Había sonado el despertador, ese cacharrito rojo que tanto odio, pero que no puedo prescindir de él, todas las mañanas se arranca con música; ¡ya sonaba! Recuerdo haciendo memoria que cantaba: Rubén Blades, canturreaba la preciosa canción de “Ligia Elena”; aquella que dice: es la cándida niña de la sociedad; Y además por ende: "Se ha fugado con el trompetista de la vecindad"; sigue deleitando entre buenos acordes y mejores intenciones; el dilema que les genera a sus papás. Los saca de la tranquilidad de lo cotidiano, del prestigio que todos pretenden demostrar y de la imagen; ¡sobre todo eso! No es lo mismo, que la nena se escape con un músico, que salga como Dios manda ¡del brazo del papá!, y que: “totas las vecinas lo vean”
Entretanto me incorporé y ya sentado en el quicio de la cama, siempre el lado izquierdo, rumié, si debía seguir con esa usanza diaria, o debía cambiar en mis propósitos y hacer un poco el truhán, y dejar de cumplir con esas órdenes que han presidido mi vida desde los albores del aprendizaje de la obligación. La canción seguía, con las falsillas alegres del texto. Me ponen de buen humor y mi cabeza, contaba los compases, disfrutaba de la interpretación, del mensaje y de su preciosa melodía.
En un ardor de mi genio:; (frase que decía el padre de un buen amigo), salté como un resorte de mi lecho y sonriendo, como un artista invitado, de una película de Kafka, me instalé en la ducha, para que el agua le diera, esa nitidez a mi piel y ese sopor de narcolepsia adaptada quedara en el pasado. Dando vereda a ese día tan excesivo, que me esperaba de nervios, de mentiras de hipocresías y de desencanto.
Entretanto me incorporé y ya sentado en el quicio de la cama, siempre el lado izquierdo, rumié, si debía seguir con esa usanza diaria, o debía cambiar en mis propósitos y hacer un poco el truhán, y dejar de cumplir con esas órdenes que han presidido mi vida desde los albores del aprendizaje de la obligación. La canción seguía, con las falsillas alegres del texto. Me ponen de buen humor y mi cabeza, contaba los compases, disfrutaba de la interpretación, del mensaje y de su preciosa melodía.
En un ardor de mi genio:
La canción finalizó, y ¡claro! La pura realidad volvió a presente de indicativo.
Ya se añaden en el cociente de las turbaciones personales, los miedos mundanos; ¡venga más madera! Que esas desdichas ni siquiera afloran, quedan en cautiverio para purga personal.
Cierto es, y así lo manifiesto, que: no me considero un ser ofensivo, ni tampoco mal educado, ni tan siquiera perfecto, sino creo que los instantes dichosos, alegres, divertidos, han de poderse saborear y gastarlos a tope de lo que te den las fuerzas.
Cuando me miré al espejo, no pude más que saludar y brindar por los ¡buenos días! Con guasa, atendiendo, a lo que dicen los sabios del género, que la risoterapia es la ciencia del encanto, del buen vivir y de la felicidad troceada a cachitos que sabiéndola amasar, hacen que tu existencia, se cubra con esa tilde de persuasión para conseguir aquello que parece ímprobo puedas deleitar.
Sí; por supuesto, me río bastante de mis casualidades, mis intolerancias, mis reacciones, mis salidas de tono, de todo lo que me rodea, porque en el fondo soy un privilegiado, que tengo el placer de pensar cosas y luego escribirlas, que poseo el quitapesares de darle el cariz y el color que más me agrade, o poder decirlas por su nombre, aunque a veces, alguien pueda incomodarse.
Las formas esas tú las conoces en mí, y sé a ciencia cierta, no son todas para aplaudir.
Una vez desperté me dije: ¡Joder! pues si que soy difícil.
Cierto es, y así lo manifiesto, que: no me considero un ser ofensivo, ni tampoco mal educado, ni tan siquiera perfecto, sino creo que los instantes dichosos, alegres, divertidos, han de poderse saborear y gastarlos a tope de lo que te den las fuerzas.
Cuando me miré al espejo, no pude más que saludar y brindar por los ¡buenos días! Con guasa, atendiendo, a lo que dicen los sabios del género, que la risoterapia es la ciencia del encanto, del buen vivir y de la felicidad troceada a cachitos que sabiéndola amasar, hacen que tu existencia, se cubra con esa tilde de persuasión para conseguir aquello que parece ímprobo puedas deleitar.
Sí; por supuesto, me río bastante de mis casualidades, mis intolerancias, mis reacciones, mis salidas de tono, de todo lo que me rodea, porque en el fondo soy un privilegiado, que tengo el placer de pensar cosas y luego escribirlas, que poseo el quitapesares de darle el cariz y el color que más me agrade, o poder decirlas por su nombre, aunque a veces, alguien pueda incomodarse.
Las formas esas tú las conoces en mí, y sé a ciencia cierta, no son todas para aplaudir.
Una vez desperté me dije: ¡Joder! pues si que soy difícil.
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