Hola me llamo Elena; pero me gusta que me digan Beatriz Elena__ dijo la mujer, cuando le presentaron a un buen amigo lejano, para emprender un viaje sempiterno.
-¡Así! Cómo suena; tan largo, el nombre bien parece de novela televisiva __replicó su acompañante.
Ella, siguió con el uso de la palabra y argumentó sin haberle hecho ninguna gracia el comentario del sujeto.
No demasiada altura, clara de piel, despejada de frente y con un buen corte de pelo, que le favorecía a su carita de porcelana, ojos grandes, y sonrisa perenne, labios carnosos y dulzura general en grandes dosis. Su voz fina de institutriz, hacía que a medida que pronunciaba, dejaba caer ese acento tan gracioso, que tienen las mujeres de la ciudad de la Eterna Primavera.
__Dos años y cinco meses; es el tiempo que llevo vivita. No recuerdo casi nada, cuando regresé a la ciudad me tocó empezar de nuevo. Olvidé hasta lo referente a mi familia, no conocía a nadie. Perdí totalmente la memoria, y el pasado. _Decía Beatriz Elena a su interlocutor, con una tristeza manifiesta, pero al mismo tiempo agradecida por la fabulosa suerte, que Dios le había dispensado en volver; a sentirse mujer, ver a sus hijos y a emocionarse de nuevo al decir: este es mi tiempo; he regresado.
__No hace falta, que expliques lo que no deseas, tampoco es el momento para hacerte recordar tragedias, disfrutemos del recorrido y de la conversación, hagamos del trayecto un placer que nos tocó, gracias a la providencia y a ese sorteo que fue a sacar nuestras dos bolitas, y que jamás hubiere imaginado disfrutarlo a tu lado__ Respondía el caballero que sentado a su derecha, acompañaba en un inmenso autobús, que hacía el recorrido entre Medellín y Cali.
El silencio invadió la conversación de aquellas dos personas, como si estuvieran mudos. Atados a sus asientos, y con las miradas perdidas, viendo como el bus comenzaba su senda
Reinó una espera adormecida y sofocante, entre el traqueteo de la carretera y el rozar de los codos en las butacas; los ojos sesgados, y la cabeza reclinada en aquel cristal inmenso del autobús. Cuando comenzó…a relatar aquel brutal suceso que la tuvo en la frontera entre la muerte y el coma.
Circulaba en una moto de pequeño cubicaje, con su pantaloncito ajustado y su blusa de verano, el aire que le daba en el pecho, hacía henchir aún más la sublime presencia de su busto, el cabello al aire, dejaba translucir la belleza de su cara y el ángel que llevaba dentro, serpentín, a medida que tomaba o perdía velocidad, cayéndole de nuevo sobre los hombros que lo recibían como la playa recibe a las olas del mar. Sus manos asidas al manillar de la Suzuki, arbolaban y hacían una estampa fina, llena de lisura de aquella vertiginosa motociclista.
En contra vía; violando las normas de circulación, transitaba un camión de tonelaje medio, pilotado por un sujeto, con alcoholemia en la sangre, que fatalmente fue a arrollar a Elena, dejándola deshecha en el suelo, sin sentido, al borde del traspaso de la estación final, la llamada Mortis in Eternum.
Desgajada, ensangrentada, semi desnuda por el desmán del suceso, tendida en aquel recodo de la carretera, esperando los servicios de socorro, que la asistieran y la recogieran de una situación extrema.
Aquella blusa fucsia, que tan sublime le dibujaba el pecho, y aquel pantaloncito agarrado a su talle, que perfilaba sus ajustadas medidas; estaban despedazados como si un rufián carnicero, las hubiere esquilmado, con el cuchillo de la crueldad.
-¡Así! Cómo suena; tan largo, el nombre bien parece de novela televisiva __replicó su acompañante.
Ella, siguió con el uso de la palabra y argumentó sin haberle hecho ninguna gracia el comentario del sujeto.
No demasiada altura, clara de piel, despejada de frente y con un buen corte de pelo, que le favorecía a su carita de porcelana, ojos grandes, y sonrisa perenne, labios carnosos y dulzura general en grandes dosis. Su voz fina de institutriz, hacía que a medida que pronunciaba, dejaba caer ese acento tan gracioso, que tienen las mujeres de la ciudad de la Eterna Primavera.
__Dos años y cinco meses; es el tiempo que llevo vivita. No recuerdo casi nada, cuando regresé a la ciudad me tocó empezar de nuevo. Olvidé hasta lo referente a mi familia, no conocía a nadie. Perdí totalmente la memoria, y el pasado. _Decía Beatriz Elena a su interlocutor, con una tristeza manifiesta, pero al mismo tiempo agradecida por la fabulosa suerte, que Dios le había dispensado en volver; a sentirse mujer, ver a sus hijos y a emocionarse de nuevo al decir: este es mi tiempo; he regresado.
__No hace falta, que expliques lo que no deseas, tampoco es el momento para hacerte recordar tragedias, disfrutemos del recorrido y de la conversación, hagamos del trayecto un placer que nos tocó, gracias a la providencia y a ese sorteo que fue a sacar nuestras dos bolitas, y que jamás hubiere imaginado disfrutarlo a tu lado__ Respondía el caballero que sentado a su derecha, acompañaba en un inmenso autobús, que hacía el recorrido entre Medellín y Cali.
El silencio invadió la conversación de aquellas dos personas, como si estuvieran mudos. Atados a sus asientos, y con las miradas perdidas, viendo como el bus comenzaba su senda
Reinó una espera adormecida y sofocante, entre el traqueteo de la carretera y el rozar de los codos en las butacas; los ojos sesgados, y la cabeza reclinada en aquel cristal inmenso del autobús. Cuando comenzó…a relatar aquel brutal suceso que la tuvo en la frontera entre la muerte y el coma.
Circulaba en una moto de pequeño cubicaje, con su pantaloncito ajustado y su blusa de verano, el aire que le daba en el pecho, hacía henchir aún más la sublime presencia de su busto, el cabello al aire, dejaba translucir la belleza de su cara y el ángel que llevaba dentro, serpentín, a medida que tomaba o perdía velocidad, cayéndole de nuevo sobre los hombros que lo recibían como la playa recibe a las olas del mar. Sus manos asidas al manillar de la Suzuki, arbolaban y hacían una estampa fina, llena de lisura de aquella vertiginosa motociclista.
En contra vía; violando las normas de circulación, transitaba un camión de tonelaje medio, pilotado por un sujeto, con alcoholemia en la sangre, que fatalmente fue a arrollar a Elena, dejándola deshecha en el suelo, sin sentido, al borde del traspaso de la estación final, la llamada Mortis in Eternum.
Desgajada, ensangrentada, semi desnuda por el desmán del suceso, tendida en aquel recodo de la carretera, esperando los servicios de socorro, que la asistieran y la recogieran de una situación extrema.
Aquella blusa fucsia, que tan sublime le dibujaba el pecho, y aquel pantaloncito agarrado a su talle, que perfilaba sus ajustadas medidas; estaban despedazados como si un rufián carnicero, las hubiere esquilmado, con el cuchillo de la crueldad.
Su cabellera, desgreñada, deshilachada, mezclándose con el sanguinolento barrizal. De su cuello colgaba una medallita de la Virgen de la Candelaria, patrona de Medellín, capital del estado de Antioquía, que se entre colaba por las canalillas de sus senos, y que prendida de una robusta cadenita, parecía le daba ese ritmo al corazón, que no dejaba de acompasar su ritmo vital.
__Ha intentado esquivarlo ¡ella lo ha visto! Se le echaba encima- dijo un paseante, que había presenciado la tragedia a preguntas de la policía. _La mamita, iba como a 20 por hora, no corría mucho señor agente. Al que tuvimos que detener es al chofer del camión, que parecía trataba de darse a la fuga… el muy cabritito.
No tardaron en llegar los camilleros, y dentro de una ambulancia se la llevaron a la Clínica Bolivariana, hospital cercano, donde dilectos especialistas cirujanos plásticos, maxilofaciales, ortopedistas y de medicina interna hicieron una esplendida labor, salvando a Elena, de las garras de la última etapa.
Ocho horas interminables, estuvo dentro de los quirófanos, en principio para sofocar la angustia y asegurar su vida, luego vendrían muchísimas sesiones más, hasta que su rostro; que había quedado terriblemente dañado tanto interno como externo, diera ese esplendor que refleja hoy.
Al pronto, y en un santiamén el autocar, dio un frenazo muy brusco, y los pasajeros, dieron cabriola por el susto, para incorporarse a ver qué sucedía.
Ella, que revivía aquel escenario, volvió a la realidad, y se percató, que su acompañante, había escuchado toda la tragedia contada en voz alta, de lo sucedido hacía poco más de dos años.
__Cuando regresé de ese paseo en moto; no me conocía. No recordaba casi nada, fue colosal el miedo que pasé.
Me tocó empezar de nuevo. Por eso te refiero que tengo dos años y cinco meses.
Tengo miedo; ¡toma mis dos manos y bésame cinco veces!
Tengo miedo; ¡toma mis dos manos y bésame cinco veces!
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