, más que sus vergüenzas, que por frío, por cobardía y por ser
naturales, esgrimían sueltas a placer entre los testículos avergonzados de las
nueve cobayas elegidas. Sus ropas militares habían sido retiradas por la sub
ayudantía de la plana. Con una brocha de la limpieza de los carros de combate y una pintura alquitranada negra, les habían
pintado en cada nalga el número, en la espalda y en la frente. Las apuestas ya
habían comenzado, en cuanto los reclutas tuvieron el dígito inserto en sus
pieles, los veteranos, apostaban afanosamente por aquellos que creían que
podían ser los vencedores. Aquellos técnicos, administrativos y empleados de
banca, estaban como su madre les trajo al mundo, pero algo más sucios y
maltratados, no todos sufrían ante aquella salvajada, alguno había que
disfrutaba enseñoreando sus “guevos” que más que testículos, eran bolas sucias
y deformes, por el esbozo que habían hecho con la brocha y la pintura de estanques
con que les habían dibujado su dígito.
El
sesudo y falso capitán, se acercó a la mesa de apuestas, que no era más que un
puñado de veteranos con un montón de dinero recaudado, repartiendo al cambio el
boleto que el comprador prefería y viendo que todo estaba vendido, preguntó_.
¿Podemos dar el pitido de salida? Los farsantes de los vendedores, siguiendo
con la mofa, se cuadraron ante el capitán araña_. ¡Si señor! toda la mierda
está vendida. Volvió a acercarse a la meta y mirándose con cara de asco
aquellos pobres reclutas, ordenó al subalterno de la dieciocho, que diera el
trompetazo.
El
cabo, se acercó a la línea de salida y les mando prepararse.
_
¡Atención! ¡Comienza la carrera! Hizo sonar el silbato y salió la percha
delante de los corredores, que entre risas, ruidos, aplausos, corrían
desconfiados tras aquella bola, que les precedía, en pos de recogerla.
Se
sucedieron tres carreras, tres pruebas, tres ganadores. Al final los
vencedores, los tres que pudieron ser proclamados triunfadores, fueron los que
limpiaron todo el pabellón, los que quitaron todos los detritos de los suelos y
paredes, los que pagaron el pato de aquella broma y los que organizaron varios
reemplazos posteriores_, dos años después, cuando estaban a punto de su
licencia_. Esos juegos de la tropa, los
del despelote en el reducto, con otros reclutas venidos de los campamentos. Si
cabe, aún con más exigencia y más repugnancia que sufrieron ellos mismos.
0 comentarios:
Publicar un comentario