jueves, 4 de agosto de 2011

Paula y la Casa Grande



Cuando Raúl le conoció era un muchacho de campo. Humberto; lleno de vida, que no hacía muchos años había contraído matrimonio con Noelia, ya incluso tenían una niña chiquita. Se dedicaba a pastorear un puñado de borregos que poseía y además cuidaba de unos acres de terreno que pertenecía a la familia desde hacía años. Con ello le daba para comer y afrontar el coste de la vida.

Vivian en una población rural y agraria, que daba desde la tierra vida a todo aquel que no había emigrado y se había habituado a las costumbres rutinarias y seguras de la villa.


Hijo de Paula, una viuda trabajadora, sencilla y egoísta, que dada su penuria en su existencia, se tuvo que dotar de una coraza de la cual no se desprendía fácil, ni siquiera para sus allegados. Mujer limpia sencilla y agria, sin apenas amistades. Con una infancia dura de por sí. La habían acogido desde la cuna, cuando la dieron a crianza a una Ama de leche.

En la vida del municipio, cuando una mujer se veía imposibilitada de dar el pecho a su hijo por motivos varios, se recurría a otra mujer, generalmente una vecina, amiga, o familiar, que también había parido recientemente, para que lo hiciera en su lugar. Su pago era exiguo, dado que quien prestaba el favor solía ser gente humilde, pagando por regla general en víveres, ya fueran legumbres, o lo que se terciase. Estas Amas de Leche solían ser mujeres sencillas y bondadosas, que no tenían ningún reparo en compartir la leche para su hijo con otro niño que también la precisaba.


En el siglo XIX, se puso de moda en las familias adineradas, el solicitar los servicios de un Ama de Leche para la cría de sus hijos. En estos casos no era motivado solamente por la falta de leche de la madre, sino que era considerado como un lujo o prestigio social, pasando a ser considerada esta labor como un oficio. A ocupar estos puestos de trabajo acudían mujeres humildes, bien del campo, de otros pueblos. Era el caso de la abuela Catalina, madre de alquiler de Paulina, para poder sucumbir con las deficiencias dinerarias de su familia, se prestó a criar a la pequeña Paula hasta los tres o cuatro meses, pasados el periodo de lactancia, sin pensar que cuando regresara la niña a su casa en la ciudad de donde provenía, los verdaderos padres fisiológicos, iban a declinar la opción de agrupamiento familiar. No queriéndose hacer cargo de la pequeña, prefiriendo que siguiera con la familia de acogida. Desvinculando apellidos y parentesco al cambio de un buen dinero, que no le fue nada mal a los Rupérez Del Nido. Labradores y ganaderos de la ancha Castilla.

Una infancia de amor, secretos, silencios y mejores tratos, dentro de la falta de toda comodidad y de un escaso entrenamiento, preparación y estudios limitados, dieron paso a una juventud plagada de descubrimientos dolorosos y ocultos con sensaciones de desespero por falta de unos conocimientos que obtuvo tras unas revelaciones inesperadas a punto de casarse. Al solicitar papeles de la partida de bautismo y documentos al juzgado, dieron con el esclarecimiento de una causa que jamás en la niñez ni en la pubertad, le habían explicado. Al dar por hecho en la familia que jamás se llegaría al punto de tener que airearlo. Parentesco que de ningún modo podría averiguar.

Paula se crió en el seno de la familia Rupérez Del Nido, siendo una hija y una hermana más. Catalina su ama de leche, su nodriza, su madre en definitiva, procuró que el resto de los hermanos y familiares le dispensaran el amor que necesitaba y que una niña, una persona requiere para el normal devenir en una vida en común. Que hubiese las mínimas diferencias entre los ocho hermanos de Paula, cinco hembras y tres varones, que aunándola a ella misma, en la mesa familiar se sentaban los nueve hijos con las mismas y exactas obligaciones y devociones.

Paula no era la misma persona desde que se enteró por boca de sus padres adoptivos que sus verdaderos progenitores nunca se preocuparon de ella, ni tuvieron el mínimo interés en saber nada. No podía, ni quería emprender ninguna medida, ni tampoco dejó de querer a sus padres y hermanos, sin embargo una tristeza suave, se apoderó de ella y una desconfianza grande penetró en sus lindes que jamás dejó traspasar confianzas ajenas.

Contrajo matrimonio, con Néstor, un agricultor de la misma población, que siempre había bebido los vientos por Paula. Sin dejar de mantener vínculos de cuantioso cariño con sus padres primero y después con sus ocho hermanos, los cuales eternamente mantuvieron lazos de fraternidad y de apoyo.

La dureza de la época, las calamidades, la falta de posibles, la poca preparación escolar, el trabajo de sol a sol, el hambre y la necesidad, fueron presidiendo el día a día y de esa unión nacieron tres hijos, que a su vez se criaron dentro de esas limitaciones. Todos juntos cruzaron por el devenir vetusto que regala la existencia, compartiendo penas y alegrías, risas y llantos, pero siempre, unidos.


La hermana mayor Rosaura, una niña de ojos azules bastante engreída y nada amistosa, con aires de grandeza y mil historias increíbles. Figurando con fábulas baratas inexplicadas, daba su impronta y su falta de sentido común. Dando opción de trato, a todo aquel que tuviera devengos extraordinarios en la cuenta corriente, propiedades en la campiña, automóviles en el garaje y apariencias monetarias. Nada amiga de las pequeñeces y buscadora de marido acorde con los tiempos y la fama. Agradable fingida y nada sumisa, aparente y vacía, pretendiendo engañar con su inexistente nobleza y esplendor a todo el que no la conoce.

Su hermano, el que va en medio de la saga Luis Felipe, artesano de los buenos, con oficio de renombre, manos de creador renacentista. Guasón, dicharachero y noble, buen trabajador y mejor individuo. Dado a las creaciones de todo tipo, con preferencia a las esculturas en piedra, mármol o madera, orfebre cualificado y sencillo. Ya de bien pequeño comprendió que el campo, no daría para comer tantos de una misma familia y aprovechando que en el pueblo existía una industria artesanal de antigüedades, pudo convencer a su padre, para que lo instruyera primero, como aprendiz y así a medida que iban pasando los años, fue tomando enjundia hasta que se hizo un auténtico virtuoso



El menor de ellos Humberto, el amigo de Raúl, el que ahora, se dedica a pastorear ese puñado de ovejas, que le dan el pan y el sustento. Además de visitar en demasía la taberna y beber frecuentes vasitos de aguardiente. Que durante su juventud creyó como muchos hacen, que el alcohol solo les afecta a los demás, que a ellos jamás les planteará problemas, porque saben cuidarse y “controlan”. Se quedó con los huertos y los campos de olivos, almendros y frutales, pero no supo nunca, extraerles el jugo ni a los árboles, ni a la tierra, ni a los carneros ni a su propia irregularidad.





Dice el tango que: “veinte años no es nada, que febril la mirada”. Pues han transcurrido cinco lustros desde entonces.

Las situaciones han mutado mucho. Cuentan que en una ocasión, cuando todo el esfuerzo estaba hecho, las penurias se habían solapado y la tranquilidad les llegaba a la familia, tras duras pruebas de resistencia y de abnegación se presentó un señor interventor en su domicilio, preguntando por la ya, abuela Paula, con intención de sonsacar y averiguar datos de su procedencia. Dando referencias fehacientes y con detalles de una supuesta familia adinerada en la ciudad, que pretendía encontrar los pasos y desdichas de una niña llamada Paulita y prestada para su crianza, a la ya fallecida Catalina.



Hermanos afligidos, la buscan imperiosamente, todos ellos hijos de Doña Elvira Monsale del Cirio, gravemente enferma y anciana, demanda ver a la tal Paula, antes que el Señor de los Cielos la reclame al Paraíso Celestial.

Los datos que aportaba el jurisperito eran que la marquesa, estaba sufriendo mucho, que necesitaba ver a su Paula, para resarcir por lo menos a base de talonario todos los momentos que la hubiera necesitado como madre y que la excelentísima dama, no pudo atender. Siguiendo los consejos de su confesor el obispo de la diócesis, Doctor Modrego; la tenían que encontrar imperiosamente y llevarla frente al lecho de aquella carismática señora, que había olvidado a su hija durante sus primeros cincuenta y muchos años de vida.



Doña Elvira, la gran señora debió morir, sin el perdón de su Paula, ni ella, ya viuda y entrada en años, ni sus hijos, quisieron saber nada, a pesar de poner intercesiones la hija mayor Rosaura, que no pensaba igual.



Paula, en enero hizo diez años que falta, poco antes de morir, jugaba con muñecas de porcelana y las peinaba. Hacía cocinitas con cacharritos en una habitación de su casa. Enseñaba a leer a un muñeco de trapo que le habían traído los Reyes Magos, cuando ella tenía sólo seis años.
Veía la televisión y contaba que el presentador del telenoticias le mandaba besos y se le insinuaba cada vez que veía el programa a solas. Siempre era así, si alguien le acompañaba el señor del bigotillo, callaba pero sí; la miraba con ojos de querer.



Rosaura, sigue explicando historias increíbles de sus bienes y de una granja de avestruces que tiene a las afueras. Presumiendo de que sus hijos veranean en Vietnam y que la pequeña de todas ha sido elegida como la mejor periodista de una revista quincenal que se edita para la Comunidad de Isleños Baleares.

Luis Felipe, tras una desintoxicación prolongada por los narcóticos, se recupera sin trabajo haciendo manualidades en su tallercito, feliz y pincho como había sido siempre, con ese grato mirar y su extremada candidez, acompañado de su familia que le aguanta. Imaginemos que también le quiere.

Humberto, ya no tiene los borregos, ni los campos puede trajinar, ni injertar sus árboles frutales, ni cosechar, ni en la granja puede estar. Los vasitos constantes de aguardiente desde la mañana a la noche, lo hicieron apearse de la normal vida, llevándole primero al hospital por el hígado cirrótico. Después del último derrame cerebral, solo sabe decir: que Sí y no conoce a nadie.



Otro tango canta: "Si aquella decisión hubiera sido otra". En el año 1928, cuando Catalina, la mamá de Paula, tras la lactancia de la chiquilla, al volver a la ciudad a retornar a la muchachita, tras haberle amamantado. Le hubieran dado las gracias, abonado lo pactado y recogido a su hijita para que viviese en el seno de la familia Monsale Del Cirio. Con seguridad, la madre fisiológica Doña Elvira, no se hubiese ido al otro barrio, con la pena y el dolor de haber dejado a una hija de sus entrañas a la suerte de su propio destino.

Así como la vida y milagros de Paula en la ruralidad, con tres hijos, trabajando en el campo, pariendo bajo los olivos, sola y sin auxilio, batallando con las exigencias del tiempo, con cosechas perdidas, con penurias de colegios y gastos irresistibles. Con su vida y destino.



Rosaura, igual hubiese sido, de haber estado en otras inmediateces, una gran dama de la Cohorte, pudiendo pasear sus grandes vestimentas postizas entre lo más selecto de la ciudad, encantada que sus hijos veranearan en Versalles o en la campiña Parisina.

Luis Felipe, hubiese llegado por sus cualidades a insigne pintor, o escultor, dado que gracia y arte le sobraba, dejando de lado esos lupanares, que a la postre le llevaron a esa desintoxicación definitiva.



Humberto, no hubiera sido pastor, ni agricultor, toda vez con el apoyo que dan las posibilidades de haber vivido otra vida, igual hubiera llevado rebaños de personas a fines decentes, en lugar de los borregos, o tal vez, no hubiese tenido opción a tantos traguitos cortos y frecuentes de aguardiente.



El último tango arranca: “Silencio en la noche, ya todo está en calma, el músculo duerme…”. es el chito que cantaba Raúl, tras recordar a Humberto, compañero suyo en el Centro de Desintoxicación.







0 comentarios:

Publicar un comentario