
Érase una vez ... Así comienzan los cuentos que nos relataban nuestros abuelos, cuando teníamos tan poca edad y cuando todo podía llegar a ser creíble, en el tiempo que nuestra imaginación estaba incipiente y todo era una aventura.
¿Quieres que te cuente un cuento?
Como son las coincidencias o las casualidades; se han de juntar tres o cuatro circunstancias para que mezcladas con la chispa de un recuerdo, lubrique el pensamiento, y la maquinaria de la memoria comience a hacerte vivir aquellas vicisitudes …
Pues acércate a mi, poco a poco te iré llevando a un mundo de fantasias y de ficción, que muchas veces se confunden con la realidad. ENTRA en : www.emiliomorenod.blogspot.com
Como son las coincidencias o las casualidades; se han de juntar tres o cuatro circunstancias para que mezcladas con la chispa de un recuerdo, lubrique el pensamiento, y la maquinaria de la memoria comience a hacerte vivir aquellas vicisitudes …
Era una
tarde de sábado, caminaba jugueteando al lado de mi hermano, y nos acompañaba
una persona muy querida por nosotros; Dios lo tenga en la gloria. Diego. Como te añoro, cuantos momentos
dichosos nos habías regalado, y la paciencia, a prueba de todo experimento,
superaba a la de mis propios padres…
Recuerdo
la ciudad, aquel barrio, con que agrado se realza pasado el tiempo, y más dónde
nos dirigíamos, algo excepcional, ya lo había disfrutado en alguna otra ocasión;
como no, gracias a Diego, que sabiendo nos encantaba, y además nos calmaba, o
mejor dicho, nos sedaba, proponía la visita a la sala de cine. El vernos insertos en las historias con imágenes y ese
deleite te hacía protagonizar muchos de los momentos como el mejor de los
placeres vividos.
Por
ello, conocía de su magia y del encanto intrínseco que adosa.
Eran
sesiones contínuas, donde se llegaba con la merienda y la gaseosa, un sinfín,
porque se entraba cuando igual estaban comenzadas las sesiones y te marchabas
cuando habías visto el programa repetido por dos veces, dejando el suelo lleno
de cáscaras de las almendras que comprabas a granel, y que te envolvían en
aquellas alforjas hechas con papel de períodico; que tiempos aquellos, que
edades, y que nostalgias.
Tal y
como lo evoco ahora, se me escapa la risa nerviosa, de imaginarme a mi mismo,
como un chiquillo que era.
La
quimera del oro, Dios mío, que risa más sana, más límpia, más díáfana, propia
de niños, como me hizo disfrutar ese tipo, con el bastoncillo y su bigote, que
el sencillo de su caminar, ya me provocaba disloque de sonrisas, era diferente
al humor al que estaba acostumbrado, era descubrir una nueva forma de llegar a
ser oportuno por un momento.
Comiendo
almendras y bebiendo gaseosa caliente, reíamos a carcajada límpia, nos iba
socabando la intención, ese mensaje que entonces, no comprendía, pero que
quedaba en el subconsciente, y cuando evoco momentos felices, siempre entran en
juego las imágenes de aquella película, que se incorporó de forma natural en mi
disección de lo que es gracioso y lo que deja de serlo.
Por esa
razón, al cabo de los años, pude comprender que lo original, lo esencial, no es
necesario lleve sonido, ni colores, a veces la mayor de las simplezas te
hace reir, y disfrutar del instante para
que consigas recordarlo a menudo.
De ahí,
seguí la trayectoria del personaje y siempre encontré un recado que me enseñaba
algo nuevo, un punto de vista diferente un gracejo para mis sentidos, una
caricia, una congoja para el alma, siempre desenterré algo con Charly, sin palabras, sólo con la
expresión de sus muecas, con el movimiento de su paraguas, con lo vacilante de su
caminar, con la traza de su solemne postura.
En
blanco y negro, dónde las cuestiones únicamente marcan dos caminos, dos
alternativas, dos tendencias; o ries o
piensas. Las dos constituyen, con las dos me quedo, me rio, y me hace a la vez
pensar, es una realidad manifiesta, que si no precisas en ello pasa por alto, como
tantas cosas de la vida.
La película
finalizó, con las clasicas letras The End, y los aplausos de tantos como
disfrutamos del mensaje y salímos de
aquella sala de cine, con olor a moho, con retintines de felicidad, con sabor
salado por las chucherías que habíamos
devorado, con la impronta aún en las pupilas de aquellas imágenes que nos
habían desternillado de la risa.
Hoy;
aquí, entre vosotros mis amigos; mientras os narro ese instante de una vida, además; recuerdo a Diego, a mi hermano,
siempre con el concurso o con la ayuda de aquel personaje entrañable de mi
infancia que conocía con el nombre de Charlot.__
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